
La película comienza con un plano fotográfico de una radiografía de alguien. Una voz dice: «Tiene cáncer gástrico, pero todavía no lo sabe. Va vagando por la vida. De hecho, está medio muerto«. Y los rayos X se van difuminando, fundiendo en el rostro de Takeshi Shimura, uno de los iconos del cine de Kurosawa, también de otros memorables directores, que interpreta magistralmente su papel en este film. Parece cansado, gris e insignificante como la pequeñez de su propia vida.
Una de las escenas memorables de la película sucede cuando Watanabe se encuentra en la sala de espera de la consulta del médico. Todavía desconoce su enfermedad. En la sala hay otro paciente que charla descuidadamente con todos, no necesita conocerlos. Se dirige a Watanabe y comienza a describirle síntomas idénticos a los que padece, atribuyéndolos al cáncer de estómago. Watanabe enmudece, lentamente, aterrado… Cuando su expresión ya está completamente desfigurada por el miedo, el charlatán hace este comentario: «Si le dicen que puede comer lo que quiera, eso significa que le queda menos de un año«. Ya en la consulta, el doctor repite estas mismas palabras; entonces el viejo burócrata se aleja, despacio, caminando hacia atrás. El médico habla pero no le mira, está situado de espaldas, sólo la cámara puede ver su desesperación. Regresa a casa, en el camino solo se oye la lluvia y su silencio . Exhausto, llora desconsolado hasta quedarse dormido. La cámara enfoca ahora una condecoración que acaba de caer al suelo. La recibió por sus veinticinco años de trabajo. Piensa que va a morir, aunque el médico no dijo nada de eso; en realidad, el médico solo dijo la frase, la misma que antes había escuchado del charlatán en la sala. Que vaya a morir no es tan malo. Lo peor es que nunca ha vivido. Y antes de morir decide hacer al menos una cosa que merezca la pena.
En este momento de la película, las escenas dejan de sucederse en orden cronológico, pasando a ser flashbacks a partir de su funeral. Familia y conocidos se reúnen y le recuerdan, bebiendo, fumando, intentando desvelar su misteriosa muerte (que no será de cáncer de estómago) y su extraño comportamiento que le condujo a ese final. El esfuerzo de un hombre por hacer simplemente lo que desea, a pesar de su trabajo, de sus compañeros, de las mujeres, de su hijo, de sus conocidos, puede confundir, tal vez frustrar, enfadar o inspirar a los que ven todo esto desde la óptica de sus vidas, sin cuestionarlas. Y es aquí donde reside el mérito y la grandeza de la película: La maestría de Kurosawa logra que mentalmente apremiemos a los supervivientes a alejar su mezquindad, a ver las cosas de otra manera, a querer acercarlos a nuestras conclusiones. Y el viejo Watenabe deviene cada vez menos sórdido, cada vez más parecido a nosotros, a pesar de que siguió siendo el mismo de siempre, y de que no logró concluir aquello que deseaba…
El pulso del film es deliberadamente lento, acrecentando la tensión con los minutos a base de primeros planos del rostro de Shimura, enorme interpretación de las emociones y los sentimientos del protagonista, de su rabia contenida por la muerte de su vida. Pocos diálogos, pero la cámara de Kurosawa se mueve como un mazazo que hace innecesarias las palabras para expresar la soledad, la tristeza, la ternura de su personaje. La historia de un hombre que estuvo muerto los veinticinco años que «mataba» el tiempo para asegurar un trabajo que creía su vida. Tremenda reflexión, madura y dramática, sobre el oficio de vivir; y, sin duda, una de esas memorables obras maestras del cine que nadie debería dejar de ver.