Taegukgi (Lazos de Guerra), de Je-gyu Kang (2004)

Taegukgi, dirigida por Kang Je-gyu, al que los medios le  otorgaron el galardon del Spielberg asiático (no ha vuelto a rodar desde esta, su última película), se convirtió en 2004 en el producto más taquillero hasta la fecha en Corea del Sur. Internacionalmente, se la describió como la versión coreana de Salvar al Soldado Ryan o Pearl Harbor, por sus escenas de combate de excelente coreografía y gráficos. Fue, hasta entonces, el film más caro realizado en el país, con 12,8 millones de dólares de presupuesto, y contó con dos grandes estrellas del cine coreano, Jang Dong-gun y Won Bin.

Se trata de un relato épico cuyo hilo conductor es la relación entre dos hermanos. El escenrio, la Guerra de Corea. Jin-tae (Jang Dong-gun) es el hermano mayor y cabeza de familia, que trata de mantener unidos a los suyos y salir adelante trabajando como limpiabotas, mientras que Jin-seok (Won Bin), hermano más joven y frágil de carácter, lucha por entrar en la Universidad. Cuando estalla la Guerra civil, en 1950, Jin-seok es reclutado por sorpresa por el ejército del Sur para luchar contra el Norte. A fin de proteger a su hermano, Jin-tae se acaba alistando, ofreciéndose para las misiones más peligrosas: debe ganar medallas y el prestigio suficiente con la esperanza de mandar a Jin-seok de vuelta a casa lo antes posible. No le importa trabajar como artificiero de minas o atacar bunkers enemigos. Pero las brutalidades de la guerra y el ávido deseo de poder cambian el carácter de Jin-Tae, que comienza a disfrutar y regodearse de la gloria que acompaña el haberse convertido en un héroe. El conflicto, no solo bélico sino moral, está servido, y los dos hermanos irán poco a poco distanciándose.

La película describe detalladamente la dura realidad física de cualquier guerra, pero también las batallas emocionales que surgen como consecuencia de ella. Escena tras escena, con una magnífica fotografía y un cuidadoso montaje, observamos las atrocidades de la guerra en el frente en el que participa el destacamento de los hermanos, pero también vemos cómo la guerra puede destrozar no solo un país entero sino también a las personas, a sus familias, sus sentimientos y sus perspectivas de futuro. Entre escenas violentísimas plagadas de muertos, mutilados y torrentes de sangre, la película lanza el mensaje del verdadero amor fraternal y el valor como auténticos pilares del individuo que siquiera una guerra puede romper. No es la primera vez en el cine -ni será la última- que una película aborda esta temática, con su correspondiente valor moral añadido para tomar o no, a gusto del consumidor. Al margen de ello, el film es una excelente película bélica que nada, absolutamente nada, ha de envidiar a ninguna producción occidental. Que además cuenta con muy buenas interpretaciones por parte de todo el elenco, que tiene una fotografía que deja boquiabierto y un despliegue de medios envidiable. Y que, de soslayo, aborda la ética (o falta de ella) respecto al tratamiento de los presos por ambas partes, la separación forzosa de familias, la deserción, las consecuencias posteriores sobre la población civil y el falso altruismo del apoyo extranjero (tanto chino como norteamericano) para con su país. Resulta curioso, para terminar, porque no recuerdo ninguna película que recree guerras posteriores a 1940 en la que no aparezcan en algún momento tropas norteamericanas, y en Taegukgi no vemos un solo soldado yanqui, a pesar que hace referencia explícita al apoyo que tanto esperan para vencer a sus compatriotas del Norte.  La Historia de Corea contada por los coreanos, del Sur, porque sí aparecen, en cambio, tropas chinas combatiendo junto al otro bando. Cada cual que saque sus propias conclusiones, teniendo en cuenta que se trata de una película, no de una lección de Historia, y que por tanto no debemos tomar al pie de la letra aquello que se relata, aunque este ejercicio siempre es más fácil desde nuestra perspectiva que desde la del público coreano. Sea como sea, y sobre todo para los amantes del cine bélico e histórico, el trabajo resulta absolutamente recomendable, para no perdérselo, aunque le sobre alguna carnicería mayor, sentimentalismo  -un poquito sobreactuado- y más de una medalla fácil.

Cine coreano

Katyn, de Andrzej Wajda (2007)

katynafpKatyn comienza con una escena en un puente cercano a Cracovia  repleto de personas que se cruzan y chocan intentando avanzar en direcciones opuestas. Estamos en 1939: por el oeste llegan los que huyen de la invasión nazi hacia posiciones ocupadas por el ejército liberador soviético; por el este, aquellos que escapan de las tropas rusas, pues toman prisioneros tanto a civiles como a soldados polacos. Caminan campesinos, profesores de Universidad, comerciantes, estudiantes, trabajadores, funcionarios, familias enteras con sus pertenencias a cuestas. No saben hacia dónde se dirigen ni cual será el mejor camino para huir de la tragedia. Hitler y Stalin han hecho un pacto: los alemanes no avanzarán más, el ejército ruso no se enfrentará a ellos y hará, además, el trabajo sucio. Muchos son soldados que pertenecen a la reserva y huyen con sus familias al completo. Casi todos creyeron que entregándose al amparo de los rusos hallarían la liberación y ya se veían trasladados a Rumanía o la misma Rusia; gentes ajenas a la guerra, la mayoría no eran militares de profesión sino reservistas, muchos de ellos profesionales e intelectuales,  potencialmente peligrosos para los regímenes totalitarios de cualquier ideología: cuanta más cultura tiene un pueblo más difícil es manejarlo al antojo de la demagogia y la mentira. Ya en Auschwitz, en 1939, antes de servir al exterminio judío, los primeros prisioneros en ocupar el campo fueron los intelectuales polacos.

En Katyn, 22.000 personas, uno de ellos el padre de Andrzej Wajda, fueron asesinadas y enterradas en fosas comunes cavadas en el bosque, en 1940. Durante 47 años, el gobierno de Polonia culpó de la masacre al ejército alemán, al tiempo que el mundo occidental callaba y asumía la versión de los hechos. Incluso se levantaron cínicamente monumentos oficiales en recuerdo a los desaparecidos. No será hasta 1990, tras la caída del muro, cuando el Kremlin reconocerá sus crímenes de guerra. Lo que sucedió antes y después de la matanza está narrado por Wajda con el realismo y la honestidad propia de las víctimas anónimas silenciadas sin otro remedio durante casi cinco décadas. A pesar de que el film no ahorra en crudezas y vemos a militares soviéticos asesinando uno a uno en un sótano a un regimiento entero de soldados, al tiempo que otros riegan cubos de agua sobre el tobogán para lavar la sangre como si de un matadero se tratase, Wajda no se limita a hacer de la narración un alegato contra el horror, sino que nos habla del silencio y la tergiversación de la historia que sobre los hechos vivió su pueblo durante años. Para Wajda, los auténticos protagonistas no son sólo todas esas personas asesinadas impunemente, es también la angustia de las familias (como la suya propia) que sufrieron durante décadas la incertidumbre humana, buscando a sus desaparecidos, esperando fieles cada día el regreso, convencidas cada vez que llamaban a la puerta que detrás estaría su hijo, su hermano o su marido. vlcsnap-15935788A través de sus más de 50 películas, también del teatro, como si de un escaparate de la historia se tratase, a pesar de la censura y la represión del régimen, Wajda ha revelado siempre, no sin serias dificultades y más de un necesario enroque narrativo, la realidad social y política de su país: el Guetto de Varsovia (Sansón, 1961), la resistencia al régimen soviético (Cenizas y diamantes, 1968), el Holocausto en Polonia (Semana Santa, 1995) o el movimiento Solidaridad (Hombre de Hierro, con Lech Walesa) son sólo algunos ejemplos. Sin embargo, hacer un film sobre los sucesos de Katyn no habría sido posible en la época comunista, porque la imagen de los soviéticos auspiciada por el régimen era obligatoriamente asociada siempre a la liberación. «…Sobre esa mentira reposaba la sumisión de Polonia a Moscú», dice Wajda. Para el cineasta, a sus 82 años, contar esta doble historia, la de los crímenes y la de la mentira, era un deber moral, consigo mismo y con su país.

Sin embargo, Katyn es mucho más que cine entendido como testimonio de la historia, porque como maestro que es, la película cuenta con un guión sólido y una estudiada construcción de todos los personajes. A la narración la recorre el ritmo pausado propio del cine europeo, y mantiene la tensión gracias a la rigurosa planificación y cuidadoso montaje, y a una puesta en escena en la que siempre se pueden encontrar detalles sugerentes, donde el relato discurre sin divorcio de las emociones, las justas y siempre contenidas a pesar de lo relatado. Si a todo ello le sumamos una modélica dirección de actores, el trabajo debería ser de visionado casi obligatorio, porque no es demasiado habitual en el cine el retrato realista de la historia que a la vez sea una obra de arte por la fuerza de sus imágenes, lo implícito de cada mirada y aquello que sugieren sus estudiados silencios. La calidad visual es también única porque, como valor añadido  al buen hacer con la cámara, Wajda ha querido dotar a la producción  de un extra con la aplicación de la nueva tecnología 4k, hasta la fecha sólo usada experimentalmente en algunas producciones norteamericanas. Katyn es la primera película hecha en Europa con esta tecnología que hace posible trabajar los detalles más pequeños y corregir con mucha precisión cada imagen, mantener los colores reales y alcanzar espectaculares efectos de profundidad.katyn02

vlcsnap-15949211Andrzej Wajda es una de las mayores figuras del cine europeo y mundial, y ha recibido numerosos reconocimientos internacionales. Es director artístico del Teatro Powszechny de Varsovia y en el año 2001 fundó la Andrzej Wajda Master School of Film Directing. Entre otros reconocimientos posee el Oscar honorífico por su contribución al mundo del cine, otorgado por la academia de Hollywood  en el año 2000, y en 2006 recibió el Oso de Oro honorario por sus logros en el Festival Internacional de Berlín. Katyn fue nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera en la pasada edición; aunque en España, cómo no, se conozca su trayectoria más bien poco y la distribución de este último film se haya visto limitada a ámbitos muy reducidos y siempre fuera de círculos comerciales.

The last confession of Alexander Pearce (Michael James Rowland, 2008)

97308024Premiada en diversos festivales, casi todos de carácter alternativo, The last confession of Alexader Pearce es una película anómala, irregular y por momentos desaliñada que contiene, sin embargo, diversos puntos de interés, fundamentalmente por su aproximación a un mito histórico de la Corona Inglesa, desde una óptica más cercana a denunciar el horror de las torturas a las que eran sometidos sus presos, que a recrear una de las leyendas del canibalismo.

Producción australiana, dirigida por Michael James Rowland y con guión del mismo director, en colaboración con el productor (escritor australiano de origen irlandés) Nial Fulton, la historia de Alexander Pearce, un convicto irlandés que llegó a alimentarse de hombres, es una propuesta que ha despertado el debate en Australia, Irlanda y Gran Bretaña tras su reciente pase por televisión; un episodio histórico del que nunca se había hablado demasiado, protagonizado por dos actores irlandeses, Ciarán McMenamin y Daniel Wyllie, grabada en inglés y gaélico, y rodada íntegramente en Tasmania y Sidney, escenarios reales de los hechos que se narran, lo que repercute en dar autenticidad a la historia.

vlcsnap-5977815Alexander Pearce fue un granjero irlandés deportado a Australia en 1819 acusado del robo de una docena de zapatos. Terminó en la isla de Sarah, una de las colonias penales más duras frente a la costa occidental de Tasmania. Brutal y repetidamente torturado por la más mínima falta, decide escapar junto a siete de sus compañeros presos. Atravesarán desiertos, junglas con nativos, cadenas de montañas y extensas llanuras sin encontrar nada que comer, hasta que el hambre y el cansancio se apoderará de su razón. Pearce será el único superviviente quien, capturado finalmente y condenado a la horca, confiesa a las autoridades sus horrendos crímenes y narra a Philip Conolly (sacerdote católico irlandés interpretado por Adrian Dunbar) los motivos por los que hizo algo tan inimaginable para un hombre, en una situación inconcebible, mientras espera su ejecución encadenado a la pared del calabozo de la Cárcel de Hobart.

vlcsnap-5980228Interesante como documento histórico no exento de polémica, pues se trata de esa clase de antepasados que los australianos prefieren no recordar por un lado, y de barbaries cometidas por la Corona inglesa con sus presos que no demasiadas veces salen a la luz. Como película, cabe destacar la fotografía y la ambientación, bastante logradas, y el montaje (las interpretaciones lo dejaremos en «aceptables»), que cargan con el peso de una historia que no se entretiene en imágenes gore cuando fácilmente podría haber recurrido a ellas (lo que se agradece, dado su contenido). Todo ello dentro de una mezcla de estilos que recurren tanto al documental como a recursos del más puro género de terror, logrando vlcsnap-5982200en sólo 60 minutos contar, no sin alguna que otra ruptura narrativa, el horror vivido por los presos, dejando a la vez en el aire la pregunta de quién fue peor, si estos prisioneros que tuvieron que darse al canibalismo para sobrevivir en su huida o la exagerada impunidad legal de la que gozaba la barbarie a la sombra de la Corona Inglesa. El mismo Pearce, en su confesión, utiliza la frase «Ningún hombre puede afirmar que no haría ante el horror y el inmenso dolor del hambre«.

Tras ser ejecutado públicamente, el cuerpo de Alexander Pearce fue disecado para su estudio científico. Hoy, todavía se conserva su cráneo en el Museo de Pensilvania. Este es el vídeo con el que se promocionó la película en la cadena ABC irlandesa:

Flame y Citron (Ole Christian Madsen, 2008)

Una de las propuestas más interesantes de la actual cartelera es esta película danesa ambientada en 1944, durante la ocupación nazi de Copenhague. A diferencia de otras cintas sobre la Segunda Guerra Mundial en Europa, la ambientación en un escenario para muchos desconocido, lejos de los habituales (Francia, Alemania o Italia), igual que lo fue El libro Negro en Holanda, lo que sienta un punto de interés para el espectador, cansado quizá de ver películas en los mismos lugares o de corte similar. Además, la propuesta se aleja del melodrama bélico recurrente y la trama es presentada como si se tratase de un film noir con todos sus ingredientes, femme fatale incluida.

El director Ole Christian Madsen, quien temporalmente había formado parte del grupo Dogma, reconstruye la historia de Flame y Citron, dos leyendas de la resistencia danesa, frente al paseo que supuso para Hitler la entrada en Dinamarca, donde encontró un pueblo mayoritariamente sumiso, si no con  un número importante de  dispuestos  colaboracionistas, que convirtió la invasión del país en un juego de niños. Flame y Citron son personas que llevan una vida normal que, de la noche a la mañana, pasan a formar parte de uno de los escasos grupos de resistencia a la intrusión. Ambos frecuentan los lugares de siempre y conocen a casi todos los partidarios del nuevo régimen. Hacen su trabajo por convicción pura y su objetivo son los colaboracionistas que han accedido a puestos de relevancia política u obtenido beneficios económicos con la entrada de los alemanes. Pero su militancia se va a ver envuelta en una trama de traiciones, sospechas, manipulaciones, falsas pistas y las propias contradicciones internas de cada cual a la hora de matar, que resultarán ser lo mejor del argumento.

Acompaña el cuidadísimo guión una esmerada fotografía, elaborada con mimo en cada plano, muy trabajada en cuanto a iluminación y color se refiere, sacando buen partido del zoom y de la cámara pegada a la piel de los personajes que otorga realismo y credibilidada a los hechos que se narran. Destacan también las interpretaciones, tanto de Thrue Lindhart (en el papel de Falme), flemático pero a la vez categórico, como la de Mads Mikkelsen (como Citron), en un papel más apasionado y visceral, pero ambos muy bien coordinados y dibujados, que son quienes mantienen el buen pulso del film hasta el final.

Un film muy interesante, que narra la misma historia desde otra perspectiva, sin caer en el victimismo fácil de temas ya sobradamente tratados por la cinematografía. Tal vez el único reproche que se le podría hacer es tender a exagerar algunas situaciones o recurrir a algún que otro convencionalismo introduciendo la típica escena del tiroteo (cuando tratan de detener a Citron refugiado en una casa que creía segura) con infinidad de cristales rotos y, por supuesto, nuestro héroe arrasando en solitario con quien pretenda capturarle. Al margen de alguna situación de este estilo, es una buena película, con una producción muy elaborada y bien diseñada, tanto por lo que a la trama se refiere (nada que envidiar a un buen film negro norteamericano años 40), como a los hechos que narra, entre otros, que no llegaron a 1000 las personas que se organizaron en Dinamarca contra la ocupación nazi y que el resto de la población bien colaboró con la invasión, bien no opuso resistencia alguna.

No se trata de remover conciencias o desenterrar viejos fantasmas, pero cuando corren tiempos en los que se tiende a descalificar la publicidad sobre ciertos hechos históricos que parece a algunos molestan, acusando a quienes lo reviven de promover viejos odios, todo ello en nombre del famoso «pasar página» y convivir en paz con todos, conviene en primer lugar tener conocimiento de esa historia que se pretende olvidar tan fácilmente; porque está bien eso de pasar la página de la historia más negra de cada cual, pero puestos a pasar página  es necesario, para ser justos, haber hecho primero el ejercicio de leerla.