Never let me go (Nunca me abandones)

¿Quién no se ha preguntado alguna vez sobre el significado de la existencia, sobre la utilidad de su vida? ¿Llegará un día en que podamos vivir indefinidamente, o que la muerte no nos llegue a causa de  envejecer  o enfermedades sino por mero accidente? ¿Dónde está el límite entre lo científicamente posible y lo moralmente aceptable? Ciencia ficción entre planteamientos éticos y una historia de amor a trío son los ejes que mueven esta película, que descubrí gracias al blog  Se acerca el invierno, una adaptación de la novela de Kazuo Ishiguro del mismo nombre, con guión de Alex Garlanddel y dirigida por  Mark Romanek, que cuenta el corto camino de tres jóvenes desde la perspectiva de Kathy H. (Carey Mulligan), rememorando el recorrido desde su infancia en el internado de Hailsham, en el centro de Inglaterra, con sus dos mejores amigos, Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley). Hailsham no es una escuela cualquiera. Guardianes, que no docentes, parecen tener como preocupación única la salud de sus alumnos, hacerles seguir una severa dieta y cumplir con la estricta disciplina para preparar a los internos a una vida previamente elegida para ellos. La historia se desarrolla desde mediados de los años 50 hasta los 90, pero lo hace en una realidad alternativa, suponiendo que la ciencia ya cuenta con los medios para clonar humanos y determinados individuos son nacidos y criados con el fin exclusivo de aprovechar sus órganos en cuanto lleguen a la edad adulta: vida corta y truncada en la primera juventud, seres criados en monstruosas escuelas aisladas del mundo exterior, socializados para acepar que su tiempo en la Tierra es limitado, sometidos a la creencia desde la más tierna infancia de ese destino sin otra alternativa. Víctimas indefensas del avance de la ciencia, donde cada uno cumple un papel en pos de la supervivencia de la especie y la ética se deteriora gradualmente en favor de la evolución humana. Seres criados en granjas humanas glorificadas que mantienen en secreto las posibilidades que ofrece el mundo externo, al que sirven sin más remedio,  sin cuestionarse jamás su propia existencia.

La película está estructurada en capítulos (niñez, adolescencia y juventud), con bastante buen ritmo, elegante factura e interpretaciones convincentes. Pero curiosamente las cuestiones de moral que inicia un planteamiento basado en la ciencia ficción y que quizás tememos como posible, se limitan a persistir en el fondo y parece estar más interesada en el debate sobre el temor a la muerte inevitable de los clones y la búsqueda de la identidad, que en el campo ético-científico. A lo que se suma una historia de amor, traiciones y redención que por momentos supone un giro demasiado conciliador hacia el drama romántico al uso.  En la parte central de la película, toda la alegoría inicial desaparece para entrar en escena sentimientos tan humanos como el miedo, los celos o las traiciones, justo cuando comenzamos a preguntarnos porqué no tratan de escapar,  porqué aceptan irremediablemente su destino, clones o no,  que se les presenta trágicamente inevitable. En el otro lado de la balanza, por más dura que pueda parecer esta historia, hay que reconocer que está llevada a la pantalla  con gran sensibilidad. Se agradece, a pesar de ciertas dosis de drama romántico, la casi ausencia de sentimentalismo o de maniqueísmo apocalíptico. Ciencia ficción de la mano de una historia por momentos excesivamente ensimismada, con personajes a veces tiernos, a veces crueles, que pretende abordar de fondo grandes temas que en definitiva quedan en el aire, porque se las arregla para hacerlo a escala muy íntima, aunque creando personajes distintos y siempre atractivos.  Me quedo con su primera hora y un final tan perfecto como devastador. Never let me go es una película intensa y triste, con un personaje principal muy carismático que nos hace rebelarnos minuto a minuto ante su resistencia pasiva y silenciosa. Seguramente sea ese el componente que engancha al espectador hasta el último minuto,  dado el éxito que ha cosechado allá donde se ha estrenado (para variar no hay prevista fecha en España). En conjunto, he disfrutado viéndola,  aunque le sobre algún que otro momento melodramático, sobre todo en  sus capítulos centrales.

Plano secuencia (11): Joe Wright, Expiación

435 páginas tiene el libro de Ian McEwan que Joe Wright (el mismo de Orgullo y prejuicio) llevó a la pantalla en 2007. Debe ser dificil adaptar una novela tan extensa a guión cinematográfico. Solo por eso, me hubiese gustado poder leerla antes de ponerme a escribir esta entrada, del mismo modo que me gusta revisar las películas completas para comentar un plano secuencia que voy a publicar. No ha sido posible, en este caso, ni una cosa ni otra. De hecho me encuentro escribiendo mientras hago una pausa para ingerir el segundo chute de cafeína de la tarde, quinto del día, que probablemente no sea el último. Así se presenta mi queridísimo mes de junio: faltan horas de sueño y cero tiempo para dedicar a este espacio con el que disfruto y me gusta mimar, aunque sea a base de retales de lo que una va escribiendo en huecos de un tiempo que en este momento no da mucho más de sí. No me extenderé pues en comentar la película, que hace ya tres años vi, pero les dejo estos cinco minutos, allá por el final de la primera de las más de dos horas de Expiación, que bastarían para justificar, recomendar si cabe, el segundo largometraje del joven director londinense. La playa francesa de Dunkerque es el escenario de esta magnífica escena rodada cámara en mano de manera circular, en el que vemos al ejército inglés perdido en su evacuación hacia Gran Bretaña tras la retirada por la invasión alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. El resto de la película, si bien tiene una estética y montaje impecables, no alcanza la cima artística de estos cinco minutos sobresalientes; una estética, cabe decirlo, que se asemeja bastante a un larguísimo anuncio de perfume navideño, en un claro intento de ser para la posteridad algo así como un Lo que el viento se llevo versión moderna y británica, materializado en un retrato demoledor sobre el azar y la culpa: los celos de una aventajada y riquísima adolescente, su pequeña mentira, traición banal que desemboca en malentendido cuyas consecuencias serán cambiar para siempre el destino de pasión sin límites entre dos personas, su hermana mayor y su amante. Quienes gustaron del anterior film de Wright disfrutarán de estos 130 minutos de melodrama tono pastel y ambiente exquisito donde todos sufren lo suyo subrayado por una poderosa fotografía (Seamus McGarvey) y banda sonora (Dario Marianelli). Los que no, quédense con esta escena, porque aunque sea cierto que si no existiera el guión no se vería afectado en lo más mínimo en cuanto desarrollo, no por superflua deja  de ser digna de resaltar como una de las mejores de toda la película. Joe Wright es sin duda un mago de la imagen y un cineasta a tener en cuenta dado el currículum de su todavía hoy corta carrera cinematográfica.