Las producciones de Tarsem son de una calidad plástica fuera de serie, y estos de lo mejorcito en títulos de crédito del cine actual. Los distintos elementos están introducidos por la Sinfonía n º 7 de Beethoven en La mayor, Op.92 –Allegretto 2-, y cada plano, cada movimiento, se conjuga con tal perfección que da la sensación de estar viendo un cuadro fluyendo a través de la pantalla. Toda su riqueza simbólica se aprecia mejor una vez conocemos la historia, porque es entonces cuando lo que vemos en este preámbulo cobra sentido. En The Fall, incluidos sus créditos, se utilizaron imágenes reales, ya que la dirección artística se limitó a los escenarios y al diseño de vestuario, y casi todos los trucos visuales se realizaron a base de cámara, sin apenas efectos de ordenador, que solo se utilizó para eliminar ciertos objetos o limpiar la imagen. Una virguería artesanal a tono con lo que viene después, una de esas películas que trasciende el cine como espectáculo para convertirse en obra de arte.
Festival de Sitges
Bedevilled (Jang Cheol-soo, 2010)
–Puede contener spoilers–
Bedevilled es la opera prima del coreano Jang Cheol-soo, quien hasta la fecha había trabajado como asistente de dirección junto a Kim Ki-duk. Nada que ver con su estilo, sin embargo, ya que se trata de un slasher que se podría dividir en dos partes diferenciadas: una primera donde se gesta la venganza, en este caso como consecuencia de la constante humillación a la que se somete a la protagonista, y otra segunda, donde esa venganza definitivamente estalla y se suceden los asesinatos, a modo de desenlace del conjunto dramático presentado previamente. Señalo esto porque quien se decida por ella ha de saber que se trata de un producto de terror con buen acopio de gore, en el que hay por tanto violencia explícita y brutal, no sé si decir más abundante en la primera que en la segunda parte, donde diversos objetos afilados (hoces o útiles agrícolas varios) pueden salpicar de hemoglobina algún alma sensible.
La final girl (en el slasher, la chica implacablemente perseguida durante los minutos finales por el asesino), cuya perspectiva nos va a ofrecer una situación privilegiada como espectadores sobre el argumento, es también quien abre el film. Es una mujer joven, ambiciosa y un tanto soberbia, bebe mucha Guinness y vive en Seul . Su carácter le produce estrés en el trabajo, una compañía crediticia que la somete a una fuerte competencia interna. Por si fuera poco, ha sido testigo de un intento de homicidio y es acosada por los autores. Todo este conjunto, que el director nos dibuja magníficamente en escasos minutos, desemboca en unas vacaciones forzadas por la empresa que la llevan regresar a la isla donde pasó su infancia. Allí viven ahora tan solo 6 personas, entre ellas el abuelo y su antigua mejor amiga, que será la auténtica protagonista de la segunda parte. De manera muy pausada, con una lentitud de tempo asombrosa, la urbanita va descubriendo las extrañas relaciones entre los isleños, que no desvelaré aquí, pero tienen poco que ver con una bucólica y tranquila vida campestre.
Cabe decir que toda esta la primera parte, muy violenta pero previa a que se desencadenen las matanzas, contiene algunos aspectos cinematográficamente interesantes. Se nota que el director ha trabajado con Kim Ki-duk: la venganza se va cociendo a fuego lento y con cierto lirismo, a pesar de la temática, utilizando bien planos y encuadres, con una calidad fotográfica digna del buen cine coreano y la convincente interpretación de Seo Yeong-hie en el papel de la isleña amiga, quien con constantes cambios de registro dibuja con acierto los contrastes entre la realidad de la vida rural y la urbana.Hay aquí también un aspecto de denuncia sobre las sociedades involutivas, que abren un espacio para la existencia de personas sin derechos, personas que por el mero hecho de vivir alejadas de la «civilización» pueden ser sometidas impunemente a toda clase de abusos y vejaciones por otros miembros de la comunidad, con implicación explícita o tácita del resto y, sobre todo, con pasmosa pasividad por parte de ciertas autoridades, cuya intervención no tendría probablemente ninguna repercusión curricular inmediata. El relato, sin embargo, es excesivo en crudeza, escaso en sutilezas y exageradamente subrayado en cuanto a brutalidad, machismo y vejaciones, y me hizo recordar, aunque no llegan a su extremo de barbarie, a la brasileña Baixio das bestas, una película de Cláudio Assis extremadamente cruda, muy bizarra, que no pude terminar de ver, cuyas imágenes conservo, mucho tiempo después, todavía sin digerir en la memoria. Por otro lado, las actuaciones del resto del elenco no pasan de normalitas en lo que se refiere a la parte femenina; otro cantar es el caso de ellos, personajes abandonados a la brocha gorda y a evidenciar de manera tosca, aunque solemne, toda su capacidad brutal y misógina.
Una vez superado el clímax dramático, el punto de inflexión que desencadena la tragedia es un «mensaje solar» (solar del Sol) recibido por la isleña maltratada en posición de semi-trance. A partir de aquí comienzan a fluir la venganza, servida -como reza el aviso- con abundante flujo sanguíneo y turbo acelerado, para esto los orientales son una barbaridad. Pero a Jang Cheol-soo se le va la mano, o los litros, y a excepción de una escena de contenido erótico, bien rodada pero superpuesta y con poco sentido argumental, el asunto degenera hacia el psicokiller. Todo comienza a ir muy deprisa y el excelente trabajo de Seo Yeong-hie se va a pique en favor de una sobreactuación con constante cara de loca. El guión pasa de insistente -pero interesante- a absurdo y los isleños a superhumanos, calidad de personaje que no cae muerto ni con tres tiros y un machete clavado en el diafragma.
Para acabar de rematar la jugada, cierra con un salto temporal donde la maltratada, venida a perturbada, se transforma en Terminator y aparece en Seul, delante de la amiga, ahora encerrada en una celda (?¿), donde antes de morir asesinada acaba por pedir le interprete una melodía para flauta (más ¿?). Prefiero obviar comentarios sobre películas que no terminan de gustarme, salvo excepciones, porque le debía mis impresiones a un amigo, lector además de este blog, quien no solo me la recomendó encarecidamente sino que me facilitó las cosas. En su favor, decir que la película ha sido un éxito rotundo de taquilla en Corea del Sur, y que pudo verse en España en el pasado Festival de Sitges con buena acogida por parte de la crítica.
Confessions, de Tetsuya Nakashima (2010)
Confessions, del director japonés Tetsuya Nakashima, se proyectó en España en el pasado Festival de Sitges y ha sido la película seleccionada por Japón como candidata a los Oscar de la presente edición. Una pena que no haya quedado entre las cinco finalistas a mejor película de habla no inglesa, porque sin haber visto el resto de las seleccionadas, a excepción de Canino, que me gustó mucho, si tuviese que elegir una de las dos, francamente tendría mis dudas sobre cuál es mejor. Con un guión basado en la novela homónima de Minato Kanae, se trata de un drama terrorífico y espeluznante sobre el plan meticulosamente tramado por una profesora de secundaria para vengar el asesinato de su hija. La película está estructurada en base a varias confesiones o puntos de vista sobre el mismo hecho: la de la profesora y la de los chavales sospechosos de haber cometido el crimen.
Llegan las vacaciones y es el último día de clase. Indisciplinados alumnos de trece años revolotean, gritan y se pelean mientras la señorita Miroguchi (Takako Matsu) hace una confesión sorprendente que cambiará radicalmente el tono de la clase: su hija de cuatro años no murió accidentalmente en la piscina sino que fue fríamente asesinada por dos de los alumnos presentes. La propia confesión forma parte de la etapa final de su venganza. Paseando entre cartones de leche que vuelan de una a otra mesa, chistes infantiles, teléfonos móviles grabando en plena clase y mensajes que van de un pupitre a otro, nadie al principio la escucha, pero a ella no parece importarle mientras continua su relato moviéndose con precisión casi militar. Juico y sentencia irreversibles. La de Miroguchi es la primera confesión pero no será la última. Suena el timbre, nadie se mueve ahora, la clase no ha terminado, en realidad no ha hecho más que comenzar. Para los estudiantes de la Sra. Moriguchi será una clase sin fin en sus vidas. La venganza de la profesora, cruel y poética, sumirá a los culpables en un auténtico infierno.
Además del tema de la venganza que tanto gusta a los orientales como leimotiv de sus películas, Confessions aborda dos temas de rabioso interés. Por un lado, toma claro partido en la controvertida situación jurisdiccional (Ley del menor) que parece que no solo en España es uno de los puntos más polémicos de la jurisprudencia, también en Japón. ¿Nadie es responsable de los crímenes hasta que no cumple 14 años, con independencia de la madurez de cada uno? No parece estar muy de acuerdo la señorita Miroguchi, que dados los preceptos legales decide tomarse la justicia por su cuenta elaborando un plan de los más crueles y pasmosos vistos en la historia del cine. Contrariamente a colocar a los adolescentes en un espacio aparte de la sociedad, Confessions adopta una narrativa agresiva que los enfrenta al mundo de los adultos con convicción y belleza. Por otro, la película explora el aislamiento, la confusión y la falta de perspectivas que ofrece a nuestros jóvenes una sociedad enormemente masificada como en este caso la japonesa, en la que el individuo pasa absolutamente desapercibido, incluso para sí mismo, entre la impersonal muchedumbre. Clave que nos permite comprender las confesiones de los chavales, uno de ellos pretendido e indiscutible líder, manipulador de la voluntad de cuantos puede controlar, el otro que se siente ignorado, perdido, y busca únicamente el reconocimiento de los demás.
La manera nihilista en la que está narrados los motivos que impulsan a los personajes, junto a la ausencia casi total de gore y casquería como recurso visual, tan cotizado en el cine japonés, recuerdan bastante a la trilogía de la venganza de Park Chan-wook, mientras una cámara lenta, que no da tregua ni respiro y con la que está grabada casi toda la película, junto a los interminables pasillos y la concepción minuciosamente obsesiva, casi onírica del espacio, nos remiten constantemente a Elephant de Gus Van Sant. Esa casi constante cámara lenta nos muestra a los protagonistas correr y saltar, reír y llorar, sangrar o morir entre cielos nublados y sombras envueltos en tonos de helado negro y azul: el efecto global es sofocante, y eso es exactamente lo que se pretende. Personajes siempre al borde del abismo del mundo, que vamos descubriendo entre el desconcierto de un reloj que siempre marca unos minutos antes de las doce. Toda la frialdad y la tensión que surgen del relato se contraponen con una fotografía delicadísima y una puesta en escena de elegancia brutal. A medida que la profesora teje su meticulosa e implacable telaraña, cuando parece que estemos al límite de la crueldad, en realidad reparamos en que solo se trata del principio, porque la narración cobra vida minuto a minuto a través de la venganza mientras asistimos atónitos a una espiral creciente de violencia llevada hasta límites insospechados. Todo relatado con una forma de narrar que no es novedosa, pero sí muy arriesgada, que rompe constantemente los límites del cine convencional, pero de la que el director sale absolutamente airoso consiguiendo asombrarnos con su brillantez y su poesía de la amoralidad.
Gadkie Lebedi (The Ugly Swans), de Konstantin Lopushansky
Esta semana tenía intención de comentar en el blog algún estreno, pero no va a ser así. Quedé el pasado viernes con ganas de ver Canino, dirigida por el griego Yorgos Lanthimos, pues su anterior film, Kinetta, me dejó muy buen sabor de boca. Ninguna sala de Valencia, ciudad donde vivo, se ha dignado en estrenarla así que, mi gozo en un pozo, optamos por pagar la entrada para la versión de Alicia de Tim Burton. Sobre Burton empiezo a pensar aquello de fue bonito mientras duró; vamos, que la cosa no da para más (espero, sinceramente, equivocarme en esta predicción). Obviaré también comentario alguno sobre Furia de Titanes, pero recomiendo encarecidamente, a quien le interese aquello de ver como quedó el remake, espere a que salga el DVD: decepcionante, robo de los siete euros más palomitas, con mayúsculas y en negrita. Por último, si este fuese un blog de música rock (y empieza a gustarme la idea de abrir uno), cabría reseñar Nadie sabe nada de gatos persas, una propuesta distinta al cine iraní al que estamos más o menos acostumbrados, pero que se queda en buenas intenciones, nada a destacar especialmente, la película va menguando el interés conforme avanza y el final remata, a excepción de la BSO y cierta añoranza rebelde que puede causar en la generación que andamos superando la cuarentena, aunque en este caso frente al monstruo fundamentalista, además de lo curioso de alguna escena, como la de un cuarteto tocando heavy metal en un granero y en persa. Así que continuaré reseñando películas raras, o menos comerciales, de las que acumulo una buena colección, entremezcladas en un tercer disco duro casi completo. Dudo tener el tiempo material suficiente para verlas todas calculando que viva otros cuarenta años más, y sospecho que siguiendo este ritmo tendre que pensar dejarlas en herencia a quien pueda interesarle. En cualquier caso, visto lo visto, me parece (al menos esta semana) mejor opción la siguiente, puestos a escribir recomendando algo de cine.
Así que os presento a Gadkie Lebedi, film ruso dirigido en 2006 por Konstantin Lopushansky e interpretado por Gregory Gladiy, Laura Pichelauri, Alexey Kortnev y Leonid Mozgovoy (¿A que os suenan todos, eh?). The Ugly Swans es su título internacional, y obtuvo alguna nominación, en Rusia. Es una película de ciencia ficción basada en una novela de los hermanos Strugatsky. Como reclamo, decir que estos hermanos firmaron también la historia de Stalker, que la música es de Andrei Sigle, el compositor habitual de Alexander Sokurov, y que el director es uno de los discípulos y seguidores de la escuela cinematográfica de Andrei Tarkovsky. Ahora seguro que empieza a verse mejor.
El protagonista se llama Víctor Banev, un exitoso escritor que es enviado por la ONU a un pueblo (en los confines rusos) que ha resultado inundado por completo e invadido por un grupo de mutantes de inteligencia superior, que se dedican al secuestro de niños -como si se tratase de una secta- para lavarles el celebro a fin de convertirles en seres de inteligencia sin límites. Más allá de la misión política, Banev tiene la intención de encontrar a su hija, que se ha apuntado a la escuela para superdotados de los mutantes.
La película es una de esas rarezas que difícilmente pueden encontrarse fuera de los festivales de cine (se pasó en Sitges), pero que compensan al espectador por su poderío visual y su cruda y desconcertante puesta en escena. El ambiente se mueve entre un tono opresivo y apocalíptico: vemos un bosque eterno en llamas mientras el protagonista viaja en el tren, o una especie de extraña lluvia incesante sobre la ciudad al unísono de la inquietante luz roja que tiñe los edificios de óxido y humedad. Hacia mitad de la película pierde un poco el rumbo, y se entretiene demasiado quizás en las contradicciones de la hija para con el padre, pero la película logra recuperar el tono hacia el final, con una magnífica e intensa secuencia colofón que equilibra el conjunto.
La calidad visual es, junto con su dramático final, lo mejor de la película. Ambos están a la altura de un buen film de ficción y del legado del maestro Tarkovsky. No es demasiado difícil conseguirla en internet, tampoco los subtítulos gogleando un rato, así que tomad buena nota de esta interesante película de acción y ciencia ficción que, sin ser ninguna maravilla, entretiene y resulta todo un placer para la vista.
Buen fin de semana a todos!
El Inadaptado, de Jens Lien (2006)
«Den Brysomme Mannen» es el título original de este film del cineasta noruego Jens Lien; película que describe la soledad en un mundo ideal, aparentemente equipado con todo lo deseable, y que no es sino una magnífica sátira sobre la fantasía consumista de la sociedad del primer mundo. Imaginad por un momento un mundo donde los problemas cotidianos han sido eliminados, las relaciones entre las personas son sencillas, sin sobresaltos, esforzadamente armónicas, el trabajo está garantizado, los jefes se muestran siempre solícitos y agradables, las ciudades están cuidadas, no hay demasiado ruido y nada resulta molesto ni exasperante, las calles están eternamente limpias, todo ha sido construido a la medida para que simplemente podamos disfrutarlo cuando queramos y hasta la pobreza ha sido erradicada. Andreas (Trond Fausa Aurvag) llega a esta ciudad modelo, que parece directamente sacada de un catálogo de IKEA, sin saber cómo ni porqué, un lugar donde todo está hecho a la medida para él: un puesto de trabajo, una vivienda, una esposa que le quiere y a su disposición toda clase de entretenimiento prefabricado a la espera para su disfrute. Sin embargo, el precio es alto. Debajo de esa perfección y fachada de continuas y forzadas sonrisas, las personas parecen no tener emociones, se comunican a través de una cortesía artificial y sus relaciones se antojan puro plástico. Escapar, atraído por el olor que ya no existe de un plato de comida caliente o una simple melodía lejana que martiriza su recuerdo, pasará a convertirse en una necesidad. La otra alternativa no es sino el suicidio…
Brillante y muy entretenida fábula que se pregunta sobre la naturaleza de nuestra cultura posindustrial, consumista, obsesionada con la belleza mediática y las apariencias. Las actuaciones son exageradamente teatrales, con personajes definidos desde un principio que asumen un rol posmoderno en su máxima expresión. La iluminación es fría, los colores grises y azulados, poco saturados, logran el efecto de estar filmada dentro de un congelador. El aspecto visual de la película y su factura técnica es lo más logrado, con encuadres casi perfectos y una fotografía realmente extraordinaria. Y la música acompaña el tono de la película dándole el tinte pretendido de experiencia surrealista a vez que horrorosa.
Sin ser una historia demasiado original, la película transmite un constante fluir de ideas sobre nuestro presente, hacia dónde vamos en un mundo tendente cada vez más a lo aséptico y también sobre los deseos de las personas en el contexto en que vivimos. Un film alegórico que, sin embargo, huye de maniqueísmos y no pretende ser instructivo o revelador de otro tipo de sociedad, quedando sólo en una sátira a modo de comedia negra acerca de eso que durante mucho tiempo se nos ha vendido como pretendido bienestar. En este sentido, tiene cierto aire metafórico que recuerda mucho a «Brazil» de Gilliam, aunque comparte las referencias al cine con algunas ideas evocadoras a Milton o Kafka, junto a cierto aire fílmico mezcla entre Tarkovsky (Stalker), en el aspecto dramático, y la soledad del hombre al modo que lo hiciera Jacques Tatí en su faceta de comedia, con aquellos personajes que nos hablaban sobre los sencillos placeres humanos, el deseo de escapar de lo cotidiano y su lúdico afecto por la naturaleza humana.
The Fall, de Tarsem Singh (2006)
Dicen, las malas lenguas, que en noviembre se estrena, al fin, el último trabajo del director hindú Tarsem Singh, quien sólo ha realizado hasta la fecha dos películas: «La celda» (2000), y «The fall»; esta última, galardonada con el primer premio en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, desde mi punto de vista, con sobrados méritos. Si definitivamente deciden estrenarla, aunque ya la he visto, no pienso perdérmela en la pantalla grande. Se trata de una superproducción rodada en 23 países durante cuatro años, en la que destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru ), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.
La historia está ambientada en 1920, en los inicios del mundo del cine de Hollywood. Un extra sufre una caída, por lo que es ingresado en el hospital. Allí conoce a Alexia, una niña de cinco años que estará siempre dispuesta a conseguirle la apreciada morfina a cambio de que le cuente un cuento; una narración increíble de cinco héroes en una cruzada fantástica contra el malvado emperador Odio (español, para más señas). Realidad y ficción van a ir entremezclándose para converger en el final: la realidad es el hospital, los proyectos y los deseos de los protagonistas; la ficción, esa maravillosa historia que rescata la tradición oral de los cuentos fantásticos, narrada con una riqueza simbólica extraordinaria e imágenes preciosistas de paisajes y edificios de diversos países, técnicamente impecables y con unas dosis de imaginería que van más allá de la simple historia narrada. Es una película en la que se dan simultáneamente dos planos narrativos diferenciados, aunque ambos quedan recorridas por la dulzura de la niña en química perfecta con el protagonista, que le va contando la historia por capítulos para tenerla enganchada y hacerla capaz de cualquier cosa con tal de conseguirle la morfina, del mismo modo que engancha al espectador en este alegato al cine silente, en el que no había trucos ni efectos especiales y los extras arriesgaban su físico rodando las escenas más inverosímiles.
Hay que destacar, además de la calidad de la fotografía, el cuidado que ha puesto el director en cada plano, planos que son una alta belleza sugestiva y que están rodados como si de una obra pictórica en movimiento se tratase. Los colores saturados recuerdan la estética de los cómics, la iluminación está estudiada para lograr el efecto onírico que corresponde al relato y en la historia encontramos héroes esculturales diseñados como auténticos acróbatas que recuerdan mucho las actuaciones de El Circo del Sol. No en vano, el responsable de la puesta en escena, diseño y vestuario es nada menos que Eiko Ishioka, quien ya ha trabajado para el Circo y, entre otras labores, diseñó el vestuario del Drácula de Francis Ford Coppola. Este derroche de imaginería es utilizado por Tarsem para construir dos planos diferentes en la película: uno es el convencional, el real donde se está desarrollando la historia de los protagonistas; otro es el fantástico, el del cuento a modo de performance en el que se mezclan diferentes artes pictóricas, musicales y de diseño.
En definitiva, una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos. Porque lo que destaca en ella, más que la historia en sí misma, es su calidad plástica y narrativa, acorde con las inquietudes del perfil profesional del director, un reputado artista en el mundo de la publicidad, responsable de galardonados spots de marcas como Nike, Pepsi o Mercedes Benz, y también de algún extraordinario videoclip como lo es, por ejemplo, Lost my Religion de R.E.M., y que en esta ocasión opta por hacer una película en la que pone de manifiesto su enorme calidad artística en vez de rodar un film para lucimiento de actores como hizo en su fallida «La celda» con Jennifer López. Quizá Tarsem vea en un largometraje unas posibilidades infinitas para el diseño cinematográfico, o quizá un escenario para dejar patente su futura proyección en este arte… Lo cierto es que la película se disfruta, porque sea o no una obra maestra cinematográficamente hablando, su calidad artística es innegable y sólo por ello merece la pena verla. A quienes les guste el género fantástico, seguramente no les defraudará en absoluto. Y a quienes no sean tan amigos de él, disfrutarán de una obra cuidada y meticulosa con pocos precedentes en el cine moderno.
Cravan vs. Cravan (Isaki Lacuesta, 2002)
Poeta, boxeador y algunas profesiones más, Arthur Cravan (seudónimo de Fabien Avenarius Lloyd) desaparece en 1918 en el golfo de México, sin dejar rastro. Cravan es un nombre crucial en el movimiento dadaísta predecesor de la I Guerra Mundial. Llevando a la práctica la máxima del dadaísmo «convertir la vida en arte», viajó por diversos lugares de Europa y América experimentando con diversos oficios. Sobrino de Oscar Wilde, desertor de la Gran Guerra, poeta, rata de hotel, encantador de serpientes, ladrón y ex campeón francés de boxeo, tras jugarse su fortuna en 1916 en un combate en la Plaza de Toros de Barcelona, embarca hacia Buenos Aires a buscar nuevas experiencias. El rastro del barco se pierde a punto de hacer escala en México. Isaki Lacuesta elabora este documental siguiéndole la pista e investigando en el personaje: imágenes, recortes de prensa, testimonios directos y un montaje sobresaliente conforman este fantástico trabajo, a caballo entre el documental y el cine de autor, que nos desvela uno de los iconos culturales de principios del siglo XX.
Pero esta vez no hablaré yo sobre la película; he encontrado este texto del propio Isaki Lacuesta comentando su film en 2002 unos días antes del estreno en el Festival de Sitges, y nadie mejor que el autor para reseñar su propio trabajo, premio del público a la mejor película y premio al mejor director revelación:
«Decía Tristan Tzara que todo era dadá y nada era dadá. Ésta no es una película dadá. Ésta es la historia de gentes que quieren ser otras gentes y que en efecto consiguen ser otros, aunque nunca los mismos que habían pretendido ser. Ésta es una película de ecos. La primera evidencia con la que topé al comenzar este proyecto era la rotunda, irreversible imposibilidad de filmar a Cravan. Pero la testarudez humana no tiene límites. En el mismo instante en que Cravan desapareció, nacía el fantasma que le iba a sobrevivir y transportar hasta nuestros días.
Si tiene que ser algo, cosa que dudo, «Cravan vs Cravan» es una película sobre la construcción de un mito. Imitando a su tío Oscar Wilde, Cravan creía que la vida debía parecerse al arte y no al revés, y logró que su estampa fuera tan múltiple que hoy resulta imposible saber donde acaba la realidad y donde empieza la leyenda. Por eso creí que el mejor enfoque posible pasaba por situar el film en esa frontera ambigua y degenerada, entre el documental y la ficción, que a mi entender es uno de los terrenos de exploración más interesantes del cine actual. Una película que rescate la memoria de aquellos sucesos que ocurrieron y hoy ya nadie recuerda, pero también, esa otra memoria aún más olvidada: la de los hechos que, pudiendo haber ocurrido, tal vez no ocurrieron jamás. «Cravan vs Cravan» es un documental del mito y la leyenda.
Ahora, cuando reviso por penúltima vez la película antes de su proyección, me gusta pensar que, al trasluz de Cravan, también hemos filmado otro mito: el del arte contemporáneo.
Investigando tras los pasos de nuestro personaje, nos hemos ido encontrando con los testimonios de artistas, poetas, críticos, historiadores, galeristas, coleccionistas, aficionados… A las puertas de un nuevo siglo, todos ellos se enfrentan una vez más a su mito fundacional, el de las vanguardias. Y de alguna forma, en el tejido de sus voces también resuenan los ecos de aquellos otros que, hace cien años, ocuparon espacios semejantes durante el nacimiento y la eclosión de los «-ismos»: aquellos movimientos que, como el mismo Cravan, vivían de devorarse a sí mismos.
Pero por encima de todo, pienso que si esta película existe es porque la figura y la actitud de Cravan continuan siendo vigentes, hoy más que nunca. Porque lo que Cravan defendió con cada una de sus obras como puñetazos, y con cada uno de sus golpes como versos, fue un arte personal, apátrida y heterodoxo. Una reivindicación de la libertad contra los estereotipos y las convenciones, dispuesto a cuestionar mediante el humor la autoridad establecida. Porque en el fondo la historia de Cravan es una metáfora estupenda del siglo XX: la edad de las vanguardias artísticas y militares, l’age collage de un mundo internacional, a caballo entre el arte y la vida, del escándalo concebido como obra y la obra como mercado, de las desapariciones masivas, el siglo de las derrotas y del cine…
Un cine que nació casi a la vez que Cravan y con las mismas intenciones: ser viajero, moderno, aventurero, comprometido, inquieto y arriesgado.
Quizás por eso Cravan escribió que aceptaría batirse en duelo con X siempre y cuando estuviera presente el cinematógrafo. Y aunque nuestra cámara haya llegado tarde para filmarle, al menos sí ha llegado a tiempo de captar los ecos y las rimas de sus golpes.
Por eso he comenzado diciendo que ésta no es una película dadá, ni podría serlo: «Cravan vs Cravan» es una película sobre lo irrepetible.
Que empiece el combate.»
Isaki Lacuesta (2002)