La nueva propuesta de Daniel Burman para este año es un drama con tintes de comedia que se acerca mucho cine de Allen (no en vano se le ha dado a llamar el Woody Allen argentino); un film intimista y bastante más arriesgado que sus anteriores películas, donde lo que importa no es tanto el desenlace del argumento como el dibujo de la psicología de los personajes y su capacidad de enfrentarse a las nuevas situaciones; un concienzudo ejercicio de observación, por momentos ingenioso, donde lo que destaca son los innumerables diálogos en formato de lenguaje no verbal (miradas, gestos, silencios que constantemente intercambian los protagonistas) y en el que resalta más lo que no se dice pero se intuye o se sugiere, que aquello que es groseramente explícito.
Probablemente la elección de la trama no haya sido del todo acertada y a más de un espectador le haga dudar en decantarse o no por su visionado: Una pareja madura que afronta una nueva etapa de su vida; él, un exitosos dramaturgo en plena crisis creativa que ve pasar sin pena ni gloria los cambios en su vida; ella, una mujer que abandonó sus estudios para dedicarse a él y a sus hijos cuyo proyecto de vida queda desmoronado cuando esos hijos abandonan el hogar familiar y hay que afrontar en soledad la nueva situación que la vida le depara. Reconozco que la trama me hizo dudar si ir o no a verla, temiendo un drama costumbrista sin argumento y, por ende, el más grande de los aburrimientos… pero no fue así, y descubrí una película narrada de modo muy original que va despertando el interés conforme avanza, cargada de significados, bien llevada y concluida y que, para mi sorpresa y a excepción de algunas escenas dilatadas con piezas musicales, no me defraudó en ningún momento.
Sin ser en su argumento a priori excesivamente interesante, Burman sabe plasmar con la suficiente maestría esas complejas relaciones familiares, dotándolas además de un agudo e inteligente sentido del humor, abundancia de primeros planos y una estructura de film muy bien ideada (en el inicio y el cierre de la película) que logra de una historia aparentemente sosa, incluso inconexa en un primer momento, terminar por desarrollarla con buen pulso narrativo y con pocos momentos banales. Los personajes, incluso los secundarios, quedan perfectamente dibujados en sus contradicciones: Oscar Martínez, excelente interpretación de la recóndita interioridad madura masculina y Cecilia Roth, en el papel de personaje fuerte que lleva las riendas de la pareja pero que no llega a adoptar el primer plano en la narración, hecho que hubiese convertido la cinta en un drama al uso y del que Burman se distancia sabiamente, haciendo además que el espectador observe a los personajes con la suficiente distancia para, sin pretender la empatía con ellos, llegar a comprender a ambos. Bien, pues, por Burman que sabe, a partir de dos personajes en principio poco interesantes, elaborar una comedia fluida donde importa más lo que se sugiere que lo que es evidente, a la par que resulta divertida, sencilla, cálida y sensible. Hay que sumar, sin duda, la excelente dirección de actores y las buenas interpretaciones, tanto de Cecilia Roth como de Oscar Martínez, galardonado con la Concha de Plata al Mejor Actor por su trabajo en el último Festival de San Sebastián.