Fish Tank, de Andrea Arnold (2009)

Últimamente parece que, sin premeditación, cae cada dramón en mis manos que casi se le quitan a una las ganas de escribir sobre ellos. No trato de poner en duda aspectos de calidad indudable en Precious, Nacidas para sufrir o Fish Tank, que he visto  seguiditas, una detrás de otra con el paréntesis entre las dos últimas de Pájaros de papel, otra originalísima revisión de la postguerra, solo apta para incondicionales de Amar en tiempos revueltos o Cuéntame… Con sus innumerables diferencias, y obviando el aterrizaje de Aragón en el mundo del largometraje, historias todas intencionadas para revolver los ánimos del sufrido espectador, a pesar de tratar temáticas muy diferentes.

Pues bien, la película británica de moda, Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, entre otros galardones, y que ha visto aplazado su estreno en España para finales de abril (ya está en DVD tras los Pirineos) trata de nuevo el tema de la adolescencia, el retrato de la sexualidad y la vulnerabilidad en los años más jóvenes desde un punto de vista, en mi opinión, nada novedoso, aunque esta vez nuestra protagonista no esté inmersa en la oscuridad de las drogas o la prostitución (me vino a la cabeza recurrentemente Thirteen, fíjate) sino que, por el contrario, la muchacha huye del desatento mundo que la circunscribe a través de lo único que tiene sentido para ella: bailar hip hop. El escenario: el extrarradio de una ciudad británica moderna, con sus deteriorados edificios iguales y sus ventanas rectangulares, hábitat típico y tópico del semi-proletariado urbano europeo que da al film un aire mucho más social. Cómo no podía ser de otro modo, la pobre muchacha se halla sin el cariño de nadie, pues su madre, mujer negligente consigo misma y con sus hijas, para más inri alcohólica (Kierston Wareing, la de En un mundo libre), organiza fiestas en casa con cuarentones aspirantes a clase media cachondos y frustrados, listos a lanzarse con avidez a cualquier posible vía de escape mientras muestra un total desafecto hacia ella, a quien regala frases tan maternales y tiernas como ¿Sabías que estuve a punto de abortarte? Con semejantes perspectivas (no he dicho nada de la hermana menor, unos siete años, adicta a la sidra y a sustancias fumables) nuestra protagonista logra encontrar un referente del que acaba enamorándose (como era previsible y como lo hace una adolescente, claro): el varonil y reciente novio de su madre, un magnífico Michael Fassbender que se mueve a lo largo de la película entre instintos paternales y sexuales. Su primera indiferencia se convierte para ella en un poderoso objeto de atracción, y comienza a visitarle en su trabajo y a escuchar ocasionalmente sus consejos. El culebrón se desata por completo cuando una noche, él borracho y ella, tras una sensual escena bailando a lo Nueve semanas y media pero sin streap-tease y con California Dreamin de fondo, caen en brazos uno del otro (esto también se veía venir) y todo tiende a complicarse. Da, a partir de aquí, la sensación de no existir un guión definido, un final claro en torno al que giren los acontecimientos, cuando ella le sigue, o descubre que es padre de una criatura, pues los hechos se desarrollan mientras nada parece tener sentido lógico ni coherencia con el final de la película, que hubiese sido seguramente el mismo sin todo el proceso rocambolesco que la envuelve desde el meridiano. El título se supone simboliza esos años en los que uno se encuentra atrapado en un sinfín de angustias y contradicciones. Esos años en que como peces en acuario desconocemos que el océano existe fuera de cuatro paredes de cristal. Lo que no sabemos es qué mundo nos espera cuando salimos al exterior y nos enfrentamos a la vida. Y la conclusión de la película, que bien podría haber firmado papá Loach, es que todo cuanto hay por descubrir supone una amenaza para nosotros mismos. Un estudio social típico, tópico y bastante, muy desolador, en el que cabe destacar la buena actuación de la protagonista y, por supuesto, el trabajo de sacar de donde no hay realizado por la directora; teniendo en cuenta el presupuesto y que la chica, una excelente Katie Jarvis, pocas veces se había puesto tras una cámara y fue seleccionada por su fuerte carácter cuando peleaba a voces y puñetazo limpio con su novio a la espera del casting, según dicen las entrevistas. La banda sonora tampoco mata; esto lo dice mi amiga, que entiende hip hop. Y yo la creo.

Cine británico

El truco del manco, de Santiago A. Zannou

cartel-el-truco-del-manco«El truco del manco» es la ópera prima del director Santiago A. Zannou, una historia marginal de supervivencia en las calles más duras de Barcelona, con un protagonista minusválido que lo tiene todo mucho más complicado que el resto pero que, a pesar de ello, continua adelante con sus sueños con una determinación realmente sorprendente. Un debut bastante digno, porque a pesar de que se le puedan reprochar al film  diversos defectos, Zannou es capaz de lograr con su trabajo algo de lo que han carecido muchas producciones patrias con bastante más presupuesto e incondicional apoyo académico, que es conmover, sorprender y entretener al espectador.

El retrato de la vida en los barrios desamparados de las grandes urbes ha sido un tema recurrente por parte de muchos cineastas y, en ese sentido, la ambientación de la película y la estampa de la marginalidad no es el descubrimiento del año, pues se trata de una historia que, de un modo u otro, ya hemos visto muchas veces en el cine. Donde la película logra realmente destacar no es en el esquema, sino en el uso de la narrativa cinematográfica para su desarrollo y en la descripción de personajes subrayada por ese ambiente suburbial, ambiente particularmente bien recreado y trasladado a la pantalla. Todos, sin excepción, desde los dos protagonistas hasta los personajes más secundarios, respiran autenticidad, humanidad y naturalidad por todos los poros. Sus diálogos (algunas veces incomprensibles), sus reacciones, sus movimientos, van dibujando como piezas de un puzle cada una de esas personalidades distintas y alejadas de la mayoría de nosotros pero que el director nos va mostrando con  sorprendente sensibilidad hasta lograr nuestra indulgencia. La escena de «El Cuajo» (apócope de «renacuajo», el protagonista parapléjico) bajando con tremenda dificultad la escalera, pero negándose a ser ayudado, hasta llegar a la parada del autobús, la conversación mientras espera con la camarera, la secuencia en la que se ve a los dos colegas sentados en un banco con los abrigos de visón que pretendían vender puestos, las relaciones entre la cuadrilla de paletas inmigrantes que construyen el estudio, desprenden una humanidad sorprendente que hace que, aunque la mayoría no compartamos nada con ninguno de estos personajes, no se pueda sino comprenderlos y observarlos con simpatía (incluso para los que no somos demasiado amantes del hip hop). zn_el_truco_del_manco1La película se desarrolla envuelta en un halo entre dramático y pesimista, con pocos momentos para la comedia, pero cuenta con un guión bien trabajado (aunque algunas veces previsible) y una puesta en escena minuciosa en todos los detalles, seguramente porque el cineasta es conocedor de primera mano de muchos de los ambientes que envuelven la película, en el que conviven la extrema pobreza con el mestizaje de etnias y culturas, la droga, la delincuencia y los núcleos familiares desintegrados, panorama en el que cobra importancia vital la lealtad y las relaciones de confianza entre colegas, y que el director logra trasladarnos fielmente a la pantalla con su cámara y con el trabajo actoral de unos protagonistas absolutamente desconocidos a excepción del cameo que realiza Mala Rodríguez en el papel de «la Tsunami».

Se le podrían hacer, sin embargo, algunos reproches, sobre todo en lo que concierne a su precipitado final, en el que da la sensación de querer concluir  con excesiva rapidez en la escena delatora que desemboca en el incendio, secuencia desde mi punto de vista bastante desaprovechada, tal vez por inexperiencia del director, tal vez por falta de presupuesto y que, además, incluye un mensaje de autosuperación que peca de trascendental y aleccionador en exceso. También hay algunas partes demasiado ambiguas que adquieren sentido por conclusión del espectador al hilo de posteriores secuencias, como son la detención de los dos amigos explicada sólo con el protagonista colocándose los cordones de la zapatilla en el metro, o la venta del coche para obtener el dinero que deben, que se conoce porque directamente lo dice el protagonista, eso sí, algunos minutos más tarde. Otras son francamente inverosímiles, como vender una buena cantidad de videocónsolas en la puerta de un instituto a 200 euros (además de ser caro, ya quisieran los chavales llevar esa cantidad encima), o que el chino del todo a cien compre visones por 2000 euros… Con todo, y dado el panorama cinéfilo de la próxima edición de los Goya, «El truco del manco» es, con diferencia, de lo mejor que seguramente se presente y un más que digno debut de Zannou, director a tener muy en cuenta que, hasta ahora, sólo se había aventurado en el campo del cortometraje.