Boker tov, adon Fidelman (Joseph Madmoy, 2010)

Una de las experiencias más fascinantes es perderse unas horas por los viejos mercadillos, las tiendas de antigüedades y los talleres que restauran objetos a los que solo el paso del tiempo otorga el valor de haber sobrevivido hasta nuestros días y a lo irrecuperable del método en que fueron concebidos. Contemplar esos viejos artilugios y muebles de madera real e imaginar el momento en que habitaban un salón de techo prominente del que pendía una majestuosa lámpara de araña, aunque tal vez tuvieran que conformarse con unas de queroseno. O aquella vieja oficina repleta de armarios y clasificadores, con su formidable mesa dominando la estancia, olor a encáustico y chupatintas enterrado entre toneladas de papeles incluido .

Mientras bancos y políticos contribuyen al alimón a endurecer nuestra realidad cotidiana, esas escapadas te devuelven a un pasado más humano, quizás romántico, sí, pero el ejercicio no deja de ser gratificante. El cineasta Joseph Madmoy consigue, en cierta forma, dejando de lado guiones demasiado alegóricos y dirigidos, habituales hoy en el cine israelí de puertas a afuera, apostar por un relato sensible, agridulce, humanista y secular. La sangre, más espesa que el barniz, y más cáustica, pone el toque shakesperiano a esta nudosa historia doméstica de ritmo pausado y tono malhumorado donde la trama tarda en aparecer tanto como el piano Steinway de 1882 que el aprendiz descubre bajo la herrumbre y la polvareda de la tienda de Fidelman. El viejo e irascible señor Fidelman (magistralmente interpretado por Sasson Gabai, actor nacido en Irán, para más señas), un hombre totalmente dedicado a su oficio cuya vida da un vuelco cuando su socio Max muere repentinamente.

Fotografía, iluminación y personajes, bien definidos y genuinos en sus emociones, se aúnan para ofrecer planos realmente inspiradores de sentimientos y delicadeza envuelta en aroma vintage. La tienda-taller, en pleno centro de Tel-Aviv, donde transcurren la mayor parte de las escenas, las herramientas preindustriales, el polvo acumulado, el bocadillo de la mañana, dos vasos de vino entre frascos de trementina… captan a la perfección la cotidianidad del protagonista, reducto del perfeccionismo artesanal, viejo y solo, cuyo único instrumento de supervivencia es cierta metódica capaz de desafiar a un mundo cada vez más ajeno e indiferente. Boker tov, adon Fidelman, comercializada en prácticamente toda Europa –en España solo se proyectó en el Festival de Valladolid– como Restoration, cuya traducción literal del título original sería Buenos días, señor Fidelman, es un trabajo arriesgado y conmovedor que, con todos sus defectos, merecería no pasar desapercibido.



Mysterious Object at Noon, el cadáver exquisito de Apichatpong Weerasethakul

Cadáver exquisito es el nombre que se da a un juego de creación colectiva, que tiene su versión escrita o gráfica, en el que cada miembro participante crea una parte del propio juego sin conocer por completo las demás. Cada participante dibuja o escribe una frase o relato breve basándose en el final que escribió o dibujó el jugador anterior. El azar y la imaginación juegan un papel importante a la hora de componer la secuencia. El origen del juego es francés  (cadavre exquis) y el nombre deriva de la frase «le cadavre exquis boira le vin nouveau» (el cadáver exquisito beberá el vino nuevo).

Originalmente, la intención  era provocativa, como la mayor parte de las anti-creaciones surrealistas. Como condición, debería verse libre de preocupaciones estéticas, formales y morales. Escribir, dibujar, pintar expresando lo que primero nos pase por la cabeza. «Escribid rápidamente, sin tema preconcebido, lo bastante rápido para no sentir la tentación de releeros… la frase vendrá por sí sola, sólo pide que se la deje exteriorizarse«, decía al respecto André Breton. Tristan Tzara, Paul Éluard o el propio Breton, pertenecientes todos a la corriente surrealista, sostenían que «la creación, en especial la poética, debe ser anónima, grupal, espontánea, intuitiva, lúdica y, a ser posible, automática«. Dicen, las malas lenguas, que muchas de las primeras sesiones se llevaban a cabo mediante experiencias hipnóticas o bajo la influencia de ciertas sustancias. Sea como fuere, la influencia en poetas posteriores es innegable. Neruda o Lorca harían su propia versión en la literatura hispánica en lo que llamaron Poemas al alimón. Por su parte, Nicanor Parra, Lihn y Jodorowsky seguirían la tendencia unas décadas más tarde con el Quebrantahuesos.

El cadáver exquisito encuentra su adaptación al lenguaje cinematográfico cuando Apichatpong Weerasethakul desafiaba, en el año 2000, con este documental al margen de las reglas tradicionalmente impuestas para el género, en un país cuya industria de cine sobrevive produciendo melodramas populistas, comedias triviales o subgénero de horror, con sus innumerables derivados.

Mysterious Object at Noon, el primer largometraje de Weerasethakul, es un film de corte experimental que parte de la premisa del juego combinando el documental, la entrevista y las imágenes para crear una ficción encadenada. El director recorre diversos paisajes de Tailandia ofreciendo a sus gentes la propia narración de la película.  No es casual el epíteto de ser uno de los directores más arriesgados del panorama audiovisual. Lo que emerge, junto a la instantánea de la vida en las zonas rurales y urbanas de Tailandia desde los distintos relatos, es una visita fascinante al inconsciente colectivo. Weerasethakul cede, de algún modo, el control absoluto de la película a sus narradores, las gentes de su país, abriendo el camino a un nuevo espacio para el documental cinematográfico.

Filmada en 16 milímetros, a medida que la ficción se desarrolla, materiales y personajes se combinan a la perfección como narración surrealista que evocan texturas que bien podrían haber surgido de la mente de Lynch o Buñuel.

Comenzamos con una cámara dentro de un camión de reparto que nos invita a recorrer las bulliciosas calles de Bangkok. La radio suena de fondo y un entrevistado, con lágrimas en los ojos, un vendedor de pescado, cuenta cómo fue vendido siendo niño, a la fuerza, a su tío. Hasta que en un momento es interrumpido por el entrevistador, quien le pide una historia diferente, sea real o no. El entrevistado refiere entonces a un niño lisiado y su mentor. A la vez que se van introduciendo nuevos elementos narrativos , imágenes colaterales u objetos que aparentemente nada tienen que ver con lo que se está contando aparecen en escena. Mientras tanto, la historia del niño lisiado muta cada vez que es continuada por otro entrevistado, hasta llegar a ser irrelevante, porque los continuos cambios de plano y de narrador han dado lugar a otras historias en las que el espectador centra su atención.

La película es un continuo estado de tránsito, una mirada a la psicología colectiva recogida a base de pequeñas gotas de ficción que se van ensamblando de un personaje a otro. Un periplo a través de un país donde todos narran y todos son narrados como colectivo. El director anima a sus gentes a continuar el relato encadenado según los criterios subjetivos de cada uno de ellos. Y el relato se elabora en cada ocasión de manera diferente, siempre espontánea, bien sea oralmente o mediante un teatro en plena calle, en los vagones de un tren o a través  del lenguaje de signos, en una ruidosa escuela o en un paraje solitario en medio del campo, donde dioses y leyendas se tornan pesadillas a la luz de la hoguera,  emergiendo distorsionado, volviéndose difuso, adquiriendo la personalidad propia de cada participante, mimetizándose con el narrador y la situación de turno.

La fábula se desarrolla tanto en zonas rurales como en pleno centro urbano, y nos revela una Tailandia en permanente tránsito hacia el progreso y la modernidad, por lo general representada por la migración del campo a la urbanizada ciudad de Bangkok. La necesidad de ese tránsito conceptual se transmite en cada una de las ficciones creadas por los sujetos de la película, que al tiempo que aportan nuevos datos a la trama original van creando nuevas incógnitas para quien toma el testigo. El hilo conductor es el misterioso objeto al que hace referencia el título, que obliga a no abandonar cierta coherencia y ejerce a la vez de impulso para el avance de la película.

Disfrazado de documental de bajo presupuesto y rodado en blanco y negro, la narración adquiere estructuras desafiantes, un cambia-formas fascinante que se asoma al paisaje histórico y sociológico del país a través de la cualidad más naturalmente intrínseca del género humano: la capacidad de la palabra como instrumento para crear y contar una historia al observador que, sin ideas preconcebidas, se muestre dispuesto a observar, imaginar y disfrutarla.

Lola (Brillante Mendoza, 2009)

En Lola, la última película del filipino Brillante Mendoza, exhibida tímidamente en nuestros cines, no hay ninguna Lola. Porque lola es la palabra que se usa en Filipinas para designar genéricamente a la abuela; no hace referencia, por tanto, a nombre propio de personaje alguno. Me produce mucha curiosidad saber si se tratará de un hiperónimo derivado de la influencia del español en la lengua filipina, si alguna abuela llamada Lola fuese el desencadenante genérico para la designación del familiar femenino que ocupa el lugar de la abuela.

Expuesta mi duda y a falta de confirmar la etimología exacta de la palabra lola en Filipinas, en Lola, la película de Mendoza, hay dos lolas protagonistas. A lola Sepa le han asesinado a su nieto en el puente para robarle el móvil. La anciana, auténtica jefa del matriarcado familiar, debe ocuparse del entierro a pesar del dolor que le produce la violencia del asesinato. También está decidida a que se haga justicia, pero su familia está al borde de la miseria y no tiene dinero suficiente para pagar un abogado que se haga cargo de la acusación, por lo que será ella personalmente quien lidie con los tribunales a base de empeñar, si es necesario, su tarjeta de pensionista, medio con el que sobrevive el clan familiar.

Por su parte, a lola Puring, la abuela del asesino, le puede el empeño en sacar a su nieto Mateo de la cárcel: es parte de su familia y se le rompe el corazón cada vez que va a visitarle, aunque de poco le sirva tener un delincuente en casa, sin trabajo, sin futuro y sin ganas de labrárselo, y la acusación sea haber matado sin razón, por la miseria de un triste teléfono móvil. Sin dinero para pagar la fianza y completamente sola, le visita en  la cárcel, le lleva comida cada día y trata de conseguir un letrado de oficio con el que apoyarse para la defensa.

Brillante Mendoza se toma su tiempo para retratar con tremendo realismo la vida filipina en capas que rozan la miseria. Como en casi todas las películas de Mendoza, el retrato es fiel a una sociedad donde la vida y la muerte dependen del estatus de cada cual. Las dos protagonistas, las ancianas Anita Linda (84 años) y Rustica Carpio (79) son actrices profesionales. El resto del elenco se compone de figurantes ocasionales o no se había puesto jamás delante de una cámara. Las cárceles, tribunales de justicia y el poblado, son reales. Los personajes deambulan de un lugar a otro sin futuro, cada uno con su propia historia, por las calles inundadas del poblado y entre la burocracia institucional ajena a la vida diaria de sus gentes. Mendoza exhibe esas vidas sin metáforas, sin eufemismos, sin propaganda mediática, en condiciones realmente adversas, con un presupuesto impensable para cualquier película occidental y a través de estructuras narrativas nada convencionales. Es asombroso el retrato de la integridad de esos personajes a pesar del deterioro y la descomposición social que se vive día a día. Si eres rico, morir será caro; si no tienes donde caerte muerto, tu vida tiene el valor de los objetos que puedas empeñar para conservarla. Llueve, llueve torrencialmente, mientras lola Sepa recibe en su casa el ataúd, busca dinero para el entierro y finalmente… mejor véanla. La vida en determinadas circunstancias puede ser simple por carecer de grandes metas, pero muy complicada si sobrevives al presente a costa de sacrificar el futuro de los tuyos, sobre todo si tienes más de 80 años, el peso de la supervivencia de tu familia recae sobre ti  día a día y los hombres jóvenes que hay alrededor no son sino meros fantasmas vivientes que deambulan en busca de algún chusco que llevarse a la boca o moza a la que rondar, a la espera de que sus mayores, auténticos bastiones de supervivencia y nexos de unión de la familia, logren salir adelante. Mientras tanto, las mujeres se preparan para ejercer de lolas futuras.

Plano secuencia (9): Prachya Pinkaew, The Protector

The Protector, también conocida en España como Thai Dragon, cuyo título original es Tom Yum Goong, es un film tailandés dirigido en 2005 por Prachya Pinkaew, célebre por las sofisticadas coreografías de artes marciales con las que construye sus películas, que parece hace las delicias de los amantes del género. La historia de The Protector es básicamente el robo de un par de elefantes algo especiales en una aldea tailandesa muy tradicional por parte de una banda de mafiosos chinos que se los lleva a Australia, y las consiguientes aventuras del protagonista en pos de traerlos de vuelta a la aldea Khan. Pero una vez entrados en materia los elefantes son en realidad lo de menos, pues vienen a ser la excusa con la que los adictos al tándem Pinkaew-Jaa disfrutan con las acrobacias del actor, Tony Jaa, un auténtico especialista en esto de dar de leches a quien se ponga por delante, a toda máquina y sin sufrir rasguños aparentes. Me fijé en esta película porque, sin ser yo precisamente una amante del género ni de exhibiciones de mamporros a tutiplen, incluye un plano secuencia muy elaborado y realmente impresionante desde le punto de vista cinematográfico. Se trata de una exhibición de artes marciales que se desarrolla escaleras arriba y abajo a base de combinar un complicado uso del steadycam durante casi cinco minutos. En ella vemos al protagonista recorrer un lujoso establecimiento regentado por la mafia china que hace las veces de restaurante, sala de fiestas, casino y burdel sadomasoquista. Probablemente el sentido de la secuencia es reflejar la decadencia de la modernidad y el dinero fácil frente al héroe rural, el hombre trabajador, abnegado y defensor de sus tradiciones que interpreta Tony Jaa, para el que los elefantes son mucho más que simples animales utilizables como moneda de cambio, pues representan la cultura y los orígenes a conservar. La dificultad de la escena es tal que les llevó más de un mes la preparación, pues solo daba tiempo a hacer dos tomas diarias, a pesar de sacar partido a las horas del día como solo los orientales saben hacerlo. Además, el operador de cámara necesitó someterse a un riguroso entrenamiento durante varias semanas para hacer frente a las demandas físicas que exigía rodar el plano. Como curiosidad, añadir que The Protector fue apadrinada para su exhibición en EEUU por Quentin Tarantino y, hasta la fecha, es la película tailandesa que más dinero ha logrado recaudar en la taquilla norteamericana. Muy violenta, excesiva y la mayoría de veces gratuita, pero el plano secuencia merece ser tenido en cuenta entre los técnicamente mejor rodados del cine del recién comenzado siglo.

El sentido de la vida por $9.99, de Tatia Rosenthal (2008)

Película en animación stop-motion basada en cuentos de Etgar Keret, escritor, guionista y director de cine israelí, productor y co-guionista de la película, y que saltó a la palestra internacional cuando en 2007 ganó el premio Cámara de Oro a la Mejor Ópera prima en el Festival de Cannes por Meduzot (Medusas).

La directora de animación Tatia Rosenthal adapta al largometraje tres de los relatos cortos de Keret, considerado hoy un exponente de la narrativa moderna en hebreo, unificándolos en un solo guión y trasladando a sus muñecos de plastilina y silicona animados –fotograma a fotograma– estas historias de la vida cotidiana llenas de humor negro y surrealismo grotesco. Una película animada para el público adulto, sorprendente desde todo punto de vista, cuyo conjunto forma un explosivo coctel: seis historias distintas que se desarrollan en una comunidad de vecinos y que se encuentran cuando uno de ellos parece descubrir el verdadero sentido de la vida al comprar un libro que afirma tener las respuestas que todos necesitan.

Un viudo preso de la monotonía laboral, un recaudador de impuestos enamorado de una supermodelo, un joven en busca de empleo que hace estupendos pasteles de queso, un vagabundo redentor, los sueños del niño que guarda cada moneda en el cerdito para alcanzar sus deseos, o el jubilado que vive a expensas de quien quiera escuchar sus viejas historias. Todas ellas entrelazadas forman la base coral desde la que la animadora desarrolla, sutilmente unidas por la recurrencia visual, el humor y lo fantástico, su poesía gris de la vida cotidiana. Los personajes nos muestran el miedo a la soledad, la ansiedad, el temor a no ser amado, a quedarse sin trabajo y, por supuesto, el miedo a la muerte que acecha en muchos momentos. Y también la búsqueda de aquello que les es esencial: el afecto, el amor, el reconocimiento o la atención, una nueva juventud, la madurez, el bienestar material, la seguridad, los sueños… todas y cada una de las pequeñeces que dan sentido a la existencia del hombre moderno en la época que nos ha tocado vivir. Cada uno de ellos, por separado, puede dar lugar a su propia historia, pero colocados en conjunto resultan de una densidad extraña y a la vez emocionante, probablemente porque nos hablan de cuestiones tan interesantes como universales.

Como defectos, tal vez en algunos momentos el ritmo decae (hay que decir que se trata del primer largometraje de la animadora), y que personalmente, el desenlace me produjo cierta decepción, envuelto en una especie de apoteosis apocalíptica y surrealismo que se desvía de la línea realista y de humor absurdo que hasta ese momento impregnaba la narración, haciendo que el conjunto resulte un poco desigual. Pero salvando este punto,  merece la pena, porque es una maravilla en cuanto a diseño visual, llena de detalles muy elaborados y con un trabajo de artesanía nada desdeñable. Desde la piel de los personajes, cuyo tratamiento en silicona da la sensación de epidermis real, hasta las expresiones faciales, particularmente de los ojos de cada personaje, capaces de proyectar un amplio espectro de emociones. La directora adapta magníficamente, además, los espacios interiores para el personaje que lo habita, derrochando buen hacer en los detalles más nimios.

Y, obviamente, aunque el sentido de la vida por 9,99 dólares no resuelve la compleja cuestión del significado de la vida, sí invita a una reflexión llena de sabiduría: disfrutar de la vida y de lo que ofrece sabiendo mantener el buen humor ante cualquier circunstancia. Interesante el mensaje personificado por el niño con su cerdito hucha explicando, ante la perplejidad de la maestra, cómo cuando llega a su habitación el dichoso cerdito sonríe, cuando  le echa una moneda en el lomo también sonríe, pero cuando no le introduce nada porque no lo ha ganado bebiendo su vaso de leche, resulta que igualmente sonríe. En definitiva, siempre está contento con lo que tiene y es capaz así de ser feliz. Y lo cierto es que tiene un a sonrisa verdaderamente contagiosa.

Animación

Ajami, de Scandar Copti y Yaron Shani (2009)

Ajami es otra de las nominadas al Oscar como mejor película en lengua no inglesa, no estrenada en las salas comerciales de nuestro país, pero que tuvimos ocasión de ver en Valencia en la última Mostra de Cinema Mediterrani , celebrada el pasado otoño. Como quiera que la crítica, a medida que pasan los días, está elevando la categoría del film a uno de los mejores realizados por Israel en la presente década, y antes que pueda (posibilidad, la hay) resultar elegida por la Academia norteamericana (el año pasado no le dieron ese Oscar a Israel y este año nominan otra producción del país…), quiero dejar mi opinión libre del posible resultado de la gala que se celebra esta noche. Ajami es una película dirigida conjuntamente por un israelí y un palestino, Scandar Copti y Yaron Shani, que trata de poner sobre la mesa la realidad de la convivencia de ambas culturas y reflejar las dos perspectivas del conflicto árabe-israelí. Ajami es el nombre de un distrito de Tel Aviv en el que los musulmanes viven en extrema pobreza mientras resulta una de las zonas más atractivas para la clase media judía al estar situado cerca del mar. Para los musulmanes, la violencia, la desesperanza y la lucha por la supervivencia está al orden del día. La película narra desde diferentes perspectivas y niveles temporales la historia de cinco destinos que conviven y chocan constantemente en Ajami. Los directores Copti (palestino de Jaffa) y Shani (judío israelí) nos muestran su particular visión a través de estas historias. Rodada con actores no profesionales, a modo de documental y mediante movimientos atrás y adelante en el tiempo, la película resulta una mezcla del estilo Gomorra en cuanto a lenguaje narrativo, con una postproducción a lo Pulp Fiction, donde el espectador debe ir encajando las piezas que se le ofrecen para componer el resultado final de la historia. A través de los ojos de varios personajes somos testigos de la casi imposible situación de convivencia en este lugar del planeta, donde llevan más de dos mil años matándose por un trozo de tierra. Nasri, de 13 años, dibuja su cómic mientras nos narra las peripecias de su familia, que vive constantemente en peligro desde que su hermano Omar se enfrentó al clan prominente del barrio. El ingenuo joven trabaja ilegalmente en Israel para ayudar a financiar la operación que necesita su madre, mientras su destino se cruza con el del rico palestino Binj, quien sueña con un brillante futuro que consiste en mantener una casa junto a la playa al lado de su novia de origen judío. Por otra parte, Dando, policía judío, esta obsesionado en encontrar a su hermano desaparecido. La fragilidad trágica de la existencia humana se experimenta en la cerrada comunidad de Ajami, donde los que son enemigos están obligados a convivir como vecinos. Probablemente no exista un lugar que exprese mejor el dramático choque de mundos y culturas diferentes: esta es la Babel de nuestro presente, un lugar donde la vida está en permanente estado de emergencia, y Ajami representa una realidad única de ambas culturas, judía y palestina.

Cabe, sin embargo, hacer el ejercicio de separar qué es la película como cine propiamente dicho, del mensaje, en este caso explícito, de carácter político que subraya el producto. En cuanto a su carácter de film, se trata de thriller dramático muy pegado a la realidad, en el que las escenas no están ordenadas cronológicamente, encontrado saltos en el tiempo entre pasado, presente y futuro. La película se divide en capítulos y está organizada a modo de rompecabezas, y cada capítulo es una pequeña historia o la continuación de una iniciada anteriormente. La técnica le confiere emoción porque el público tiene que adivinar como combinar estas piezas. Humor, grave y sombrío recorren las secuencias, todas envueltas en una extraña atmósfera que nos hace estar en permanente estado de alerta y que suele desembocar en fatalismo cuando lo cómico se atora en la garganta al ser conscientes de que lo narrado en realidad está sucediendo cada día. El que los actores no sean profesionales le confiere naturalidad, lo mismo que el  estar rodada cámara en mano, a pesar de las dos horas de duración.  Da la sensación de ser dos guiones entremezclados a la hora del montaje, con algunas escenas –cabe decirlo- no muy bien resueltas. Interesante, se deja ver, aunque en realidad no pasaría de ser una película del montón de no ser por el mensaje y la situación concreta que describe. No hay que olvidar que no solo ha pasado convenientemente la censura israelí (que la ha, además, financiado), sino que ha sido elegida por la academia judía para representarla. Es curioso cómo los sectores más progresistas no ven, o no quieren ver, cierto trasfondo que emana de forma evidente, en aras de la convivencia pacífica, y cómo se subyuga el resultado a la falsa hermandad que evoca el hecho de contar con una co-dirección en la que se incluye a un palestino. Los palestinos de la película no son solo gente muy pobre y muy vinculados a sus creencias y tradiciones (de las que hacen depender su día a día). Son retratados como personas a las que no les importa traficar con droga para obtener dinero (en este caso justificado por un fin lícito, cómo no!), al margen de la ley del estado, que cuentan con sus propios tribunales y que se organizan en ghetos. Por otro lado, el único pecado atribuido a los judíos es el deseo de construir su casa junto a la playa, pero en medio del barrio palestino. Los protagonistas judíos representan una causa justa (busca a su hermano desaparecido y sospecha -con razón- que son los árabes quienes lo han secuestrado) y su personaje es un honrado y despechado oficial de policía que pretende justicia. Todo ello atenuado por una conmovedora historia de amor imposible entre un joven musulmán y una bella camarera, cómo no, judía. Si los sectores más radicales solo conseguían el rechazo occidental a su política despótica respecto al pueblo árabe en la zona, quizás los más progresistas estén logrando que muchos no vean con tan malos ojos el constante agravio sobre la población palestina. Y es que en el mundo ya no hay buenos y malos, invasores o invadidos, explotadores o explotados. Ahora el atropello descarado se solapa en nombre de la tolerancia mientras el cerebro se llena con la vaselina de la presumible convivencia. Yes, they can!

Serbis, de Brillante Mendoza (2008)

Hasta para los que nos gusta descubrir ese cine menos comercial o con escasa distribución, al que solo hemos tenido acceso gracias a las nuevas tecnologías y a este medio de difusión que es internet, nos cuesta pensar en directores de cine filipinos porque son pocos los nombres que acertaríamos a pronunciar: Lav Díaz, Raya Martin o Brillante Mendoza, poco más, amén de otros que apuestan por una narración cinematográfica lejos del cine con sustancia y bastante más próxima a lo que para la India sería la industria Bollywood, pues se trata de cantantes más o menos reconocidos allí que aprovechan el tirón para, de paso, ganar dinero con algún musical no demasiado trascendente dentro y, por supuesto, sin eco alguno fuera de sus fronteras. El otro filón que explota el cine filipino es el erótico explícito (más o menos pornográfico, eso depende) pues resulta uno de los géneros con mayores beneficios comerciales en el país. Serbis, cuyo título internacional es Service, -esto es, Servicio- significa exactamente eso: servicio de prostitución. Pero Serbis no es una película pornográfica, siquiera erótica, a pesar de que incluye escenas explícitas en las que se ofrecen este tipo de servicios y alguna otra que ha tenido como consecuencia que se la haya tildado de obscena por una parte de la crítica o que en algunos países se prohíba la exhibición en salas comerciales al uso, relegándose a lo que aquí se conoce como cines con calificación para películas X. Sin embargo, juzgar este film de pornográfico es, desde mi punto de vista absolutamente superficial  y no atiende al verdadero sentido de la película, que va mucho más allá de una mera exhibición de sexo gratuito y que es tan profunda en sus distintas capas de contenido como lo son los problemas inherentes hoy a la sociedad filipina.

Serbis transcurre casi íntegramente dentro de un edificio cuya actividad es el pase de películas porno llamado, acertada e irónicamente, Family. La película se centra en el día a día de una familia compuesta por varias generaciones en su lucha por sobrevivir en la Filipinas de hoy. Los dos personajes principales son la matriarca (Gina Pareño) y la hija (Jacklyn Jose), quien juega el papel de hija y madre al tiempo, y el empeño de ambas mujeres por sacar adelante la familia manteniéndola unida en todo momento. La lucha por impulsar el negocio familiar, un marido inepto que regenta la parte hostelera, dos sobrinos en plena efervescencia hormonal y la mirada de un niño pequeño configuran el frágil ecosistema base del que entran y salen prostitutas adolescentes de ambos sexos que acuden a los pases cinematográficos de la planta primera como abejas a la miel; mientras, la familia tiene su batalla particular en un frente diferente, atendiendo el negocio y defendiendo el honor y la integridad de los suyos frente a la crisis moral y la traición de un patriarca que hace años les abandonó.

No quiero desvelar demasiados detalles de la trama, pero sí decir que no son las dos mujeres, a pesar de su excepcional trabajo, las que imprimen una actuación sólida a la película. La verdadera estrella, el auténtico protagonista y quien da sentido completo a este interesante film es el propio edificio; un antiguo cine que es hoy una sombra de sí mismo, cuyas paredes ruinosas albergan las cicatrices del pasado que capa sobre capa la pintura no ha conseguido ocultar. La cámara en mano sigue a esos personajes escaleras arriba y abajo, a su sala de proyecciones, a los pasillos repletos de carteles de películas que han conformado su historia, a los oscuros rincones donde se comenten actos prohibidos en este lugar al que llaman Family, porque eso es seguramente Serbis: Una mirada hacia la Filipinas de hoy, en la que las mujeres son y han sido las que proporcionan el sustento principal a sus familias, las que han llevado la pesada carga de servir a los suyos, en lo que se incluye la prostitución de sus jóvenes con demasiada frecuencia. Rodada en video, Serbis no es una película perfecta, de hecho está tan plagada de defectos que resultarían difíciles de enumerar. Pero es fascinante la mirada de la cámara de Mendoza a ese edificio,  como muchos de los que seguro pueblan el centro de Manila, auténticos vestigios de un pasado que sobrevive hoy gracias al pase de sesión doble de películas pornográficas. Porque Serbis no es sino una valiente alegoría de Filipinas y su estado actual, de un lugar y unas gentes que viven su presente a costa de sacrificar su futuro y enterrar su pasado. Los personajes deambulan entre paredes, prostitutas y procesiones de fe católica cada uno con su propia historia, tan complejas como los laberínticos pasillos del ruinoso cine que regentan. Mendoza desgrana esa realidad sin demasiados eufemismos, con un presupuesto absolutamente impensable aquí, a través de estructuras narrativas nada convencionales y mostrando unos personajes que no son sino producto de la descomposición de una sociedad del mismo modo que se descompone el viejo edificio donde cotidianamente transcurren sus vidas.

Vals con Bashir, de Ari Folman (2008)

Resulta bastante complicado comentar esta película; un documental animado realizado por el director israelí Ari Folman basado en las masacres de Sabra y Shatila ocurridas en 1982, en las que murieron miles de civiles (todos libaneses) y cuyas responsabilidades a día de hoy todavía no han sido depuradas. La dificultad reside en que la cinta, como animación arriesgadísima en su apartado técnico, me ha parecido lo mejor que he visto en muchos años y, sin embargo, tras verla, queda un cierto sabor amargo sobre los posicionamientos y alguna que otra justificación repartida a lo largo del metraje. He leído más de una crítica que aclama el valor de la película centrándose en su contenido humano o testimonial. En mi opinión, es precisamente este contenido el que no se puede sino observar desde un punto de vista muy, pero que muy crítico, dados (además) los últimos acontecimientos y el cariz que están tomando los asuntos en la región.

Aún a riesgo de extenderme demasiado, conviene repasar un poco de historia previa para abordar los sucesos que trata la película. Al margen del conflicto general entre Líbano e Israel, cabe recordar que Bashir Gemayel era el líder de la fracción de los autodenominados falangistas cristianos libaneses (F.L.F., leales y dispuestos para con el gobierno de Israel) que disfrutaban del poder en el gobierno tripartito; gobierno que trataba de mantenerse, desde hacía muchos años, en el frágil equilibrio entre cristianos, la OLP y los radicales islámicos (actualmente en mayoría). El asesinato de Bashir en 1982 provocó la réplica de los falangistas quienes, tras acusar del atentado a la OLP (que siempre negó tales hechos), perpetraron su venganza en lo que fue una de las mayores masacres contra civiles de la conocida Guerra del Líbano. La carnicería comenzó la noche del 16 de septiembre del 82 con la suelta de una manada de perros salvajes en un campo de refugiados de Sabra, y se prolongó durante los dos días siguientes con el ataque constante por parte las fuerzas gubernamentales. Hoy se sabe que horas antes hubo una reunión en los cuarteles de las F.L.F. en Karantina y que, entre otros, participaron Ariel Sharon, Amir Druri y Eli Hubaiqa (jefe del aparato de seguridad de las F.L.F.) donde se acordó facilitar la entrada de grupos armados de la seguridad en el campamento de Shatila. Poco después, se vio como se agrupaban estas fuerzas en el aeropuerto de Beirut preparándose para la hora del ataque y, en cuanto la noche cubrió el campamento y sus alrededores, el ejercito sionista israelí comenzó a iluminar con bengalas el escenario de operaciones, donde los falangistas libaneses iban atacando a la población mientras dormía. Los carros de combate israelíes cerraron todas las salidas de socorro de los campamentos, impidiendo la huida  de sus habitantes y , bajo amenaza de abrir fuego, les obligaban a retroceder. Observadores y fotógrafos extranjeros, trabajadores de la Media Luna Roja e instituciones internacionales, coincidieron con el periodista sionista Amnon Kapilock en sus declaraciones: «La matanza comenzó rápidamente y continuó sin interrupción durante cuarenta horas. Miles de personas, inocentes y desarmadas, fueron asesinadas. Durante las primeras horas, las milicias falangistas masacraron a centenares de personas, disparaban contra todo lo que se movía en los callejones bajo la consigna de «eliminar terroristas», matando casa por casa a familias enteras mientras estaban simplemente cenando”.  Debido al eco internacional que tuvo la matanza, el estado hebreo, cuyo ejercito invasor ocupaba ya Beirut, tuvo que constituir una comisión para investigar los hechos, bajo la presidencia de Isaac Kahana, presidente del Tribunal Supremo. La investigación se limitó a culpar a las F.L.F. haciéndolas responsables de la masacre, eludiendo la participación sionista en los hechos, así como la de de las fuerzas armadas leales a Israel procedentes del sur del Libáno de Saád Haddad, limitando la responsabilidad de Israel tan solo a la negligencia y su mala estimación de la situación en aquellos momentos. Por supuesto, la supuesta responsabilidad de Ariel Sharon y Amir Druri (jefe del área norte de operaciones del ejército israelí), se acotó sólo a su participación en reuniones, donde se discutía la entrada de elementos de la falange a los dos campamentos, dentro del marco de una operación de participación falangista para dominar Beirut oeste.

Pues bien, el director Ari Folman realiza sobre estos acontecimientos un documental animado a partir de su experiencia personal como soldado israelí destinado en los alrededores de estos campamentos. 20 años después de los hechos, el soldado sufre una especie de amnesia provocada por el horror de lo vivido. Además, es preso de una pesadilla recurrente en la que una jauría de perros le persigue o corre amenazante al ataque de gentes que desconoce, en otras ocasiones aparecen soldados israelís tiroteados por francotiradores o se ve a sí mismo como un zombie vagando en el aeropuerto de Beirut ahora desierto de gente. Ya no puede más y decide buscar a antiguos compañeros que estuvieron con él en la batalla para que testimonien y den sentido a su pesadilla, pretendiendo con esto esclarecer cuáles fueron esas vivencias que no recuerda y arrancar de su mente la tormenta.
La animación es muy arriesgada, con figuras estilizadas a la vez que realistas, casi siempre monocromáticas rotas por tonos tenues, amarillos y rojizos, acordes a la noche iluminada por bengalas y a los sentimientos de horror e impotencia. A pesar de ser bastante explícita en los detalles de los episodios de violencia (mostrados siempre ajenos al ejército israelí, hay que decirlo), las escenas se centran principalmente en el recuerdo del trauma individual del soldado. Las entrevistas fueron grabadas en vídeo y los animadores se basaron en ellas para confeccionar los dibujos. Destilan cierta megalomanía en planos como la del tanque israelí aplastando vehículos en su avance, u otra en la que el soldado recuerda escapar de un ataque gracias a una mujer gigante que surge desnuda de la playa y le permite flotar postrado sobre su cuerpo. O cómo sobrevive a una emboscada acurrucado en cuclillas tras una roca durante horas, al amparo de la oscuridad y es felizmente encontrado por el regimiento que él mismo abandonó.
Es una película dirigida sin duda al público israelí, que no pretende justificar las masacres de Sabra y Shatila (es más, las denuncia claramente) aunque sí dejar constancia de la escasa o nula vinculación de Israel en ellas, a pesar de que tácitamente lo permitiera, del mismo modo que lo hace el sueño de Folman, que se presenta como una sucesión de realidades que él cree que ha reprimido concluyendo al final en que en verdad nunca las ha experimentado. Folman, en su recorrido en formato de entrevistas, fusiona convenientemente el Líbano de 1982 con la realidad actual, pero también con los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial de su anterior generación, vinculando los sueños referidos a la masacre de los palestinos con la experiencia narrada por los padres del propio Folman en Auschwitz, cuando su amigo le dice aquello de «la masacre ha estado contigo desde que tenías seis años; en realidad tú no participaste en ella, pero te persigue y te hace sentir culpable». La frasecilla tiene su qué… Alguna explicación, auto-justificativa si cabe, habrían de darle, y la película, además de técnicamente buena, sí muestra el drama real de uno de los hechos más vergonzosos de la historia reciente, a pesar de situar a sus soldados como meros espectadores cuya responsabilidad fue únicamente «dejar que ocurriera» sin hacer absolutamente nada para impedirlo… Existiera alianza o fuera un sólo «dejar hacer», no viene mal recordar que sí ocurrió, por aquello de la memoria histórica; aunque la historia, como la memoria, sufran demasiadas veces del enroque al servicio de la interesada propaganda.

Algunos Números sobre Sabra y Shatila:

Fuerzas: Israel – Falange:  Falange Libanesa con apoyo logístico del Ejército Israelí /Refugiados Palestinos: Inexistentes

Muertos: Israel – Falange: 2/Refugiados Palestinos: Entre 700 (cifra israelí) y 6000 (incluyendo desaparecidos)

Combatientes: Israel – Falange: 150 dentro de los campos/Refugiados Palestinos: Población civil desarmada

Comandantes a cargo: Israel – Falange: Ariel Sharon y Elia Hobeika/Refugiados Palestinos: Sin dirección militar

Mongol, de Sergei Bodrov

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Impresionante película épica, rodada en Mongolia y de nacionalidad kazajstana, que nada tiene que envidiar a algunas superproducciones de la industria de Hollywood y sí mucho que resaltar ante estas. La historia de Temudjin (nombre de nacimiento de Gengis Kan) contada desde su infancia, quien sufre la soledad del niño alejado de su tribu (su padre, líder, envenenado por un rival tártaro), supera la adversidad guiado por el Cielo (crueles encarcelamientos para impedir el destino por parte de sus enemigos, entre ellos su ex amigo, Jamukha; o el secuestro de su novia, Borpe), y que, forjado por el fuego de los Dioses (el trueno que todos los demás mongoles temen) unificó a los mongoles y se convirtió en Kan de todos los Kanes para emprender la conquista de medio mundo. Dicen los críticos que la cinta resalta el aspecto más humano del guerrero, su debilidad respecto a su mujer y los valores éticos que profesa para con la tropa y los enemigos. mongolSi bien esto es así, cabe decir que se trata de la primera entrega de un biopic de cerca de 400 horas que, en principio, se servirá al público en tres partes, siendo esta la primera de ellas, en la que nos narra la infancia del héroe y cómo se convierte en líder de su pueblo. Queda por saber qué tratamiento dará el director al resto de la producción; pero centrándonos en esta, lo mejor no es seguramente su argumento, en el que nos presenta un hombre íntegro pero víctima de su propio tiempo, más cerca de un ídolo multicultural que de un despótico emperador. En realidad se trata de un trabajo ajeno a cualquier perspectiva histórica de los conflictos políticos o étnicos que lo definieron, centrando el relato (tal vez en exceso) en cómo los diferentes caracteres o personalidades de los personajes se combinaron para llevar a este hombre al liderazgo. Pero con estas películas siempre sucede lo que con la novela histórica: nos sirven para recrear esos pasajes del tiempo en un contexto que existió, pero adolecen de la credibilidad necesaria para que lo que cuentan sea fidedigno, pues pertenecen, sin duda, a la ficción. large-mongol31Sin embargo, leyendo determinadas críticas da la sensación de que la pretendida humanización del caudillo Gengis kan de la que hace gala la película resulta bastante creíble a más de uno, tal vez porque la historia cuando se ve con la perspectiva de los años pierde su virulencia, y es entonces cuando la leyenda sustituye a los hechos y la idolatría a la denuncia. La realidad del personaje seguramente se acerque más a la de un líder ambicioso que se erige como Kan porque su pueblo está convencido de que así lo habían querido los espíritus, que aniquiló a cuantos se negaban a someterse, desde los Urales a la India, del Mar Caspio hasta Pekín (la muralla más larga del mundo se construye defensivamente por el miedo de sus vecinos chinos), que logró reunir a todos los pueblos mongoles en uno sólo (con no demasiada delicadeza, todo hay que decirlo) para forjar su poderoso imperio, dejando tras sí enormes extensiones de tierras devastadas y montañas de cabezas. Habrá que esperar, pues, al resto de entregas para valorar el acercamiento del director al personaje, aunque tampoco es necesario pedir esa objetividad en el tratamiento de la historia a una película, pero sí lo es partir de la premisa de que estamos ante un producto, como debe ser, para el puro entretenimiento, sin pretender extraer de él más conclusión cultural que esta.mongol21ft7La película es una co-produción de Kazajstán, Rusia, Alemania y Mongolia dirigida por el ruso Sergei Bodrov, quien da la sensación que haber puesto toda la carne en el asador en el proyecto porque es una maravilla en cuanto a dirección y producción se refiere. Las imágenes, auténticas obras de arte fotográficas, juegan con las tonalidades, la luz, los colores, como pocas películas épicas, y la estética en general o el tratamiento de los paisajes abiertos en escenarios naturales son simplemente descomunales. El despliegue de medios, brutal: las escenas de las batallas, cuidadas al extremo, están realizadas con extras de verdad, aquí no hay demasiados trucos informáticos, y no son escenas precisamente sencillas o cortas, pero tienen esa elegancia y a la vez contundencia que sólo el cine asiático sabe darle. La interpretación, a cargo del actor japonés Tadanobu Asano en el papel protagonista roza la perfección y ensombrece al resto, que no es que lo hagan mal (todas están a un gran nivel), pero el trabajo de Asano es simplemente magistral. mongol10tr0El pulso de la cinta, a diferencia de otras producciones occidentales de este corte, es algo lento y se recrea en muchas escenas que tratan de transmitir el contenido humano del personaje, su relación con su mujer y sus dos hijos, con la tropa, sus hermanos de sangre, la tribu, los enemigos… aunque todas bien combinadas con la acción de las batallas, logrando mantener atento al espectador durante los 126 minutos que dura el film. Mongol es, en definitiva, una película de corte épico completamente recomendable, porque no cae en la trampa de rodar un cúmulo de barrabasadas cargadas de efectos a lo «Braveheart» o «300», sino que se centra en la historia del personaje, profundizando en él y en su enfoque humano, y todo ello completado con un buen trabajo general en los demás aspectos. Claro que esto para la industria no ha sido nunca lo más importante, si tenemos en cuenta que Mel Gibson acumuló cinco Oscars y Mongol sólo ha sido nominada como mejor película de habla no inglesa y siquiera se han molestado en doblarla para su presentación en las salas comerciales. Aunque a los que nos gusta el Cine nos resulta mucho más atractivo escuchar el film en mongol (suena estupendamente) con sus correspondientes subtítulos. A mí, personalmente, me ha gustado mucho, no se me han hecho largas las más de dos horas de duración y estoy deseando que salga la segunda parte de la trilogía para verla; y ojalá pueda ser, como esta, en la sala de cine, porque es realmente espectacular. Vedla, merece la pena de verdad.