Una vida nueva, de Ouine Leconte

De puntillas y sin ruido, con tres años de retraso desde la fecha de producción,  ha pasado por cartelera esta ópera prima con tintes autobiográficos escrita y dirigida por Ouine Leconte, cineasta nacida en Corea, al igual que la protagonista, pero criada en Francia por unos padres adoptivos que la sacaron a los nueve años de un orfanato cerca de Seul.

Cierto es que el tema del abandono infantil ha sido más que recurrente en el cine. Sin embargo, la joven directora se estrena marcando unas cuantas diferencias. La vida de este particular orfanato, católico para más señas, es mejor que en muchas instituciones privadas occidentales de pago; la comida y los regalos, abundantes; la clásica rivalidad entre las chicas, aquí todo camaradería, y el personal se muestra atento y genuinamente preocupado por el bienestar de las niñas.

Es más, todos los detalles ante los que el espectador occidental espera que el guión encamine por derroteros sentimentaloides van abortando a lo largo de la película. Las manchas de sangre, que podrían inducir alguna catástrofe venidera, culminan en una nueva relación de amistad; el juego nocturno, a hurtadillas de las cuidadoras, que en cualquier otra producción desencadenaría una trama paralela, jamás será descubierto ni intervendrá en el destino de la protagonista más allá de contribuir a su madurez y toma de conciencia de la situación; o la particular y justificada rebeldía de la chica más veterana no tendrá el final trágico que cabría esperar en otra producción al uso.

Lo que de verdad es una auténtica sorpresa es cómo la película se las arregla para, casi sin palabras, sin estridencias ni efectos añadidos, sin adornos ni golpes de efecto, ofrecer una crónica emotiva que muestra la incomprensión y la crudeza del abandono infantil y la posterior adaptación a la vida en el orfanato sin recrearse innecesariamente en el drama de la pequeña.

Sencilla y sin pretensiones, escasa en presupuesto y sin apenas promoción, resulta ser uno de los films más elocuentes de la cartelera, para el que tenga la suerte de poder todavía encontrarla en alguna recóndita sala de nuestra geografía.

Bedevilled (Jang Cheol-soo, 2010)

Puede contener spoilers

Bedevilled es la opera prima del coreano Jang Cheol-soo, quien hasta la fecha había trabajado como asistente de dirección junto a Kim Ki-duk. Nada que ver con su estilo, sin embargo, ya que se trata de un slasher que se podría dividir en dos partes diferenciadas: una primera donde se gesta la venganza, en este caso como consecuencia de la constante humillación a la que se somete a la protagonista, y otra segunda, donde esa venganza definitivamente estalla y se suceden los asesinatos, a modo de desenlace del conjunto dramático presentado previamente. Señalo esto porque quien se decida por ella ha de saber que se trata de un producto de terror con buen acopio de gore, en el que hay por tanto violencia explícita y brutal, no sé si decir más abundante en la primera que en la segunda parte, donde diversos objetos afilados (hoces o útiles agrícolas varios) pueden salpicar de hemoglobina algún alma sensible.

La final girl (en el slasher, la chica implacablemente perseguida durante los minutos finales por el asesino), cuya perspectiva nos va a ofrecer una situación privilegiada como espectadores sobre el argumento, es también quien abre el film. Es una mujer joven, ambiciosa y un tanto soberbia, bebe mucha Guinness y vive en Seul . Su carácter le produce estrés en el trabajo, una compañía crediticia que la somete a una fuerte competencia interna. Por si fuera poco, ha sido testigo de un intento de homicidio y es acosada por los autores. Todo este conjunto, que el director nos dibuja magníficamente en escasos minutos, desemboca en unas vacaciones forzadas por la empresa que la llevan regresar a la isla donde pasó su infancia. Allí viven ahora tan solo 6 personas, entre ellas el  abuelo y su antigua mejor amiga, que será la auténtica protagonista de la segunda parte. De manera muy pausada, con una lentitud de tempo asombrosa, la urbanita va descubriendo las extrañas relaciones entre los isleños, que no desvelaré aquí, pero tienen poco que ver con una bucólica y tranquila vida campestre.

Cabe decir que toda esta la primera parte,  muy violenta pero previa a que se desencadenen las matanzas, contiene algunos aspectos cinematográficamente interesantes. Se nota que el director ha trabajado con Kim Ki-duk: la venganza se va cociendo a fuego lento y con cierto lirismo, a pesar de la temática, utilizando bien planos y encuadres, con una calidad fotográfica digna del buen cine coreano y la convincente interpretación de Seo Yeong-hie en el papel de la isleña amiga, quien con constantes cambios de registro dibuja con acierto los contrastes entre la realidad de la vida rural y la urbana.Hay aquí también un aspecto de denuncia sobre las sociedades involutivas, que abren un espacio para la existencia de personas sin derechos, personas que por el mero hecho de vivir alejadas de la «civilización» pueden ser sometidas impunemente a toda clase de abusos y vejaciones por otros miembros de la comunidad, con implicación explícita o tácita del resto y, sobre todo, con pasmosa pasividad por parte de ciertas autoridades, cuya intervención no tendría probablemente ninguna repercusión curricular inmediata. El relato, sin embargo, es excesivo en crudeza, escaso en sutilezas y exageradamente subrayado en cuanto a brutalidad, machismo y vejaciones, y me hizo recordar, aunque no llegan a su extremo de barbarie, a la brasileña Baixio das bestas, una película de Cláudio Assis extremadamente cruda, muy bizarra, que no pude terminar de ver, cuyas imágenes conservo, mucho tiempo después, todavía sin digerir en la memoria. Por otro lado, las actuaciones del resto del elenco no pasan de normalitas en lo que se refiere a la parte femenina; otro cantar es el caso de ellos, personajes abandonados a la brocha gorda y a evidenciar de manera tosca, aunque solemne, toda su capacidad brutal y misógina.

Una vez superado el clímax dramático, el punto de inflexión que desencadena la tragedia es un «mensaje solar» (solar del Sol) recibido por la isleña maltratada en posición de semi-trance. A partir de aquí comienzan a fluir la venganza, servida -como reza el aviso- con abundante flujo sanguíneo y turbo acelerado, para esto los orientales son una barbaridad. Pero a Jang Cheol-soo se le va la mano, o los litros, y a excepción de una escena de contenido erótico, bien rodada pero superpuesta y con poco sentido argumental, el asunto degenera hacia el psicokiller. Todo comienza a ir muy deprisa y el excelente trabajo de Seo Yeong-hie se va a pique en favor de una sobreactuación con constante cara de loca. El guión pasa de insistente -pero interesante- a absurdo y los isleños a superhumanos, calidad de personaje que no cae muerto ni con tres tiros y un machete clavado en el diafragma.Para acabar de rematar la jugada, cierra con un salto temporal donde la maltratada, venida a perturbada, se transforma en Terminator y aparece en Seul, delante de la amiga, ahora encerrada en una celda (?¿), donde antes de morir asesinada acaba por pedir le interprete una melodía para flauta (más ¿?).  Prefiero obviar comentarios  sobre películas que no terminan de gustarme, salvo excepciones, porque le debía mis impresiones a un amigo, lector además de este blog, quien no solo me la recomendó encarecidamente sino que me facilitó las cosas. En su favor, decir que la película ha sido un éxito rotundo de taquilla en Corea del Sur, y que pudo verse en España en el pasado Festival de Sitges con buena acogida por parte de la crítica.

«Neds», «Biutiful», «Poesía» y «En el camino»

Unos cuantos días sin actualizar el blog, que no son síntoma de no haber ido al cine sino de que las cuatro películas que he podido ver ninguna en realidad ha acabado de gustarme. Y esto, unido a una falta de tiempo notable en las últimas semanas, es lo que me ha mantenido al margen de comentarios y actualizaciones. Cuesta más sentarse a escribir sobre lo que no nos gusta que sobre lo que nos satisface, pero hoy he encontrado el momento de liberarme de la pereza y dar unas breves pinceladas que solo pretenden ser una opinión relajada sin entrar en excesivos detalles críticos.

Nada más enterarme de su estreno, fui a ver Neds (No educados y delincuentes).  Según declaraciones del director, Peter Mullan, la película tiene tintes autobiográficos. Neds sigue los pasos de John desde su infancia (Gregg Forrest) hasta la adolescencia (soberbia interpretación de Conor McCarron) en el Glasgow de principios de los 70, donde el joven protagonista pasa de niño premiado en un lúgubre y estricto colegio privado a pandillero y navajero adolescente, o de monaguillo a esnifador de pegamento, según el tramo que se escoja. Todo ello justificado, presuntamente, por la violencia social imperante, la desestructuración familiar, los castigos físicos a los que son sometidos los chavales y una falta de expectativas abrumadora que lleva a nuestro protagonista a perderse mientras buscaba su lugar en el mundo desesperadamente.

En los puntos a favor, la película hace gala de buenas interpretaciones (destaca Conor McCarron en el papel del John más crecidito y la caracterización del propio director en el de padre borracho y maltratador), buena composición y puesta en escena a la hora de recrear la vida interior del protagonista o los acontecimientos y personajes que le rodean, y una banda sonora de rock setentero que subraya las calles frías, la rendición interior del niño y los sombríos y turbios anocheceres en los que la violencia impera oscura y amenazante. Conjunto que tiende a poner de manifiesto -y a la vez justificar- el destino de algunos -porque la realidad es para todos la misma y la mayoría sí supieron salir adelante, cabe recordarlo- a la que se le ve demasiado una clara influencia loachiana (Peter Mullan ha trabajado en varias ocasiones como actor con el británico, la más destacada en Mi nombre es Joe) y tal vez sea ese su principal problema, ya que el resultado es una historia de perdedores, de jóvenes que por más que luchen nunca acabarán encontrando la luz al final del túnel que deja una sensación agria, porque esa supuesta predestinación a la que nos somete la sociedad imperante y el sistema se muestra siempre desde el punto de vista más pesimista. Tanto que,  cuando el chaval intenta abordar un futuro, el pasado más reciente pesa de tal manera que inevitablemente le conduce de nuevo a la violencia. Pero para ver que la violencia encuentra su máxima justificación en las carencias del sistema educativo, y que la ignorancia es el caldo de cultivo perfecto para determinada conductas callejeras, todo muy dentro del free cinema británico, mejor revisar films como «La soledad del corredor de fondo«, bastante más didáctico y con un desarrollo narrativo infinitamente más ejemplar de la situación social del momento.

Unos días después de Neds, por si me había sabido a poco, entro en el cine a ver Biutiful. Me gusta el cine realista, ese que muestra verdades que no vienen en los folletos turísticos de las ciudades. Si además al relato se le suman personajes complejos y están espectacularmente interpretados por un rotundo Javier Bardem, pues la película tenía, a priori, todos los ingredientes para dejarme pegada a la butaca. El problema del realismo cinematográfico es traspasar la muchas veces delgada línea que separa la excelencia de la vulgaridad, cayendo incluso en la manipulación. Sale una con una sensación más que desagradable por la tremenda sucesión de desgracias que van aconteciendo a cada uno de los personajes, que si bien comienzan con mal pie, todos, sin excepción, acaban al final mucho peor. Seguramente Iñárritu supera la línea, confundiendo el recreo en la evidencia y el feísmo de lo cotidiano con el realismo maniqueo so pretexto de dejar  profunda huella en el espectador. Tendencia en boga, al fin y al cabo el cine también es un medio de comunicación que ha cumplido históricamente -y cumple- su papel. Y si la prensa y los canales amarillos ganan audiencia, por qué el cine iba a estar al margen de los designios de la moda, por lo que no es de extrañar un aumento de producciones tipo Gomorra o la que nos ocupa, aunque el Cine, como arte (aunque sea séptimo) debería ser otra cosa.

No sé yo que le encuentran de artístico retratar a los olvidados del sistema observando una playa repleta de cadáveres inocentes durante varios minutos para hacernos una idea de la explotación a la que se somete a los inmigrantes, ni recrear el abuso infantil hasta extremos ofensivos, ni ver un enfermo terminal orinando sangre para intuir que juega con la muerte a plazo fijo con demasiadas cuentas todavía por saldar. En defecto de guión pesa más el circo de la miseria a la que nos somete el mexicano que el logrado retrato (aunque poco elegante) del microcosmos en el que se mueve Uxbal, tanto en el terreno de supervivencia económica como personal. El divorcio de su guionista no ha sido una decisión acertada para Iñárritu. Pensando en los tandem director/guionista, habrá que considerar la reivindicación de que una película es tanto de quien la dirige como de quien la escribe, y que incluso en determinados casos podría tener mayor peso y responsabilidad el guión. Iñárritu/Arriaga podían ser buen ejemplo. Cuando a Amenabar le falta Mateo Gil, también.

Poesía, de Lee ChangDong es una película que tenía muchas ganas de ver. Me gusta el cine coreano y no le hago ascos a los tempos lentos y al letargo contemplativo de la imagen, porque generalmente estos recursos vienen asociados por los orientales al guión, sin divorcio que suponga un recreo injustificado o innecesario para cuanto están contando. El cine oriental se caracteriza, entre otras cosas, por una utilización formal de la imagen en el lenguaje narrativo como pocos, que ha hecho escuela en más de un cineasta independiente occidental. La película, premio al mejor guión en Cannes, trata de vincular diversas capas tramáticas en torno a un personaje principal, una anciana que padece alzheimer en su fase inicial y que tiene a cargo un nieto adolescente que acaba de cometer un delito de violación. El trabajo de la protagonista, la actriz Yun Yunghee, es sencillamente magnífico interpretando a esta abuela coraje que nos sitúa en la encrucijada de tener que defender a nuestros hijos (nieto en este caso) aún a sabiendas de su culpabilidad simplemente por el amor que profesamos hacia ellos, a pesar de que vaya a suponer serias contradicciones morales con los principios propios y la ruina económica de la familia. Situaciones inesperadas para las que la vida no suele dar aviso previo.

Hay algunos destellos de grandeza en el film: el encuentro de la anciana con la madre de la chica, la conversación con el policía a la salida de sesión de terapia poética, el momento cuando observa desde fuera la reunión del resto de padres del grupo, e incluso el final, esa especie de tránsito hacia la adolescencia mientras se evoca el cadáver de la chica flotando en el pantano. Es una pena que, a pesar de estos destellos, la evidente falta de ritmo, la excesiva lentitud casi siempre injustificada, y las sesiones de lectura de poesía (que son lo menos poético de la película) hacen de Poesía un film alargado y pesado, casi soporífero, y una sale con la sensación de que todo lo contado podría haber dado para no más de un mediometraje, porque se añaden innumerables escenas y momentos para el sensacionalismo de la taquilla, cabe suponer. Últimamente he visto varias películas protagonizadas por ancianas, parece una tendencia al alza en las miras de los nuevos directores, pero puestos a escoger, ninguna ha superado la polaca Tiempo de morir, reseñada hace unos meses en este blog, y que dada la coincidencia formal con las pretensiones de la que nos ocupa, aprovecho para recomendarla de nuevo, encarecidamente, porque es una delicia como pocas de las que he podido ver en tiempos recientes.

Y la última, En el camino, de la bosnia Jasmila Zbanic, de la que esperaba bastante más y tampoco logró seducirme demasiado. La película explora la relación de una pareja joven, ambos musulmanes, de buena posición social, trabajo estable y proyectos por delante. Un buen día, él se queda sin trabajo y un antiguo compañero de instituto le ofrece dar clases en un campamento para niños. A partir de aquí todo cambia en la relación de la pareja: ella continúa con su trabajo, tratando de animarle y ayudarle a salir adelante, mientras él sufre una inexplicable transformación hacia el radicalismo islámico. Me producía curiosidad la película porque esta tendencia hacia el radicalismo de carácter religioso, que es cierta y parece haberse puesto de moda en algunas sociedades como respuesta a la dura represión que años atrás ejercieran determinados regímenes, se hace por primera vez (que yo sepa) en un film europeo desde un punto de vista interno de los propios musulmanes. Pero en realidad no me ha ofrecido ninguna de las respuestas que buscaba: por qué personas con un nivel cultural suficiente se dejan seducir por discursos tan radicales, en las antípodas del ejercicio de la libertad individual y de pensamiento, o el porqué de esta nueva tendencia -desde un punto de vista social- que va ganando terreno en estos países por mucho que nos quede lejano o giremos la vista hacia otro lado.

La película se limita a mostrar el creciente convencimiento de él en contraposición con la resistencia que ella ofrece, mezclada con el miedo a la manipulación y a las consecuencias que, como mujer, ve venir de seguir la relación con su pareja. Y nada más. Ella sufre a un hombre cada vez más desconocido al que no acaba de darle puerta (¿?), mientras él intenta convencerla de su decisión e ir limando hacia su nueva ideología los comportamientos de ella y su familia. El personaje: la madre poniendo los puntos sobre las íes, a cada uno en su sitio, lo menos insano de la película. Al margen de la trama monotemática, y de que algunos capítulos se hacen excesivamente monótonos, ya sea por desinterés o por aportar poco al argumento, las interpretaciones no pasan de normalitas, mientras en el plano formal se aprecian numerosos defectos que cabe suponer se deben a la escasez de presupuesto. Obviable si no se está interesado en el tema, y en caso contrario, tampoco ofrece demasiadas pistas de cara a extraer conclusiones relevantes.

No mercy, de Kim Hyeong-joon-I (2010)

Pocas veces me animo ya con un thriller policial, es un género del que francamente he llegado a cansarme, seguramente por el exceso de lugares comunes, siempre buscando que nos pongamos en la piel del protagonista a fuerza -demasiadas veces- de estirar innecesariamente la trama o la carga dramática, que demasiadas veces también apuesta por ideas vagas o situaciones un tanto recurrentes que tienen como consecuencia que casi todo nos parezca previsible y  tenga poco que aportarnos porque todo, absolutamente todo parece estar inventado. Con el paso de los años hay una ingente cantidad de películas de este tipo que podríamos incluir en un mismo paquete: bueno inagotable físicamente y diligente como pocos, al que se le añade una guapísima chica en alguno de los bandos y multitud de giros manidos con conclusiones que ya nos sabemos casi de memoria. Algunas rezuman incluso cierto aire de moraleja final que deja regusto a intento manipulador o demagógico.

Pues bien, No mercy, que no se puede ver en el cine porque ninguna distribuidora española la ha comprado de momento, a pesar de que en Corea del Sur rivalizó en recaudación de taquilla con Avatar en su estreno y haya sido reconocida por la crítica como uno de los mejores y más sorprendentes thrillers del año (la cosa huele a remake), consigue mantener el interés hasta -sonará pedante, lo sé- para los que estamos un poco de vuelta de series y películas criminalísticas. Con sus fallos e incontables lugares comunes en el género, tiene un buen final que casi nadie -siempre hay algún cerebrin- puede imaginar pasadas las casi dos primeras horas de película. La historia recuerda a esas novelas de suspense en las que el protagonista se debate en la encrucijada entre la integridad profesional y el interés personal, otra vez la línea que separa la justicia retributiva y la venganza -tratada en este caso con punto de ironía-, pero hay que reconocerle el mérito de saber mantener la atención hasta el último momento gracias a sus permanentes giros en el guión que la convierten en una especie de montaña rusa emocionante que invita a no perderse detalle, a lo que se suma que algunos momentos clave para la resolución del caso pasen casi desapercibidos en  principio, jugando en este sentido muy bien con el factor sorpresa, y la casi impecable realización en los aspectos técnicos.

Un poco gore para mi gusto en cuanto a autopsias, se podían también haber pulido algunos detalles para darle más veracidad a lo contado, algún que otro lugar común a sus compañeras y los fallos habituales de cualquier ópera prima, pero me ha tenido pegada al sofá durante más de dos horas que se han pasado volando. El final deja buen sabor de boca, no decepciona, a pesar de ser extremadamente dramático -característico del cine coreano- es la parte más inquietante de la película, que  después de idas y venidas alucinantes comienza justo cuando la historia llega a su fin. Por eso, No mercy, junto a contados thrillers policiales, queda salvada de la quema por mi parte. Y Kim Hyeong-joon-I apuntado en el tablón para que no se me olvide seguirle la pista. Gracias, Jorge, por tu -insistente- recomendación.

Taegukgi (Lazos de Guerra), de Je-gyu Kang (2004)

Taegukgi, dirigida por Kang Je-gyu, al que los medios le  otorgaron el galardon del Spielberg asiático (no ha vuelto a rodar desde esta, su última película), se convirtió en 2004 en el producto más taquillero hasta la fecha en Corea del Sur. Internacionalmente, se la describió como la versión coreana de Salvar al Soldado Ryan o Pearl Harbor, por sus escenas de combate de excelente coreografía y gráficos. Fue, hasta entonces, el film más caro realizado en el país, con 12,8 millones de dólares de presupuesto, y contó con dos grandes estrellas del cine coreano, Jang Dong-gun y Won Bin.

Se trata de un relato épico cuyo hilo conductor es la relación entre dos hermanos. El escenrio, la Guerra de Corea. Jin-tae (Jang Dong-gun) es el hermano mayor y cabeza de familia, que trata de mantener unidos a los suyos y salir adelante trabajando como limpiabotas, mientras que Jin-seok (Won Bin), hermano más joven y frágil de carácter, lucha por entrar en la Universidad. Cuando estalla la Guerra civil, en 1950, Jin-seok es reclutado por sorpresa por el ejército del Sur para luchar contra el Norte. A fin de proteger a su hermano, Jin-tae se acaba alistando, ofreciéndose para las misiones más peligrosas: debe ganar medallas y el prestigio suficiente con la esperanza de mandar a Jin-seok de vuelta a casa lo antes posible. No le importa trabajar como artificiero de minas o atacar bunkers enemigos. Pero las brutalidades de la guerra y el ávido deseo de poder cambian el carácter de Jin-Tae, que comienza a disfrutar y regodearse de la gloria que acompaña el haberse convertido en un héroe. El conflicto, no solo bélico sino moral, está servido, y los dos hermanos irán poco a poco distanciándose.

La película describe detalladamente la dura realidad física de cualquier guerra, pero también las batallas emocionales que surgen como consecuencia de ella. Escena tras escena, con una magnífica fotografía y un cuidadoso montaje, observamos las atrocidades de la guerra en el frente en el que participa el destacamento de los hermanos, pero también vemos cómo la guerra puede destrozar no solo un país entero sino también a las personas, a sus familias, sus sentimientos y sus perspectivas de futuro. Entre escenas violentísimas plagadas de muertos, mutilados y torrentes de sangre, la película lanza el mensaje del verdadero amor fraternal y el valor como auténticos pilares del individuo que siquiera una guerra puede romper. No es la primera vez en el cine -ni será la última- que una película aborda esta temática, con su correspondiente valor moral añadido para tomar o no, a gusto del consumidor. Al margen de ello, el film es una excelente película bélica que nada, absolutamente nada, ha de envidiar a ninguna producción occidental. Que además cuenta con muy buenas interpretaciones por parte de todo el elenco, que tiene una fotografía que deja boquiabierto y un despliegue de medios envidiable. Y que, de soslayo, aborda la ética (o falta de ella) respecto al tratamiento de los presos por ambas partes, la separación forzosa de familias, la deserción, las consecuencias posteriores sobre la población civil y el falso altruismo del apoyo extranjero (tanto chino como norteamericano) para con su país. Resulta curioso, para terminar, porque no recuerdo ninguna película que recree guerras posteriores a 1940 en la que no aparezcan en algún momento tropas norteamericanas, y en Taegukgi no vemos un solo soldado yanqui, a pesar que hace referencia explícita al apoyo que tanto esperan para vencer a sus compatriotas del Norte.  La Historia de Corea contada por los coreanos, del Sur, porque sí aparecen, en cambio, tropas chinas combatiendo junto al otro bando. Cada cual que saque sus propias conclusiones, teniendo en cuenta que se trata de una película, no de una lección de Historia, y que por tanto no debemos tomar al pie de la letra aquello que se relata, aunque este ejercicio siempre es más fácil desde nuestra perspectiva que desde la del público coreano. Sea como sea, y sobre todo para los amantes del cine bélico e histórico, el trabajo resulta absolutamente recomendable, para no perdérselo, aunque le sobre alguna carnicería mayor, sentimentalismo  -un poquito sobreactuado- y más de una medalla fácil.

Cine coreano

Madeo (Mother), de Bong Joon-ho, 2009

Tras el éxito de The Host, película más taquillera hasta el momento en Corea del Sur, y su posterior colaboración en Tokio con el corto Tokyo Shaking, Bong Joon-ho estrenó en 2009 su cuarto largometraje, Mother, consiguiendo ser elegida por su país como representante en los Oscar de este año, pasando por delante del cantado reconocimiento a Park Chan-wook y su Thirst y, aunque ha llegado a figurar entre las preseleccionadas por la academia estadounidense a la candidatura para la estatuilla, finalmente no ha logrado colarse en la lista de las cinco finalistas. Bong es hoy una de las grandes promesas del cine coreano, que ya ganó renombre internacional con su ópera prima, el thriller Memories of Murder, que exploraba los rincones más oscuros de un caso real, una brutal sucesión de asesinatos en serie y violaciones en la zona rural de Corea en los años ochenta. Mother se aparta del género de terror y monstruos de The Host para acercarse más a la primera propuesta. A caballo entre el thriller policiaco y el melodrama social que tanto gusta hoy en Corea, la película se centra en los desvelos de una madre para con su excéntrico y algo retrasado hijo- ya adulto-, quien depende de ella para cualquier asunto relacionado con su cotidianeidad más básica. Todo se complica cuando aparece asesinada una chica en extrañas circunstancias, `momento en que la película da un hábil giro narrativo: el chico es acusado del homicidio y acompañamos a la madre y su incondicionalidad para con la defensa del hijo frente a la laxitud y manipulación policial, que la llevará a un auténtico periplo e incluso al asesinato a fin de recabar pruebas que demuestren su inocencia, complicándose también el asunto con acontecimientos pasados que aparecen y desaparecen de la memoria del joven.

Al igual que en Memories of Murder, la madre sirve para dar varias vueltas de tuerca al guión de modo más que eficaz, especialmente en el momento final de la película. Sin embargo, en esta ocasión tal vez Bong se toma demasiado tiempo para entrar en materia, recreándose en escenas muy bien filmadas pero cuyo único objeto es detallar la edípica relación madre-hijo; relación extraña, obsesiva, casi enfermiza y algo ingenua, en lugar de seguir la interesante trama que propone y a la que no ayuda demasiado en la primera parte de la película. Pero una vez sobrepasado este meridiano, la narración se desencadena rápida y con bueno ritmo, para desembocar en un final poco predecible en lo que al thriller se refiere y a la vez muy alejado de lo esperado en un melodrama convencional. Acompaña el conjunto una bellísima fotografía -a la que sólo se le puede reprochar el  elevado número de escenas oscuras- y un más que correcto trabajo de Kim Hye-ja en el papel de la madre. Respecto al de Bin Won interpretando al hijo, y a pesar de que la crítica ha alabado suficientemente el papel, personalmente no llegó a convencerme por su utilización en exceso de la boca casi siempre abierta y la mirada inexpresiva para representar un personaje inocente y abiertamente nulo.

Me quedo con esa segunda mitad. Buen trabajo, mantiene la tensión y la expectativa precisa a fuerza de ocultar e insinuar para obtener conjeturas del espectador alrededor de la trama, dosificando la información para lograr la tensión necesaria. Tiene en este sentido la película una clara referencia al mejor cine clásico estadounidense a la hora de elaborar un thriller sugerente en dos áreas y sin hacerlo de manera obvia: por un lado la resolución del asesinato, en la que están inmersas viejas lagunas del pasado sin resolver y que emergen como leitmotiv en el subconsciente de los culpables; por otro la extraña relación entre los dos personajes. Ambos elementos funcionan paralelos porque se dedica la atención suficiente a desarrollarlos con detalle como partes relevantes del misterio que encierra la película, sin necesidad de recurrir a sustos superfluos para mantener al espectador al borde de la butaca y concluyendo la resolución de ambos de manera efectiva: el culpable, victima y a la vez monstruo, y el desvelo del secreto que encierra el personaje de la madre. Con todos los adornos orientales incluidos, caben pocas dudas de que Bong debe ser gran admirador del cine de Hitchcock

Thirst (Bakjwi), de Park Chan-wook -2009-

Park Chan-wook se aventura esta vez en el terreno de los vampiros, aunque lo hace de modo realmente pintoresco. Por supuesto nada que ver con la saga Crepúsculo, pero lejos también del rigor y trascendencia de la sueca Déjame entrar. Thirst es una película de vampiros inclasificable dentro de lo que la que escribe ha podido ver sobre el género (no demasiado, pero tampoco neófita en la materia). El  protagonista es nada menos que un cura católico en Corea, quien deviene en vampiro al prestarse voluntario en un experimento cuyo fin es encontrar una vacuna para un virus mortal que afecta únicamente a los hombres, matándolos con lo que parece ser un acné que destruye su fisonomía y sus órganos. Nuestro sacerdote, único superviviente de entre 500, pasará a ser venerado por los pobladores locales, uno de ellos un amigo de la infancia, quien vive con su madre y su esposa Tae-joo, una auténtica loba con piel de cordero.

Mientras el  curita va descubriendo la sed de líquido rojo y de su libido, la chica se presenta como víctima de los abusos del marido y de la suegra, quienes la humillan constantemente tratándola como una esclava. No transcurre mucho tiempo para que el sacerdote y la esposa se pongan a esas cosas que los curas y las mujeres casadas no deben hacer, incluyendo el asesinato de vez en cuando. Claro que, mientras él está poseído por un gran sentimiento de culpabilidad y resuelve sus necesidades de hemoglobina chupando del catéter de algún enfermo en coma del hospital donde presta sus servicios, ella carece de cargo de conciencia alguno y su nueva vida le permitirá sacar a la luz sus instintos asesinos más primarios, también sexuales.

Park Chan-wook siempre sorprende por el manejo narrativo que imprime a  las secuencias en sus películas, independientemente del tema tratado, y esta no es una excepción: es posible a veces contar más con la cámara que con los propios diálogos. Otra constante es el tratamiento de los elementos costumbristas de la sociedad coreana (familia, tradiciones, creencias, sexo)  siempre con fragrante ironía, rozando lo grotesco, sin que la acidez le reste elegancia  y caiga en la vulgaridad. Una horda de enfermos espera ser tocado por las manos del padre Sang-Hyun, quien es incapaz de asesinar a nadie para sobrevivir, pero que al tiempo niega unas gotas de sangre a su padre ciego para que recupere la vista: menos de dos minutos y ya sabemos como se las gasta el bueno del protagonista. A destacar también la habilidad -esta es una constante en todas sus películas- con la que retrata las contradicciones y conflictos morales, la metáfora matrimonial y el dibujo de la concubina, abiertamente demoníaca, frente a las bondades de él, justificado permanentemente en la fe: ambos son monstruos de la naturaleza, pero al menos ella no lo disimula en absoluto. Los adornos procedentes de la mitología de vampiros (dormir en un ataúd, capacidad para volar o la mortal exposición a la luz solar) están presentes en la película como referencia explícita a la naturaleza monstruosa de ambos seres.

Originalidad, buenas actuaciones en general, secuencias de rigor formal notorio y grandes dosis de mala leche son los pilares en los que se asienta este interesante trabajo. Con todo, la película no solo no llega al nivel de Oldboy o Sympathy for Lady Vengeance, sino que en mi opinión está en un tramo inferior a Soy un Cyborg, con la que descendió algún que otro peldaño en el listón de lo ofrecido en las anteriores. Hay que reconocer que Park Chan-wook es un maestro cámara en mano, que cada uno de sus movimientos imprime a la película planos extraordinarios y que probablemente el mismo guión de la mano de otro director mucho menos hábil la relegaría directamente a la serie B. Pero no basta con eso, hay que contar una historia que enganche por su contenido, independientemente del modo en que se haga o de que elemento narrativo tenga más peso, ahí es cada autor. Y Thirst es una película alargada innecesariamente, con muchas más escenas superfluas de las deseadas, de esas que no cuentan ni aportan ningún elemento interesante al espectador y cuya única justificación son con toda probabilidad el propio recreo del director: la parte inicial de cómo contrae la enfermedad -milagros incluidos, y hasta que es consciente de ella-, la casi media hora intermedia de relaciones sexuales (para lucimiento del desnudo de Kim Ok-bin, juzguen ustedes los hombres) e incluso la última parte, a la que imprime mayor ritmo pero sobrecarga de paja hasta el momento final. Dos horas de película que sin 45 minutos sobrantes hubiese funcionado mucho mejor y el ritmo narrativo no se vería mermado en favor de que saquemos la conclusión que Park es un virtuoso de la cámara, pero que puede llegar a cargar en muchos momentos.

Tokyo! (Michel Gondry, Leos Carax, Bong Joon-ho, 2008)

psterusatokyondHace unos días tuve la oportunidad de ver Tokyo!, un film que recoge tres mediometrajes de diferentes cineastas con el denominador común de situar sus trabajos en la capital japonesa. Una mirada hacia el Tokyo de hoy que en conjunto se me antoja una de las propuestas más imaginativas e interesantes del cine fantástico que he podido ver   en lo que va de año.

Se trata de un proyecto independiente, coproducción de Japón, Francia y Corea del Sur, a cargo de tres directores, que a la vez ninguno es nipón. Los dos primeros llevan la firma de los franceses Michel Gondry (La ciencia del sueño; Rebobine, por favor) y Leos Carax (The House), del que no veíamos ningún trabajo desde 1999. La última es del coreano Bong Joon-ho, conocido por su mediática The Host. Los tres manejan con habilidad recursos estéticos y visuales distintos, lo que hace al conjunto más interesante, y todos utilizan originales giros en el guión, por lo que no desvelaré demasiados detalles del argumento, sólo recomiendo que no os la perdáis, sea o no estrenada en nuestros cines, porque las tres (con sus virtudes y defectos) merecen la pena y presentan puntos de vista muy diferentes, alejados de los clichés habituales, pero conservando la personalidad de cada director.

El primero de ellos es Interior Design, de Michel Gondry. Cuenta las peripecias de una joven pareja que busca su lugar en la gran ciudad. Una historia bastante manida en el cine, pero a la que Gondry le confiere un toque onírico, casi claustrofóbico, dando muestras de una imaginación y sentido del humor realmente extraordinarios. Simplemente excelente en cuanto a ritmo y utilización de recursos. Es el que más me gustó, además de hacer recuperar mi confianza, algo perdida con su último Rebobine, para con el cine de Gondry.

interior design

El segundo film, Merde, de Leos Carax, es completamente distinto al anterior. El protagonista, el hombre excremento, es un personaje uraño, inadaptado y extraño, que vive bajo tierra, en las alcantarillas de Tokyo. Carax pretende una metáfora sobre los pilares éticos en los que se sustentan las nuevas generaciones urbanitas; una sociedad en la que debajo de su sociabilidad se halla el siempre viejo conservadurismo, el racismo y la xenofobia. Decía que no tiene nada que ver con el primero porque trata de introducir ciertos elementos del cine fantástico y de terror, dotándolo de buen humor, pero carente de cualquier asomo de  delicadeza y sensibilidad, sobre todo si con Gondry lo comparamos. Eso sí, hay que destacar la excelente interpretación de Denis Lavant, único protagonista no asiático del conjunto, y también los continuos guiños a Godzilla.

vlcsnap-1790775La tercera película, Tokyo Shaking, narra la relación entre diversas personas que viven encerradas en un piso, lugar en el que han creado su propio mundo, su propia isla de felicidad, y que ven amenazado su rol cotidiano cuando uno de ellos se enamora repentinamente de una repartidora de pizza. Vaya, otra metáfora, también sobre la sociedad japonesa, aunque esta vez centrándose en la triste soledad de los habitantes de una ciudad que paradójicamente viven rodeados de millones de personas, algunas a muy pocos metros de distancia. Se trata de un film mucho más lento, pero con buen ritmo y bien realizado, que mantiene el elemento fantástico de los anteriores. Pero es el que menos me gusto, tal vez porque le falte un final más concluso para ser del todo redondo.

Dream (Bi-mong), de Kim Ki-duk (2008)

dream-poster-unoCon Dream, decimoquinta película en doce años, Kim ki-duk aborda un aspecto nuevo de sus siempre extremas historias de sufrimiento en el amor. En este caso lo hace desde la perspectiva del sueño como deseo y, a la vez, como modo de escapar de las propias pesadillas, todo ello desde una narrativa simbólica mucho más cercana a la fuerza y la fantasía de «Time» que a otras argumentalmente más pegadas al terreno como «Primavera, verano…» «El Arco» o «Hierro3».
Los protagonistas no se conocen. Son dos seres antagónicos: cada uno de ellos teme, casi odia y huye constantemente de lo que es y lo que anhela el otro. Sin embargo, están destinados a encontrarse, porque mientras uno duerme, el otro vive lo que este sueña. Sustentada prácticamente con los dos personajes principales (él, el japonés Jô Odagiri; ella, la surcoreana Lee Na-young), si hay algo destacable es esa plasmación de la belleza con la que Kim Ki-duk sabe impregnar la pantalla entera en cada una de sus secuencias, aunque en realidad nos esté enseñando formas de querer que ahogan a esos personajes en un sufrimiento límite y, ocasionalmente, siniestro. kimkiduk_dream-1En el caso de Dream, la mezcla de la realidad con el onírico mundo de la fantasía, consigue crear un relato ciertamente original, aunque, desde mi punto de vista, no fluye como el coreano ha logrado en otras producciones de mayor calidad, estancándose por momentos en un círculo vicioso que no avanza hasta casi el final, donde nos vuelve a regalar su cine en estado más puro. Estéticamente intachable, poética y brutal como ya es habitual en toda su filmografía, fotográficamente excelente y cargada de esa sensibilidad tan particular que sabe imprimir a cada secuencia, a la ambientación, a la música, a los gestos de sus protagonistas, a los suaves y hasta milimétricos movimientos de su cámara… todo ello sumado ofrece sin duda un conjunto de factura artística innegable. Sin embargo, Dream deja la extraña sensación de ser como un eco de sus anteriores películas (quince películas en doce años son muchas películas) y comienza a destilar algunos síntomas de cansancio fílmico. Porque a pesar de que la historia que cuenta resulta, en un principio, interesante y atractiva, el mero planteamiento repetitivo a lo largo de toda el film no es suficiente para mantenerlo durante 90 minutos. No sólo porque está estancada casi en el mismo punto desde el inicio hasta el final, sino porque las decisiones que van tomando los dos protagonistas son, o bien muchas veces predecibles con facilidad (para cualquiera que haya visionado dos o tres cintas del director), o bien sorprenden por rozar los límites de lo creíble si aplicamos a los hechos un mínimo de sentido común. Siempre he admirado el cine de Kim Ki-duk, su capacidad para transmitir sólo con imágines, sin excesivos recursos añadidos, y esa extremada sensibilidad que hace que, de su mano, resulten bellas las historias más sórdidas o bizarras.vlcsnap-7035171 Pero Dream no sólo reitera los mismos matices respecto a sus protagonistas (a pesar del tratamiento más fantástico y onírico que real), sino que casi se reconocen las mismas imágenes utilizadas en algunos de sus anteriores films, no logrando en conjunto la brillantez de aquellos por más que una se esfuerce en el intento de quedar atrapada como ya era costumbre, esperando encontrar ese algo más al que nos tenía habituados película tras película. Sólo cuando se acerca el final introduce algunos elementos simbólicos interesantes dotados de una fuerte carga metafórica que personalmente me gustaron mucho, aunque bastante lejos del nivel a priori esperado.
Con todo, la película me parece recomendable, a pesar de no ser de las mejores, pero ello no quita que cada una de sus secuencias pueda calificarse como toda una lección de saber hacer cine de modo (hasta cierto punto) independiente de la historia que nos cuenta. Una pena que el director recurra para ello a más de un tópico de sus anteriores cosechas de manera innecesaria. Esperemos se trate sólo de un bache y no, como ha sucedido con otros, del inicio de una lamentable etapa en la autocomplacencia.

Soy un Cyborg, de Park Chan Wook (2007)

Anoche volví a ver, esta vez en el cine, Soy un Cyborg, la última producción del coreano Park Chan Wook. La había visto en una versión que circula hace algo más de un año por internet y no me dijo demasiado, pero esta vez, en la pantalla grande, me ha causado bastante mejor impresión. Tal vez porque es una película tremendamente surrealista y mi primer visionado no debió producirse en un buen momento anímico; o tal vez porque resulta inevitable comparar unos films con otros cuando ya has visto alguna película del director (Old Boy, Sympathy for Mr. Vengueance, etc), y he de decir que Soy un Cyborg no se parece en nada, al menos argumentalmente, a sus films anteriores y, claro, sin saber, al espectador le puede pillar desprevenido semejante derroche imaginativo cuando espera encontrar una buena dosis de violencia coreana que contagie adrenalina.
La película cuenta la historia de Young-goon, una joven residente de un hospital psiquiátrico que afirma ser un cyborg (especie de robot con misiones de arma nuclear de combate). La chica es ingresada porque se autolesiona (cree que sus venas son en realidad cables de comunicación que ella misma puede conectar) y se niega a comer por temor a estropear sus mecanismos internos, alimentándose sólo de pilas y baterías, con el consiguiente peligro para su integridad física. En el hospital, la protagonista interactúa con el resto de personajes, a cual más insólito: su compañero de viaje, un joven cleptómano convencido que posee el poder de robar las habilidades de otras personas, un hombre que camina al revés, una mujer bulímica preocupada continuamente por su apariencia u otro que vive con una banda elástica imaginaria alrededor de su cuerpo. En definitiva, una “colección” de personajes cada uno con sus debilidades, todos ellos peculiares pero que se atan a un guión que los presenta de modo natural, aunque con la suficiente distancia para no hacerse del todo cercanos.
A pesar de ello, la película no resulta ser un drama, sino más bien una comedia hilarante y fantástica,  un cuento de hadas que transmite constantemente la sensación de irrealidad, de mundo místico pero a la vez visualmente impactante que habla del amor, de la amistad y de la locura.

Park Chan Wook deja de lado esta vez los rasgos más violentos y trágicos de sus anteriores trabajos para ofrecer una comedia imaginativa, surrealista y mucho más amable. Algo así como poner en una coctelera «Alguien voló sobre el nido del cuco», «Amelie» y el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Sólo que el hospital psiquiátrico no es lúgubre y desolador sino un espacio abierto, ajardinado, con grandes habitaciones y vistas espléndidas donde los personajes cohabitan con total libertad, moviéndose como si de un patio de guardería se tratase y ellos fuesen niños que, con sus fantasías más pueriles, pueden ser un androide, un ladrón o un hombre invisible.

Aunque detrás del tono amable, de comedia preciosista y de sus encantadores colores pastel se esconda el cruel relato de la personal locura de cada uno y de la impotencia en la que se encuentran sumidos, reclusos de una sociedad hipócrita para la que ellos poseen el arma tal vez más peligrosa. Ni que decir tiene que técnicamente está a la altura de lo que el director acostumbra: una deslumbrante fotografía, impresionante montaje, buena actuación de los dos protagonistas y unos personajes secundarios cuidados en los detalles, bien dibujados y realmente únicos. A pesar de que no cuenta una historia demasiado original sí lo hace de modo divertido y muy bien llevado, por momentos paranoico, pero siempre sorprendente y capaz de satisfacer y entretener tanto a los que ya conozcan algún trabajo del director como a los que se atrevan con él por primera vez. Porque si bien dista bastante de ser una obra maestra o lo mejor del director, si es una pequeña joya cinematográfica a la que merece la pena echar un vistazo. Dicen por ahí que la próxima del coreano es sobre vampiros… a ver qué nos depara!

Aliento, de Kim Ki-duk (2006)

«Los celos, un aliento que nos agota. El perdón, un aliento que nos alivia. La esperanza, un aliento que retenemos. La pasión, un aliento que liberamos».

Con este subtítulo al cartel original, por fin se estrena hoy en España «Aliento», la última producción del coreano Kim Ki-duk, ya reseñada en este blog hace unos meses. Seguramente, tal como ha sucedido con otros estrenos del cineasta, despierte pasiones encontradas. No es fácil hallar opiniones intermedias sobre el cine de Kim Ki-duk: Unos lo disfrutamos con intensidad, con interés, con asombro y emoción de la perdurable; para otros, sus propuestas, recreadoras siempre del dolor de los protagonistas, son perversas y repugnantes. Pero lo que es seguro es que a nadie dejará indiferente, y eso no lo pueden decir todos los directores, ni siquiera muchos de esos que obtienen grandes éxitos de taquilla.
¿Dónde reside su secreto?…
… Puede que, en primer lugar, en que su cine no es un reflejo somero de la realidad, transformándose en una obra más expresiva que representativa de hechos más o menos cotidianos…
.. También en que su violencia está reflejada en imágenes de tremenda belleza, reduciendo siempre los diálogos en favor de esas imágenes, en las que se habla y transmite sin necesidad muchas veces del uso de la palabra…
.. En que la característica de todos sus personajes es la imperfección y nadie se identifica con ellos, pero reflejan sus perversiones con todas sus consecuencias; esa pedagogía de la fealdad tras un entramado, sin duda, tremendamente poético. ..
..Y, seguramente, en que Kim Ki-duk echa toda la carne en el asador en cada película, empeñándose en la perfección de cada imagen, sabiendo crear, a la vez, unos personajes enérgicos y de fuertes sentimientos…
Toda una lección de cómo hacer cine, aunque puede que no sea del gusto de cualquier público. Imprescindible.

Breath (Aliento)

Su estreno en las salas españolas estaba proyectado para ayer 4 de abril, pero, sorpresa la mia, cuando leo la cartelera y no aparece… En realidad tampoco se puede decir que haya sido una sorpresa; estas cosas ya han ocurrido numerosas veces: los empresarios dudan si les saldrán o no los números y los espectadores nos quedamos con un palmo de narices. En fin, que hice bien en buscarla hace unas semanas en internet y bajármela, aprovechando que en Corea ya se ha editado en DVD y por tanto colgado en la red. Lo más difícil fue encontrar subtítulos, pero como el que la sigue la consigue y hay, por fortuna, numeroso público amante del cine asiático siempre dispuesto a estos trabajos, no fue demasiado laborioso conseguir una buena traducción y poder visionar la película. Mientras el cine sea para ellos tan sólo un negocio, obviando su difusión como cultura y como arte, mi mula seguirá trabajando , al menos para poder ver películas que de otro modo quizá no vería nunca, de directores independientes como este, que siempre han estado al margen de una industria que ha perdido la libertad y la misma esencia del cine, y cuyo único criterio de selección es si llenarán o no las salas y por ende sus cuentas bancarias.
El film es un drama que trata una historia cruzada a tres bandas: Mujer infiel se enamora de preso condenado en el corredor de la muerte, marido con amante, hija pequeña, funcionario de prisiones, gay como compañero de celda y un vigilante voyeur del que sólo se ve su reflejo en las pantallas de supervisión de la cárcel. Este último personje resulta muy curioso, porque a modo de director de orquesta, establece los límites a los que puede llegar la relación de los protagonistas, logrando un sorprendente contacto con el espactador, ya que sabe parar la trama en el momento oportuno (fin de la visita al reo!) para contener el suspense (a esperar la siguiente visita a ver qué ocurre!), y ofrecer a modo de cuentagotas cada vez un poco más… un original y también morboso modo de mantener al público sentado en la silla hasta el final del film. Pocos diálogos (el preso no pronuncia ni una sóla palabra en toda la película), pero esto es habitual en Kim Ki Duk, lo cual no merma el guión en absoluto, porque logra hacerle hablar, y muy claramente, con su rostro y su mirada. Otro aspecto a destacar es la violencia de la que hace gala, implícita pero brutal, y su alto contenido erótico.
Sin ser de lo mejor del director, verla es un festín para los sentidos: la fotografía es impecable, la música hechizante, sorprende -este es su sello propio, nunca sabes por dónde saldrá la historia que cuenta mientras ves el film-, las escenas son bellísimas, la carga emocional importante, el ritmo -pausado- pero no pierde en ningún momento, y la interpretación de Chen Chang («2046», «Happy together», ambas de Wong Kar Wai) encomiable, que sumado al buen saber hacer de Kim Ki Duk en la dirección dan como resultado un film con muy poco desperdicio, al que sólo puede reprochársele ese «final feliz» que rompe con la estructurá filmográfica del coreano.

Kim Ki Duk no es un cineasta especialmente querido en su país: sus películas reflejan, incluso magnifican muchas veces, todos los vicios que trata de esconder de puertas a fuera la sociedad coreana (el machismo de sus hombres, la tendencia a distraer la moral de sus mujeres ante caballeros con visa en dólares, la corrupción policial, la bajeza de la clase política…). Para hacer algunas de sus películas tuvo que irse a Japón a que se las produjeran, de hecho «Hierro 3» es japonesa, a pesar de que sus actores y guionistas no lo son. Precisamente de Hierro 3 tiene mucho este último film, aunque también homenajea una de sus películas más conocidas: «Primavera, verano, otoño…», que, de lejos, es la que más me gusta de las que he visto de este cienasta. Tampoco está muy bien valorado en el mundillo del cine europeo. En mi opinión, seguramente no gusta demasiado que un autodidacta llegado a Europa a estudiar Bellas Artes, que se dedicaba a pintar capillas y a vender dibujos exponiéndolos en el suelo de los mercadillos callejeros, y que descubre el cine un poco por casualidad, pueda resultar un genio, amén de que sus películas no presenten la recurrente y esperada crítica social al mundo occidental. Además, la sociedad coreana es muy diferente a la nuestra, y muchas veces hay que hacer un esfuerzo de empatía para entender que las relaciones que filma, extrañas para nosotros pero de lo más normales en otras culturas, presenten valores éticos medidos con pautas distintas al modo occidental de entender el mundo.

Para quien quiera hacerse una idea, este es uno de los trailers que circulan de la película. Está en italiano, pero de todos los que he visto, es el que mejor calidad de imagen y sonido tiene.