Monólogo de Woody Allen para la televisión británica en 1965, tres años antes de rodar el que sería su primer largometraje: «Take monkey and run» (Coge el dinero y corre).
Subtítulos en castellano por cortesía de exatrax
Monólogo de Woody Allen para la televisión británica en 1965, tres años antes de rodar el que sería su primer largometraje: «Take monkey and run» (Coge el dinero y corre).
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Premiada en diversos festivales, casi todos de carácter alternativo, The last confession of Alexader Pearce es una película anómala, irregular y por momentos desaliñada que contiene, sin embargo, diversos puntos de interés, fundamentalmente por su aproximación a un mito histórico de la Corona Inglesa, desde una óptica más cercana a denunciar el horror de las torturas a las que eran sometidos sus presos, que a recrear una de las leyendas del canibalismo.
Producción australiana, dirigida por Michael James Rowland y con guión del mismo director, en colaboración con el productor (escritor australiano de origen irlandés) Nial Fulton, la historia de Alexander Pearce, un convicto irlandés que llegó a alimentarse de hombres, es una propuesta que ha despertado el debate en Australia, Irlanda y Gran Bretaña tras su reciente pase por televisión; un episodio histórico del que nunca se había hablado demasiado, protagonizado por dos actores irlandeses, Ciarán McMenamin y Daniel Wyllie, grabada en inglés y gaélico, y rodada íntegramente en Tasmania y Sidney, escenarios reales de los hechos que se narran, lo que repercute en dar autenticidad a la historia.
Alexander Pearce fue un granjero irlandés deportado a Australia en 1819 acusado del robo de una docena de zapatos. Terminó en la isla de Sarah, una de las colonias penales más duras frente a la costa occidental de Tasmania. Brutal y repetidamente torturado por la más mínima falta, decide escapar junto a siete de sus compañeros presos. Atravesarán desiertos, junglas con nativos, cadenas de montañas y extensas llanuras sin encontrar nada que comer, hasta que el hambre y el cansancio se apoderará de su razón. Pearce será el único superviviente quien, capturado finalmente y condenado a la horca, confiesa a las autoridades sus horrendos crímenes y narra a Philip Conolly (sacerdote católico irlandés interpretado por Adrian Dunbar) los motivos por los que hizo algo tan inimaginable para un hombre, en una situación inconcebible, mientras espera su ejecución encadenado a la pared del calabozo de la Cárcel de Hobart.
Interesante como documento histórico no exento de polémica, pues se trata de esa clase de antepasados que los australianos prefieren no recordar por un lado, y de barbaries cometidas por la Corona inglesa con sus presos que no demasiadas veces salen a la luz. Como película, cabe destacar la fotografía y la ambientación, bastante logradas, y el montaje (las interpretaciones lo dejaremos en «aceptables»), que cargan con el peso de una historia que no se entretiene en imágenes gore cuando fácilmente podría haber recurrido a ellas (lo que se agradece, dado su contenido). Todo ello dentro de una mezcla de estilos que recurren tanto al documental como a recursos del más puro género de terror, logrando
en sólo 60 minutos contar, no sin alguna que otra ruptura narrativa, el horror vivido por los presos, dejando a la vez en el aire la pregunta de quién fue peor, si estos prisioneros que tuvieron que darse al canibalismo para sobrevivir en su huida o la exagerada impunidad legal de la que gozaba la barbarie a la sombra de la Corona Inglesa. El mismo Pearce, en su confesión, utiliza la frase «Ningún hombre puede afirmar que no haría ante el horror y el inmenso dolor del hambre«.
Tras ser ejecutado públicamente, el cuerpo de Alexander Pearce fue disecado para su estudio científico. Hoy, todavía se conserva su cráneo en el Museo de Pensilvania. Este es el vídeo con el que se promocionó la película en la cadena ABC irlandesa:
Slumdog Millionaire es una adaptación guionizada por Simon Beautoy del libro del escritor y diplomático indio Vikas Swarup titulado «Q & A», que pasa por ser una lúcida y dramática visión de la vida y valores en la India, un recorrido por momentos realista, por otros romántico, de gentes que no disponen de casi nada para construir su vida pero que el autor, lejos de someterlo al drama lacrimógeno pesimista al uso, lo ofrece al espectador con extrema naturalidad y sin atisbo alguno de maniqueísmo.
Tomando como hilo conductor el desarrollo de un concurso televisivo, en el que el éxito del concursante excede mucho de las expectativas normales tanto de sus organizadores como del público hasta generar las sospechas de su presentador y de la policía, la película recorre la vida de un joven chico de las barriadas más pobres de Mumbai que irá justificando, mediante la presentación al espectador de los avatares de su existencia, el hecho de cómo es capaz de conocer todas las respuestas que se le proponen en el citado concurso. Danny Boyle, como ya lo hiciera en «Trainsporting» o «“28 days later”», vuelve a dejar constancia de su profesionalidad y elegancia en la puesta en escena a la hora de retratar la pobreza, la violencia, la explotación infantil o la arbitrariedad policial imperante en la India; pero también de su dependencia de algunas fórmulas prestadas que termina limando algo el fino cuchillo con el que disecciona la realidad del país y de sus gentes.En el recorrido por la vida del protagonista encontramos una primera parte brillante y espectacular, a la vez que trágicamente realista en la que describe con asombrosa naturalidad la India más brutal a través de los dos niños magníficamente interpretados en su lucha diaria por conseguir algo que comer o simplemente llegar con vida a la noche. Esta primera parte, que logra ser lo mejor de la película, con una narración muy dinámica y cargada de crítica alejada de cualquier sensiblería, se ve un tanto limitada cuando introduce a los personajes en la adolescencia, momento en el que la cinta adquiere unos tintes un tanto condescendientes con ese cine pseudo-documental ciertamente trágico que, si bien nos muestra la realidad del mundo más marginal y doloroso, carece de la frescura y dinamismo que nos mostró en un principio, desembocando en la edad adulta de esos protagonistas en un cambio de tornas casi radical, en el que la película gira hacia una narrativa que busca la complicidad con el cine de Bollywood en estado más puro, presentando una historia entre bandas mafiosas con buenos y malos, junto al actor principal concienzudamente enamorado y salvador de la chica que conoció en su miseria infantil, ahora en manos de los criminales, objetivo que naturalmente consigue con su extremada bondad, inocencia y valentía.
Pequeñas sombras que no impiden que nos hallemos frente a una estimable película que cuenta con un guión, interpretaciones y puesta en escena muy bien atendidos, proporcionándonos una agridulce visión de otro formato de vida y valores que, visto el preámbulo, se cierra con un final más que previsible, típico de musical rosa, en un claro homenaje al cine de Bollywood donde la dura realidad queda enmascarada por el bonito espectáculo. Eso sí, lo hace con una factura técnica muy cuidada y con una sabia utilización de todos y cada uno de los recursos narrativos (fotografía, planificación, montaje o música) que ha conseguido el beneplácito del público más sensible, abducido por la dulce superación de la miseria y la colorida estética de Bollywood.