Alps, de Yorgos Lanthimos

¿Se puede sustituir a los muertos? ¿Se puede evitar el dolor? La nueva película del griego Yorgos Lanthimos muestra un cuarteto de filántropos cuyo original modo de ganarse la vida es reemplazar temporalmente a personas que mueren, a petición expresa de familiares, amigos y compañeros del fallecido. Como en Canino, son personajes robóticos que no establecen ninguna relación duradera con los vivos. Simples sustitutos emocionales y temporales para mitigar el dolor de la pérdida. Alps tiene muchas similitudes y algunas diferencias con su predecesora. Una vez más, ficción distópica donde las emociones se pervierten. Radical, subversiva, y muy violenta, toda la acción ocurre casi en silencio, imparable, a pesar de lo lento de su tempo. Poderosa, impactante, insanamente divertida y desconcertante.

En la misma línea que Canino, Lanthimos explora de nuevo los recovecos más oscuros de la naturaleza humana, la manera en que usamos el lenguaje, las estructuras de poder. En la anterior, el deseo por la seguridad se convierte en fanatismo aterrador. Alps es una introspección terrorífica en la alineación humana, pero a diferencia de Canino, la excursión filosófica no aparece como tragedia sino como comedia negrísima y subversiva.

El hilo conductor es el apego a la cultura pop, la competitividad extrema, los referentes estandar que la sociedad impone como sustitutos de la intimidad personal. Los elementos de Alps se acercan a los moribundos para conocer cuál es su actor de Hollywood, cantante pop o plato favorito: lo esencial de la existencia humana actual, vamos, condenada a la repetición incansable de iconos mediáticos. Esta es toda la información que necesitan para sustituir por completo a una persona. La búsqueda del mortecino y la comunicación dentro de la organización en Alps se lleva a cabo a través de un sistema vertical (siempre las mujeres sometidas a los hombres, una curiosidad) donde se puede cambiar de forma y asumir casi cualquier identidad. El líder, o entrenador -o dictador-, que se hace llamar Mont Blanc, extremadamente violento y autoritario, impone un escrupuloso régimen disciplinario, aunque solo hay una escena de violencia explícita en la película. Las reglas son estrictas y excluyentes, quien se atreve a cuestionar sus decisiones es castigado severamente y expulsado de la comunidad.

Canino fue tan desconcertante que para quienes la hemos visto nos resulta imposible enfrentarnos a este nuevo trabajo sin establecer comparaciones. Sin embargo, en Alps, además del argumento, se introducen dos innovaciones narrativas que le dan un carácter más atrevido y sugerente, si cabe.

El primero es el desenfoque del fondo de los planos. Mientras que el personaje principal aparece para ser visto con claridad, el fondo de la escena se muestra siempre desenfocado. El resultado es un efecto de distanciamiento de la acción sobre el contexto que hace imposible la identificación con esa sociedad anti-ideal, hecho que sí sucedía en Canino. Evitar la catarsis con la terrorífica realidad del fondo –que es ni más ni menos que una sociedad amorfa y completamente alineada- le permite dar rienda suelta al humor insano que recorre los noventa minutos sin que el espectador se sienta identificado en ningún momento con semejantes monstruosidades. También pensar. Lanthimos se muestra esta vez muy brechtiano, no hay golpes bajos ni dramas humanos proyectados en la pantalla (de los que tanto gusta el cine comercial) y solo es posible una identificación sugerida con la crisis de valores de la sociedad actual; sugerida si el espectador quiere verlo así, porque también se puede leer la película como mera sátira, eso sí, negrísima, de muertos vivientes que presentan pocas diferencias emocionales con los enterrados. Aquí la crítica social maniquea o cualquier referencia a la crisis griega que parece buscar la crónica de Festivales, queda, desde mi punto de vista, absolutamente excluida.

La segunda innovación respecto a Canino es que en Alps no se exploran solo unas relaciones cerradas entre personajes. Cobra peso su interacción explícita con el mundo exterior, aunque en realidad no presentan ninguna conexión humana real y completa con sus clientes. La seguridad de pertenecer al grupo supone aceptar sus estrictísimas reglas a cambio de sentirse incluidos en la tribu. El líder establece sus reglas, pero los miembros de Alps las asumen de manera voluntaria, sin razones aparentes. El problema viene, precisamente, cuando un detonante externo lleva a uno de sus miembros a cuestionarlas. En este punto, vuelve a conectar con Canino. Una, tragedia humana; comedia de zombies, la otra. Cuando ya no hay sitio en el infierno, los muertos regresan a la tierra. Una idea así, en Hollywood, solo cuadraría bajo la batuta de un George A. Romero.

Canino (Kynodontas), de Yorgos Lanthimos

Los hombres se encontraban encadenados en una caverna, mirando las sombras proyectadas de las cosas en la pared de la cueva, incapaces de volver la vista para ver la realidad. Del mismo modo nos encontramos en este mundo mirando las sombras de las ideas, incapaces de dirigirnos directamente a las ideas prescindiendo de todo lo percibido por los sentidos. (Platón, La República -Libro VII))

El Mito de la Caverna es una de las propuestas más memorables y obsesionantes de la filosofía. El objetivo es demostrar el peso de la educación recibida, pero también puede entenderse como el lastre de la falta de esta, según se lea, en nuestra percepción de la realidad y por tanto en nuestro sistema de pensamiento. Unos prisioneros viven en una caverna subterránea con un fuego tras ellos. Los prisioneros están encadenados de tal modo que solo pueden ver la sombra de los objetos  que se proyecta desde la realidad exterior sobre una pared blanca que hay situada delante de ellos. Si son liberados de sus cadenas y forzados a girarse hacia el fuego se sienten desconcertados y desorientados, y prefieren que se les deje en su estado original. Solo algunos llegan a darse cuenta que lo que ven son proyecciones de lo real, y estos pocos valientes comienzan su viaje de liberación que les lleva a traspasar el fuego y finalmente salir de la caverna. Lo que hace que esta historia todavía hoy día resulte sugerente es que nosotros mismos podríamos ser como esos prisioneros, que todo cuanto tomamos como realidad podría no ser más que sombras, una mera apariencia. Y si cuanto sucede en nuestra experiencia ordinaria fuera realmente una ilusión no tendríamos ni idea de que estamos siendo sistemáticamente engañados. Y si pudiéramos traspasar el velo de la apariencia y captar la verdadera naturaleza de la realidad, seguramente muchos decidirían volver a su estado anterior frente a considerar que su vida ha consistido en ser meros prisioneros confinados a un mundo de ilusión.

Para Platón, la ignorancia es una forma de esclavitud.  Solo el espíritu crítico podrá liberarnos de semejante manipulación. Todo esto tiene que ver con el proceso de crecimiento, de madurar y hacerse adulto, cuando comenzamos a cuestionar las ideas y creencias que nos han transmitido aceptando que muchas de ellas no solo no son determinantes sino cuestionables o simplemente falsas. Pero la caverna nos recuerda siempre otras formas de esclavitud que persisten a lo largo de nuestra vida, como puede controlarse y manipularse a la gente llenando sus cabezas de imágenes engañosas o falsas sobre el mundo. Para no entrar aquí en temas políticos que fomentan ciertas opiniones sobre nuestra sociedad y la política en general, consideren solo las imágenes publicitarias con las que somos bombardeados constantemente, diseñadas para hacernos creer que sus productos son indispensables para nuestro bienestar o felicidad. En cierta medida podemos llegar a ser los prisioneros de Platón, controlados por otros porque aceptamos las imágenes que se nos presentan como reales. La falta de espíritu crítico nos impide demasiadas veces captar la realidad de nuestras circunstancias.

El Cine y la Literatura se han hecho eco muchas veces de este planteamiento filosófico clásico, de este tipo de alegoría en la que se pone de manifiesto cómo los humanos podemos engañarnos a nosotros mismos, o somos forzados por poderes fácticos a la hora de representarnos la realidad. Un mundo feliz (Huxley), 1984 (Orwell), El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (absolutamente recomendable, Murakami), La Caverna (Saramago) o hasta el mismo Calderón de la Barca en La vida es sueño toman claramente el testigo griego clásico. Y películas como La rosa púrpura del Cairo (W. Allen), El resplandor (Kubrick), Saló (Passolini), El Conformista (Bertolucci), La Naranja mecánica (Kubrick, de nuevo) u otras más modernas como Matrix o El Show de Truman, van claramente en este sentido. Canino se basa en un principio similar. La película nos habla de la manipulación de la familia y del poder de los adultos, especialmente sobre los niños, la importancia de educar en actitudes críticas, la construcción de la personalidad y el peso de la adherencia a determinadas ideas y concepciones del mundo implícitas en la educación que recibimos. Y de como la manipulación psicológica puede alterar seriamente el sistema normal de representación de la realidad que percibimos. Una alegoría de la manipulación que supone una educación rígida e intransigente que podría ser trasladable más ampliamente al terreno político, al papel social de la Religión o a la intolerancia frente a otras culturas, tema tan rabiosamente actual. La familia que representa Lanthimos vive a las afueras de la ciudad confinada en una casa rodeada por un alto muro. Los tres hijos, ya adultos, jamás han salido de la casa ni tenido contacto con el mundo exterior. Su educación, sus juegos, sus aficiones, incluso sus sentimientos, se ajustan al modelo impuesto por el padre. Son autómatas de comportamiento casi robótico cuyo lenguaje ha sido también tergiversado, algo similar a lo que sucede en 1984 de Orwell. Un avión es un juguete, una excursión un material muy resistente con el que se fabrican los suelos, el mar es una butaca de cuero o un teléfono es un salero. La única persona que entra en la casa es Christina, la guardia de seguridad de la empresa familiar de la que subsisten. Ella será quien, a través de un regalo que hace a una de las hijas, rompa la perfecta geometría en el que se mueve esta particular familia.

Viendo Canino me vino a la mente la estética de La cinta Blanca de Haneke, otra película centrada en la educación que podría ser reducida, como la anterior, a la denuncia del fascismo, cuyo mensaje moral se sustenta en una puesta en escena relativamente similar: largos planos fijos, los niños tienen además un cierto aíre físico con sus ojos azules y su mirada turbadora, además del marco experimental que comparten a la hora de investigar el origen del mal y del poder. Sin embargo, más allá de esta puesta en escena, la película es realmente turbadora. Hacía mucho tiempo que el cine no lograba hacer que me tapase la cara en determinadas escenas, obligarme a girar la vista para no ser cómplice de los momentos más escabrosos de violencia, incesto físico, psicológico, o frías autolesiones. En este sentido, Canino puede alinearse con la ambivalencia moral retratada magistralmente por Passolini en películas como Saló, donde el intercambio de información nos obliga a adoptar la perspectiva del torturador mientras la cámara observa sus víctimas sin piedad. Con una distancia extraña e inquietante. No hay música, ni puesta en escena dramática, pero el espectador asiste a muestras inclementes de crueldad desaprensiva, hierática, recorrida por toques de humor negro y corrosivo, dentro de un universo absurdo pero posible.

En una parte de la película el retrato de la violencia adquiere una dimensión meta-fílmica: gracias a Rocky y a Tiburón, obtenidas al azar del chantaje, una de las hijas abre la puerta a un mundo exterior más allá de la familia, de su propio idioma, de su vivencia del sexo o de la violencia contenida que embarga a los habitantes de la casa. La desesperación de este personaje es casi delirante, como si las películas fueran la única salida posible para su cuerpo imaginario magullado por los dientes de un escualo o los puños de Stallone. La imagen de las hijas bailando una danza en honor a su padre, casi idéntica a la que 30 años atrás filmara Kubrick en El Resplandor, con sus cuerpos robóticos, desposeídos y desplazados de la realidad es una de las más conmovedoras de la película. Un film absolutamente imperdible y recomendable, una rara avis en el escuálido panorama cinematográfico actual, poderosa y repleta de significado que demuestra, además, cómo se puede hacer una obra maravillosa con muy poco presupuesto. Lástima que Canino termina de modo tan abrupto, pues la acción se interrumpe en pleno apogeo dejando la resolución al espectador. En ese momento le dan ganas a una de pedir la devolución de los 7 euros. A pesar de que esto me produjo una enorme rabia, he de reconocer que mereció la pena. Solo se ha distribuido en algunos cines, en versión original y en pocas ciudades españolas. Muchos tendrán que esperar al DVD o pedirla prestada a algún internauta. Sea como sea, no se la pierdan.