Surviving life (theory and practice) / Sobreviviendo a la vida (teoría y práctica), de Jan Svankmajer (2011)

El pasado miércoles 18 de abril se estrenaba en la Filmoteca de València la última película realizada por el artista checo Jan Svankmajer. Svankmjer define Sobreviviendo a la vida (teoría y práctica) como una comedia psicoanalítica, pero el título podría bien ser el de un compendio del conjunto del trabajo de este artista, todo un superviviente a un mundo donde la técnica ha dejado arrinconado el cine como experiencia de los sentidos.

La película trata sobre los sueños y su protagonista es Evzen, un hombre  atrapado en un monótono trabajo de oficina que sueña de manera recurrente con una exótica mujer vestida de rojo. Cuando le confía a su médico estar perdidamente enamorado de la mujer que invade su sueño, éste le manda directo al psiquiatra. El hombre se horroriza al descubrir que la psiquiatra está tratando de ayudarle a deshacerse de su obsesión, ya que su único deseo es continuar viviendo la fantasía, y su mayor temor, que cualquier día pueda desaparecer de su inconsciente mientras duerme. En la consulta aparecen colgadas, tras el diván, las fotos de Sigmun Freud y Carl Gustav Jung, cada cual bien atento a las sesiones y reaccionando de manera diversa cuando sus teorías o las de su rival son empleadas por la psiquiatra. Personalmente, me encantaron las escenas en que los retratos de Freud y Jung se pelean. En general se trata de un film divertido y muy creativo, con un montón de gags visuales y, por otro lado, es también una de las películas más accesibles de Svankmajer, para todo tipo de público.

Svankmajer trabaja todas sus películas a base de una mezcla entre personajes reales y recortes de animación de diversos objetos como herramientas, animales, dentaduras postizas, órganos corporales o alimentos varios que cobran vida propia entre los protagonistas reales. Con todos ellos logra crear un complejo de estructuras nada convencionales, construyendo la película como si se tratara de un collage donde se superponen técnicas de acción real y animación stop-motion que tratan de aportar planos de significado distintos a lo que está viendo el espectador. De esta forma, a la vez que transcurre el argumento, los objetos que el propio director crea y anima aportan una fuerte carga metafórica sobre el mundo de los sueños y la realidad, la infancia, el erotismo y hasta la teología. Por encima de todo, el cine de Svankmajer es enormemente sensorial. La imagen resulta ser siempre más elocuente que la palabra.

Renegado de la animación por ordenador, a la que acusa de crear objetos artificiales, sin sustancia, y probablemente el único surrealista europeo militante que queda en activo, su trabajo, a pesar de haberse mantenido casi siempre fuera de los círculos comerciales, ha marcado (y es reconocido así) a directores como Terry Guilliam, los hermanos Quay o Tim Burton. Cuando el año pasado terminó el rodaje de Sobrevivir a la vida, declaraba que esta iba a ser su última película. Sin embargo, nos llegan noticias de que está trabajando en un nuevo proyecto, Hmyz (Insectos), un largometraje que quiere poder estrenar en 2015. Teniendo en cuenta que a fecha de hoy tiene 82 años cumplidos, el auténtico superviviente de la vida y del Cine será el propio Svankmajer.

El estreno de esta película abre un ciclo dedicado a la figura del director que ha preparado la Universitat Politècnica de València en colaboración con el Centro Checo de Madrid. Y, a pesar, atentos todavía a recortes presupuestarios de última hora -es lo que hay-, el ciclo tiene la intención de proyectar los seis largometrajes del director y un buen número de sus cortos en la Sala Berlanga de la Filmoteca de Valencia. La sesión inaugural incluyó también la presentación del libro recientemente publicado por Svankmajer, Para ver, cierra los ojos, editado por Pepitas de Calabaza. La retrospectiva se completa con  una exposición de los Collages de la película Sobreviviendo a la vida a cargo del Centro Checo, en la que se muestran los diversos objetos y maquetas creadas por el propio Svankmajer, así como las técnicas empleadas en el montaje de las distintas escenas. La muestra permanecerá abierta hasta el 30 de junio en la sala de exposiciones Josep Renau de la Facultat de Belles Arts Sant Carles, en la Universitat Politècnica de València.

Otros artículos sobre Jan Svankmajer en este blog:

Sileni. 2005. Largometraje

Food. 1970. Cortometraje

El empleo, de Santiago Bou Grasso

Gracias al blog Caminante no hay camino descrubro este cortometraje y, con permiso de David, acerco hasta aquí las reflexiones que ofrece al hilo del video, que titula Trabajar cansa:

“Trabajar es ser esclavo, aunque lo hagas de eso que te gusta, la verdadera vocación la encontramos en aquello que nuestro trabajo no nos deja hacer. Es un punto de vista.”
(Eloi BLQ, enlamontanya)

“La transformación principal se ha producido en el ámbito de la organización del trabajo. El estatuto profesional de los asalariados se ha degradado. En un contexto caracterizado por el desempleo masivo, la precariedad deja de ser un “mal momento transitorio” mientras se encuentra un empleo fijo, y se convierte en un estado permanente. Lo que el sociólogo francés Robert Castel llama: el “precariado” (5), una nueva condición infrasalarial que se ha extendido por toda Europa. En Portugal, por ejemplo, un asalariado de cada cinco tiene ya un contrato llamado “recibo verde”. Aunque trabaje desde hace años en la misma oficina o la misma fábrica, con horarios fijos, su patrón es un simple cliente al que factura un servicio y quien puede, de la noche a la mañana, sin ninguna indemnización, romper el contrato.”
(Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique

El autor del corto es Santiago Bou Grasso, animador 2D e ilustrador de historietas argentino. Según publica en su web ya ha acumulado 61 premios por este trabajo. Un hombre, en su rutina matutina camino al trabajo, se encuentra inmerso en un mundo donde el uso de las personas como objetos es parte de la vida cotidiana. Revelador de la alineación que sufrimos en la sociedad moderna y del escaso espíritu crítico para con aquello que nos viene impuesto, sometiéndonos a fuerza de costumbre a casi todas las reglas. La animación es muy sencilla, pero a la vez expresiva y acorde a lo que cuenta. Carece de música, lo que aumenta la sensación de frialdad que quiere transmitir.  En realidad la conclusión es bastante deprimente dado el panorama actual de degradación constante del mundo laboral, y una no sabe bien si echarse a reír o a llorar. A lo mejor, dentro de unas décadas, servirá a futuras generaciones para ver en perspectiva algunas pinceladas de la sociedad en la que vivían sus antepasados. Como sucede hoy, cuando vemos de nuevo aquellas inolvidables escenas de Modern Times, por poner un ejemplo. Significará que algo han aprendido, o tal vez todavía no, quién sabe…

Cortometraje

The Werepig y Encarna, de Samuel Ortí Martí (Sam)

Hace ya algún tiempo quería dedicar una entrada a los trabajos de la productora valenciana Conflictivos Productions, que viene desarrollando una labor metódica desde 2003 en el terreno de la animacion stop-motion de nuestro país. A pesar de contar con muy poco presupuesto y escasas subvenciones (el tema de las subvenciones y la macarronería que las envuelve en el caso de la C. Valenciana daría para un blog completo) han conseguido colocar algunos de sus cortos en el palmarés de algún festival nacional. Es el caso de «The Werepig», un cortometraje realizado íntegramente en plastilina que ha sido preseleccionado para los Goya de este año, aunque desafortunadamente no ha conseguido colarse en la final. «The Werepig» ha tardado dos años en completarse, desde la primera idea hasta su estreno, y es algo así como un remake de «Un hombre lobo americano en Londres», aunque ambientado en España. Su autor es Sam (Samuel Ortí Martí, 1971), una interesante personalidad dentro del panorama del stop-motion español actual y uno de los padres de Confllictivos Productions, junto al también valenciano José Atienza. Varios son ya los cortometrajes que llevan su sello: «Encarna» (2003), «Hermético» (2004), «Semántica» (2005) o «El ataque de los Kriters asesinos» (2007), a los que imprime su sentido del humor para la comedia de terror tan particular y con los que ya ha conquistado varios premios internacionales. Sus cortometrajes suelen reunir conceptos cinematográficos de lo más variados, aunque en todos destila un gusto especial por el cine fantástico de los 80, entremezclado siempre con personajes muy cercanos al costumbrismo español, lo que les convierte en un buen medio para la sátira y la parodia social. Desde aquí les animamos a seguir en su empeño para con este hijo huérfano del cine que es hoy día la artesanía en la animación.

The Werepig, 2009

Encarna, 2003

Mary and Max, de Adam Elliot (2009)

Adam Elliot, director australiano de animación premiado en diversos festivales por su corto Harvie Krumpet , regresa con sus figuras de arcilla esta vez con un largometraje, su primera película. Mérito no le falta pues son muy pocas las productoras que se animan en la actualidad con el laborioso stop-motion,  corren tiempos donde los trabajos de animación sucumben a novedosos placeres informáticos y los colocan en clara extinción, así que no se puede sino aplaudir  y reconocer el trabajo personalísimo que implica y las grandes dosis de  cariño y horas de trabajo necesarias para crear y dar vida a cada una de estas figurillas y escenarios. Personalísimo porque la verdadera estrella de todo esto es Adam Elliot, su maravillosa imaginación y su casi infinita paciencia: los personajes se hicieron uno a uno, los interiores y paisajes de Australia y Nueva York son maquetas de escenarios reales y la película cuenta con alrededor de 132.480 meticulosos fotogramas montados secuencialmente.

Mary and Max nos cuenta la historia de una niña de 8 años que vive en Australia. Para escapar de su soledad inicia una amistad por correspondencia con un desconocido de Nueva York que padece síndrome de Asperger. Entre ambos surge gradualmente una fuerte y sincera amistad que se consolida a lo largo de los años. Al hilo de esta relación vemos cómo ambos van evolucionando y hacen frente de manera muy distinta cada uno a su propia realidad. Hay que decir que, al igual que sus anteriores trabajos, es una animación orientada para adultos. El rechazo social, el suicidio, la depresión, el alcoholismo, la agorafobia, distintas patologías psicóticas, la orientación sexual o las creencias religiosas son algunos de los temas que aborda la película.

De particular interés es la estética,  utilizada aquí por Elliot como elemento narrativo de primer orden. Es un trabajo casi monocromático, en el que como contraposición al mundo de la niña, al que dota siempre de una paleta de tonos marrones, encontramos los grises de la ciudad donde vive el adulto y el color rojo, que aparece circunstancialmente para poner de relieve los elementos más importantes y simbólicos. Todo utilizado siempre sin abuso de estridencias  y manteniendo una estética lo más minimalista posible, acompañando y enfatizando a los personajes de modo absolutamente eficaz. En cambio la música es utilizada con mayor moderación y sirve más como cambio de ubicación entre las distintas escenas que para representar un estado de ánimo  o enfatizar el guión. La narración se desarrolla por acumulación de distintos matices y rarezas de cada uno de los personajes más que por la propia acción. Prestan su voz destacados actores como Philip S. Hoffman, Toni Collette o Eric Bana, hecho que rompe la tónica de los trabajos anteriores de Elliot en los que no existía el diálogo y la voz en off del narrador era el vehículo de conexión entre la imagen y el espectador. Hoffman me gustó especialmente, en mi opinión el más convincente con su peculiar voz interpretando a ese hombre deprimido y sin esperanza, y aunque sólo podemos escucharlo, su aportación al papel es innegable.

La película se presentó en Sundance con muy buena acogida. Desconozco si algún día será posible verla en España o habrá edición en DVD en nuestro idioma, pero merece la pena conseguirla (se ponga como se ponga nuestra señora Ministra) porque es una de esas joyas imperdibles de esta técnica en extinción de modo lamentable. Es un placer visual que recomiendo no perderse, porque además de ser encantadora, irónica y conmovedora casi a partes iguales, cada uno de los personajes, con sus imperfecciones y casi siempre al borde de la autodestrucción, están tratados con esa inspiración y cariño especiales que se palpa en todas las escenas, y seguramente sea esto y no sus particularidades lo que hace que la película resulte realmente conmovedora.

Una noche en una ciudad, de Jan Balej (2007)

«Jedné noci v jednom městě«, título original de este largo de animación dirigido a adultos, fue el resultado de seis años de dedicación casi exclusiva del checo Jan Balej a su proyecto. Praga es algo así como la Alejandría de la animación Stop Motion, última depositaria de una técnica heredera de grandes artistas como Jiri Trnka o Jan Svankmajer, que vive en la actualidad su declive. Porque en la era de la digitalización y el 3D, no son demasiados los animadores que invierten su tiempo en algo que requiera tanta paciencia como este tipo de trabajos. Para la elaboración es preciso construir una a una todas las marionetas, crear los fondos manualmente y hacer las miles de tomas que unidas darán lugar a los movimientos de los personajes. Seis años para unos 70 minutos reales filmados: se puede decir que la determinación de Jan Balej es poco menos que infinita. En Praga, sólo queda un taller que se dedica a fabricar muñecos manipulables para este tipo de películas; ahora, el propietario está a punto de jubilarse y su trabajo tiene tan poca solicitud que está condenado irremediablemente a desaparecer. La película parece recoger a través de sus historias el tono melancólico que invade hoy a los amantes de esta técnica artesanal. Y como si el sentimiento quisiese ser transmitido al margen del idioma del posible espectador, carece de diálogo y los personajes se comunican mediante gestos, miradas u onomatopeyas. Su atmósfera se construye lentamente, entretejiendo diferentes historias cuyo nexo común es la omnipresencia de la noche. Historias que no llegan a conectarse unas con otras, cuyos personajes entran y salen del escenario del film sin el convencionalismo estricto de un guión que los una.

Todo comienza una noche con una invasión de hormigas en un edificio de viviendas, a las que acompañamos para asistir como espectadores de la extraña vida de sus habitantes. La suerte de fenómenos que se oculta detrás de las puertas es impredecible; historias plagadas de horror y humor negro que son un prodigio de la insana imaginación del autor. Todas tienen como lugar común la noche de Praga y el barrio de Zizkov, que Jaleb plaga de personajes y situaciones a cual más surrealista y extraño: hombres con cabezas deformes, uno complace su tiempo construyendo un circo de insectos muertos, otro tiene en la cocina su propio crematorio para perros, hay un cazador de osos urbanos, un ama de casa dedica su amor a un burro culto en detrimento de su familia o un pez y un árbol comparten las vacaciones navideñas… Acompañan este desconcertante festín otras historias en una ciudad, en el escenario de la calle, cuyo hilo argumentativo resulta menos agrio que las que tienen el edificio como telón de fondo, pero sin alejarse demasiado de su tono decrépito. Historias aparentemente inconexas que en conjunto ofrecen un trabajo originalísimo, cargadas de referentes literarios y plásticos (en el cine y en la pintura), que tienen como denominador común alejarse de toda amabilidad hacia el espectador, quien puede llegar a sentirse por igual fascinado e incómodo ante lo que va pasando por su retina. La historia de amor a la sombra de un café, en el que las pinturas de la pared adquieren vida en la imaginación de un hombre solitario y el modo en que mezcla deseos, recuerdos y pesadillas, evocan la angustia de los relatos de Poe, al tiempo que los escenarios rozan la decadencia de Wilde. En otro, una oreja lynchiana es hallada por un frustrado acordeonista envuelta en una hoja de periódico; oreja que, una vez pegada a su propia cabeza (automutilación incluida a lo «Lust for life» de Minnelli), le hace capaz de pintar como Van Gogh. Y alguna posee cierto aire moralizante, como la de los dos borrachos y la misteriosa botella, que no es sino una transposición del cuento de la lámpara de Aladino, cuyo genio tendrá como misión cumplir los deseos de ambos beodos. Todo conducirá a una feliniana propulsión de alimentos, alcohol, cigarrillos y fotos sexuales cuyo exceso viene a decirnos produce la disminución del apetito y de la libido, materializado como un carnaval de grandes pechos en un prostíbulo que, a modo de «tren de la bruja» se transforma en laberinto del que sólo cabe escapar por una extraña puerta…

Navegando entre el surrealismo, el absurdo, lo onírico, la acidez y lo bizarro, la película intenta hablar sobre la soledad y los sueños escondidos, sobre la amistad y sobre encontrar un lugar en el mundo y, en su combinación de poética, fantasía, humor y nostalgia, nos ofrece historias diferentes sin una trama aparente y sin que nunca lleguen a resolverse, dejando entreabierto cierto espacio para la fantasía individual de cada espectador. Personalmente, mientras unas partes de la película me parecen realmente fascinantes, otras en cambio se me antojaron poco acertadas en su contenido e incluso algunas rozan, a mi modo de ver, el límite de lo agradable. Algunas de las historias que se desarrollan dentro del edificio, que en total ocupan casi la primera media parte del film, están entre lo menos acertado, como la del exhibicionista o la amante del burro. Sin embargo, el hombre-árbol que convive con la carpa, relato que se presenta como alucinación fruto de esa dosis que ilustra el cartel, me resultó grato por lo inusual y bien llevado, a pesar del su tono surrealista, extraño y alejado de cualquier similitud al comportamiento natural en una fábula al uso. Pero son los tres últimos, que bien podrían funcionar como cortometrajes independientes del resto (estoy casi convencida de que con bastante probabilidad esa fuese la intención primera, y que después acabó sumando todos los trabajos) los que poseen una calidad técnica y narrativa incuestionable, con una ambientación entre suaves azules, tenues grises y negros muy acordes al tono del relato, a los que se añaden estudiados guiños al cine, la pintura y la literatura que solo por su disfrute merece la pena visionar la película.

Harvie Krumpet, de Adam Elliot

“Algunas personas nacen grandes, otras consiguen la grandeza a empujones y… luego están todos los demás”. Así comienza este trabajo que le valió a su autor, el australiano Adam Elliot, el Oscar en el año 2004 al mejor corto animado junto a otros 17 premios, y que narra la simple pero a la vez extraña vida de Harvie Krumpet: la biografía de un hombre corriente al que parece perseguirle la mala suerte. Nacido con el síndrome de «Tourette» (impulso irrefrenable de tocar con su dedo índice la punta de la nariz a la gente) dentro de una precaria y marginal existencia como europeo medio, la única constante en toda su vida es un libro de «Hechos«, los cuales va sumando y conservando colgado al cuello. Tras una trágica infancia emigra a Australia, donde consigue trabajos de poca monta y finalmente se retira a la soledad de su hogar. Mientras tanto le suceden una cadena de calamidades, entre otras cosas, tener que llevar una chapa de acero en su cráneo que hace de imán.

Cuando se ven películas aclamadísimas, que a duras penas pueden contar la historia de un personaje en un par o tres de horas, no se puede sino alabar la capacidad de Adam Elliot para, en escasos 20 minutos, narrar la vida completa de Harvie junto a una sucesión significativa de hechos de modo que esos 20 minutos parezcan en realidad cinco. Y, además, hacerlo con un sentido del humor fino donde los haya («El problema de bailar desnudo es que no todo deja de moverse cuando la música termina«), al límite del absurdo («El alcohol puede causar borrachera y desnudez«), negro por momentos, y decididamente alejado de cualquier pretensión moralizante («La vida es como un cigarrillo, fúmalo hasta la colilla«). Eso sí, hay que verlo sin tomarlo demasiado en serio, porque es tragicómico en el sentido más estricto de la palabra, y hay que saber encajar algunas de las situaciones en las que se verá envuelto Harvie a lo largo de su vida, como ser llamado en los periódicos «inmigrante retrasado«, sobre todo si el autor sabe hacerlo de modo que, en vez de provocar lástima, nos riamos sanamente de ello. Algo tendrá que ver el hecho de que Adam Elliot sea de los pocos animadores que existen con temblor de manos congénito; todo un ejemplo de superación personal porque probablemente se las habrá visto de todos los colores para llegar donde está, quizá por ello Harvie tiene tan claro que la vida es ni más ni menos que lo que hacemos de ella. Otro tema distinto sería hacia dónde quiso Harvie dirigirla… A disfrutarlo!

Título original: Harvie Krumpet/ País: Australia/ Año: 2003/ Director: Adam Elliot/ Animación: Adam Elliot/ Guión: Adam Elliot/ Intérpretes: (Voces) Geoffrey Rush, Julie Forsyth, Kamahl, John Flaus/  Productor ejecutivo: Bill Murphy/ Duración: 20 minutos. Versión Original con subtítulos en castellano.

El viaje de Said

Said, un niño marroquí, cruza el Estrecho de Gibraltar. Al otro lado, en el país de las oportunidades, descubre que el mundo no es tan bello como le habían contado.

El cineasta canario Coke Riobóo es el director de este relato animado, por el que obtuvo el Premio Goya al mejor cortometraje de animación en 2006. Realizado totalmente en plastilina y con métodos artesanales, tiene como objetivo contar esta historia desde la otra orilla, desde la perspectiva de un niño marroquí. Interesante cortometraje pues, a la vez que necesario en una sociedad demasiadas veces intolerante que parece olvidar que la mayoría de inmigrantes llegan a nuestro país acuciados por la necesidad, la búsqueda de trabajo y un fututo mejor para los suyos. Tal como lo hicieron algún padre, tío, familiar o conocido de muchos españolitos entre 1945 y 1960: para huir de la pobreza, la miseria o simplemente de un país anclado en el pasado fruto del resultado de nuestra trágica guerra.

Coke Riobóo, el director, sobre este cortometraje:

“La inmigración crece día a día. Cada vez es más urgente encontrar soluciones solidarias. La cultura de nuestros vecinos marroquíes es rica y apasionante, y se hace poco en nuestro país por conocerla. Creemos que la buena convivencia pasa por esforzarnos en conocer esa cultura tan cercana. El objetivo es contar esta historia desde la otra orilla, desde la perspectiva de un niño marroquí. La idea de este cortometraje surgió hace más de dos años, pero tristemente no pasa de moda”.

“…desde el profundo amor que siento por Marruecos y su gente , quiero tender este puente de fantasía irónica, dirigido principalmente a los jóvenes marroquíes, cuyas expectativas sobre España están claramente distorsionadas por la necesidad de encontrar un futuro un poco mas esperanzador. Muchas familias cuentan con algún miembro ahogado y son conscientes de las pocas posibilidades que tienen de “triunfar”.Me gustaría resaltar la falta de conocimiento que existe entre nosotros, de las razones que impulsan a nuestros vecinos a jugarse la vida por un trabajo miserable y un trato de ciudadano de segunda clase”.

Y para los interesados en conocer más sobre este fantástico trabajo, os dejo el Making Off sobre el montaje y el equipo técnico que participó en su elaboración.