Vivir (Ikiru) – Akira Kurosawa

Watanabe es un burócrata que lleva 30 años trabajando en el Ayuntamiento de Tokio. Su vida es idéntica día tras día, igual que lo es su trabajo. Nunca consigue terminar nada de lo que comienza. Con el paso de los años, ha llegado a jefe de su sección y se sienta entre columnas de papeles a ambos lados de su escritorio, frente a estantes todavía más repletos de documentos. Su mesa está flanqueada por otras más pequeñas, de sus ayudantes, que ordenan y desordenan papeles una y otra vez. Nunca se decide nada y nada cambia en esencia. Su trabajo es escuchar las quejas de los ciudadanos, pero se limita a estampar un pequeño sello de caucho en cada uno de los papeles.

La película comienza con un plano fotográfico de una radiografía de alguien. Una voz dice: «Tiene cáncer gástrico, pero todavía no lo sabe. Va vagando por la vida. De hecho, está medio muerto«. Y los rayos X se van difuminando, fundiendo en el rostro de Takeshi Shimura, uno de los iconos del cine de Kurosawa, también de otros memorables directores, que interpreta magistralmente su papel en este film. Parece cansado, gris e insignificante como la pequeñez de su propia vida.

Una de las escenas memorables de la película sucede cuando Watanabe se encuentra en la sala de espera de la consulta del médico. Todavía desconoce su enfermedad. En la sala hay otro paciente que charla descuidadamente con todos, no necesita conocerlos.  Se dirige a Watanabe y comienza a describirle síntomas idénticos a los que padece, atribuyéndolos al cáncer de estómago. Watanabe enmudece, lentamente, aterrado… Cuando su expresión ya está completamente desfigurada por el miedo, el charlatán hace este comentario: «Si le dicen que puede comer lo que quiera, eso significa que le queda menos de un año«. Ya en la consulta, el doctor repite estas mismas palabras; entonces el viejo burócrata se aleja, despacio, caminando hacia atrás. El médico habla pero no le mira, está situado de espaldas, sólo la cámara puede ver su desesperación. Regresa a casa, en el camino solo se oye la lluvia y su silencio . Exhausto, llora desconsolado hasta quedarse dormido. La cámara enfoca ahora una condecoración que acaba de caer al suelo. La recibió por sus veinticinco años de trabajo. Piensa que va a morir, aunque el médico no dijo nada de eso; en realidad, el médico solo dijo la frase, la misma que antes había escuchado del charlatán en la sala. Que vaya a morir no es tan malo. Lo peor es que nunca ha vivido. Y antes de morir decide hacer al menos una cosa que merezca la pena.

En este momento de la película, las escenas dejan de sucederse en orden cronológico, pasando a ser flashbacks a partir de su funeral. Familia y conocidos se reúnen y le recuerdan, bebiendo, fumando, intentando desvelar su misteriosa muerte (que no será de cáncer de estómago) y su extraño comportamiento que le condujo a ese final. El esfuerzo de un hombre por hacer simplemente lo que desea, a pesar de su trabajo, de sus compañeros, de las mujeres, de su hijo, de sus conocidos, puede confundir, tal vez frustrar, enfadar o inspirar a los que ven todo esto desde la óptica de sus vidas, sin cuestionarlas. Y es aquí donde reside el mérito y la grandeza de la película: La maestría de Kurosawa logra que mentalmente apremiemos a los supervivientes a alejar su mezquindad, a ver las cosas de otra manera, a querer acercarlos a nuestras conclusiones. Y el viejo Watenabe deviene cada vez menos sórdido, cada vez más parecido a nosotros, a pesar de que siguió siendo el mismo de siempre, y de que no logró concluir aquello que deseaba…

El pulso del film es deliberadamente lento, acrecentando la tensión con los minutos a base de primeros planos del rostro de Shimura, enorme interpretación de las emociones y los sentimientos del protagonista, de su rabia contenida por la muerte de su vida. Pocos diálogos, pero la cámara de Kurosawa se mueve como un mazazo que hace innecesarias las palabras para expresar la soledad, la tristeza, la ternura de su personaje. La historia de un hombre que estuvo muerto los veinticinco años que «mataba» el tiempo para asegurar un trabajo que creía su vida. Tremenda reflexión, madura y dramática, sobre el oficio de vivir; y, sin duda, una de esas memorables obras maestras del cine que nadie debería dejar de ver.

Akira Kurosawa y el cine negro

La obra de Kurosawa es una de las más extensas y heterogéneas que ha dado la historia del cine. Dramas, melodramas policíacos, pasando por thrillers, películas de samurais y numerosas adaptaciones literarias, como Ran (Shakespeare), El Idiota (Dovstoievski), Yojimbo (Hammet), Vivir (Tolstoi) o Los Siete Samurais (Esquilo), por citar algunos ejemplos.
Pero durante su primera etapa, y antes del punto de inflexión que supuso en su carrera la película «los 7 samurais», encontramos un Kurosawa en evolución constante, que habla de historias mucho más duras y reales, más acordes a la época y las circunstancias que vivía por aquel entonces Japón. Y es en esta época en la que rueda tres films cuyas similitudes con el cine negro son evidentes, aunque también plagados de detalles singulares que los hacen únicos. Entretejiendo guiones habituales del género negro, desgrana una sociedad japonesa poblada de ladrones, prostitutas, desgraciados y maleantes, con la característica además de ser los únicos que parecen estar en contacto directo con esa sociedad en la que viven, más conscientes, supervivientes de una época que les ha venido impuesta, a diferencia de los clásicos perdedores que protagonizan este tipo de films en el cine estadounidense. Los protagonistas van a ser ciudadanos de a pie, que se sienten perdidos en un tiempo y un lugar que comprenden poco, que más que héroes son antihéroes, cambiando así las tornas establecidas para el género, si bien en todas ellas queda patente el reflejo de la americanización de Japón tras la ocupación norteamericana, hecho que no desagrada del todo al director.
EL ÁNGEL EBRIO

La primera de las tres películas de este género es «El angel Ebrio», rodada en 1948, y supone la primera aparición de Toshiro Mifune en un film de Kurosawa. Mifune interpreta a un ganster que acude a una clínica para que le extraigan una bala; además, el personaje se enfrenta a una inminente muerte por tubercolosis y a la traición de su amigo recién salido de la prisión. Cuenta también con otro coloso, Takashi Shimura, interpretando a un estravagante médico cuya curiosa afición consiste en emborracharse con alcohol clínico a falta de sake. Un film pesimista, en un Japón derrotado, cuyo escenario son los barrios bajos de Tokio que ofrecen la posibilidad a Kurosawa de mostrar el verdadero rostro del Japón de la posguerra. La singularidad de esta película reside en el gran poder simbólico de las imágenes (charcos de agua putrefacta, expresiones faciales de los personajes..), la banda sonora «inacabada» con destacables temas de guitarra, y la prodigiosa escena final de una pelea a cuchillo, donde el sonido juega un importante papel.

EL PERRO RABIOSO

Rodada en 1949, la trama consiste en la recuperación del revolver que le ha sido robado a un joven policia en un autobús (de nuevo Toshiro Mifune). La personalidad del novato policía es del todo patética: el robo supone el mayor drama personal imaginable para él, permanentemente superado por las circunstancias. Mientras, el ladrón va dejándole pistas cometiendo asesinatos con su arma. Las balas que va restando al cargador van a ser la base de la trastornada investigación. Pero nuestro «héroe» es un personaje al que las calles plagadas de mafiosos le vienen grandes, un perdedor absoluto frante a su compañero, otro policía muy experimentado y mucho más sereno, que sabe como funciona la calle y el mundo, que hace de ellas su universo, pero al que le resulta del todo incapaz conocerse a sí mismo. En la película abundan las secuencias exteriores, como un empeño de captar la gente de los suburbios y sus miserias, todo ello entrelazado con escenas de gran tensión en unas ocasiones, y en otras con secuencias muy sosegadas donde el personaje deambula largo tiempo en solitario, abatido, deshecho, en silenciosos y largos planos de Mifune perdiéndose en la ciudad.

LOS CANALLAS DUERMEN EN PAZ

Este film más tardío, data de 1960. La primera secuencia es la boda de la hija de un importante empresario inmobiliario con Nishi (otra vez Mifune), secretario del que será su suegro. En la boda hay un ambiente enrarecido, ya que circulan rumores acerca de la extraña muerte del padre de Nishi, sucedida cinco años antes al caer por la ventana de su casa, que se zanjó en su día como suicidio. Sin embargo, la celebración se convierte en un continuo devenir de voces que evidencian la sospecha de un posible asesinato perpetrado por el padre de la novia. A partir de esta escena, rodada magistralmente, se va desencadenando un singular relato de detenciones, interrogatorios, intentos de venganza de Nishi, malsanas alianzas de unos y otros.. El retrato del perfil psicológico es aquí el punto fuerte de Kurosawa, en particular el del protagonista, personaje que nunca amó a su padre en vida, pero que va incrementando ahora su sed de venganza, al tiempo que el amor hacia su esposa le impide consumarla y viceversa, la no consumación de la vendetta con su suegro le crea un serio conflicto interno con ella y con él mismo. De nuevo los planos largos, la cámara casi estática y el retarato de personajes confieren el protagonismo a un genial guión al que espera un desenlace trágico, a lo Shakespere, y el mensaje de que todos somos marionetas del sistema, títeres del tiempo y la realidad que nos ha tocado vivir mientras los canallas simpre «duermen en paz».