Paris qui dort, de René Clair

«Los monstruos presagian el hundimiento de una época y celebran su ocaso»

Umberto Eco

Los lectores habituales de este blog sabéis de mi colaboración con la revista cuatrimestral La caja de Pandora, que en septiembre, cuando aparezca el número cuatro, cumplirá una año desde que inició su andadura.

La revista trata en cada número un tema monográfico, y para la próxima entrega el elegido, los mad-doctor, que si bien deben su primera aparición en la literatura moderna al Dr Frankenstein, durante el siglo XX y a través de distintas manifestaciones culturales, entre las que se encuentra el cine, han reflejado de algún modo parte de nuestra historia, evolución y hasta nuestras costumbres; pero también las diversas angustias y fantasmas humanos, mezcla del miedo a crisis sociales y económicas cíclicas y propio autorretrato con fondo, porqué no, un tanto masoquista.

Dentro de lo que ha dado de sí el fenómeno mad doctor, me ha tocado buscar material relacionado con el cine de entreguerras, una época en la que estos nuevos monstruos humanos arrasan en el cine europeo y norteamericano. No en vano la avalancha de nuevos y mejores pseudo-científicos monstruosos, que serán objeto de infinidad de versiones en décadas posteriores, obtiene sus mejores triunfos de público hacia el final de los 20 y a lo largo de los años 30, tras el hundimiento de Wall Street, botón de muestra la versión de Frankenstein de 1931 interpretada por Boris Karloff.

A medida que transcurrían aquellos años, el fenómeno aumenta ciertamente su consistencia en el cuerpo social europeo; una sociedad y una época que se preparan para la nueva contienda, y de manera muy especial en Alemania, antes de la llegada de Hitler, algo así como una catarsis filmada del estado anímico de la sociedad que encuentra un modo de expresión en el cine, el cual, con personajes como el Doctor Caigari de Wiene, el Golem de Wegener, el Mabuse de Lang o el Nosferatu de Murnau, no es más que la expresión de la tendencia obsesiva de la época, con un tejido social arrasado por la primera derrota bélica de dimensión global y una profunda crisis, no solo económica, en la que se ve inmersa su burguesía que conserva intactos sus proyectos hegemónicos.

Punto y aparte, en septiembre, en la revista, más sobre el tema y una de sus épocas más esplendorosas. Aunque como aperitivo, me permito esta rareza a continuación, que data de 1924 y que encontré buscando material para completar el dossier. Interesante trabajo, aunque la versión original y completa solo está en Internet con inter-títulos en inglés. Es la primera película de René Clair, cineasta vanguardista francés que se caracteriza por un uso experimental pero muy creativo de la sátira y que sentó los precedentes del surrealismo cinematográfico en Francia.

Cae la noche sobre Paris y aparentemente nada sucede, pero a la mañana siguiente, el vigilante nocturno de la Torre Eiffel  comprueba asombrado que el reloj de la torre ha quedado detenido a las tres y media. La ciudad entera aparece inmóvil, congelada a la fatídica hora durante cuatro días, víctima de un accidente en un experimento llevado a cabo por un descabellado científico.

Albert, el vigilante de la Torre, es el único habitante de Paris que parece haberse librado de la maldición. René Clair se anticipa a muchos de los matices que años después serán el eje del cine y la literatura post-apocalípticos. Es cierto que carece de la madurez y estatura de otras películas mudas de la época, sin embargo tiene el valor de ser el precedente de un género que se abriría paso hacia final de la década y la siguiente, pudiendo ser considerado el primer largometraje europeo de ciencia ficción.

Hoy, con la perspectiva del paso de los años, se puede ver la película, además, dentro del contexto de la época, más allá de sus connotaciones claramente cinematográficas surrealistas o de realismo poético. Albert, el protagonista, que en un principio disfruta de una situación privilegiada que le permite hacer y obtener cuanto se le antoja, a medida que pasan las horas se ve vencido por el hastío y el aburrimiento, para más tarde pasar a luchar a toda costa para que Paris vuelva a ser tal como la conocía, una ciudad bulliciosa plagada de turistas y carruajes, también de desigualdades, leyes y límites a la libertad de los individuos, es decir, aquel lugar que proporciona la seguridad restringida e inmediata del mundo que conoce, su mundo tal como lo dejó antes de irse a la cama, y que el desarrollo económico y la situación internacional comenzaban, años antes del crack financiero, a poner en cuestión. Lo de si la historia se repite, lo dejaremos, en esta ocasión, a juicio de cada lector… Que la disfruten.

Ballet Mécanique, de Fernand Léger y Dudley Murphy (1924)

Durante el período de entreguerras, Europa se perfila como un buen lugar donde los artistas más innovadores logran el ambiente propicio para buscar nuevos experimentos artísticos y, como no, cinematográficos, repletos de imágenes bizarras, incomprensibles por entonces entre los sectores culturales más tradicionales. En este caldo de cultivo surgieron films que en ocasiones tenían influencias o conexiones con otras artes, como sucede en Ballet Mécanique (1924), todo un hito dentro del cine silente vanguardista, con referencias cubistas y dirigida por un pintor revolucionario, Fernand Léger. La película es una experiencia excepcional, rompe todos los esquemas convencionales habidos hasta la fecha, una especie de ensayo sobre el movimiento, vertiginosas imágenes de máquinas humanizadas y humanos deconstruidos se intercalan entre sí componiendo un extraño y surrealista caleidoscopio experimental.

La locura vanguardista no era en este período exclusiva de Europa, y para muestra un botón, ya que Léger contó con el apoyo de otros dos alocados jovenzuelos norteamericanos: el director y productor Dudley Murphy, uno de los fundadores del movimiento dadaísta en Nueva York, que colaboró técnicamente con Léger, y el fotógrafo y pintor Man Ray en la dirección fotográfica del film. La partitura musical es del compositor estadounidense George Antheil, que la escribió originalmente para acompañar al experimento fílmico. Otro genial rareza que choca frontalmente con todo lo habido hasta la fecha, escrita para 16 pianolas en cuatro partes, 2 pianos, 3 xilófonos, 7 campanas eléctricas, 3 hélices, 1 sirena, 4 tambores y 1 tam-tam.

Desafortunadamente,  se estrenó en 1924 sin sonido alguno, ya que la música duraba algo más de 30 minutos y el film escasamente 16. La composición de Antheil se estrenaría como pieza independiente en un concierto dos años más tarde, en 1926, en Paris. La partitura original se encuentra hoy por hoy desaparecida. En 1967, René Clair reconstruye, tras una larga investigación, la pieza original adaptando los tiempos a la duración de la película. La versión que hay a continuación corresponde con una edición posterior, ya en DVD, editada por Uncen Cinema, y data de octubre de 2005. La película, que está completa en dos partes, es en VO, tal como se estrenó en Viena en 1924, y la combinación con la partitura es la realizada por Paul Lehrmann en el año 2000 sobre la base del trabajo precedente de René Clair.

Bien, llegadas estas fechas, toca echar la persiana y tomarse unas -creo- merecidas vacaciones. En realidad, mi paréntesis laboral será breve y no comienza hasta bien entrado agosto, pero el año ha sido duro, se mire por donde se mire, y la necesidad de oxigenación es más que urgente. Punto y aparte, en principio hasta septiembre, momento en que espero seguir contando con todos los lectores, en especial aquellos que de manera regular aguantais mis chapas. Esta vez no iba a ser menos, porque antes de desconectar os dejo esta joyita del cine silente, como no, con la correspondiente parrafada que le precede, que espero os guste -la película, digo-, yo no me canso de verla. De todas formas, seguro que de vez en cuando me da el punto, me calzo el uniforme virtual (pero el de verano, sin mangas) y conecto para regar las plantas y darle el Ok a cuanto haya pendiente. Nada más, prometo tener a punto algún conjuro que produzca ese inexplicable milagro que permita que en septiembre todo esté al pie del cañón, de nuevo. Mientras tanto, disfrutad de la película, de las vacaciones -quienes las tengan- y… hasta la vuelta