«El truco del manco» es la ópera prima del director Santiago A. Zannou, una historia marginal de supervivencia en las calles más duras de Barcelona, con un protagonista minusválido que lo tiene todo mucho más complicado que el resto pero que, a pesar de ello, continua adelante con sus sueños con una determinación realmente sorprendente. Un debut bastante digno, porque a pesar de que se le puedan reprochar al film diversos defectos, Zannou es capaz de lograr con su trabajo algo de lo que han carecido muchas producciones patrias con bastante más presupuesto e incondicional apoyo académico, que es conmover, sorprender y entretener al espectador.
El retrato de la vida en los barrios desamparados de las grandes urbes ha sido un tema recurrente por parte de muchos cineastas y, en ese sentido, la ambientación de la película y la estampa de la marginalidad no es el descubrimiento del año, pues se trata de una historia que, de un modo u otro, ya hemos visto muchas veces en el cine. Donde la película logra realmente destacar no es en el esquema, sino en el uso de la narrativa cinematográfica para su desarrollo y en la descripción de personajes subrayada por ese ambiente suburbial, ambiente particularmente bien recreado y trasladado a la pantalla. Todos, sin excepción, desde los dos protagonistas hasta los personajes más secundarios, respiran autenticidad, humanidad y naturalidad por todos los poros. Sus diálogos (algunas veces incomprensibles), sus reacciones, sus movimientos, van dibujando como piezas de un puzle cada una de esas personalidades distintas y alejadas de la mayoría de nosotros pero que el director nos va mostrando con sorprendente sensibilidad hasta lograr nuestra indulgencia. La escena de «El Cuajo» (apócope de «renacuajo», el protagonista parapléjico) bajando con tremenda dificultad la escalera, pero negándose a ser ayudado, hasta llegar a la parada del autobús, la conversación mientras espera con la camarera, la secuencia en la que se ve a los dos colegas sentados en un banco con los abrigos de visón que pretendían vender puestos, las relaciones entre la cuadrilla de paletas inmigrantes que construyen el estudio, desprenden una humanidad sorprendente que hace que, aunque la mayoría no compartamos nada con ninguno de estos personajes, no se pueda sino comprenderlos y observarlos con simpatía (incluso para los que no somos demasiado amantes del hip hop). La película se desarrolla envuelta en un halo entre dramático y pesimista, con pocos momentos para la comedia, pero cuenta con un guión bien trabajado (aunque algunas veces previsible) y una puesta en escena minuciosa en todos los detalles, seguramente porque el cineasta es conocedor de primera mano de muchos de los ambientes que envuelven la película, en el que conviven la extrema pobreza con el mestizaje de etnias y culturas, la droga, la delincuencia y los núcleos familiares desintegrados, panorama en el que cobra importancia vital la lealtad y las relaciones de confianza entre colegas, y que el director logra trasladarnos fielmente a la pantalla con su cámara y con el trabajo actoral de unos protagonistas absolutamente desconocidos a excepción del cameo que realiza Mala Rodríguez en el papel de «la Tsunami».
Se le podrían hacer, sin embargo, algunos reproches, sobre todo en lo que concierne a su precipitado final, en el que da la sensación de querer concluir con excesiva rapidez en la escena delatora que desemboca en el incendio, secuencia desde mi punto de vista bastante desaprovechada, tal vez por inexperiencia del director, tal vez por falta de presupuesto y que, además, incluye un mensaje de autosuperación que peca de trascendental y aleccionador en exceso. También hay algunas partes demasiado ambiguas que adquieren sentido por conclusión del espectador al hilo de posteriores secuencias, como son la detención de los dos amigos explicada sólo con el protagonista colocándose los cordones de la zapatilla en el metro, o la venta del coche para obtener el dinero que deben, que se conoce porque directamente lo dice el protagonista, eso sí, algunos minutos más tarde. Otras son francamente inverosímiles, como vender una buena cantidad de videocónsolas en la puerta de un instituto a 200 euros (además de ser caro, ya quisieran los chavales llevar esa cantidad encima), o que el chino del todo a cien compre visones por 2000 euros… Con todo, y dado el panorama cinéfilo de la próxima edición de los Goya, «El truco del manco» es, con diferencia, de lo mejor que seguramente se presente y un más que digno debut de Zannou, director a tener muy en cuenta que, hasta ahora, sólo se había aventurado en el campo del cortometraje.