Li Yang es uno de esos jóvenes directores que pertenece a lo que la crítica ha bautizado como “sexta generación” o «generación urbana» de directores chinos, surgida después de los sucesos de Tian´anmen, para aportar un punto de vista casi siempre crítico tanto por lo que se refiere a la “vieja guardia” todavía en el poder, como a las recientes transformaciones y la occidentalización que aborda en la actualidad el país. Con no demasiados trabajos (Li Yang sólo ha hecho dos largometrajes hasta hoy), estos jóvenes cineastas resultan, sin embargo, imprescindibles dentro del actual panorama cinematográfico por dos motivos básicos: Por un lado, sus películas con temática social y tono semidocumental nos permiten hacernos una idea fiable de la actual situación de la sociedad en China que de otro modo solo intuiríamos; por otro, visto desde el punto de vista exclusivamente cinéfilo, esta joven generación está adquiriendo una altura (en cuanto a calidad se refiere) que eleva el cine de este país, a pesar de la constante censura, a uno de los mejores del recién comenzado siglo.
Blind Shaft, ópera prima del director, trata la temática del movimiento demográfico del campo a la ciudad, del abandono de las zonas agrícolas por parte de la población y de su desplazamiento a zonas industriales y mineras. Es una película dura, terrible dibujo de la corrupción, del aprovechamiento y la picaresca por parte de todos de la buena voluntad de las gentes venidas de las zonas agrícolas, desconocedoras del nuevo medio en el que se mueven; gentes confiadas que mendigan un trabajo para un día en las plazas y no saben si lo tendrán mañana, pero que a pesar de todo siguen siendo conformistas con su modo de vida. En particular, un retrato cruel del durísimo mundo de los mineros del carbón, lo precario de sus empleos, la inseguridad en su trabajo y en su propia vida. De su día a día sórdido, de cómo han de recurrir a trabajos ilegales, de cómo todos, empresarios y trabajadores tratan de sacar tajada de la situación de necesidad de los demás. Una película que pone sobre la mesa y nos hace pensar sobre los límites de la honestidad y la maldad humanas cuando lo que está en juego es la propia supervivencia.
El hilo narrativo es la historia de dos campesinos que, acuciados por la necesidad, se desplazan a trabajar en las minas de carbón. Los empresarios acuden a las plazas de las ciudades a contratar mineros en condiciones míseras. Ellos son hombres fuertes, jóvenes, por lo que no resulta difiícil que les contraten. La mayoría de estas minas, si bien tienen todos los permisos en regla, incumplen de modo constante la legislación en cuanto a horas, condiciones laborales y declaración de beneficios. Los dos amigos, conscientes de la situación, saben sacar tajada de las circunstancias, aprovechando su estancia en las minas para extorsionar a los empresarios fingiendo accidentes laborales falsos y obtener así una indemnización por mantener la boca cerrada sobre la muerte de pobres víctimas (generalmente estudiantes adolescentes que buscan trabajo en estas plazas); víctimas que ellos mismos seleccionan meticulosamente con unos originales criterios. Hasta que un día se deciden por un joven de sólo quince años al que uno de ellos comienza a tomar cariño.
Lo interesante de la película, además de la crudísima crítica a la organización social china en la actualidad (de la que no se salva nadie, ni empresarios, ni trabajadores, ni estudiantes, ni el Estado), es que lejos de ser un film social con mensaje al uso, el director hace un tratamiento del drama con importantes dosis de humor muy negro y sin atisbo alguno de lágrima fácil, acompañado de muy buenas interpretaciones de todos los actores que logran que casi lleguemos a aceptar el menosprecio por la vida ajena de la que hacen gala tanto los protagonistas como los responsables políticos (en China todos los responsables son también responsables políticos) con tal de conseguir salir de ese mundo hostil en el que se encuentran. Hay momentos tiernos, como cuando el muchacho cuenta la historia de su familia y los motivos que le impulsan a estar allí. Otros, como la escena del aseo colectivo en barriles (improvisadas bañeras), son divertidos sin llegar a la comicidad. Y también los hay atroces y toscos: Minero a prostituta «Vosotras las mujeres podéis conseguir dinero con más facilidad. Simplemente dejáis que os follen y conseguís cientos de yuanes. ¡Y vosotras también os sentís bien! ¿Por qué sólo han de pagar los hombres? ¡Es injusto!» Prostituta a minero «No me lo preguntes a mí, pregúntaselo a Dios.»
Blind Shaft, que significa algo así como «pozo ciego» no obtuvo autorización para ser exhibida en las salas comerciales de su país. Las razones parecen evidentes. Según algunas noticias, se consiguió terminar sin conocimiento de las autoridades oficiales que otorgan este tipo de permisos, rodando escenas sueltas a base de la autorización de diversos jefes locales que no conocían bien el conjunto de la película. Se nota que no se dispone de medios en numerosas ocasiones, y hay detalles que dejan la sensación de que alguna secuencia haya sido rodada por partes o en lugares distintos para encajar el puzle a posteriori. A pesar de ello, el conjunto es un buen trabajo de dirección, de fotografía y, por supuesto, de actores, y un repaso a la realidad social y concreta del país que la hace recomendable sin duda alguna.
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Publicado para Temáticos: China, una mirada desde el cine actual (V)