Las vidas posibles de Mr. Nobody, de Jaco Van Dormael

Dicen los físicos que el aleteo de una simple mariposa en Londres puede desatar un huracán en Hong Kong. La afirmación, que para provenir de la ciencia tiene unas connotaciones poéticas sorprendentes, alude a la interrelación causa-efecto que se da en todos los eventos de la vida, a cómo un simple cambio en alguno de sus factores provocaría grandes resultados en otros parámetros espacio-temporales. En El fin de la eternidad, Isaac Asimov creó una dimensión espacial en la que Los Eternos tenían la capacidad de realizar pequeños cambios en la historia a fin de mejorar el presente y el futuro venidero. Los cambios eran tan nimios que resultaban imperceptibles para quienes vivían en la época; sin embargo, cambios mínimos necesarios originaban grandes consecuencias para la posteridad. También Ray Bradbury, en su relato El ruido del trueno, hace viajar a los protagonistas a través del tiempo hasta la prehistoria, donde accidentalmente matan una mariposa. Cuando regresan, el mundo es totalmente distinto al que conocían en un principio. También el cine se ha hecho eco en más de una ocasión de esta teoría: la película «El efecto mariposa» de Fernando Colomo, desde el género de la comedia, abordaba los devaneos de un joven en Londres enamorado de la Teoría del Caos, aunque en este caso las consecuencias se daban tan solo en el ámbito personal. O Tom Tykwer en Corre, Lola, Corre, donde retrata tres realidades diferentes para la protagonista, que fracasa al disponer de solo 20 minutos para salvar a su novio  por cien mil marcos, pero tiene la oportunidad de volver a empezar la carrera cada vez que no logra el objetivo, desencadenando consecuencia distintas a partir de cambios mínimos en el comienzo de la cadena de sucesos.

¿Que sería ahora de nuestra vida si en determinado momento hubiésemos tomado una decisión distinta a la tomada? ¿O si no hubiésemos hecho o dicho aquello en una ocasión precisa? En esta encrucijada sitúa Jaco Van Dormael a Nemo Nobody (un espectacular Jared Leto), el último hombre que morirá de viejo en el mundo a los 118 años. Porque en el presente de la película, la evolución humana ha hecho que envejezcamos hasta el infinito y la muerte nunca llegue de viejo a nadie. Hipnotizado por su médico y con un periodista para dar testimonio, Mr Nobody revela a los habitantes de un futuro venidero diferentes momentos de su vida desde la perspectiva de tres o cuatro Nemos distintos, cada uno determinado por diferentes decisiones tomadas en su pasado. Es una película compleja, los distintos acontecimientos no se relatan de manera lineal y el director cambia ágilmente entre momentos que corresponden a sueños hipotéticos y los recuerdos reales. Bastante lejos de lo que sería una vida narrada en flashback, plagada además de alegorías, parábolas y algunos apuntes didácticos sobre la teoría del caos, física cuántica o especulaciones cosmológicas sobre determinismo y entropía. Van Dormael ofrece decenas de soluciones distintas para una vida dependiendo de una mínima decisión susceptible se ser cambiada y, si el espectador logra llegar al final, aunque a veces nos parezca perdernos, disfrutará con el sentido del conjunto.

Casi 30 millones de euros no es un presupuesto baladí para una película europea. Pero el resultado es palpable en cada ajuste, en la atención al detalle de cada fotograma y hasta en los cortes musicales, cuya acomodación es casi perfecta. Los hilos de las vidas posibles del protagonista se entrelazan, se ramifican, despegan para situarnos cada vez en momento distintos diferenciables a menudo solo por el tono y el color. La cámara fluye a través de pinturas, cartas, fotografías, recuerdos, mundos artificiales, sueños o fantasías en el espacio para regresar a la realidad del momento. Con numerosas referencias a la ciencia, la filosofía, el arte, la historia del Cine e incluso al esoterismo, el director belga nos ofrece una película realmente entretenida y que a la vez invita a pensar en la vida de cada uno de nosotros. Catorce años han pasado desde que rodó su último largometraje y, por ahora, solo tres en su haber. Estupenda película de un director a seguirle la pista, esperemos que en el futuro nos ofrezca sus trabajos de manera menos dilatada.

Ex Drummer

Políticamente incorrecta, transgresora, destructiva, esperpéntica, underground, ultraviolenta, bizarra, desagradable, gamberra, escatológica, enferma, morbosa… todo estos calificativos, y algunos más que me dejo en el teclado, los tendría bien merecidos Ex Drummer si me atreviese con el ejercicio de analizar una a una las escenas que va escupiendo la ópera prima del belga Koen Mortier durante los 100 minutos aproximados que dura el metraje, plagado de una carga de humor negro y mala leche para la que no encuentro parangón, ya que lo más similar a comparar (y nunca en su argumento) serían cintas como «El club del suicidio» de Tomoki Hasegawa, «Pink Flamingo» de John Waters o «Visitor Q» de Takashi Mike, pero todas ellas tienen un sentido distinto al pretendido por este novel director (al menos yo lo entiendo así), que elabora una violentísima tragicomedia a partir de la historia de un afamado escritor que no sabe nada de música, pero ávido de obterner material «in situ» para su nuevo libro, y también de salir del aburrimiento en el que está inmersa su vida cotidiana, se involucra en el desesperante rol de una banda de punk-rock integrada por tres minusválidos que son auténticos deshechos sociales, como si los hubiesen sacado directamente de los infiernos del subsuelo belga.

Koen (Norman Baert), cantante del grupo, añade a sus pintas de skin head la particularidad de que vive literalmente «cabeza abajo» y de ser un peligroso violador compulsivo. Jan (Gunter Lamoot) toca el bajo; instrumento un tanto extraño para un hombre que posee un sólo brazo… el otro lo perdió tras una complicada experiencia onanista. El tercer miembro es Iván (Sam Louwyck), guitarrista de la banda, sordo total, que tiene una mujer drogadicta y una hija pequeña a la que ninguno de los dos cuida. Pero falta un batería, cuya única condición es que sea también dicapacitado. Oferta que va a venirle al pelo a Dries, nuestro liberal escritor (economía más que aceptable, estilo de vida minimalista aderezado con cocaína, menage a trois, peluquería, gimnasio y mierdas similares), cuya «discapacidad» consiste en no saber qué son unas baquetas; aunque resulte ser lo de menos, porque qué discapacidad puede ser más grave para un batería que no tener ni idea de música?… Después de algúna que otra divagación y cálculo acerca de que una celebridad intelectual es justo lo que necesitan, los tres aceptan pulpo como animal de compañía y Dries logra integrarse en la banda.

Si bien los componentes del trío protagonista son a cual más repulsivo, auténticos símbolos de la disminución de la civilización occidental, y muestran de forma más que convincente cómo los diversos mecanismos del sistema social contemporáneo pueden conducir a comportamientos realmente inhumanos, nuestro escritor y protagonista del film resultará ser el peor de todos, un esperpento carente de fantasía e inspiración que, cual vampiro, subsiste chupando de las experiencias de los demás; un personaje nacido para hacer el mal, un manipulador sin escrúpulos que se convertirá dentro del grupo en dios y diablo al tiempo, que manejará a unos y otros hasta conseguir provocar una auténtica carnicería entre ellos, sabiendo salir bien parado e impoluto de las situacioes que maquiavelicamente va provocando. Respecto a este personaje, Mortier asegura haberse inspirado en Georges Bush para su diseño, y en una entrevista llega a afirmar: «Se puede pensar que hay muchas diferencias entre uno y otro, pero si te fijas bien, ambos tienen unos cuantos muertos a sus espaldas y, sin embargo, eso no les impide sonreir o salir tranquilos de sus casas a pasear al perro».

La película no es plato para cualquier estómago. El nihilismo que la recorre hace de éste su virtud y a la vez su propio defecto. La atormentada atmósfera que destila logra que el discurso se mueva en peligrósos límites, no censurando la sociedad autodestructiva, enferma y amoral que retrata, en la que el personaje que sale mejor parado es el que no pertenece al submundo marginal, que al tiempo es el más inmoral de todos y, casualmente, el más normal sociológicamente comparado.
No es una mala película. Reconozco, dos semanas después de haberla visto y cuando ya se me han pasado sus efectos, que a mí llegó a gustarme (llamadme lo que querais, pero así es). Será desagradable y grotesca, pero la recorre un negrísimo sentido del humor. Es como ver un cómic gore, plagado de escenas desapacibles, caricaturescas y exageradas, insultando al mundo y a su ética en casi todos sus frentes-fotogramas de modo tan excesivo que acabas riéndote de una violación, un asesinato o una paranoia desquiciada. Y entonces te sientes miserable y culpabable por esa carcajada y apagas el DVD. Lo que sucede es que al final del film, cuando ya has visto tantas escenas de este tipo, no le concedes importancia alguna… hasta que pasa un rato y caes en la cuenta de que Mortier ha jugado demasiado contigo, con tu sentido de la lógica y de lo correcto, y lo que es peor, con tu sentido de lo ético… o no, o quizá sucede que tu acojone te ha hecho perderte un final realmente redondo?

Pues valga como premisa, por si teneis oportunidad de verla… Personalmente, después de casi dos horas acostumbrando la vista a la basura de semejantes personajes, y el oido al insulto constante de su obsceno lenguaje, me pone de muy mala leche sospechar que en el fondo algunos de esos tipos no son tan raros o diferentes al vecino; o a lo peor, a alguna parte de mí misma… Lo que sí es seguro es que a Koen Mortier, por si acaso, le seguiré la pista. Y que, aunque álguien me cuente como acaba, volveré a encender el DVD para ver el final de Ex Drummer… pero no por ahora, de momento. Prefiero, más adelante, regresar sobre él por el puro placer de mi macabro recreo.