Kafka en el Cine (2): Y el Cine va a Kafka (El Proceso)

Un campesino se presenta ante la ley pero debe atravesar una puerta, abierta de par en par, vigilada por un guardian con aspecto de bárbaro pero paciente en sus palabras. El campesino, al creer que la ley es igual para todos desea entrar, mira hacia dentro, el guardian le dice que puede entrar pero no se lo recomienda. Una vez que pase esa puerta habrá otras con otros guardias de mayor poder que él y más temibles. El campesino teme y espera por años que se le dé el permiso para entrar. Su conducta en un principio es de gritar y protestar, pero luego y a medida que envejece sólo se limita a gruñir entre dientes. Entre inútiles súplicas, interrogatorios y sobornos se da una relación entre guardian y campesino, y así pasa la vida de éste último. Finalmente el campesino pregunta al guardian, sintiendo el peso de los años, el arribo de su muerte: Si todos aspiran a entrar a la ley, ¿cómo se explica que en tantos años, nadie, fuera de mí, haya pretendido hacerlo?

El proceso, la inacabada y mítica novela de Franz Kafka, fue publicada de manera póstuma por Max Brod en 1925, basándose en el manuscrito inconcluso del escritor checo. K es arrestado una mañana por una razón que desconoce. Desde ese momento entra en un laberinto claustrofóbico para defenderse de algo que nunca sabe qué es, tampoco de qué se le acusa. Pesadilla de lo inaccesible tal vez resoluble cruzando la puerta de la ley, pero el Guardián parece impedírselo durante años. O se lo parece a él. Porque cuando ya agonizante la vida y el tiempo le obligan a desistir, el guardián le grita: Ningún otra persona podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Ahora me voy y cierro la puerta.

Plasmar en la pantalla una novela como El proceso es, a primera vista, tarea ardua. La primera adaptación al largometraje, la más conocida y tal vez la que mejor fagocita el mundo literario de Kafka, la realiza Orson Welles en 1962. Obra maestra indiscutible, The trial hace uso de innovadoras estructuras narrativas y plásticas que han convertido este film en una obra personalísima del director, en un trabajo más allá de la simple adaptación de una novela. Porque a diferencia de la obra original, en la que el hombre lucha contra su propia naturaleza en un proceso sin sentido, Welles hace suyo el texto kafkiano para construir una crítica contra los estamentos del poder. Anthony Perkins, con su apariencia de hombrecillo frágil, es el actor perfecto para el personaje, sobre el que pesa constantemente un gran sentido de la culpabilidad a pesar de saberse inocente, sucumbiendo su conciencia ante la intimidación de la autoridad. No obstante, lo que hace que El proceso conserve su carácter innovador a pesar del transcurso de los años no es el mensaje subyacente en la película, sino el empleo de los recursos cinematográficos y el extraordinario tratamiento del espacio del que hace gala, que logran convertirse por sí solos en protagonistas indiscutibles del film.

Con una idea similar a la anterior, 30 años después, David Hugh Jones rodaba El proceso de Kafka (1992), una película que más que reflejar la angustia kafkiana muestra la lucha y la impotencia del hombre contra el sistema, contra el aparato burocrático del Estado. Anthony Hopkins y Kyle MacLachlan como K -quien venía de triunfar en televisión como el agente especial Cooper en la serie creada por David Lynch, Twin Peaks-, son los protagonistas de esta nueva versión rodada enteramente en Praga, con localizaciones como la sinagoga de Kolin, la catedral de Kutns Hora o el río, lugares donde la película encuentra uno de sus mayores atractivos.

El cortometraje también ha hallado su espacio para adaptar la novela de Kafka, y lo ha hecho en dos ocasiones -a saber- partiendo del relato Ante la ley, contenido en la novela El proceso.

El mexicano Jorge Pérez Grovas escribe y dirige en 1980 Ante la Ley, un cortometraje de cuatro minutos de duración basado en este relato breve. Y en 2006, Theodore Ushev, una de las actuales promesas de la National Film Board canadiense, rueda L’ Homme qui attendait. El corto está incluido en el DVD de la serie que ha dado fama al animador, Drux Flux, y de momento no está disponible en internet.

Por otra parte, la influencia de la obra de Kafka en el cine, y en particular de El proceso y La metamorfosis -próximamente en esta serie-, aunque muchas veces de manera velada, es palpable en el cine moderno y contemporáneo. El personaje principal de la película Brazil (Terry Gilliam, 1985), Sam Lovry, es parte también de un inmenso laberinto intimidatorio formado por numerosos pasillos e incontables puertas. Otra muestra del poder omnipresente e inalcanzable. En este caso será la aparición de Jil el detonante que le llevará a abandonar su sentido feliz de la vida y el humilde puesto de empleado de despacho. Sam, como K, jamás se había cuestionado nada ni preguntado qué hace allí. Y si bien la influencia orweliana es mucho más palpable en un primer plano, tras la película coexiste el trasfondo kafkiano que tiñe de gris cuanto tienen de grotesco y cómicas las situaciones descritas.

Y es que el cine moderno, una vez superados determinados patrones morales y narrativos -el caso de Welles es de las pocas excepciones previas al posmodernismo cinematográfico- evoca o sugiere en más de una ocasión cierta eclosión de formas y fondos que evocan, de un modo u otro, el universo que el escritor checo crea en El proceso. Wildrich en Copyshop; o Barton Fink de los Coen; Fight Club, de David Fincher; Dead Man, de Jarmusch; Crash, de Cronenberg; El hombre sin pasado, de Aki Kaurismaki; e incluso Mon Oncle, de Tati… Hombrecillos ataviados con sombrero y gabardina, gentes que caminan como hormigas sin demasiado sentido por el laberinto de la ciudad, recorridos absurdos por los pasillos inmundos que hospedan la justicia, el poder o el Estado, animales híbridos tan inalcanzables como los sueños, grotescas formas arquitectónicas a las que se enfrentan sus personajes… todas ellas albergan conceptos que pueden detectarse en el laberíntico sistema simbólico de Kafka: no se trata tanto de describir el inhumano paisaje de la Ley y la sociedad, sino el caos interior capaz de engendrar en los individuos. Cine y literatura representando con sus respectivos lenguajes el desencanto de la modernidad y el fracaso de la razón.

Kafka en el Cine

El proceso, de Orson Welles (1962)

De entre todas las películas realizadas por Orson Welles, «El proceso» es una de las más fascinantes. En ella convergen la personalísima forma de entender el cine de Welles con uno de los genios de la literatura europea moderna: Franz Kafka.

Plasmar en la pantalla una novela como «El proceso» es, a primera vista, una tarea ardua. Para lograrlo, Welles hace uso algunas innovadoras estructuras narrativas y plásticas que han hecho de este film una obra personalísima del director; un trabajo que, más allá de la simple adaptación de una novela, adquiere relevancia propia como obra única de la cinematografía.

El protagonista, Joseph K despierta una mañana y descubre en su habitación la presencia de dos agentes de policía que le comunican que está arrestado. A pesar de sus intentos, no consigue saber qué delito se le imputa. A lo largo de la trama, Joseph K. acudirá a todas las esferas posibles de la justicia en busca del origen de su culpabilidad. Pero no sólo no logra saber de qué se le acusa, sino que es condenado, muriendo en la ignorancia víctima de la burocracia de una sociedad absurda.

Sin embargo, a diferencia de la obra original en la que el hombre lucha contra su propia naturaleza en un proceso sin sentido, Welles hace suyo el texto kafkiano para construir una crítica contra los estamentos del poder.

Él mismo interpreta el papel del abogado (Hasler Huld en la novela de Kafka) como máxima representación de ese poder corrupto. La escena de la discusión final entre protagonista y Welles es clara: a Joseph K. no se le ofrece sino una solución conformista como única salida, porque el proceso está en realidad resuelto y decidido desde un principio, cuando en las primeras escenas se narra la leyenda del hombre al que le es imposible entrar en las puertas de la ley.No obstante, lo que hace que «El proceso» conserve su carácter innovador a pesar del transcurso de los años no es el mensaje subyacente en la película, sino el empleo de los recursos cinematográficos y el extraordinario tratamiento del espacio del que hace gala, que logran convertirse por sí solos en protagonistas indiscutibles del film. Orson Welles plasma con maestría absoluta la angustia y el surrealismo de la trama utilizando diversos espacios físicos (pasadizos que llevan a Joseph a su trabajo, al teatro, a la sala judicial o a visitar al abogado) montados de modo aparentemente arbitrario, para que el espectador no tenga demasiada idea de donde se encuentra en cada momento y para transmitir esa sensación de desasosiego que vive el protagonista. Los techos de las estancias cerradas son siempre bajos, casi se diría que existe la altura justa para respirar. La iluminación, la fotografía (con utilización casi abusiva del claroscuro) y los planos con grandes ángulos y profundidad en los espacios abiertos están planeados para aumentar el mismo efecto.

Anthony Perkins, con su apariencia de hombrecillo frágil, es el actor perfecto para el personaje, sobre el que pesa constantemente un gran sentido de la culpabilidad a pesar de saberse inocente, sucumbiendo su conciencia ante la intimidación de la autoridad. Pero también cabe destacar el plantel de secundarios, como Jeanne Moreau o Romy Schneider, actores incondicionales de Welles que estuvieron de su lado siempre, a pesar de contar con muy pocos apoyos económicos por parte de la industria cinematográfica del momento.Es difícil seleccionar de este film las mejores escenas, pues todas poseen esa frenética intranquilidad que quiso transmitir Welles y contienen innumerables detalles que las convierten en un regalo para los sentidos. Pero puestos a escoger, yo me quedaría con algunos momentos que se me antojan sublimes en la película. Uno podría ser cuando Joseph k. llega por primera vez a su oficina y se escucha el estruendoso sonido de las máquinas de escribir que abarrotan la sala; momento que Welles filma con espectacular profundidad de campo y exageración en los ángulos para lograr el efecto de inquietud ante las acusaciones que envuelven al protagonista.

Otra escena imperdible es la persecución que sufre por parte de las niñas a través de los subterráneos del tribunal entre estrechos y angustiosos pasillos: las sombras, los chillidos y la desfiguración de las imágenes recuerdan bastante la escena de los espejos de «La dama de Shangai», y representan categóricamente la angustia que siente Joseph k. lanzado a la suerte de un mundo arbitrario y caótico.

O la escena en la que va vagando entre una muchedumbre de presos semidesnudos frente a los que se alza esa enorme figura amortajada; tremenda metáfora de la suerte de abandono y desamparo que, al igual que padecieron los presos judíos que parece representan, sufre ahora el protagonista.Y, como no, la que menos desperdicio tiene como contenido es la discusión con el abogado, personaje que la cámara casi siempre enfoca para que resulte omnipresente, más grande y por encima del acusado, y que ofrece como resolución al laberinto kafkiano la elección entre someterse al sistema o la condena; una extraordinaria alegoría al sustento del poder de la justicia en la que se deja claro que lo que convierte al reo en culpable no es el delito que haya o no cometido, sino la sistemática acusación a la que se le somete y el sentimiento de culpabilidad inherente en el ser humano. Porque la misma culpabilidad que hace posible que Joseph k no se enfrente a la trampa de la justicia será la que le lleve a la condena y a la muerte como individuo.

La película fue rodada en gran parte en la antigua Gare d´Orsay parisina, cuyas ruinas parecían reunir las condiciones perfectas para decorar las pesadillas laberínticas en las que se ve inmerso Joseph K. Las escenas de paisajes abiertos pertenecen a las ciudades de Roma y Zagreb, escenario de la monumental catedral que aparece en las escenas finales de la película. Welles encontró numerosos obstáculos para la realización de este film, pues por aquel entonces su genio todavía no era suficientemente comprendido por parte de crítica y público, hecho que tenía como consecuencia el tropiezo constante de sus proyectos en lo referente a la financiación. Por fortuna logró reunir el capital suficiente, gracias al apoyo del productor Alexander Salkind, y podemos hoy, cuarenta años después, disfrutar de esta obra maestra de la cinematografía de imprescindible visionado para cualquier amante del cine.

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