Vacaciones de Ferragosto es una película escrita, interpretada y dirigida por Gianni di Gregorio, guionista de «Gomorra», cuya producción corre a cargo de Mateo Garrone y que ha gozado de gran acogida por la crítica en diversos festivales. El Ferragosto, fiesta que se celebra a mediados de agosto y que supone el éxodo de la mayoría de habitantes de la ciudad de Roma, es el contexto donde se nos presenta a Gianni, hombre maduro y sin trabajo, quien entiende la vida entre cuidar de su anciana madre, compartir alegrías con buenos bebedores de vino y acumular facturas impagadas que ponen en jaque el techo del quinto piso de un antiguo y ruinoso edificio del barrio romano de Trastévere, bajo el que vive. Esta festividad va a ofrecerle la posible solución a sus problemas pecuniarios cuando su casero, uno de sus amigos e incluso su médico le persuaden para aparcar en la casa a sus respectivas ancianas durante el período vacacional. A pesar de que en principio no está dispuesto a asumir la función de improvisado canguro, la tentación frente al alivio de sus dificultades financieras le vence, y un surtido de señoras de avanzada (alguna, avanzadísima) edad desciende sobre el pequeño apartamento.
No sé si recomendar esta película. A lo largo de los escasos 70 minutos de duración, me ha envuelto la extraña sensación de estar asistiendo a dos relatos bien distintos que poco tienen que ver el uno con el otro, como si no corriesen a cargo del mismo autor. Hay un conjunto, que se corresponde con la primera media parte, junto a algunas secuencias intermitentes de la segunda, en el que se asiste a un trabajo bien hecho, hermoso, irónico y por momentos brillante. Sin embargo, hacia la mitad, la película gira a un tono triste y gris que me ha dejado un sabor amargo e incluso ha llegado a incomodarme. Con un punto de partida banal, el comienzo e imbricación de la historia recuerda mucho a las geniales comedias a la italiana de los años sesenta, perfecto equilibrio entre ironía costumbrista y tragedia en la que la escuela de cine italiano se mostró siempre insuperable. La trama, con un enfoque divertido y su tradicional acompañamiento musical, presenta una familia cuya cabeza es la anciana madre, en su día adinerada, venida a menos, obligada ahora a mantener la dignidad ferrogostiana en el centro de Roma, de la que nos retrata calles adoquinadas, ruinosas construcciones, la venta y consumo nocturno de pescado o los bares en los que se bebe en la calle sobre un viejo barril amancillado mientras se entrecruza oratoria de discreta sintaxis y compleja semántica. Los personajes transmiten generosidad y sus defectos están dibujados con humor, sarcasmo y carga de crítica social a base de elementos tragicómicos, representando con exageración premeditada la sociedad actual en su no poco cierto desapego para con los ancianos.
Pero una vez aterrizan las viejecitas en el inhóspito apartamento, la película da un vuelco importante. Sé que probablemente sea una simple cuestión de gustos cinematográficos, y que quizás muchos encuentren precisamente en esto su originalidad, pero a poco menos de media hora del final la farsa deriva hacia el letargo y he de confesar que estaba deseando que acabase cuanto antes. Varias personas se levantaron y marcharon de la sala; otros comenzaban a revolverse en la butaca, cuchichear o buscar entre bolsos o bolsillos; señal inequívoca de cierto abandono por un sector del público en el interés por el film. Lo que sucede es que llega un punto en el que el director confía el guión a la improvisación de los actores. El cambio de rumbo es deliberado, y la huella garroniana se hace poco menos que evidente. Ninguna de las cuatro ancianas son actrices profesionales, alguna jamás interpretó ningún papel, están sacadas de la vida real. Hacen y dicen literalmente lo que quieren, cabe suponer que dentro de unas pautas para las escenas en curso. El tono se transforma en pseudo documental, incluso la cámara se mueve más de lo debido, y asistimos a una suerte de cruces entre nonagenarias muy realista, con algunos destellos bien logrados (interesantes las recetas culinarias de la abuela), pero que carecen de los elementos artísticos con los que comenzó. La calidad del diálogo se elude a un segundo plano, se torna parco, y el retrato de la senectud se eleva a un tono que abandona amabilidades y se me antoja roza el mal gusto, suavizado a fuerza de un final positivo pero desentonado, donde la amistad y buena avenencia se jusifican al dinero que las ancianitas parece que, pese a sus tristezas, poseen y disfrutan. Comenzamos riéndo de la comedia de la vida y acabamos haciéndolo de las propias protagonistas, aunque no importa, es sólo una película, pero la realidad de los mayores es a menudo más bien contraria: enfermedad, invalidez, escasos recursos y, sobre todo, mucha soledad; tal vez demasiada como para, bajo la pretensión de naturalismo cinematográfico, se alcance a frivolizar sobre las personas que la soportan, que no son pocas y, dadas las perspectivas y hacia dónde se dirige nuesra sociedad, probablemente sean cada vez más.