Los cuatro ríos (Fred Vargas y Edmond Baudoin)

La lectura de esta novela gráfica, recientemente editada por Astiberri, ha sido todo un hallazgo. Hacía tiempo que no comentaba en el blog nada sobre el género, aunque algo ha caído en mis manos, pero «Los cuatro ríos» destaca (y mucho) de lo que se viene editando en este tipo de formato, por lo que no está de más hacer un alto en la rutina de la cinefilia para recomendar el trabajo que, además de buena calidad literaria, ofrece un interesante relato capaz de enganchar al lector desde la primera página. La artífice del guión es la escritora francesa Fred Vargas a quien, tras dos décadas publicando novela negra, le llegó el éxito en 1991 cuando dio vida al inspector de policía Adamsberg en el libro «El hombre de los círculos azules«. Desde entonces, Adamsberg se ha convertido en gancho inevitable para el público francés que sigue sus novelas (5 millones de ejemplares, ahí es nada). En España, menos popular, sus trabajos se publican con regularidad por la editorial Siruela. El inspector Adamsberg y otro de sus enrevesados casos son también el hilo conductor de “Los cuatro ríos”, que no es una adaptación de un texto pre-existente, sino que se trata de un guión original especialmente creado por la escritora para esta edición ilustrada. Un trabajo conjunto con el artista francés Edmond Baudoin (El viaje, 2005; Piero, 2007), autor de las imágenes, en algo así como una especie de encuentro entre la novela negra y el cómic con un resultado altamente satisfactorio.

La novela gráfica es un tipo de literatura considerada tácitamente como género menor, producto para público joven o personas a las que se les hace pesado involucrarse en la lectura de un libro, por aquello de que las imágenes puedan sustituir gran parte del contenido narrativo y, con ello, convertirse en una lectura chica, al tratarse de un producto aparentemente más fácill y accesible. Una visión lamentablemente errónea de un género injustamente subestimado, entre otras razones, porque los cómics o la literatura gráfica son, también, literatura sin dejar de ser arte; a pesar de que la cultura emocional de las nuevas generaciones no dependa de ellos en la misma medida que dependió la mía, y a pesar de que determinadas editoriales se empeñen  (como ocurre en el mundo del cine) en promocionar novelas gráficas que abusan de modo recurrente de temas similares, algunas veces , incluso, de los mismos autores, aunque esto sería objeto de tema aparte.  Pues bien, aparentemente todo esto no tiene nada que ver con Fred Vargas ni con “Los cuatro ríos”. Sólo aparentemente porque, para empezar, el libro carece por completo de texto narrativo en sentido estricto. Todo el desarrollo se sustenta única y exclusivamente en la interactuación de los personajes mediante el diálogo, con el que la escritora va adentrándonos  en la trama y desnudando a sus personajes con fluidez y naturalidad que se agradece: lenguaje dinámico, por momentos coloquial, lleno de «gags», sin demasiadas florituras estilísticas, pero  también cargado de sensibilidad, imaginación y, de vez en cuando, alguna que otra dosis de ironía. El resultado es un trabajo de buena calidad, muy ameno, que hace que las algo más de 200 páginas de esta historia de robos, intrigas policíacas, relaciones familiares un tanto peculiares, oscuros asesinos psicópatas, investigaciones y sospechas logren enganchar al lector desde el principio hasta el final sin mermar en ningún momento su calidad literaria.
Además, la energía del relato y la sencillez en el lenguaje no impiden a Vargas profundizar en los personajes, cuyos caracteres dibuja con sensibilidad a través de esos diálogos hasta hacernos simpatizar con su extravagante y humana singularidad: el padre empeñado en replicar la escultura de Bernini en el vertedero de los suburbios parisinos donde vive, el joven Grégoire integrado en la delincuencia menor que se va a ver envuelto sin quererlo en un homicidio, el pintoresco aprendiz de actor recitando textos clásicos en busca de su gran oportunidad o el chico formal que tiene un empleo con el que logra a duras penas mantener al resto de su familia. El trabajo se complementa muy bien con el trazo grueso y desdibujado de Edmond Baudoin quien, con sus ilustraciones diríanse minuciosamente inacabadas, como si se tratase de primitivos bocetos, perfila los personajes e imprime al texto el realismo natural del paisaje de la «banlieue» parisina, colaborando en el disfrute de la obra sin entorpecer en ningún momento la eficacia de lo narrado. Un buen ejemplo de convergencia entre novela y cómic, lugar común donde cada artista aporta la riqueza que posee con su medio de expresión y cuyo resultado es un trabajo intrigante, enérgico, ingenioso, divertido, bien construido  y  totalmente recomendable. A ver quién, después de su lectura, se atreve a afirmar que esto no es Literatura…

El libro de los conejitos suicidas

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La mayoría de veces que estos encantadores seres aparecen en alguna ilustración, lo hacen como dulces animalitos suaves, blanditos y peludos que escenifican el lado amable de la vida. Sin embargo, en esta ocasión, hartos de vivir, han decidido abandonar este mundo cruel y recrearse mostrándonos  distintas ideas para poner en práctica tal fin. Sin diálogos, su autor, el británico Andy Riley, no expone los motivos por los que sus deliciosos protagonistas han decidido suicidarse. Pero os puedo asegurar  que hacía mucho que no me reía tanto leyendo un cómic: es hilarante,  muy imaginativo y está hecho desde un negrísimo sentido del humor.

No debo ser la única que opina así, porque  en sólo un año va por su tercera entrega y no tarda demasiado en desaparecer de las librerías. Así que ya tenéis una idea para un original regalo en las fiestas que se avecinan. Eso sí, estudiad bien al destinatario, porque lo que es seguro es que, quien lo reciba, no os olvidará fácilmente; o sí, quién sabe…

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