Érase una vez en Anatolia (Once upon a time in Anatolia), de Nuri Bilge Ceylan. 2011.

Como la cartelera no anda para demasiadas fiestas, buceamos en la red para sacar a flote películas que jamás llegan a nuestras salas. Es el caso de la última de uno de los más sublimes estetas del cine moderno, el turco Nuri Bilge Ceylan, que no vine sino a confirmar su gran talento, su capacidad de sorprendernos con mucho más en cada una de sus propuestas.

Delicias como esta nos introducen en una sensación de magia, porque de vez en cuando, en este mundo de vacuidad, tal belleza aparece. La primera mitad sigue una caravana de tres automóviles a través de colinas sinuosas y caminos de estepa en Anatolia. En la oscuridad de la noche, dos asesinos confesos tratan de recordar donde enterraron un cadáver. Junto a ellos, el jefe de policía (Yilmaz Erdogan), el fiscal (Taner Birsel), el forense (Muhammet Uzuner), dos excavadores, otros policías y los conductores. Poco a poco las imágenes conquistan la mente. Son silenciosas, pero llenas de violencia; vacías, pero cargadas de secretos. La noche se prolonga hasta despuntar el día, el cuerpo del delito no se encuentra y los hombres  están más y más cansados. Gran parte está filmada en la oscuridad iluminada solo por los faros de los coches o una lámpara del pueblo donde se detienen a descansar. Aparentemente poco sucede y, sin embargo, todo es más complejo de lo que aparece a primera vista. Vivimos tiempos en los que todos somos culpables de algo, el cuerpo del cadáver es solo el medio para construir una epopeya acerca de los sentimientos ocultos, la emoción reprimida, la culpa, la justicia, el miedo, el existencialismo, la mentalidad provinciana y hasta el futuro de Turquía como parte integrante de una Europa en constante construcción y deconstrucción. Y funciona, porque Ceylan ofrece una simbiosis perfecta entre forma y contenido: el cadáver significa cosas diferentes para cada uno de ellos y Ceylan es el forense que nos muestra la autopsia existencial de sus personajes y de su Anatolia natal.

En la segunda mitad, cuando la noche deja abrir el día, la película inevitablemente pierde algo de su mística. Los caminos se dirigen entonces a  revelaciones que cuestionan el valor de conocer la verdad. El día descubre los relatos que el director dibuja con un trazo casi impresionista: unas cuantas pinceladas, un puñado de frases dejadas caer le bastan para sugerir e insinuar un crisol de sentimientos. No en todos los momentos logra la genialidad, pero en cada uno de ellos consigue, al menos, capturar un retazo de vida. Hacernos participar de la fatiga del equipo, de las impresiones de cada uno, de su particular drama. Solo unas pocas líneas de diálogo y primeros planos increíbles de sus caras bastan para desplegar el mundo particular de cada cual entre conversaciones banales acerca del yogur de búfala, males de próstata o leyendas urbanas. Un abanico de historias para todos los gustos: las hay ingenuas, sucias, viscerales, desafortunadas y hasta estúpidas. Todo lo muestra el director mediante una ensalada de colores tenue servida por la fotografía de Gökhan Tiryaki, supervisada por el propio Ceylan, con una elegancia en sus miradas capaz de hacer de un caserío perdido en medio de la estepa de Anatolia el lugar más acogedor sobre la tierra. El cine es como los sueños, una gran mentira, pero también una gran gozada. Puede que con el tiempo merezca la etiqueta crítica de obra maestra, de momento va por delante el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes. De lo que no cabe duda es que no me importaría ver las dos horas más que Ceylan cortó en el montaje para dejarla servida en 157 minutos. Excelente, sin más.

La Caja de Pandora (Yesim Ustaoglu, 2008)

La caja de PandoraLa caja de Pandora, quinto film de la cineasta turca Yesim Ustaoglu, galardonado con la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián, destapa la caja de los truenos cuando la vida de tres hermanos que ya no cumplen los cuarenta se ve momentáneamente alterada por la desaparición de su anciana madre, enferma de alzhéimer, y tienen que partir en su búsqueda hacia su pueblo natal, en la costa montañosa del Mar Negro. Un viaje físico donde se destaparán viejas rencillas, diferencias en cuanto a modos de abordar el presente o el futuro, incluso el pasado; una prueba de la vida en la que deseos, miedos y frustraciones saldrán necesariamente a la luz cuando, por fuerza, la nueva situación hace necesario aunar esfuerzos y relajar diferencias para lograr salir airosos adelante. Pero también es un viaje hacia el interior de las relaciones humanas, hacia como se afronta la incómoda realidad de la vejez, la enfermedad, los prejuicios acompañantes y, en definitiva, la soledad que acarrea casi siempre la cara b de la vida, esa parte menos grata que de vez en cuando a casi todos, de un modo u otro, nos toca afrontar.

Relato contundente, radiografía dura y demoledora que no incurre en el melodrama lacrimógeno, hecha con ritmo pausado pero con suficiente sensibilidad, logra adentrarse en cada uno de los personajes y transmitir de forma más que correcta sus contradicciones y sus sentimientos. Y al tiempo que lo hace, nos ofrece un buen retrato de algún que otro asunto latente en la sociedad contemporánea, de la hipocresía, insolidaridad e individualismo frente a los débiles o enfermos cuando ya no cumplen un papel social activo, de los grandes contrastes todavía existentes entre el medio urbano industrializado y el rural y, como no, de la relaciones generacionales siempre conflictivas que, en este caso, se resuelven mediante un extraña pero positiva sintonía entre la abuela, excelentemente interpretada por la francesa Tsila Chelton, papel que le valió la Concha de Plata a la Mejor Actriz, y el nieto, un adolescente que todavía no ha encontrado su rumbo, a cargo del joven actor Onur Unsal , con una interpretación menos brillante, aunque aceptable.

Hasta aquí los aspectos más interesantes y destacables, porque la película  fracasa a la hora de abordar los temas con pulso y  ritmo narrativo suficientes. No se trata de que sea excesivamente dilatada, que lo es, ni de que abunden o no los largos silencios; el cine está lleno de ejemplos con construcciones en la que solo intervienen determinadas miradas o gestos cargados de contenido y significado, y se pueden construir magníficas secuencias basadas únicamente en  imágenes,  precisamente el mejor arma del lenguaje del cine. Lo que sucede es que la película insiste machaconamente durante casi dos horas en la misma idea, a base de hacer pasar a la abuela por la casa de los tres hermanos y posteriormente regresándola al pueblo con el nieto, para decir una y otra vez lo mismo, sin avanzar hacia ninguna parte. Y lo que durante la primera media hora resulta interesante, decae en la segunda; hacia mitad del film miradas al reloj y cambios de postura en la butaca porque no se nos ha contado absolutamente nada desde hace demasiado tiempo y no se ha ofrecido otra cosa que reiterarse en los aspectos más grises de la realidad humana. Y la sensación que queda es la de haber asistido a una buena radiografía de personajes, tal vez demasiado apagados, intrincados, ásperos, y a un retrato de la vejez que no por su obstinada sensibilidad deja de caer en el exceso enfático sobre un mundo observado desde cierta óptica exageradamente triste  y  amarga.

Tres Monos, de Nuri Bilge Ceylan (2008)

three-monkeys-cartelPocos son los cineastas capaces de expresar tantas cosas sólo con su cámara, con las mínimas palabras. En «Tres Monos» casi no hay diálogo, sólo un puñado de frases, sobrias, las necesarias para conformar el guión. Todo lo demás lo hace Nuri Bilge Ceylan con su objetivo y una dirección de actores excepcional, con sus largos y estudiados planos fijos,  asombrosos encuadres, expresivos silencios y esos gestos y miradas siempre sugerentes. Escenas en las que se dice lo justo y evitan lo superfluo pero que logran adentrarse poderosamente en la mente de cada uno de los personajes para explorar la complejidad del alma humana.

«Tres monos» es la historia de una familia turca de tres miembros, en la que el padre, chofer y hombre de confianza de un reconocido político, acepta una suma importante de dinero a cambio de declararse culpable por la muerte de un hombre atropellado por su jefe en un accidente automovilístico. 2519940462_f30c05d16eSu familia seguirá cobrando el salario mientras cumple su condena, pero la nueva situación sacará a la luz viejas contradicciones y mentiras que harán resquebrajar las relaciones entre ellos,  viendo como sus planes comienzan a derrumbarse. Pero ante la perspectiva del fracaso económico y personal, prefieren ignorar la verdad actuando como los conocidos tres simios que se cubren los oídos, los ojos y la boca: no ver, no oír y no decir nada para protegerse cada cual del propio sufrimiento.2519131797_b31b73edb2Una película dura, intensa y profundamente emotiva, en la que no hay cabida para episodios descriptivos y sólo se centra en los personajes, dibujando perfectamente la tormentosa relación y su evolución. Sus puntos fuertes son la buena interpretación de los actores, la profundidad y energía de la fotografía y, sobre todo, una dirección ejemplar.vlcsnap-13650194El director otomano se ocupa, además, del guión de la película, del montaje, la realización y la fotografía, esta última, profesión de la que procede. El tema de las relaciones familiares como espejo de la vida social ya había sido tratado con anterioridad por Ceylan en la película «Los climas»; película que fue presentada en el festival de Cannes en 2006, aunque en este caso se basaba en las relaciones entre una pareja.2519124793_3a0f581318Es autor, además, de «Kasaba» (1997) y «Nubes de mayo» (1999), ambas seleccionadas en el festival de Berlín, y de «Uzak», galardonada en Cannes en 2003 con el Gran Premio del Jurado y el premio a la mejor interpretación masculina. «Tres monos» obtuvo el premio al Mejor Director en el pasado Festival de Cannes y es la película seleccionada por Turquía como candidata al Oscar como mejor película extranjera, aunque no ha logrado colarse entre la lista de nominadas para este premio.2519948914_84d699c4a4Con Tres monos, Nuri Bilge Ceylan muestra una gran madurez como director y una armonía casi perfecta en la utilización de los medios técnicos, sobre todo en lo que a imágenes se refiere, y también en la realización, a pesar de que su equipo habitual es casi artesanal y se limita a un estudio creado en el ámbito familiar en el que su mujer, la escritora Ebru Ceylan, participa en la confección de los guiones (aunque, al igual que el propio director,  a veces ha participado en el elenco) o él mismo digitaliza la fotografía.vlcsnap-13660944A pesar de que en la cinta sólo actúan cuatro personajes, la ambientación de muchas escenas deja entrever sutilmente situaciones cotidianas de su país, como las contradicciones entre un estado laico y el mundo islamista, la persecución del pueblo kurdo o la presencia casi constante de los militares en la vida cotidiana en una especie de estado de excepción ya habiual, que se corresponde a modo de metáfora con el comportamiento de los personajes, el pulso lento pero intenso de la película, la fotografía sombría, el escaso estetismo visual y el desenlace  tormentoso de la vida familiar presente en casi toda su filmografía. Recomendable, a pesar de que figura fuera de los círculos comerciales en España y, como no, sin fecha de estreno prevista.