Acabo de terminar la lectura de este libro autobiográfico y os confieso mi entera satisfacción por haberme fijado en él y haberlo adquirido en la reciente Feria del Libro; sin duda alguna, es un texto que merece la recomendación absoluta porque, además de muy entretenido, elegante y ameno en su lectura, se construye como una suerte de ensayo subjetivo sobre cine clásico y moderno que incita a la reflexión, tanto en lo que a la cualidad educacional del séptimo arte se refiere, como al posible uso de determinado material cinematográfico como elemento didáctico que hoy día carece de plasmación en los planes de estudios en cualquiera de los niveles en los que se divide nuestro actual sistema educativo.
Lamentablemente, el cine como arte no es la única materia ausente en la vida escolar de nuestros jóvenes; hay, y probablemente habrán muchas más mientras se tecnifiquen aceleradamente las consideradas necesarias para formar los futuros pilares del sistema. Las matrículas universitarias han descendido un 14% en el último lustro, y son las facultades de Humanidades las que más se vacían. Por eso la salida ha sido (bajo la bandera de Bolonia) reducirlas (de 14 filologías a tan sólo 4) o eliminarlas (como es el caso de Historia del Arte), aunque el proceso se vea afortunadamente frenado, hasta el momento, gracias a las continuas protestas de la comunidad universitaria. Mientras tanto, profesores y padres siguen sin poder explicarse el absentismo escolar, el fracaso, la agresividad del alumnado o el empeoramiento de la calidad de la enseñanza… Quizá se debiera comenzar a atender e investigar los motivos de un sector cada vez más amplio de ese alumnado, pararse a analizar el porqué del no entiendo, no me interesa, es un rollo o simplemente me aburre hacerlo. Pero no: múltiples encuestas, foros, medios de opinión, etc, se encargan, como única respuesta, de formar el clima de opinión de lo que sucede es que los chicos son muy malos. Por lo visto últimamente lo que hay detrás de esta generación no son adolescentes, sino una banda de pseudo-delincuentes de botellón y messenger que le zurran a todo el que se le ponga por delante, profesores o padres incluidos. Quizá lo que suceda es que hayamos aumentado demasiado su pasividad (que no es sino la nuestra) a la hora de enfrentarles a los retos de la propia adolescencia, que no son sino crecer y ser independientes. Dame, cuídame, diviérteme, protégeme… no existe el aprendizaje sin esfuerzo, pero también es imposible sin la implicación del individuo. Esa posición activa para acceder al aprendizaje se encuentra diluida por las necesidades de la vida actual, donde la falta de tiempo, el agobio y la comodidad producen una situación, desde su tierna infancia, en la que se les exige más bien poco en relación a su autonomía y capacidad personal, presentándoles un mundo donde casi todo viene resuelto, nostalgia del «paraíso perdido» en la que no existen preocupaciones ni obligaciones, reflejo natural del ideal social de bienestar que nos coloca, desde niños, en la posición de natural consumidor de todo tipo de objetos y nos aleja convenientemente de tomar más implicación para con el entorno que el necesario para la propia y cómoda individualidad: pagamos nuestros impuestos, respetamos la ley, votamos cada x años, y es el Estado quien decide y se encarga prácticamente de todo lo demás. Y lo más peligroso: la continuidad de ese bienestar, garantía de tan presunta como vacua molicie y prosperidad, sobre todo en tiempos duros y de crisis, reside, ni más ni menos, en la capacidad del sistema para crear un grueso de población culturalmente analfabeta, que trabaje mucho, cobre poco y, sobre todo, opine menos.
Evidentemente (ya sería bonito), un libro no nos va a ofrecer todas las respuestas, aunque sí permita la reflexión y quizás el comienzo de toma de conciencia, por algo se empieza. Cuando Gilmour, crítico de cine y escritor canadiense, permite que su hijo de 15 años abandone la escuela secundaria, dado su constante y evidente desinterés de los temas académicos, lo hace bajo un condición: “Podrás abandonar el instituto, no tienes que trabajar, no tienes que pagar alquiler, puedes dormir hasta las cinco todos los días y nada de drogas”, y lo único que le exigió fue ver juntos tres películas a la semana, elegidas por el padre. “Es la única educación que vas a recibir”, le dijo Gilmour, quien mantuvo esta estratagema durante los siguientes tres años de la vida del joven Jesse. Títulos como Los 400 golpes, La dolce vita, Desayuno con diamantes, El padrino, Annie Hall, Psicosis, Gigante, El último tango en París o Un tranvía llamado deseo, y otros menos relevantes pero interesantes para la conversación como Alerta máxima, Showgirls o Corrupción en Miami (así hasta cien películas que se enumeran al final, en la edición en catalán con indicación de página) le servirán a Gilmour para permitirse un acercamiento a su hijo y a la vez ser parte activa en su educación con el arma que es su profesión, el cine, y le facilitará, sobre todo, implicarse y pasar más tiempo con el joven desencantado. El padre pone su mirada, curiosa y diferente a la del chico, pero a la vez le va pidiendo que se fije en un determinado plano, en un silencio, en un movimiento de las manos o de los ojos, y también aprende a conocer sus inquietudes manifiestas en las diversas reacciones, a hablar con él y a acercarse para ayudarle a resolver sus contradicciones de adolescente. Y aunque en algunas ocasiones esta relación paterno-filial se presente algo idealizada, lo cierto es que parece que sí consigue lo que en principio era su propósito, ni más ni menos que afianzar su relación con él, poder hablar de todas esas cosas que tantas veces suelen, por diversos motivos, silenciarse o eludirse y educar en el cine no sólo por lo que respecta a su faceta artística sino como medio esencial a la hora de interpretar nuestra reciente historia y el mundo en el que vivimos. Confieso que después de la lectura, me entraron unas ganas enormes de volver a ver algunas de estas películas, porque además de haber aprendido bastantes cosas sobre ellas, Cineclub es sin duda una gran memoria de la historia del cine que aborda los últimos 50 años, hecha desde la óptica de un entusiasta del séptimo arte del que no sólo podemos beneficiarnos de su sabiduría en la materia sino de su implicación como padre en la educación de su hijo. Un libro que se lee con gusto, aunque hay que decir que argumentalmente recuerda en algunos pasajes a esas convencionales novelas para adolescentes no exentas de moralina (algunas veces explicita) y ciertamente costumbrista. El final es poco menos que de cuento de hadas, cuando Jesse dice querer volver al instituto y se matricula en un intensivo de tres meses que incluye aquellas horrorosa materias que siempre rechazó aprender, resulta tener además un gran talento musical y sale bien parado de los enredos amorosos que le llevaron a coquetear con las drogas.
Pero provechoso o no, me gustó el relato a la hora de llamar la atención sobre esa dimisión cultural a la que los adultos demasiadas veces abandonamos a los jóvenes, limitándonos a exigirles cómo deben ser, y también desde el punto de vista de la radiografía del sentimiento de paternidad, del que se ha derrochado mucha menos literatura que no del de maternidad, «una época mágica que normalmente un padre y un hijo no tienen ocasión de disfrutar en una fase tan tardía de la vida de un adolescente», afirma Gilmour. No se trata de buscar en el libro una guía para reconducir adolescentes descarriados, pero sí hace posible la necesaria reflexión sobre que la enseñanza de la vida no depende únicamente de un boletín de notas, de la necesidad de la presencia de los padres con su tiempo en la educación de los hijos y de lo irrecuperable de ese tiempo si, como en demasiados casos sucede, se sigue justificando su ausencia bajo el manto de garantizar el bienestar de lo meramente material y, definitivamente, se derrocha.
Gracias! Me lo apunto, que pasada de libro y de filosofia de vida.
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Seguramente ese adolescente no olvidará nunca lo que aprendió con su padre!!!!!!!!!!! A veces, ante la constante negativa de ir a la escuela, una forma es no llevar tanto la contra como padres, sino, intentar que ellos mismos descubran que es importante educarse. Pero obvio, claro esta, la educacion de hoy en día no es lo que quisieramos. Y hace falta un cambio en ese sentido. No solo contenidos, sino recursos, enseñar recursos. Enseñar a pensar. Ademas de muchas otras cosas!!!!!!!!!!
Y parece mentira que vayan de la mano, un creciemiento enorme en estudios sobre la creatividad, muchos encargados de mostrar soluciones hacia la educacion de hoy en día. Y por otro lado, muchos que hacen oidos sordos. Y en el medio, una gran corriente consumista y facilista que tiene los valores tan cambiados que todo lo opaca.
Y si, cada vez somos mas malos. Y es que la educacion tambien lo es. Hay excepciones, personas ocupadas de hacer d ela educacion algo verdaderamente intaresante y util. En eso hay que ahondar, y de alli, hay que sacar ejemplos. No para seguirlos al pie de la letra, como vos decis, sino para ayudarnos a pensar de qué manera podemos colaborar para que la educacion de nuestros hijos sea mejor.
MUY BUEN POST!!!!!!!!!!!! SINCERAMENTE ES NECESARIO REFLECCIONAR SOBRE ESTOS TEMAS!!!!!!!!!
SALUDOS!!!!!!!!
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Te saludo y pongo el libro en mi larga lista de ‘pendientes’. Volveré. Un abrazo.-
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Dialogista, gracias por tu tiempo y tu comentario. A este señor le salió bien el experimento, pero personalmente opino que no es trasladable, aunque el caso sí invita al debate y la reflexión. Aprovecho para aclarar que el autor no manifiesta ningún posicionamiento sobre el papel de la escuela en el libro, y que lo expuesto en esta entrada son conclusiones propias sobre ambos temas: la educación y el texto de Gilmour. Cada lector sacará las suyas…
Jordi, Gemma… saludos 😉
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Seguro que disfrutaste con el libro. El cine, además de entretenimiento, es una forma de cultura, de abrirse al mundo, de romper barreras, de ser tolerante. Debería estudiarse cine en los institutos y comentar películas y hacer coloquios. Menos Jacinto Benavente y más David Lynch.
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«Cuando no se piensa lo que se die es cuando se dice lo que se piensa» de DON Jacinto Benavente
Babel! (Muchas ideas, ¿demasiadas?) Anoto Cineclub. Bessssossss!!!!
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Te ha salido un post muy personal: de un libro muy pedagógico y que parece muy recomendable has enlazado hacia el tema de la educación, y te ha salido y sentido común de madre de lo más hondo (hasta un poquitín cabreada diría yo).
La pregunta es: ¿harías tú lo mismo que el autor del libro con tu hijo/a? Yo, al menos no lo haría, es una apuesta demasiado radical. Prefiero tratar de meter algunos clásicos entre los estrenos infantiles (ahora ya juveniles) que le pide mi hija. Los que tengo a punto son: «Un americano en París», «El hombre que susurraba a los caballos» y «Seis días siete noches» (que de todo tiene que haber). El resultado: ahora me ha pedido ir a ver «Ponyo en el acantilado» y yo encantado porque adoro a Miyazaki.
Besitos mil!!!!!
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Deme, estoy de acuerdo en que debería estudiarse. Más de un siglo de cine ya da para materia suficiente, y es parte imprescindible para entender nuestra cultura. Pero una cosa no quita la otra…
Jose, lo interesante para mí del libro, además de comentar muy bien casi 100 películas (el autor es crítico profesional), es su pedagogía para con el chaval para motivarlo. Pero NO pondría en práctica una idea así, seguro. Mi hijo alucinó hace poco con «El verano de Kikujiro», hizo copias para un par de amigos y todo. Claro que es algo mayor que la tuya. Personalmente, con lograr que sea buena gente, se interese por aprender y no le de igual lo que tiene a su alrededor, ya me doy con un canto en los dientes. No es poco. ¿Lo has leído ya?
Saludos!
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No lo he leido, pero intuyo que es una buena literatura para el otoño….
Nos leemos!!!!
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Todos tuvimos nuestras Bolonias, no me produce desconcierto que suceda esto de nuevo: juventud y protesta. La LODE, la LOGSE, la LOE. Ahora Bolonia. «Maravall lo estás haciendo muy mal», decíamos, como en la canción de SemenUp. ¿Qué habrá sido de ese hombre?
Lo que sí que creo que es muy distinto es la capacidad de acceso que se tiene ahora a la cultura, no digamos al cine. No sería muy complicado para un chaval coger la lista de películas que dices que vienen en ese libro (habrá que comprarlo, tiene buena pinta) y verlas, algo que para mi era impensable poder hacer a esa edad. El que lo haga no perderá el tiempo.
Saludos.
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Interesante lectura.
http://www.fys.es/fys/cm_view_tnoticia.asp?id=2153
http://fcompany.blogspot.com/2009/03/contra-la-barbarie-en-la-universidad.html
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Hola! Me gustó el comentario y lo «linkeé» desde mi humilde blog. El post es de «Chungking Express» de Wong Kar Wai (película que se menciona varias veces en el libro).
Un saludo!
ElPie.
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Yo acabo de terminar el libro, y si bien en las primeras pginas me desilusion mucho, en el contexto general creo que es ameno, fcil de leer y termina siendo interesante, pero igual no cumpli con todas las expectativas.
Saludos
Emiliano
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Excelente recomendación, me encantaría conseguir el libro me veo reflejada en su argumento de adolescente también fui una desertora escolar y me refugié en las sombras de las salas de cine, con la buena suerte de que caí en las garras de un Cineclub donde tuive el libre acceso a todos esos clásicos del cine. Gracias.
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[…] de comenzar, “Cine club” es una lectura totalmente recomendable, de hecho son 250 páginas en la edición de bolsillo que se […]
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