El gourmet solitario, de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi

A nadie se le escapa que la cultura del cómic en Japón es mucho más abundante y diversificada que en el mundo occidental. El manga es todo  un hito intrínseco al ocio nipón, y la variedad de producción dirigida a sectores concretos de la sociedad encuentra en aquel país su paradigma. En Japón, del mismo modo que se editan mangas infantiles, claramente diferenciados los orientados a niños o niñas, existe una gran producción de manga dirigido al público adulto, a la vez muy especializado, atendiendo a los diversos aspectos de la vida y sectores sociales de su cultura. La consecuencia es una diversidad editorial ingente,  mientras todos encuentran su público, ya que existe manga para casi todos los terrenos culturales, lúdicos o profesionales: los hay sobre historia, sobre economía o negocios, sobre amas de casa, sobre informática, sobre samurais, videojuegos o sobre Gon…  y un género que tiene su público específico y fiel es el manga gastronómico.

El gourmet solitario, dibujado por Jiro Taniguchi y con guión de Masayuki Kusumi, se enmarca dentro de este último sub-género. Casi todos hemos ido alguna vez a un restaurante japonés, hay que reconocer que en los últimos años este tipo de establecimientos han adquirido una dimensión considerable dentro de nuestra oferta gastronómica. A estas alturas resultaría ocioso insistir, por tanto, en la riqueza culinaria japonesa. Lo que seguramente es menos conocido es la riqueza gastronómica existente en Japón en su vertiente más popular, que es la que va degustando el protagonista de esta obra, Goro Inokashira, a lo largo de los 19 capítulos, que se corresponden con 19 ubicaciones de Tokio y provincias. Inokashira es un comerciante que se mueve de un lado a otro, siempre solo, para visitar a sus clientes. Cada día es una ocasión para conocer un nuevo lugar o  redescubrir otro que evoca recuerdos de su pasado. Con ellos su gastronomía, aquella que tiene un carácter de masas y es menos conocida en los restaurantes japoneses occidentales. Arroz en sanya, kichijoji, mamekan de asakusa, yakimanju de anguila, jetbox de sumai o arroz hayashi son algunos de los placeres culinarios que nos ofrece la lectura de este manga, junto a otros platos occidentales, o de origen chino, coreano o sub-asiático, todos convenientemente adaptados a los gustos y costumbres japoneses.

Pero también da buena cuenta de la cultura culinaria que recorre a las gentes de este país, para los que la comida va más allá de lo puramente alimenticio, constituyéndose en todo un ritual y una auténtica aventura en cada episodio. El equilibrio entre los distintos manjares es, además de  una de las claves del buen yantar , uno de los aspectos más cuidados por el trajeado Inokashira, para quien seguramente supondría toda una aberración vernos a los occidentales comer pan acompañando a unos espaguetti. Una lectura curiosa y muy agradable, porque más allá del interés puramente gastronómico, El gourmet solitario nos va ofreciendo, siempre de manera muy sutil, pequeños y exquisitos bocados de la sociedad japonesa contemporánea, junto a múltiples detalles que nos hacen ir descubriendo el carácter del protagonista (siempre de manera no explícita, casi insinuante), que hacen que este manga trascienda lo puramente gastronómico y nos permita reflexionar y comprender un poco mejor la idiosincrasia del pueblo japonés.

Bajo el aire (Osamu Tezuka)

No es lo que más abunda entre la literatura gráfica de mi pequeña colección, y mucho menos me considero una otaku, pero de vez en cuando me gusta leer algún manga, y si vienen firmados por el 漫画の神様 (manga no kamisara, dios del manga, en japonés) y son de la calidad de «Bajo el aire», pues me quedo profundamente satisfecha de mi adquisición. Porque Osamu Tezuka (Osaka, 1928-1989) es el autor más importante de la historia del cómic de Japón, ya que, gracias a él solito y a sus aportaciones, el manga es hoy tal como lo conocemos, tanto a nivel narrativo como gráfico; incluso, comercial. Con 19 añitos ya revolucionó completamente el mundo de la historieta en su país, que hasta entonces consistía en tiras de cuatro o cinco viñetas que se publicaban en la prensa, sacándose de la manga (nunca mejor reiteración) una historia de casi 200 páginas: «Shin Takarajima» (La nueva Isla del Tesoro). Posteriormente vinieron trabajos más famosos, como «Astroboy» o «La princesa caballero«.
Tras este exitoso período, Tezuka monta su propia productora para hacer anime de sus propias obras, en capítulos semanales de 20 y 25 minutos, aunque este intento independiente fracasó, y volvió a dedicarse completamente al manga.
Su éxito, especialmente en lo que a historietas infantiles y juveniles se refiere, fue en aumento, y la influencia de sus obras perdura hoy entre los autores japoneses. Sus cómics han sido traducidos a decenas de idiomas, y en su haber cuenta con unos 700 mangas, más de 1.500 páginas y cerca de 60 películas en sus 35 años de trayectoria. Este impacto no se limita sólo a Japón: Stanley Kubrick le ofreció la dirección artística de «2001, una odisea en el espacio» (oferta que rechazó), y la influencia recíproca en productoras como Disney es innegable: «Astroboy» tiene bastante de Mickey Mouse; «El rey León», muchísimo de «Kimba, el león blanco».
Pero entre la dilatadísima producción de manga de Tezuka no sólo hay cómics infantiles. Entre los 70 y los 80, cuando sus primeros seguidores ya han dejado de ser adolescentes, Tezuka sabe ofrecer, inteligentemente, una serie de relatos a la medida de las nuevas exigencias de su público. Títulos como Adolf (sobre tres hombres llamados Adolf, entre ellos Hitler), «Buda«, o «Black Jack» figuran, desde mi punto de vista, entre sus mejores producciones de esta línea para adultos de Tezuka. Entre 1971 y 1972, la ya desaparecida editorial japonesa Asahi Sonorama publica, en dos volúmenes, una serie de relatos que, desde una perspectiva cercana a la ciencia ficción, nos abre los ojos a las miserias humanas más bajas, desde los horrorosos crímenes nazis a la mendicidad personal más cruel y realista. Esta colección es la que ha editado en castellano Dolmen con el título de «Bajo el aire«.
Un total de 16 historietas cortas, de unas 20 páginas cada una, donde hay de todo un poco, pero cuyo denominador común es el enfrentamiento del bien y el mal, muchas veces representado por el blanco y el negro o por la exageración en el trazo del dibujo. Ese límite en la mente del ser humano que le puede llevar a cometer actos fuera de lo establecido, algo que la sociedad considere tabú, o delictivo, o simplemente contracorriente, a sabiendas de que no es lo correcto pero que, sin embargo, algunas veces se hace, todo ello narrado con una perfecta argumentación, sin dejar cabos sueltos. A partir de aquí, historias muy diversas, todas tratadas con un hábil y negro sentido del humor: desde el genocidio nazi hasta el racismo individual más intrínseco, la ridiculización del machismo en la sociedad japonesa, el incesto, el fanatismo religioso, la mafia, el destino, los secretos industriales, los medios de comunicación, la expansión de la energía nuclear… La mayoría son relatos hijos de su tiempo; otros, historias de pura ciencia-ficción, en los que se describe un nuevo inicio de la humanidad asistido por máquinas o personas que quieren renacer en pájaros. Si tuviese que elegir (difícil elección, por cierto), yo me quedaría con tres de estas historias que son las que más me han conmovido: «El hombre que buscaba a Joe«, lo más antirracista que jamás he leído; «La sangre del gato«, muy al estilo de Poe; y «La grieta«, no sólo porque trata el género negro, que me gusta especialmente, sino por el contundente mensaje intrínseco que conlleva: los personajes se encuentran en un mundo cíclico, en el que parecen destinados a hacer constantemente lo mismo, aunque siempre es posible encontrar una «grieta» en el sistema, donde cualquiera puede tener su lado bueno, incluso en las situaciones más críticas, tan sólo hay que saber encontrarla. Haceos con él porque es de lo mejorcito que se ha publicado en manga últimamente. No tiene desperdicio.