Estreno de «Submarino», de Thomas Vinterberg

Con guión y dirección de Thomas Vinterberg, se estrena hoy, 3 de agosto, la película Submarino. Presentada por primera vez en la pasada edición del Festival de Berlín, los que vivimos en Valencia tuvimos oportunidad de verla el pasado junio en el Festival Cinema Jove, donde obtuvo la mención especial del jurado.

Estupenda película que trata la historia de dos hermanos separados siendo niños a causa de una tragedia familiar. Su vida estará marcada desde entonces por la violencia, la desesperanza y la degradación. Pasados casi treinta años, sus caminos vuelven a cruzarse. Vinterberg trata con impresionante sordidez el drama humano de ambos, constantemente marcados por el sentimiento de culpa y la dura infancia, que pesa sobre sus vidas como una losa, apoyado por una excelente fotografía de tonos grises y fríos, abandonando por completo el estilo Dogma con el que comenzaba su carrera en la aclamada «Festen«. En cuanto al elenco, vale la pena ver la excelente actuación de Jakob Cedergren en el papel protagonista, soberbia interpretación que imprime al personaje la carga dramática justa, de manera bastante contenida, a pesar de la tremenda dureza de cuanto se narra.

Quienes estéis interesados, podéis leer la reseña completa en este enlace. Dejo el trailer del estreno, en idioma original y con subtítulos en inglés, porque a pesar de que los gestores de nuestras salas se hayan decidido a proyectarla, todavía no he podido encontrar ese avance subtitulado en nuestro idioma. No creo que dure muchas semanas en cartel, en cualquier caso, no se la pierdan.

Submarino, de Thomas Vinterberg

Submarino, película dirigida en 2010 por el danés Thomas Vinterbereg, se presentó en la sección oficial de la última edición del Festival de Berlín y se estrenará -siempre presumiblemente- en otoño en las salas comerciales españolas. En Valencia hemos podido verla porque se han programado dos proyecciones esta semana dentro de la 25 edición del Festival Internacional Cinema Jove y, obviamente, casi ningún lector de este blog puede acceder a fecha de hoy a la película, porque no está todavía disponible en DVD y el trailer está en danés, a menos que viva por aquí y además haya asistido a las sesiones matutinas del festival, subtituladas y entre semana, en la Sala Berlanga del antiguo teatro Rialto. Tampoco quiero hacer demasiados spoiler, así que en este caso me lanzo al comentario arriesgándome al escaso debate que pueda generar cuanto puedan leer aquí. Motivo: se trata de una extraordinaria película que ofrece una historia impresionante, intensa y emocionante, con algunas brillantes actuaciones y las marcas de -me arriesgo a decir- otra obra maestra en la carrera del danés, que se puede sentar al lado de Festen sin que ninguna le haga sombra a la otra. Y me refiero a una cuestión exclusivamente comparativa de calidad cinematográfica, pues si Festen introdujo el concepto del Dogma en la industria del Cine, nada que ver con ello tiene su última propuesta, que para empezar está rodada en 16 mm y para continuar no cumple con casi ninguna de las premisas establecidas en el mencionado dogma.

Con Submarino quedan atrás casi todos los elementos por los que se decantó el director tras el éxito con Festen. También quedan atrás ciertos aires de genio que llevan a Vinterberg  a cruzar el Atlántico para probar suerte en la industria de Hollywood, en la que produce un puñado de películas poco afortunadas y totalmente obviables. Submarino no tiene nada que ver con las historias intrincadas de pesado simbolismo y cinematografía  de corte experimental -no me refiero a Festen, sino a su carrera posterior-, ni con temas pretendidamente complejos resueltos con presura a ritmo de exigencias de productora y presupuesto. Tampoco es una película Dogma, pero sí es algo así como el regreso a un estilo narrativo más sencillo y  limpio, que evita manierismos en los virajes sentimentales y que trata como asunto principal la paternidad y las relaciones entre hermanos desde una perspectiva exclusivamente masculina, lo que le añade ese punto de originalidad que la hace a priori muy atractiva.

Los protagonistas son Nick y su hermano menor (de quien creo que no se cita el nombre en ningún momento). Ambos sufren en su infancia una experiencia traumática que marcará el resto de sus vidas. Tras un breve prólogo en el que nos  muestra a ambos siendo niños (no desvelaré cuál es el suceso traumático), la película nos traslada 30 años después. Nick (Jacob Cedergren) es un hombre frustrado y agresivo que acaba de salir de la cárcel, una especie de alma pedida cuyos consuelos son su vecina Sofie y la bebida. El hermano menor sobrevive solo con su hijo Martin. Vinterberg nos muestra la desoladora historia de ambos deambulando por su lado hasta que vuelven a encontrarse cuando, al fallecer la madre, heredan una suma de dinero. Película dura de ver -advierto- sobre los traumas de personas que, con estos u otros pesados pasados, bien podríamos encontrar cada día en la calle. El título hace referencia a un método de tortura que consiste en sumergir la cabeza del torturado bajo el agua hasta rozar la asfixia, para dejarle tomar entonces un poco de aire y otra vez al agua hasta que hable, se retracte o vaya a saber qué. La vida de los dos protagonistas consiste en algo semejante: siempre buscando una oportunidad para reconstruir su vida, pero el trauma de la infancia y la culpa pesan tanto en su alma que irremediablemente vuelven a sumergirse en el fango, como una lacra que marca constantemente su existencia. Son personas que han tocado fondo, de las que podemos aborrecer cuanto hacen pero que, sin embargo, nos hacen sentir cierta simpatía hacia ellas, quizás lástima, lo que es indudable es que Vinterberg logra que el público empatice con sus personajes, que no son sino un alcohólico violentísimo y un heroinómano que, para más señas, tiene a su cargo un hijo de corta edad. Podría haber sido un dramón insufrible a manos de cualquier otro director más mediocre, pero una excelente medida entre el necesario elemento dramático y el realismo más sórdido hacen que la película fluya de manera absolutamente natural y coherente, sin excesos en cuanto a sentimentalismo ni llegar al extremo de convertirse en un film de realismo social a lo Ken Loach. A ello contribuye decisivamente la excelente actuación de Jacob Cedergren, interpretando al Nick adulto. Personaje tosco, rudo y violento, que exuda en cada gesto su ira reprimida, siempre al borde del abismo, pero que también sabe transmitir magistralmente, con su mirada sincera y algún titubeo gestual, una gran vulnerabilidad: hay cierto dejavú del joven Marlon Brando en esta interpretación, ahí puede estar la clave, el secreto de que esta película resulte tan conmovedora.

En el plano visual también está muy bien construida. Las escenas del comienzo están subrayadas por una poderosa luz blanca que se contrapone con las tonalidades grises de Copenhague cuando son adultos, en la que vemos a Nick avanzando con su bolsa de deporte entre los edificios de un barrio sucio y desaliñado tan triste como su propia existencia. O tan auténtico como cuando el hermano de Nick (Peter Plaugborg) se mueve entre lúmpenes sin hogar o consumidores de heroína en la estación de tren mientras observa a una madre consolando a su hijo que llora en el cochecito, escena que de alguna forma deja patente la división de la conciencia entre su adicción a las sustancias y su responsabilidad para con su hijo de seis años. El final es una secuencia en una iglesia, donde de nuevo es omnipresente la claridad, y hay alguna similitud con la escena del principio, cuando se ve a los dos niños buscando un nombre en la guía telefónica con el que bautizar al bebé en el salón de su casa, para que todo sea como debe ser, como una vida que debería ser normal, mientras la madre yace tendida en la cocina abducida por una botella de vermú

El ritmo narrativo es más bien lento, con numerosos primeros planos de los protagonistas de longitud diversa donde parece que no sucede mucho. Sin embargo, estos factores no distraen la atención ni son fuente para el aburrimiento, más bien acompañan en simbiosis perfecta la estructura y la oscuridad en la que se mueven los hechos que narra la película. A lo que se suma siempre el sonido eminente y la envolvente banda sonora (el responsable de ello es Kristian Eidnes, quien también estuvo a cargo en la reciente «Anticristo«) que subraya constantemente esas naturalezas al borde de la vida y del abismo. Tomen buena nota de este título, escríbanlo en un posit y cuélguenlo en la nevera, pero no olviden este nombre ni dejen de verla  en cuanto esté disponible en cualquier formato. Si en Festen se narraba la desintegración de la familia, Submarino nos muestra una detallada imagen del peso social de los adultos en la vida de nuestro descendientes y la lucha por mantenerse unidos, con un hermoso y logrado equilibrio entre el amor fraternal y paternal en constante pugilato con la fría realidad que, como muchos, sin elegirla, les ha tocado vivir.

Flame y Citron (Ole Christian Madsen, 2008)

Una de las propuestas más interesantes de la actual cartelera es esta película danesa ambientada en 1944, durante la ocupación nazi de Copenhague. A diferencia de otras cintas sobre la Segunda Guerra Mundial en Europa, la ambientación en un escenario para muchos desconocido, lejos de los habituales (Francia, Alemania o Italia), igual que lo fue El libro Negro en Holanda, lo que sienta un punto de interés para el espectador, cansado quizá de ver películas en los mismos lugares o de corte similar. Además, la propuesta se aleja del melodrama bélico recurrente y la trama es presentada como si se tratase de un film noir con todos sus ingredientes, femme fatale incluida.

El director Ole Christian Madsen, quien temporalmente había formado parte del grupo Dogma, reconstruye la historia de Flame y Citron, dos leyendas de la resistencia danesa, frente al paseo que supuso para Hitler la entrada en Dinamarca, donde encontró un pueblo mayoritariamente sumiso, si no con  un número importante de  dispuestos  colaboracionistas, que convirtió la invasión del país en un juego de niños. Flame y Citron son personas que llevan una vida normal que, de la noche a la mañana, pasan a formar parte de uno de los escasos grupos de resistencia a la intrusión. Ambos frecuentan los lugares de siempre y conocen a casi todos los partidarios del nuevo régimen. Hacen su trabajo por convicción pura y su objetivo son los colaboracionistas que han accedido a puestos de relevancia política u obtenido beneficios económicos con la entrada de los alemanes. Pero su militancia se va a ver envuelta en una trama de traiciones, sospechas, manipulaciones, falsas pistas y las propias contradicciones internas de cada cual a la hora de matar, que resultarán ser lo mejor del argumento.

Acompaña el cuidadísimo guión una esmerada fotografía, elaborada con mimo en cada plano, muy trabajada en cuanto a iluminación y color se refiere, sacando buen partido del zoom y de la cámara pegada a la piel de los personajes que otorga realismo y credibilidada a los hechos que se narran. Destacan también las interpretaciones, tanto de Thrue Lindhart (en el papel de Falme), flemático pero a la vez categórico, como la de Mads Mikkelsen (como Citron), en un papel más apasionado y visceral, pero ambos muy bien coordinados y dibujados, que son quienes mantienen el buen pulso del film hasta el final.

Un film muy interesante, que narra la misma historia desde otra perspectiva, sin caer en el victimismo fácil de temas ya sobradamente tratados por la cinematografía. Tal vez el único reproche que se le podría hacer es tender a exagerar algunas situaciones o recurrir a algún que otro convencionalismo introduciendo la típica escena del tiroteo (cuando tratan de detener a Citron refugiado en una casa que creía segura) con infinidad de cristales rotos y, por supuesto, nuestro héroe arrasando en solitario con quien pretenda capturarle. Al margen de alguna situación de este estilo, es una buena película, con una producción muy elaborada y bien diseñada, tanto por lo que a la trama se refiere (nada que envidiar a un buen film negro norteamericano años 40), como a los hechos que narra, entre otros, que no llegaron a 1000 las personas que se organizaron en Dinamarca contra la ocupación nazi y que el resto de la población bien colaboró con la invasión, bien no opuso resistencia alguna.

No se trata de remover conciencias o desenterrar viejos fantasmas, pero cuando corren tiempos en los que se tiende a descalificar la publicidad sobre ciertos hechos históricos que parece a algunos molestan, acusando a quienes lo reviven de promover viejos odios, todo ello en nombre del famoso «pasar página» y convivir en paz con todos, conviene en primer lugar tener conocimiento de esa historia que se pretende olvidar tan fácilmente; porque está bien eso de pasar la página de la historia más negra de cada cual, pero puestos a pasar página  es necesario, para ser justos, haber hecho primero el ejercicio de leerla.