24 City, de Jia Zhang-ke (2008)

Otra película magistral del joven director chino Jia Zhang-ke, otra visita fabulosa y ambivalente a la China actual, esta vez la crónica de la desconstrucción de una fábrica de componentes para aviación y municiones en la ciudad de Chengdu, de la que dependían unos 30.000 trabajadores dedicados a ella no solo como profesión, sino como forma de vida. Jia Zhang-ke no aborda casi nunca temas que directamente puedan figurar entre los intocables de las listas gubernamentales, pero no cabe duda que la metáfora de la actualidad de su país, tratando de hacerse un hueco en un mundo globalizado, es abierta y contundente. Como punto de partida la demolición de la fábrica de propiedad estatal, reemplazada hoy por un complejo de viviendas de lujo gigantesco llamado Ciudad 24 (24 City). Si Naturaleza muerta (Still life) era el escaparate del desarraigo de miles de personas desubicadas y puestas a trabajar en la presa de las Tres Gargantas, esta vez, también a modo de documental, moviéndose en la frontera entre ficción y realidad, nos ofrece una alegoría del paso inverso, materializado en la construcción del complejo residencial sobre la base de la destrucción de casi todo aquello por lo que lucharon quienes fueron trasladados desde otros lugares en 1958 para crear de la nada una urbe industrial, hoy en vías de desaparición, cediendo paso a la nueva modernidad, la especulación, los servicios financieros y el lujo como adalid de felicidad para las nuevas generaciones.

El que se haga bajo formato documental o lo implícito de la denuncia contenida no aparta ni un ápice el rigor formal y artístico. Complejidad formal y grandes dosis de sensibilidad con las que entreteje una elaborada red de conexiones, mediante entrevistas a los empleados de la antigua fábrica, integradas de manera fluida con monólogos de actrices, viejas consignas incitando al trabajo o a la construcción del socialismo,  retratos de grupo y las imágenes de un paisaje cuya transformación camina pareja entre grietas a las nuevas aspiraciones vendidas ahora a la mayoría. Tres historias de ficción, a partir de tres mujeres de una misma familia, y el testimonio de cinco trabajadores reales que nos cuentan sus recuerdos. Introspección y melancolía, gentes llenas de experiencias que les unen emocional y materialmente a la planta. Sus vidas, sus medios de vida e incluso su autoestima están indisolublemente ligados a la fábrica, orgullosos de su trabajo y su contribución al desarrollo del país. Escucharles de cerca nos ayuda a comprender el coste humano de los cambios que aborda China en la actualidad.

Desde el punto de vista formal, lo realmente interesante es el modo en que Jia Zang-ke utiliza la cámara. Su movimiento cadente es el lenguaje con el que escribe y muestra al mundo la historia reciente de China, documentando con asombroso lirismo la realidad de manera conmovedora y elocuente. Curtidas transformaciones con la mirada puesta en un mañana que se construye sobre la demolición física de un pasado que un día les hicieron creer glorioso. Los requiebros de una China que avanza a marchas forzadas hacia la industrialización, que despierta de la utopía socialista para descubrir la sociedad de consumo y el capitalismo tardío. Poemas entre ruinas sobre los que se levanta un progreso ficticio,  a base de una ingente acumulación de capital que lleva implícito descomunales movimientos migratorios interiores, exteriores, el desarraigo -de nuevo- de miles de sus trabajadores y sueldos míseros (para el que logre tenerlos) capaces de competir en la frágil balanza de la economía internacional. Me he permitido subir este recorte: la poesía puede a veces ser infinitamente más subversiva que mostrar al mundo una salvaje carga policial o la intervención armada y brutal del ejército para resolver cualquier manifestación civil.

La frase dice: «»Todo lo que hemos hecho e imaginado, debe desperdigarse y diluirse. Como leche que se vierte en el suelo» (W.B. Yeats)

The World, de Jia Zhang Ke

Temáticos: China

Lukas Moodysson: Talk (1997)

¡Qué decir del controvertido poeta sueco Lucas Moodysson! Porque lo cierto es que sus trabajos en el campo del séptimo arte no son a nadie indiferentes, para bien o para mal… Personalmente, me encantó Together, una película ambientada en los inicios de la década de los 70 en la que nos muestra el proceso de integración de la generación hippie del 68 como la expresión más snob del capitalismo, quintaesencia de la exagerada búsqueda de la individualidad como sinónimo de la propia libertad, aunque en realidad todos ellos tienen las mismas contradicciones ideológicas de fondo y las resuelven con parecidos mecanismos tranquilizadores para sus agitadas conciencias; idénticos miedos, deseos, dudas… Ese bucólico mundo power-flower desmoronado en cuanto entra en contacto (necesariamente) con la sociedad exterior, a la primera de cambio; su revolución sexual sometida a los mismos ataques de cuernos de todo hijo de vecino, celos, chantajes emocionales, traiciones y egoísmos. El círculo que se cierra cuando los extremos aparentemente tan opuestos (sociedad ultraconservadora- sociedad ultralibertaria) se dan la mano y queda al desnudo cómo en el fondo no son tan distintos, en sus sentimientos, en sus soledades, en su vertiente más humana:

-Oye, oye, ¡que yo también soy socialista! , dice él
– No, tú eres socialdemócrata, dice ella…

Ensaladilla tibia de socialistas germanófilos, comunistas euro, anarcos con nómina, pacifistas gamberros, vegetarianos comuneros, feministas ye-ye y ecologistas de pro, futuros eurodiputados todos sentados en el mismo foro a razón del mismo sueldo a cargo del mismo bolsillo… (ah! no! ecologistas aún no había, el agujero en la capa de ozono es posterior, perdón) aunque para su supervivencia eternamente enfrentados (¡hasta que cayó el muro, claro!), todo ello al ritmo de Abba (ríanse de Mamma mia!) en una comedia de una plasticidad más que sugerente, amén de divertida y ocurrente.

Sin embargo, unos años más tarde su giro hacia el drama en Lilja 4 Ever no me gustó tanto, me pareció más previsible y… tal vez más oportunista. Emana cierto intento de aprovechar el tirón de crítica social que tan buenos resultados le había dado antaño, para tratar un tema como es el de la adolescencia de un modo estereotipado y exagerado, en una historia tan poco creíble como previsible, en la que faltó naturalidad (todo lo contrario que en «Together») y alguna que otra dosis de inteligencia para la protagonista, atributo que hubiese sido compatible con su corta edad, sin duda, y que se echa en falta, sorprendentemente, en casi todas las decisiones que el guión la fuerza a tomar (la vida) a lo largo de la película.

Sea como fuere, lo que es innegable es que Moodysson tiene todavía mucho que decir en el mundo del cine, de la poesía y, tal vez, en el de la política. Porque lejos de ser un conservador, Moodysson ofrece una perspectiva ciertamente vanguardista, por momentos incluso revolucionaria, y es capaz, sin muchos reparos, de mostrar de un plumazo las dos caras de la moneda y, encima, lograr entretenernos. Personalmente espero persista esa valentía que denotaba su segundo film (tengo pendiente la ópera prima, «Fucking Amal«) y nos siga deleitando con su tierna y sabia ironía apartada de clichés y crítica facilona que, además de ofrecer cine del bueno, apunta y dispara su tiro certero, crudo y lleno de significado.

Hace no mucho encontré subtítulos para un cortometraje que el director realizó en 1997, Bara prata lite, que no tengo idea de qué significa en sueco, pero internacionalmente se la conoce como Talk. El trabajo habla sobre la soledad y las reacciones humanas en una situación extrema. Pienso que no por ser corto es menos importante, de hecho, a mí no me dejó indiferente, a ver qué os parece. En mi opinión, la dirección es brillante, los primeros planos son conmovedores y los actores realizan muy buena interpretación, además de ser una denuncia de la soledad como mal endémico de las relaciones en una sociedad como la sueca; sociedad especialmente protegida por su Estado y envidiada por muchos ciudadanos de países occidentales, pero de la que no hay que olvidar presenta una de las tasas de suicidio más elevadas del planeta. De paso, el film nos hace reflexionar sobre la explotación de los trabajadores; pero no desde ese punto de vista repetidamente tratado y que todos conocemos que es el económico, sino desde la perspectiva del «uso» de las personas por el sistema mientras le son válidas y su posterior abandono cuando dejan de serle «útiles», como si de un objeto se tratase, mercancía o parte de un reality de la “cadena amiga”, en el que usted está arriba y merece popularidad mientras es joven, bello y productivo, pero pasa a ser nada y nadie cuando envejece y deja de ser rentable a los intereses de quien le creó. En la herida y… donde más duele.

Advertir que incrustar los subtítulos y la necesaria re-compresión del video ha perjudicado algo la calidad de la imagen, que ya no era gran cosa en la copia de la que disponía, pero después de varias pruebas tratando de encajar esos subtítulos con la menor pérdida de calidad posible, éste es el resultado mejor que muy modestamente he sabido darle, que no es gran cosa. El corto me pareció realmente bueno para que andara partido en la red; pero mis conocimientos sobre manipulación de estos archivos son bastante limitados, a lo que hay que añadir las propias del servidor a la hora de subir los videos. Espero, con todo, os guste y podáis disfrutarlo tanto como yo.

The World, de Jia Zhang-ke (2004)

Cuando Jia Zhang-ke se dio a conocer en el mundo occidental por su exitoso film «Still life» (Naturaleza Muerta, título en España), ya contaba con cinco películas en su haber: las cuatro primeras (Plataform, Unknown Pleasures, entre otras) censuradas por el gobierno chino, y una quinta, «Shijie» (The World), que paradójicamente burló el férreo control de las comisiones de censura gubernamentales, cuyas autoridades no se percataron de la perspicaz y dura crítica a la política social que el director elabora en esta cinta, colando Zhang-ke un gol por toda la escuadra a un régimen que no la vio venir y que, incluso, facilitó el rodaje con el fin (supuestamente) de dar a conocer la modernización en la que se encuentra inmersa Beijing. «The World» es el parque temático más importante de Pekín; un complejo lúdico donde el ciudadano de a pie puede fotografiarse en el Taj Majal, la Torre Eiffel o en Manhattan (Torres Gemelas incluidas). Un lugar para viajar, sin moverse de la ciudad, por los cinco continentes en sólo un día, donde olvidar los problemas cotidianos y dejarse deslumbrar por los sueños, como bien reza la propaganda del parque.
Ahora bien, toda esta fanfarria onírica que transporta al visitante a esos sueños que nunca realizará, contrasta grotescamente con el mundo real que se vive en este parque temático. Los protagonistas son unos cuantos trabajadores que sobreviven hacinados en sórdidos edificios o en la triste habitación de un hotel donde una pareja se encuentra, personas que combinan este trabajo con (por ejemplo) un taller textil en el que copian glamurosas prendas de marcas occidentales (otros coquetean con la prostitución o se re-emplean en la construcción), gentes venidas de lugares remotos de China a la ciudad a buscar una vida mejor o simplemente lograr el dinero suficiente para obtener un pasaporte y marcharse del lugar.Todos ellos personajes siempre pegados al teléfono móvil (símbolo de modernidad) y en permanente estado de transición; porque están allí temporalmente, como lugar de tránsito para cumplir sus deseos, del mismo modo que lo está China en su lucha constante por integrarse en el mundo capitalista mientras sus habitantes sobreviven en condiciones sociales y morales funestas.
El telón de fondo de sus historias mínimas es ese parque temático en el que trabajan y la ciudad de Pekín; ciudad en permanente expansión, paisaje plagado de grúas y hormigón que despierta de la utopía comunista hacia la sociedad de consumo, perfectamente reflejado en la radiografía humana y social que hace el director de la vida en el parque, espejo de esa sociedad en miniatura, cuyos dirigentes han sido capaces de acumular una fortuna a base de vender sueños de neón y fanfarria al visitante, de la misma forma que el Estado chino ha sabido generar la suficiente acumulación de progreso y capital para abordar las recientes macro-transformaciones, aunque todo ello se haya logrado a base de pisotear los derechos y libertades de las personas sin demasiados miramientos. La película es un perfecto retrato de los cambios últimos en la sociedad china, inmersa de lleno en el mundo de la globalización, en el que se trafica libremente con el capital mientras que el trafico de las personas es menos viable, porque las mismas personas a las que se invita a viajar por un día al lugar del mundo soñado viven en realidad atrapadas en su propia prisión personal, económica o institucional.
The World es una valiente alegoría de cómo se construye una sociedad capitalista y globalizada, de China en su lucha por integrarse en ella, y de los deseos que se ofrecen tan sólo al sueño para la mayoría de sus habitantes mientras pagan la factura con su libertad y sus miserias. Y, a la vez, es una película magistralmente realizada, en la que las historias de cada uno de los personajes están magníficamente retratadas y servidas al espectador sin contradicciones o situaciones sin resolver. Historias que van generando otras, del mismo modo que la cámara va mostrando escenarios distintos recorriendo los pasillos y camerinos por los que deambulan sus personajes, deteniéndose en planos-secuencia largos que comienzan y terminan cada escena, en las que se muestra la realidad en contraste con lo que se pregona como fondo, sin ahorro en eufemismos, enseñándo sin tapujos catres destartalados o paredes de habitaciones cochambrosas desde cuya ventana se observa el majestuoso Big Ben londinense, el Partenón o la Torre de Pisa. Una crítica mordaz e inteligente a la sociedad de la globalización y a la China del capitalismo tardío, y un desnudo magnífico de lo que en realidad se esconde detrás de ella: la prostitución, la delincuencia y la marginación en un mundo cada vez más sometido a la incomunicación, la corrupción, la falsedad y el desencanto.