Nanking! Nanking! (Ciudad de vida y muerte), de Lu Chuan – 2008

naking_naking cartel chinoNanking! Nanking! es un film que recrea los acontecimientos sucedidos en 1937 en esta ciudad, la por entonces capital china, asediada y devastada en el marco de la Segunda Guerra Chino Japonesa. Una masacre brutal a cargo del Ejército Imperial nipón (aliado de Alemania) en la que murieron cerca de 300.000 personas en sólo unas semanas, de la que no escaparon ni militares ni civiles, niños o mayores, hombres o mujeres, constituyendo uno de los episodios más dantescos de la Historia Contemporánea. Narrada en blanco y negro, a base de secuencias largas y sin apenas música, la película está propuesta a modo coral siguiendo la suerte de diversos personajes que encauzan la trama. A partir de un soldado chino que intenta organizar una resistencia mínima al cerco japonés, Lu Chuan nos muestra en confrontación las situaciones y el papel jugado por los distintos personajes, desde el chino colaboracionista capaz de cualquier cosa por la seguridad de su familia, el oficial japonés Kadokawa (al mando de la intervención), el papel de la mujer en la resistencia (pocas veces abordado en una película oriental), o la maestra u otros residentes de la zona de seguridad protegida por John Rabe, un personaje real  recientemente recreado en la película alemana homónima de 2009, que se presentó este año en el Festival de Berlín, miembro del partido nazi y al que se le atribuye la salvaguardia de la vida de más de 200.000 chinos; aunque en Nanking! Nanking!, lejos de representarlo como el «Oscar Schindler de China», se le retrata como un hombrecillo pusilánime, incapaz de mediar en el conflicto, que acaba aceptando marcharse a fin de proteger su propia vida.vlcsnap-8392857

La película comienza con la entrada del ejército japonés en la ciudad,  dispuesto a eliminar cualquier vestigio de resistencia y matar a todos los soldados chinos que hallen en el camino. Posteriormente, asistimos al racionamiento de los recursos y la implantación del terror entre los habitantes. Las escenas son brutales, desgarradoras, crueles… sin embargo, las imágenes poseen una belleza visual tan extraordinaria que invitan, por sí solas, a continuar viendo la película, desmarcándose de cualquier producción occidental al uso, a pesar del horror sobre el comportamiento humano mostrado in crescendo a medida que pasan los minutos. Además, aún habiendo momentos en los que da la sensación de falta de hilo conductor entre las diferentes historias que narra, a riesgo de convertirse en un mero recreo de crueldades, la película logra aunarlas  y mantener el interés, probablemente porque el director no cae en el recurso fácil de satanizar por completo al invasor y elevar la víctima a la categoría de héroe, recurso del que ha abusado más de un film bélico hollywoodense, incluso europeo, logrando la sensación de que los hechos están tratados con la objetividad suficiente de esa verdad, muchas veces incómoda, que  a ninguna de las partes termina de satisfacer. vlcsnap-8389355

Lo cierto es que se trata de una superproducción de China Film Group, Stella Megamedia, Hong Kong’s Media Asia y Jiangsu Broadcasting que ha contado con un holgado presupuesto de 12 millones de dólares,  estrenada  en las salas chinas el pasado mes de abril, que ha sido un éxito de taquilla y que habrá pasado convenientemente los filtros de la censura de un gobierno que no es seguramente el más indicado ni disfruta de autoridad moral para mostrar masacres de autoría ajena (por más reales que sean y pese a las víctimas, siempre inocentes) sin haber hecho jamás atisbo autocrítico alguno de unas cuantas con las que carga a sus espaldas. Pero también es cierto que Lu Chuan ha abierto con la película un debate social en China sobre esta y otras realidades históricas, que ha recibido amenazas de los sectores más conservadores de su país que le acusan de simpatizar con los japoneses, y de estos últimos que le tachan de exagerar convenientemente los sucesos. A mí, personalmente, al margen de una polémica en la que no quiero entrar, pues no creo poseer los suficientes conocimientos sobre los hechos para juzgarla, me gustó mucho y me parece altamente recomendable, por su enorme factura técnica y porque se trata de una magnífica película de guerra que se aleja de la narración habitual de un film de acción y también del melodrama de tantos otros sobre genocidios, relatando con acierto y objetividad unos hechos desde la perspectiva de lo terrorífico del comportamiento humano cuando goza del poder absoluto para decidir entre la vida y la muerte de las personas que estaban ahí porque la vida y la Historia quisieron caprichosamente colocarles.vlcsnap-8417653

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Katyn, de Andrzej Wajda (2007)

katynafpKatyn comienza con una escena en un puente cercano a Cracovia  repleto de personas que se cruzan y chocan intentando avanzar en direcciones opuestas. Estamos en 1939: por el oeste llegan los que huyen de la invasión nazi hacia posiciones ocupadas por el ejército liberador soviético; por el este, aquellos que escapan de las tropas rusas, pues toman prisioneros tanto a civiles como a soldados polacos. Caminan campesinos, profesores de Universidad, comerciantes, estudiantes, trabajadores, funcionarios, familias enteras con sus pertenencias a cuestas. No saben hacia dónde se dirigen ni cual será el mejor camino para huir de la tragedia. Hitler y Stalin han hecho un pacto: los alemanes no avanzarán más, el ejército ruso no se enfrentará a ellos y hará, además, el trabajo sucio. Muchos son soldados que pertenecen a la reserva y huyen con sus familias al completo. Casi todos creyeron que entregándose al amparo de los rusos hallarían la liberación y ya se veían trasladados a Rumanía o la misma Rusia; gentes ajenas a la guerra, la mayoría no eran militares de profesión sino reservistas, muchos de ellos profesionales e intelectuales,  potencialmente peligrosos para los regímenes totalitarios de cualquier ideología: cuanta más cultura tiene un pueblo más difícil es manejarlo al antojo de la demagogia y la mentira. Ya en Auschwitz, en 1939, antes de servir al exterminio judío, los primeros prisioneros en ocupar el campo fueron los intelectuales polacos.

En Katyn, 22.000 personas, uno de ellos el padre de Andrzej Wajda, fueron asesinadas y enterradas en fosas comunes cavadas en el bosque, en 1940. Durante 47 años, el gobierno de Polonia culpó de la masacre al ejército alemán, al tiempo que el mundo occidental callaba y asumía la versión de los hechos. Incluso se levantaron cínicamente monumentos oficiales en recuerdo a los desaparecidos. No será hasta 1990, tras la caída del muro, cuando el Kremlin reconocerá sus crímenes de guerra. Lo que sucedió antes y después de la matanza está narrado por Wajda con el realismo y la honestidad propia de las víctimas anónimas silenciadas sin otro remedio durante casi cinco décadas. A pesar de que el film no ahorra en crudezas y vemos a militares soviéticos asesinando uno a uno en un sótano a un regimiento entero de soldados, al tiempo que otros riegan cubos de agua sobre el tobogán para lavar la sangre como si de un matadero se tratase, Wajda no se limita a hacer de la narración un alegato contra el horror, sino que nos habla del silencio y la tergiversación de la historia que sobre los hechos vivió su pueblo durante años. Para Wajda, los auténticos protagonistas no son sólo todas esas personas asesinadas impunemente, es también la angustia de las familias (como la suya propia) que sufrieron durante décadas la incertidumbre humana, buscando a sus desaparecidos, esperando fieles cada día el regreso, convencidas cada vez que llamaban a la puerta que detrás estaría su hijo, su hermano o su marido. vlcsnap-15935788A través de sus más de 50 películas, también del teatro, como si de un escaparate de la historia se tratase, a pesar de la censura y la represión del régimen, Wajda ha revelado siempre, no sin serias dificultades y más de un necesario enroque narrativo, la realidad social y política de su país: el Guetto de Varsovia (Sansón, 1961), la resistencia al régimen soviético (Cenizas y diamantes, 1968), el Holocausto en Polonia (Semana Santa, 1995) o el movimiento Solidaridad (Hombre de Hierro, con Lech Walesa) son sólo algunos ejemplos. Sin embargo, hacer un film sobre los sucesos de Katyn no habría sido posible en la época comunista, porque la imagen de los soviéticos auspiciada por el régimen era obligatoriamente asociada siempre a la liberación. «…Sobre esa mentira reposaba la sumisión de Polonia a Moscú», dice Wajda. Para el cineasta, a sus 82 años, contar esta doble historia, la de los crímenes y la de la mentira, era un deber moral, consigo mismo y con su país.

Sin embargo, Katyn es mucho más que cine entendido como testimonio de la historia, porque como maestro que es, la película cuenta con un guión sólido y una estudiada construcción de todos los personajes. A la narración la recorre el ritmo pausado propio del cine europeo, y mantiene la tensión gracias a la rigurosa planificación y cuidadoso montaje, y a una puesta en escena en la que siempre se pueden encontrar detalles sugerentes, donde el relato discurre sin divorcio de las emociones, las justas y siempre contenidas a pesar de lo relatado. Si a todo ello le sumamos una modélica dirección de actores, el trabajo debería ser de visionado casi obligatorio, porque no es demasiado habitual en el cine el retrato realista de la historia que a la vez sea una obra de arte por la fuerza de sus imágenes, lo implícito de cada mirada y aquello que sugieren sus estudiados silencios. La calidad visual es también única porque, como valor añadido  al buen hacer con la cámara, Wajda ha querido dotar a la producción  de un extra con la aplicación de la nueva tecnología 4k, hasta la fecha sólo usada experimentalmente en algunas producciones norteamericanas. Katyn es la primera película hecha en Europa con esta tecnología que hace posible trabajar los detalles más pequeños y corregir con mucha precisión cada imagen, mantener los colores reales y alcanzar espectaculares efectos de profundidad.katyn02

vlcsnap-15949211Andrzej Wajda es una de las mayores figuras del cine europeo y mundial, y ha recibido numerosos reconocimientos internacionales. Es director artístico del Teatro Powszechny de Varsovia y en el año 2001 fundó la Andrzej Wajda Master School of Film Directing. Entre otros reconocimientos posee el Oscar honorífico por su contribución al mundo del cine, otorgado por la academia de Hollywood  en el año 2000, y en 2006 recibió el Oso de Oro honorario por sus logros en el Festival Internacional de Berlín. Katyn fue nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera en la pasada edición; aunque en España, cómo no, se conozca su trayectoria más bien poco y la distribución de este último film se haya visto limitada a ámbitos muy reducidos y siempre fuera de círculos comerciales.

Vals con Bashir, de Ari Folman (2008)

Resulta bastante complicado comentar esta película; un documental animado realizado por el director israelí Ari Folman basado en las masacres de Sabra y Shatila ocurridas en 1982, en las que murieron miles de civiles (todos libaneses) y cuyas responsabilidades a día de hoy todavía no han sido depuradas. La dificultad reside en que la cinta, como animación arriesgadísima en su apartado técnico, me ha parecido lo mejor que he visto en muchos años y, sin embargo, tras verla, queda un cierto sabor amargo sobre los posicionamientos y alguna que otra justificación repartida a lo largo del metraje. He leído más de una crítica que aclama el valor de la película centrándose en su contenido humano o testimonial. En mi opinión, es precisamente este contenido el que no se puede sino observar desde un punto de vista muy, pero que muy crítico, dados (además) los últimos acontecimientos y el cariz que están tomando los asuntos en la región.

Aún a riesgo de extenderme demasiado, conviene repasar un poco de historia previa para abordar los sucesos que trata la película. Al margen del conflicto general entre Líbano e Israel, cabe recordar que Bashir Gemayel era el líder de la fracción de los autodenominados falangistas cristianos libaneses (F.L.F., leales y dispuestos para con el gobierno de Israel) que disfrutaban del poder en el gobierno tripartito; gobierno que trataba de mantenerse, desde hacía muchos años, en el frágil equilibrio entre cristianos, la OLP y los radicales islámicos (actualmente en mayoría). El asesinato de Bashir en 1982 provocó la réplica de los falangistas quienes, tras acusar del atentado a la OLP (que siempre negó tales hechos), perpetraron su venganza en lo que fue una de las mayores masacres contra civiles de la conocida Guerra del Líbano. La carnicería comenzó la noche del 16 de septiembre del 82 con la suelta de una manada de perros salvajes en un campo de refugiados de Sabra, y se prolongó durante los dos días siguientes con el ataque constante por parte las fuerzas gubernamentales. Hoy se sabe que horas antes hubo una reunión en los cuarteles de las F.L.F. en Karantina y que, entre otros, participaron Ariel Sharon, Amir Druri y Eli Hubaiqa (jefe del aparato de seguridad de las F.L.F.) donde se acordó facilitar la entrada de grupos armados de la seguridad en el campamento de Shatila. Poco después, se vio como se agrupaban estas fuerzas en el aeropuerto de Beirut preparándose para la hora del ataque y, en cuanto la noche cubrió el campamento y sus alrededores, el ejercito sionista israelí comenzó a iluminar con bengalas el escenario de operaciones, donde los falangistas libaneses iban atacando a la población mientras dormía. Los carros de combate israelíes cerraron todas las salidas de socorro de los campamentos, impidiendo la huida  de sus habitantes y , bajo amenaza de abrir fuego, les obligaban a retroceder. Observadores y fotógrafos extranjeros, trabajadores de la Media Luna Roja e instituciones internacionales, coincidieron con el periodista sionista Amnon Kapilock en sus declaraciones: «La matanza comenzó rápidamente y continuó sin interrupción durante cuarenta horas. Miles de personas, inocentes y desarmadas, fueron asesinadas. Durante las primeras horas, las milicias falangistas masacraron a centenares de personas, disparaban contra todo lo que se movía en los callejones bajo la consigna de «eliminar terroristas», matando casa por casa a familias enteras mientras estaban simplemente cenando”.  Debido al eco internacional que tuvo la matanza, el estado hebreo, cuyo ejercito invasor ocupaba ya Beirut, tuvo que constituir una comisión para investigar los hechos, bajo la presidencia de Isaac Kahana, presidente del Tribunal Supremo. La investigación se limitó a culpar a las F.L.F. haciéndolas responsables de la masacre, eludiendo la participación sionista en los hechos, así como la de de las fuerzas armadas leales a Israel procedentes del sur del Libáno de Saád Haddad, limitando la responsabilidad de Israel tan solo a la negligencia y su mala estimación de la situación en aquellos momentos. Por supuesto, la supuesta responsabilidad de Ariel Sharon y Amir Druri (jefe del área norte de operaciones del ejército israelí), se acotó sólo a su participación en reuniones, donde se discutía la entrada de elementos de la falange a los dos campamentos, dentro del marco de una operación de participación falangista para dominar Beirut oeste.

Pues bien, el director Ari Folman realiza sobre estos acontecimientos un documental animado a partir de su experiencia personal como soldado israelí destinado en los alrededores de estos campamentos. 20 años después de los hechos, el soldado sufre una especie de amnesia provocada por el horror de lo vivido. Además, es preso de una pesadilla recurrente en la que una jauría de perros le persigue o corre amenazante al ataque de gentes que desconoce, en otras ocasiones aparecen soldados israelís tiroteados por francotiradores o se ve a sí mismo como un zombie vagando en el aeropuerto de Beirut ahora desierto de gente. Ya no puede más y decide buscar a antiguos compañeros que estuvieron con él en la batalla para que testimonien y den sentido a su pesadilla, pretendiendo con esto esclarecer cuáles fueron esas vivencias que no recuerda y arrancar de su mente la tormenta.
La animación es muy arriesgada, con figuras estilizadas a la vez que realistas, casi siempre monocromáticas rotas por tonos tenues, amarillos y rojizos, acordes a la noche iluminada por bengalas y a los sentimientos de horror e impotencia. A pesar de ser bastante explícita en los detalles de los episodios de violencia (mostrados siempre ajenos al ejército israelí, hay que decirlo), las escenas se centran principalmente en el recuerdo del trauma individual del soldado. Las entrevistas fueron grabadas en vídeo y los animadores se basaron en ellas para confeccionar los dibujos. Destilan cierta megalomanía en planos como la del tanque israelí aplastando vehículos en su avance, u otra en la que el soldado recuerda escapar de un ataque gracias a una mujer gigante que surge desnuda de la playa y le permite flotar postrado sobre su cuerpo. O cómo sobrevive a una emboscada acurrucado en cuclillas tras una roca durante horas, al amparo de la oscuridad y es felizmente encontrado por el regimiento que él mismo abandonó.
Es una película dirigida sin duda al público israelí, que no pretende justificar las masacres de Sabra y Shatila (es más, las denuncia claramente) aunque sí dejar constancia de la escasa o nula vinculación de Israel en ellas, a pesar de que tácitamente lo permitiera, del mismo modo que lo hace el sueño de Folman, que se presenta como una sucesión de realidades que él cree que ha reprimido concluyendo al final en que en verdad nunca las ha experimentado. Folman, en su recorrido en formato de entrevistas, fusiona convenientemente el Líbano de 1982 con la realidad actual, pero también con los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial de su anterior generación, vinculando los sueños referidos a la masacre de los palestinos con la experiencia narrada por los padres del propio Folman en Auschwitz, cuando su amigo le dice aquello de «la masacre ha estado contigo desde que tenías seis años; en realidad tú no participaste en ella, pero te persigue y te hace sentir culpable». La frasecilla tiene su qué… Alguna explicación, auto-justificativa si cabe, habrían de darle, y la película, además de técnicamente buena, sí muestra el drama real de uno de los hechos más vergonzosos de la historia reciente, a pesar de situar a sus soldados como meros espectadores cuya responsabilidad fue únicamente «dejar que ocurriera» sin hacer absolutamente nada para impedirlo… Existiera alianza o fuera un sólo «dejar hacer», no viene mal recordar que sí ocurrió, por aquello de la memoria histórica; aunque la historia, como la memoria, sufran demasiadas veces del enroque al servicio de la interesada propaganda.

Algunos Números sobre Sabra y Shatila:

Fuerzas: Israel – Falange:  Falange Libanesa con apoyo logístico del Ejército Israelí /Refugiados Palestinos: Inexistentes

Muertos: Israel – Falange: 2/Refugiados Palestinos: Entre 700 (cifra israelí) y 6000 (incluyendo desaparecidos)

Combatientes: Israel – Falange: 150 dentro de los campos/Refugiados Palestinos: Población civil desarmada

Comandantes a cargo: Israel – Falange: Ariel Sharon y Elia Hobeika/Refugiados Palestinos: Sin dirección militar

El traductor, de Daoud Hari.

El traductor es un estremecedor relato sobre la experiencia vivida por Daoud Hari (autor del libro) en uno de los conflictos más agudizados, todavía hoy sin resolver, de nuestra historia reciente: la guerra en Darfur (Sudán). La historia en primera persona de un hombre que escapó del asalto a su aldea y logró llegar a un campamento de refugiados de Chad, donde comenzó a ejercer como traductor para los medios de comunicación occidentales a fin de llamar la atención internacional sobre el actual genocidio que padece su pueblo. Pero además de su testimonio personal y el de su familia, es un esclarecedor documento de qué está pasando en realidad en esta región. Muchas veces la información que nos llega acerca de Darfur no es del todo completa, dando lugar a la idea de que se trata de una guerra tribal o un conflicto étnico-religioso agudizado por el hambre, pero provocado en realidad por el viejas rencillas entre la población civil. Nada más lejos de la realidad. Sudán es un país en medio del desierto que, tras lograr la independencia de Gran Bretaña en 1955, descubre en el estado de Darfur una poderosa fuente de minerales, la existencia de diversos puntos de los que es posible la extracción de petróleo y una de las bolsas de agua subterráneas más importantes de África. Si bien el poder en Sudán está desde su independencia en manos de árabes, la mayoría de habitantes de la región de Darfur son centroafricanos autóctonos; poblados con tradiciones ancestrales que poco o nada tienen que ver con los musulmanes, con los que han convivido pacíficamente muchos años hasta que los intereses económicos han salido a la luz.

Desde hace unos años, la población autóctona esta siendo sistemáticamente asesinada y desplazada por el gobierno sudanés como parte de la solución a eliminar la distensión política que ellos mismos han creado enfrentando a la población, acabar así los desafíos al poder y las reivindicaciones autonomistas de la región, abrirse el camino a la explotación de recursos sin oposición y convertir a una minoría en una mayoría impuesta. Es decir, disponer de un territorio matando a todos los que se interpongan en el camino, un genocidio con mayúsculas sin ninguna clase de dudas. Daoud Hari explica cómo el gobierno sudanés, una vez logrado que un número importante de aldeados haya tenido que abandonar sus tierras huyendo de la masacre sin más salida que refugiarse en el  vecino Chad, provoca el enfrentamiento entre diversos grupos tribales para después hacer que los árabes tradicionales también luchen unos contra otros, financiando tanto a rebeldes como a supuestos leales en un intento de acabar con la población y dominar unas tierras ricas en recursos, sobre todo en lo que a petróleo se refiere.

Daoud Hari procede de esa población autóctona; el hijo menor de una familia de pastores del desierto que trabajó para poder ofrecerle estudios en la ciudad. En 2004, cuando se desencadena la guerra en Darfur, la crisis humanitaria más grave del mundo actual, su pueblo es incendiado y destruido. Parte cruzando el desierto con las gentes de su aldea hacia los campos de refugiados de Chad, y es entonces cuando hacen presencia la prensa y los grupos de ayuda internacional (que en la actualidad han tenido que abandonar el territorio, todavía en guerra, pues permanecer allí supone un grave peligro para sus vidas) y se ofrece como traductor. Su objetivo no es otro que volver a internarse en Sudán acompañado de los periodistas británicos a fin de que todo el mundo conozca la masacre, pues tal como él dice, “El único modo de que el mundo pueda decir no a los futuros genocidios es asegurarse de que las gentes de Darfur vuelvan a sus hogares y reciban protección. Si el mundo permite que el pueblo de Darfur sea desplazado para siempre de su tierra y de su modo de vida, el genocidio volverá a repetirse en alguna otra parte, pues se demostrará que así puede lograrse el objetivo”.

Pero “El traductor” no es sólo una denuncia de estos sucesos, es a la vez que un relato profundamente conmovedor sobre los sentimientos que en el autor produce el dolor de una guerra en un continente al parecer olvidado, una guerra civil sin causa aparente, con unos refugiados que han perdido todo y son poco más que muertos vivientes, de porqué Darfur es una de las zonas del planeta en la que los índices de hambre y déficit sanitario son más elevados a pesar de su potencial riqueza… También es la narración cálida de sus recuerdos de infancia, un relato conmovedor que nos sumerge en sus costumbres (sorprendentes y absolutamente desconocidas aquí), en los valores y en el modo de vida de las gentes del desierto central africano. Unas historias que desprenden humanidad, relatadas con extremada sencillez a modo de carta contada a un amigo, y una prueba real de cómo un solo hombre, cuyas únicas armas son su valor y sus palabras, algunas veces puede hacer mucho para cambiar esas tremendas injusticias que, nos guste o no verlas, les demos o no la espalda, ocurren todavía hoy en el mundo.