Air Doll, de Hirokazu Koreeda

Hirokazu Koreeda es un cineasta al que me gusta seguir la pista porque hasta la fecha -y no he visto toda su filmografía-, ninguna de sus películas me había decepcionado. Por eso, antes de cargar contra su último trabajo, me gustaría destacar especialmente «Nadie sabe«, un drama impresionante cuyos protagonistas son un grupo de niños sobreviviendo en solitario a las condiciones actuales de una ciudad como Tokio, y «Still walking«, mirada extraordinaria al Japón rural heredera del maestro Ozu. Por eso, en cuanto me enteré del estreno de su nueva película, Air Doll, acudí puntual a la cita cinematográfica. El resultado, francamente decepcionante. En la primera media hora de metraje, Koreeda deja aparentemente a un lado el drama humano realista de sus anteriores películas y se adentra esta vez en el terreno de la fantasía. Solo aparentemente porque, aunque está basada en un manga corto de Yoshiie Gouda, a manera de bucle vuelve a tomar el camino de retorno a los temas centrales habituales en su cine, aunque esta vez con menos acierto. El personaje central  es Nazomi, una muñeca hinchable que un día, cual Pinocho, a partir de una gota de agua, cobra vida y decide salir a explorar el mundo fuera del apartamento donde su existencia consiste en ser mero sustituto sexual de lo que su propietario no posee, y lo hace con un sentido casi infantil, como quien tiene que aprender cuanto desconoce de la vida.

A partir de aquí interacciona con diversos personajes que se cruzan en su camino. Personajes que, metafóricamente, están tan vacíos por dentro como ella, quien solo posee en su interior aire y un corazón. La soledad de la vida urbana, la necesidad de amor y reconocimiento, la fugacidad, la deshumanización y las características antropológicas de las personas confinadas a una gran urbe como Tokio vuelven a ser, en definitiva, a pesar de lo fantástico y original del planteamiento inicial, el tema central para Koreeda. Y todo el delirio  de fantasía que promete ese principio se va transformando con el transcurso de los minutos en un recorrido por diferentes tipos individuales de una ciudad actual, más allá de las miserias del propietario cuarentón del artilugio, navegando entre momentos de pretendida intensidad dramática -y sexual- y cierto aire de trascendencia. La muñeca cumple con el papel de mirada triste a esa sociedad, mitad metáfora, mitad simbolismo social.

El asunto encaja dentro de lo que podemos esperar de Koreeda, aún alentando cierto regusto a pesada insistencia dada la trayectoria, pero seguimos aguantando a tenor de una capacidad para la composición de planos extraordinaria que otorga una impronta de particular belleza a todas y cada una de las escenas. Pero pasan los minutos, y si en Still Walking comprendíamos similares contradicciones desde un lenguaje plagado de gestos, actitudes, miradas y silencios cargados de contenido, Air Doll opta por la puntuación directa en lugar de por la sugerencia. Reflexión existencialista y crítica del materialismo imperante en la sociedad nipona moderna un tanto simplona, porque todo resulta demasiado esquemático, además de rozar en numeroso momentos la horterada, tras dos horas de metraje insistiendo en la misma idea, sin duda redundante.

Lo más destacable de la película pasa a ser el excelente trabajo de la coreana Doona Bae, quien sin apenas pestañear dota a cada una de las situaciones de la carga emotiva que exige un papel de estas características. Es sin duda este factor junto a las numerosas localizaciones de algunos de los rincones más hermosos de la ciudad de Tokio lo que sostiene en alguna medida el film,  de  ritmo narrativo espantosamente lento, donde no sucede absolutamente nada más que el paulatino proceso de adaptación del juguete a la basura urbana, entre la que podemos incluir a los individuos que la componen.  Kore-eda comete además el grave error de plegar una trama que no da más allá de un cortometraje a sus caprichos con la cámara. Una trama que para colmo pretende ser simbólica de los rumbos de la sociedad moderna, pero que en demasiadas ocasiones la sorprendemos mostrando casi todo de manera descaradamente obvia, sin encontrar lugar para la sutileza.

Por suerte, la película encuentra su salvavidas en el trabajo interpretativo de la protagonista y en el fotográfico, de indudable calidad plástica, donde Pin Bing Lee tiene bastante que decir. El reparto también sufre bastantes altibajos, porque mientras Doona Bae nos ofrece una interpretación de premio, los secundarios dejan bastante que desear, unos en su faceta puramente interpretativa y otros por lo que respecta al aprovechamiento que el propio director hace de ellos, resultando en muchos casos forzados y hasta artificiales. En resumen: dos horas de metraje que hubiesen encontrado su lugar perfecto, por ejemplo, en un film como Tokyo!, película colectiva en la que distintos directores ofrecen su punto de vista acerca de la sociedad y el individuo moderno en no más de 20 minutos, sin llegar a la pesadez pseudo-humanista cercana al sermón  a la que esta vez nos somete Koreeda con su última propuesta.



Edgar Neville: La torre de los siete jorobados

La torre de los siete jorobados es una película española de corte fantástico, coctel de géneros de terror, negro, comedia y misterio; un film siniestro, expresionista y con un toque gótico, realizado por Edgar Neville en 1944. Por aquellos años el país se encuentra en plena posguerra, período negro recién comenzado de la historia de España, con un panorama social marcado por el hambre, la miseria, las cartillas de racionamiento… imaginen qué situación padecía nuestro cine. La pregunta es: ¿Cómo es posible que en aquel momento alguien pudiera producir una película sin fines propagandísticos cuando, además, tanto el gobierno por activa como el mundo del cine por pasiva despreciaban el género en favor de otro tipo de planteamientos?.

Para dar una explicación razonable es necesario entender, aunque sea de manera sucinta, la figura de Edgar Neville, pues seguramente sólo un personaje de su corte reunía las condiciones necesarias para poder parir este tipo film en semejante coyuntura. Neville era un madrileño apasionado del teatro, aunque en realidad se licenció en Derecho. Hacia final de la década de los 20 comienza a interesarse por todo lo relacionado con el mundo del arte en sus diferentes facetas: novela, pintura, poesía, por supuesto el teatro y, claro, también el cine, que por entonces se encontraba en pleno boom del sonido. Poco antes del triunfo de la República y la huida de Alfonso XII a Italia, Neville es un abogado recién licenciado interesado por el ambiente cultural, por entonces en plena efervescencia en España.

Su posición social y su relación con el mundo empresarial le permite relacionarse y entablar amistad con figuras como Lorca, Dalí, Buñuel, Ortega y Gaset o Manuel de Falla. Además, su condición de miembro de una adinerada familia da alas a su carrera diplomática, lo que se traduce en viajar y conocer numerosos países durante los breves años de la República: Roma, Marruecos, Gran Bretaña y finalmente Estados Unidos, primero Washington y posteriormente Los Ángeles. En éste, su último destino como representante de la diplomacia española, se introduce en el mundillo de Hollywood y acaba colaborando como guionista para la Metro. Allí conoce a Charles Chaplin quien -según wikipedia– le otorga un pequeño papel en Luces de la Ciudad. Pero en 1936 estalla la Guerra Civil española y hay que tomar claro partido. Neville lo hará por el bando nacional, para el que pasa a trabajar como documentalista. Su toma de posición por el régimen y su ascendencia familiar será lo que le permita, una vez finalizada la guerra, cierta libertad artística, contar con el beneplácito del régimen franquista y carecer de dificultades financieras, pues sus proyectos los subvenciona la mayoría de las veces el propio Neville, Conde de Berlanga del Duero, quien en plena posguerra no padece demasiados ahogos financieros. Como quiera que el que tuvo, retuvo, el bagaje cultural y artístico acumulado en los años previos es incuestionable, por lo que Neville es, con la perspectiva que nos otorga el tiempo, una de las pocas figuras interesantes desde el punto de vista artístico de este oscuro período, a pesar de que la adscripción al régimen haya mantenido su obra en la sombra con el paso de los últimos años.

Son pocas las veces que el cine español se aventura en el género de terror hasta la aparición de los primeros trabajos de Jess Franco, allá por la década de los 60, y seguramente La torre de los siete jorobados sea la única encuadrable desde que el nuevo régimen toma el poder, momento a partir del cual en España solo se proyectan películas norteamericanas convenientemente filtradas por la censura y alguna que otra españolada de carácter propagandístico y costumbrista que, con clara intencionalidad, asientan la idea de sociedad acorde a la iglesia y al régimen. El film de Neville es, sin embargo, una rareza ajena a todo esto, pues además de tratarse de un auténtico thriller fantástico de terror, se asemeja más en su técnica y factura a las tendencias europeas más vanguardistas que al recto corte cultural patrio. Auténtica joya del cine español, cuenta con una puesta en escena realmente asombrosa que podemos ver, por ejemplo, a la hora de recrear escenarios como la torre, cuya escalera de caracol bajando hacia el interior de la tierra recuerda mucho al cine expresionista alemán de los años 20, al tiempo que recoge las primeras tendencias del cine negro norteamericano en su desarrollo argumental.

Pero por encima de todo se trata de una película fantástica, probablemente el primer largometraje de estas características en nuestro cine, que combina variados elementos sobrenaturales como fantasmas, hipnotizadores, contrabandistas o siniestros clanes de jorobados nunca exentos de un toque de humor, a mi modo de ver un tanto grueso, como la escena en la que irrumpe el espíritu del mismísimo Napoleón Bonaparte. La trama nos sitúa en el Madrid de finales del siglo XIX. Un joven arruinado por el juego (Antonio Casal) apuesta sus últimas monedas en una ruleta clandestina. A punto de perder cuanto posee, se le aparece un fantasma (Félix de Pomés), personaje escalofriante y a la vez benevolente que surge a través del espejo y solo él puede ver, para indicarle cuál será el siguiente número afortunado. A cambio de que la suerte vuelva a sonreírle, deberá proteger a su sobrina Inés (Isabel de Pomés) de un clan de malvados jorobados que habita en el subsuelo de la ciudad. Mención especial merece el personaje del Doctor Sabatino, extraña figura entre pícara y siniestra que borda Guillermo Marín. El sombrío y tenebroso mundo que se esconde bajo los adoquines de Madrid contrasta con los escenarios exteriores que no son otros sino los alrededores de la Plaza Mayor y el barrio de La Latina muy bien recreados, bajo los que se esconde un submundo de intrigas y lúgubres personajes y cuyo acceso entraña riesgos incalculables. La mezcla de atmósferas, costumbrista en la superficie y entre gótica y expresionista bajo el suelo es realmente fascinante. Y, como no, el final que nos ofrece está a la altura de semejante rareza para la época, cuando Neville decide dejar el caso abierto, crimen sin resolver y asesino sin su correspondiente castigo: todo menos convencional dado el enfoque moralista de la censura nacional-católica imperante.

La idea no es original de Neville, sino que se trata de una adaptación, aunque muy libre, de la novela escrita años antes por Emilio Carrere, una obra en la que son patentes las influencias de Conan Doyle y Edgar Allan Poe, pero que posee a la vez tintes costumbristas muy propios, ya que las referencias al Madrid más castizo y a sus personajes característicos (serenos, cupletistas o chulapas) son una constante que, además, recogería Neville en casi todos sus guiones. Me he permitido recuperar unos minutos de la película que espero sirvan para despertar el interés suficiente respecto a esta joyita, precursora de un género que tardaría algunos años en desarrollarse en España, y que lamentablemente solo podemos disfrutar en una calidad muy baja mientras nadie se decida a lanzar al mercado una edición restaurada.

Tres recomendaciones para cerrar 2009

Se acercan fechas navideñas y este blog se toma unas mini vacaciones hasta el año nuevo, no sin antes dejar algunas recomendaciones que, por razones de tiempo, no han cabido en una reseña completa pero que en mi opinión merecen al menos esta pequeña mención.

La fiesta salvaje se distribuye como un cómic aunque no es exactamente eso. Se trata de una adaptación gráfica hecha por Art Spiegelman de un poema erótico firmado por el neoyorkino Joseph Moncure Marche en 1928. El autor también fue ensayista y columnista para New York Times y New Yorker, y es más conocido por otra de sus obras, The Set-up, un poema largo sobre boxeo que fue adaptado por Robert Wise para el cine. Tras su éxito, Moncure se trasladó a Hollywood, donde escribió y adaptó numerosos guiones, entre otros para Howard Hudges.

La fiesta salvaje es un poema largo a base de pareados, un clásico perdido que fue censurado tras su publicación en Estados Unidos por pornográfico, hecho que le llevó a convertirse en una obra de culto. No se recupera hasta 1968, año en que se publica junto a una pequeña biografía, pero en una versión censurada que elimina cualquier referencia antisemita. Esta es  su primera edición en España, a cargo de Mondadori,  y salió a la venta el pasado noviembre. Ambientado en los locales de jazz de los años 20, supone una avanzadilla del cine negro venidero de tono ciertamente pulp. Una reina del vodevil, un payaso homosexual y un escritor, Black, se entremezclan para tejer el retrato del ambiente lumpen de los tugurios musicales de la época; una época que hoy se nos presenta como baluarte del romanticismo y que ha ocupado numerosas páginas del cine y la literatura. Sexo, alcohol, violencia conyugal y prejuicios  sexuales y raciales son hilvanados por el autor en este poema en casi 100 páginas de ritmo vertiginoso, donde asoman influencias del expresionismo alemán y del incipiente cine negro norteamericano.  Las poderosas ilustraciones de Art Spiegelman a base de ángulos y curvas desgarradas pero a la vez elegantes, todas en blanco y negro, combinan a la perfección con el tono underground del trabajo.

La segunda recomendación es también un libro. Ya sé que no tengo perdón, porque todavía a estas alturas no he visto la película, cosa que haré en cuanto tenga algo de tiempo y me sea posible. De cualquier  modo creo que no se ha dado suficiente importancia a la novela de Francisco Pérez Gandul, ensombrecida quizás por el éxito, seguramente justificado, de su adaptación a la pantalla. Porque además de ser un buen libro de género, Celda 211 es un relato fantásticamente narrado y con un sorprendente manejo de la voz narrativa que merece su lectura independientemente de haber visto la película. Su estructura está compuesta a base de monólogos que se alternan en sucesivos capítulos con el relato de las situaciones, todos escritos en primera persona que  a su vez corresponden  a los personajes del relato. Cada uno está  hecho con estilo literario y registro lingüístico distinto, acorde con el personaje que en cada momento vive las diversas situaciones, hecho que difícilmente puede recoger un guión de cine que, por lo que he podido leer, se ciñe al desarrollo de los hechos de manera más o menos fiel, pero que no nos traslada a la piel de cada uno de sus personajes como tan bien logra hacer el libro. Y si la película es un oasis dentro del cine patrio de género, la novela merece ser destacada en el actual panorama de la narrativa española contemporánea.

Y la última recomendación, para no perdérsela y muy acorde con las fechas es la última producción de Spike Jonze estrenada recientemente en los cines: Donde viven los monstruos. Una adaptación del clásico infantil obra de Maurice Sendak, publicado por primera vez en 1963 y que ha reeditado Alfaguara. Cuenta la historia de un niño rebelde y muy poco paciente que se escapa tras una discusión con su atareada madre y se interna en el bosque en busca de la Tierra de las Cosas Salvajes, donde poder dar rienda suelta a su imaginación y a sus travesuras. La película mezcla técnicas de animación informática con muñecos reales y se puede disfrutar en familia, aunque con reservas para el público demasiado pequeño. Tiene un toque muy poco convencional, grandes dosis de imaginería y sólo se le escapa algún tono excesivamente moralizante que desmerece el conjunto; conjunto que a pesar de todo hace merecer la entrada pagada en la sala. Una fábula sobre la infancia y el crecimiento que, además de resultar visualmente fantástica, explora sentimientos humanos con grandes dosis de realismo (de ahí que tal vez no sea demasiado recomendable para llevar a niños muy pequeños). Los personajes y sus conversaciones no solo están muy bien trabajados, sino que son de una profundidad psicológica notable. Me gustó especialmente el diálogo sobre la muerte del Sol, pero hay muchos elementos del guión que no tienen desperdicio y que van bastante más allá del simple relato del libro, pues consigue llevarnos muy de cerca a la mente de un niño hiperactivo como es el protagonista. Es un trabajo en el que guión, dirección, puesta en escena y banda sonora confluyen casi a la perfección escena tras escena, aunque quizás el excesivo perfeccionismo le resta naturalidad y credibilidad suficiente para llegar a conmover.

Felices fiestas a todos y hasta  el año venidero 😉

El Inadaptado, de Jens Lien (2006)

cartel argentino«Den Brysomme Mannen» es el título original de este film del cineasta noruego Jens Lien; película que describe la soledad en un mundo ideal, aparentemente equipado con todo lo deseable, y que no es sino una magnífica sátira sobre la fantasía consumista de la sociedad del primer mundo. Imaginad por un momento un mundo donde los problemas cotidianos han sido eliminados, las relaciones entre las personas son sencillas, sin sobresaltos, esforzadamente armónicas, el trabajo está garantizado, los jefes se muestran siempre solícitos y agradables, las ciudades están cuidadas, no hay demasiado ruido y nada resulta molesto ni exasperante, las calles están eternamente limpias, todo ha sido construido a la medida para que simplemente podamos disfrutarlo cuando queramos y hasta la pobreza ha sido erradicada. Andreas (Trond Fausa Aurvag) llega a esta ciudad modelo, que parece directamente sacada de un catálogo de IKEA, sin saber cómo ni porqué, un lugar donde todo está hecho a la medida para él: un puesto de trabajo, una vivienda, una esposa que le quiere y a su disposición toda clase de entretenimiento prefabricado a la espera para su disfrute. Sin embargo, el precio es alto. Debajo de esa perfección y fachada de continuas y forzadas sonrisas, las personas parecen no tener emociones, se comunican a través de una cortesía artificial y sus relaciones se antojan puro plástico. Escapar, atraído por el olor que ya no existe de un plato de comida caliente o una simple melodía lejana que martiriza su recuerdo, pasará a convertirse en una necesidad. La otra alternativa no es sino el suicidio…vlcsnap-2803009Brillante y muy entretenida fábula que se pregunta sobre la naturaleza de nuestra cultura posindustrial, consumista, obsesionada con la belleza mediática y las apariencias. Las actuaciones son exageradamente teatrales, con personajes definidos desde un principio que asumen un rol posmoderno en su máxima expresión. La iluminación es fría, los colores grises y azulados, poco saturados, logran el efecto de estar filmada dentro de un congelador. El aspecto visual de la película y su factura técnica es lo más logrado, con encuadres casi perfectos y una fotografía realmente extraordinaria. Y la música acompaña el tono de la película dándole el tinte pretendido de experiencia surrealista a vez que horrorosa.vlcsnap-2759935

vlcsnap-2805354Sin ser una historia demasiado original, la película transmite un constante fluir de ideas sobre nuestro presente, hacia dónde vamos en un mundo tendente cada vez más a lo aséptico y también sobre los deseos de las personas en el contexto en que vivimos. Un film alegórico que, sin embargo, huye de maniqueísmos y no pretende ser instructivo o revelador de otro tipo de sociedad, quedando sólo en una sátira a modo de comedia negra acerca de eso que durante mucho tiempo se nos ha vendido como pretendido bienestar. En este sentido, tiene cierto aire metafórico que recuerda mucho a «Brazil» de Gilliam, aunque comparte las referencias al cine con algunas ideas evocadoras a Milton o Kafka, junto a cierto aire fílmico mezcla entre Tarkovsky (Stalker), en el aspecto dramático, y la soledad del hombre al modo que lo hiciera Jacques Tatí en su faceta de comedia, con aquellos personajes que nos hablaban sobre los sencillos placeres humanos, el deseo de escapar de lo cotidiano y su lúdico afecto por la naturaleza humana.

The Fall: El sueño de Alexandria, On-Line

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Dirigida por Tarsem Singh y filmada en 23 países durante un período de casi cuatro años, la película es una fantasía visual deslumbrante, así como un recorrido sobre el arte de la narración de cuentos, a la vez que un homenaje al cine clásico y al mundo de los extras cinematográficos, visto a través de los ojos de una niña, que gira alrededor de cinco exóticos bandoleros a la caza de un tesoro.

Destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.

Una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos, que podéis  disfrutar completa en versión original subtitulada en castellano, en la pestaña On-line de este blog.

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El Hotel Eléctrico, de Segundo de Chomón

chomonhd7 He encontrado, un poco casualmente, este cortometraje español que data de 1908. Para quien lo desconozca, Segundo de Chomón, natural de Teruel , es una de las personalidades más relevantes de los primeros treinta años de la historia del cine, pionero del cine mudo, uno de los padres del cine español, del cine fantástico, de la animación y de la ciencia ficción también. Un nombre clave, a quien se le atribuye la invención de las «fantasmagorías» siguiendo los pasos del primer Méliès que allá por el 1902 comienza a introducir la fantasía en el cine mediante los «trucajes» (sobreimpresiones, maquetas, dobles exposiciones…), un incipiente cine que hasta entonces se había limitado a retratar la realidad cotidiana a modo de documental.

«El Hotel eléctrico» es considerada la primera película de ciencia ficción realizada en España, y en ella se aprecian influencias del trabajo del norteamericano Stuart Blackton, «The haunted hotel» (1906). Una pareja llega a un hotel completamente automatizado por la electricidad, y asisten boquiabiertos al espectáculo de cómo sus maletas se abren solas, la ropa se organiza o las funciones básicas de su aseo no dependen de la intervención humana. Hasta que el hotel se descontrola debido a un cortocircuito. El corto recoge gran parte del repertorio de trucos con los que viene experimentando Chomón en sus anteriores trabajos.

El film se rodó en España bajo la financiación de la francesa Societé Pathé Frères, fundada por Charles Pathé en 1896, que se convertiría en una de las compañías cinematográficas que supo resistir las vacas flacas de crisis y entreguerras del anterior siglo, compañía que creció y absorbió a otras como la Star Films de Georges Méliès (su mayor competidora), que acabaron en la miseria. Este primer magnate de la industria del cine no sólo producía y dirigía sus propias películas para exhibirlas en salas de cine de su propiedad, sino que también fabricaba su propia cinta virgen (140 metros para «El hotel eléctrico») y disponía de un gran estudio en Vincennes donde podían trabajar a la vez hasta 400 directores en distintos proyectos. Con Pathé, Chomón trabaja durante cuatro años como director, técnico de iluminación, de fotografía y especialista en trucajes y relevado, hasta 1909, año en que la compañía no le renueva el contrato y regresa a España. Las limitaciones económicas, comerciales y técnicas del cine español le harán trasladarse unos años más tarde a Turín, donde continuará su trabajo como director, aunque el contrato con la Italia Film de Turín se verá centrado en la realización y filmación de maquetas, perfeccionamiento en efectos de iluminación, cámara y efectos especiales.

The Fall, de Tarsem Singh (2006)

Dicen, las malas lenguas, que en noviembre se estrena, al fin, el último trabajo del director hindú Tarsem Singh, quien sólo ha realizado hasta la fecha dos películas: «La celda» (2000), y «The fall»; esta última, galardonada con el primer premio en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, desde mi punto de vista, con sobrados méritos. Si definitivamente deciden estrenarla, aunque ya la he visto, no pienso perdérmela en la pantalla grande. Se trata de una superproducción rodada en 23 países durante cuatro años, en la que destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru ), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.La historia está ambientada en 1920, en los inicios del mundo del cine de Hollywood. Un extra sufre una caída, por lo que es ingresado en el hospital. Allí conoce a Alexia, una niña de cinco años que estará siempre dispuesta a conseguirle la apreciada morfina a cambio de que le cuente un cuento; una narración increíble de cinco héroes en una cruzada fantástica contra el malvado emperador Odio (español, para más señas). Realidad y ficción van a ir entremezclándose para converger en el final: la realidad es el hospital, los proyectos y los deseos de los protagonistas; la ficción, esa maravillosa historia que rescata la tradición oral de los cuentos fantásticos, narrada con una riqueza simbólica extraordinaria e imágenes preciosistas de paisajes y edificios de diversos países, técnicamente impecables y con unas dosis de imaginería que van más allá de la simple historia narrada. Es una película en la que se dan simultáneamente dos planos narrativos diferenciados, aunque ambos quedan recorridas por la dulzura de la niña en química perfecta con el protagonista, que le va contando la historia por capítulos para tenerla enganchada y hacerla capaz de cualquier cosa con tal de conseguirle la morfina, del mismo modo que engancha al espectador en este alegato al cine silente, en el que no había trucos ni efectos especiales y los extras arriesgaban su físico rodando las escenas más inverosímiles.Hay que destacar, además de la calidad de la fotografía, el cuidado que ha puesto el director en cada plano, planos que son una alta belleza sugestiva y que están rodados como si de una obra pictórica en movimiento se tratase. Los colores saturados recuerdan la estética de los cómics, la iluminación está estudiada para lograr el efecto onírico que corresponde al relato y en la historia encontramos héroes esculturales diseñados como auténticos acróbatas que recuerdan mucho las actuaciones de El Circo del Sol. No en vano, el responsable de la puesta en escena, diseño y vestuario es nada menos que Eiko Ishioka, quien ya ha trabajado para el Circo y, entre otras labores, diseñó el vestuario del Drácula de Francis Ford Coppola. Este derroche de imaginería es utilizado por Tarsem para construir dos planos diferentes en la película: uno es el convencional, el real donde se está desarrollando la historia de los protagonistas; otro es el fantástico, el del cuento a modo de performance en el que se mezclan diferentes artes pictóricas, musicales y de diseño.En definitiva, una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos. Porque lo que destaca en ella, más que la historia en sí misma, es su calidad plástica y narrativa, acorde con las inquietudes del perfil profesional del director, un reputado artista en el mundo de la publicidad, responsable de galardonados spots de marcas como Nike, Pepsi o Mercedes Benz, y también de algún extraordinario videoclip como lo es, por ejemplo, Lost my Religion de R.E.M.,  y que en esta ocasión opta por hacer una película en la que pone de manifiesto su enorme calidad artística en vez de rodar un film para lucimiento de actores como hizo en su fallida «La celda» con Jennifer López. Quizá Tarsem vea en un largometraje unas posibilidades infinitas para el diseño cinematográfico, o quizá un escenario para dejar patente su futura proyección en este arte… Lo cierto es que la película se disfruta, porque sea o no una obra maestra cinematográficamente hablando, su calidad artística es innegable y sólo por ello merece la pena verla. A quienes les guste el género fantástico, seguramente no les defraudará en absoluto. Y a quienes no sean tan amigos de él, disfrutarán de una obra cuidada y meticulosa con pocos precedentes en el cine moderno.

Soy un Cyborg, de Park Chan Wook (2007)

Anoche volví a ver, esta vez en el cine, Soy un Cyborg, la última producción del coreano Park Chan Wook. La había visto en una versión que circula hace algo más de un año por internet y no me dijo demasiado, pero esta vez, en la pantalla grande, me ha causado bastante mejor impresión. Tal vez porque es una película tremendamente surrealista y mi primer visionado no debió producirse en un buen momento anímico; o tal vez porque resulta inevitable comparar unos films con otros cuando ya has visto alguna película del director (Old Boy, Sympathy for Mr. Vengueance, etc), y he de decir que Soy un Cyborg no se parece en nada, al menos argumentalmente, a sus films anteriores y, claro, sin saber, al espectador le puede pillar desprevenido semejante derroche imaginativo cuando espera encontrar una buena dosis de violencia coreana que contagie adrenalina.
La película cuenta la historia de Young-goon, una joven residente de un hospital psiquiátrico que afirma ser un cyborg (especie de robot con misiones de arma nuclear de combate). La chica es ingresada porque se autolesiona (cree que sus venas son en realidad cables de comunicación que ella misma puede conectar) y se niega a comer por temor a estropear sus mecanismos internos, alimentándose sólo de pilas y baterías, con el consiguiente peligro para su integridad física. En el hospital, la protagonista interactúa con el resto de personajes, a cual más insólito: su compañero de viaje, un joven cleptómano convencido que posee el poder de robar las habilidades de otras personas, un hombre que camina al revés, una mujer bulímica preocupada continuamente por su apariencia u otro que vive con una banda elástica imaginaria alrededor de su cuerpo. En definitiva, una “colección” de personajes cada uno con sus debilidades, todos ellos peculiares pero que se atan a un guión que los presenta de modo natural, aunque con la suficiente distancia para no hacerse del todo cercanos.
A pesar de ello, la película no resulta ser un drama, sino más bien una comedia hilarante y fantástica,  un cuento de hadas que transmite constantemente la sensación de irrealidad, de mundo místico pero a la vez visualmente impactante que habla del amor, de la amistad y de la locura.

Park Chan Wook deja de lado esta vez los rasgos más violentos y trágicos de sus anteriores trabajos para ofrecer una comedia imaginativa, surrealista y mucho más amable. Algo así como poner en una coctelera «Alguien voló sobre el nido del cuco», «Amelie» y el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Sólo que el hospital psiquiátrico no es lúgubre y desolador sino un espacio abierto, ajardinado, con grandes habitaciones y vistas espléndidas donde los personajes cohabitan con total libertad, moviéndose como si de un patio de guardería se tratase y ellos fuesen niños que, con sus fantasías más pueriles, pueden ser un androide, un ladrón o un hombre invisible.

Aunque detrás del tono amable, de comedia preciosista y de sus encantadores colores pastel se esconda el cruel relato de la personal locura de cada uno y de la impotencia en la que se encuentran sumidos, reclusos de una sociedad hipócrita para la que ellos poseen el arma tal vez más peligrosa. Ni que decir tiene que técnicamente está a la altura de lo que el director acostumbra: una deslumbrante fotografía, impresionante montaje, buena actuación de los dos protagonistas y unos personajes secundarios cuidados en los detalles, bien dibujados y realmente únicos. A pesar de que no cuenta una historia demasiado original sí lo hace de modo divertido y muy bien llevado, por momentos paranoico, pero siempre sorprendente y capaz de satisfacer y entretener tanto a los que ya conozcan algún trabajo del director como a los que se atrevan con él por primera vez. Porque si bien dista bastante de ser una obra maestra o lo mejor del director, si es una pequeña joya cinematográfica a la que merece la pena echar un vistazo. Dicen por ahí que la próxima del coreano es sobre vampiros… a ver qué nos depara!