Elena, de Andrey Zvyagintsev

De cómo el Cine se convierte en medio reflexivo del poliedro social sin recurrir a explicaciones retóricas ni llamadas a la conciencia, tan solo mediante planos y diálogos tan naturales como técnicamente rigurosos.

De cómo desde los tradicionales temas de familia y dinero se construye una auténtica metáfora social de la Rusia que encara el fracaso de su revolución.

De cómo se puede pasar en unas cuantas décadas de los ideales de igualdad y progreso al exhibicionismo capitalista construido sobre el consumismo obsceno de un puñado de oportunistas para envidia de la mayoría.

De cómo la egolatría individualista va desterrando cualquier atisbo de humanismo y solidaridad a medida que transcurren las generaciones.

De cómo el pesimismo social se instaura en las familias, para quedarse, arrebatándoles su dignidad y el anhelo para luchar por sus vidas.

De cómo la rabia por el fracaso individual y social se transforma en fascismo hacia los marginados.

De cómo la necesidad de supervivencia auto-justifica la ausencia de prejuicios éticos en todas las clases sociales.

O de cómo las mujeres asesinan a sus mariditos, sin propaganda mediática.

Todo eso es Elena, rotunda obra maestra cinematográfica del siglo XXI.

Les herbes folles (Las malas hierbas), de Alain Resnais.

Entre las piedras o las rendijas del asfalto, las malas hierbas crecen siempre donde no deben. Y al igual que ellas, los personajes de esta película de Alain Resnais hacen lo que no deben hacer y dicen aquello que no debe ser dicho.

A sus casi 90 años, la película funciona como epílogo de la trayectoria de un cineasta que desde hace 60 construye un cine que tiene lugar en su mundo, excluido de cualquier movimiento o corriente artística -por más que la crítica se empeñara o aún insista-,  al que hay que enfrentarse abandonando cualquier punto de vista racional o cartesiano sobre el cine.

¿De qué va Las malas hierbas? Pregunta incorrecta, tratándose de Resnais, pero la configuración básica del escenario puede decirse que son dos personajes. Por un a lado Marguerite (Sabine Azéma), mujer de mediana edad, odontóloga y piloto de avión en su tiempo libre, a la que le arrebatan del tirón el bolso en un centro comercial. Su billetera aparece tirada en un parking de la otra punta de Paris. Un transeúnte llamado Georges (André Dussollier), de unos sesenta años, esposo, padre y abuelo, la encuentra casualmente. Inmediatamente se siente intrigrado por las fotografías de su interior, en especial por la exótica foto del carnet de piloto de Marguerite.

A partir de aquí, cualquier rumbo que el espectador pretenda aventurar sobre los derroteros de la película, será fallido. Después de todo, para Resnais jamás han existido los códigos narrativos. Sus trabajos siempre han caminado como funámbulos sobre las convenciones de la narración cinematográfica, incluso sobre aquellas que con más o menos justicia han sido consideradas en determinados momentos vanguardistas. También en el límite de lo aceptable argumentalmente. Cuando la película toma los derroteros del suspense, Resnais nos conduce al romance disparatado. Cuando pensamos que está a punto del sprint romántico tradicional, se convierte en drama de no alineados autoengañados…

Para enfrentarse al cine de Resnais, y esta propuesta no iba a ser menos, hay que hacerlo con la misma desinhibición mental con que construye sus películas. Es el único modo de sumergirnos en su mágico universo, en sus reflexiones sobre los humanos y sus torpes relaciones. Mirar y dejarse llevar puede resultar difícil, porque sus personajes reaccionan en el límite de lo razonablemente aceptable por el espectador. En el cine de autor siempre esperamos conocer bien la psique de esos personajes, pero Resnais nunca ha querido ser un autor de culto, para la ocasión se limita a mostrar solo un atisbo de las zonas oscuras, pero sin demasiadas explicaciones, especialmente en el caso de Georges. Dominio del ritmo y del montaje, de la puesta en escena y planificación aparte, y hasta para los que ya están acostumbrados a su cine, lo cierto es que Resnais siempre consigue sorprendernos. Travelings misteriosos que parecen pertenecer directamente a otra película o recursos que todavía, con más de cien años de historia de cine, resultan inéditos en la pantalla, como la auto-conversación reflejada en el parabrisas del coche que será o no la que tenga en un futuro con Margerite, o ese final que aparece minutos antes de que concluya la película. El autor de obras tan singulares como El año pasado en Marienband o Hiroshima mon amour vuelve a demostrar, con más de medio siglo de cine a sus espaldas, que todavía no ha agotado toda su capacidad creativa.

Érase una vez en Anatolia (Once upon a time in Anatolia), de Nuri Bilge Ceylan. 2011.

Como la cartelera no anda para demasiadas fiestas, buceamos en la red para sacar a flote películas que jamás llegan a nuestras salas. Es el caso de la última de uno de los más sublimes estetas del cine moderno, el turco Nuri Bilge Ceylan, que no vine sino a confirmar su gran talento, su capacidad de sorprendernos con mucho más en cada una de sus propuestas.

Delicias como esta nos introducen en una sensación de magia, porque de vez en cuando, en este mundo de vacuidad, tal belleza aparece. La primera mitad sigue una caravana de tres automóviles a través de colinas sinuosas y caminos de estepa en Anatolia. En la oscuridad de la noche, dos asesinos confesos tratan de recordar donde enterraron un cadáver. Junto a ellos, el jefe de policía (Yilmaz Erdogan), el fiscal (Taner Birsel), el forense (Muhammet Uzuner), dos excavadores, otros policías y los conductores. Poco a poco las imágenes conquistan la mente. Son silenciosas, pero llenas de violencia; vacías, pero cargadas de secretos. La noche se prolonga hasta despuntar el día, el cuerpo del delito no se encuentra y los hombres  están más y más cansados. Gran parte está filmada en la oscuridad iluminada solo por los faros de los coches o una lámpara del pueblo donde se detienen a descansar. Aparentemente poco sucede y, sin embargo, todo es más complejo de lo que aparece a primera vista. Vivimos tiempos en los que todos somos culpables de algo, el cuerpo del cadáver es solo el medio para construir una epopeya acerca de los sentimientos ocultos, la emoción reprimida, la culpa, la justicia, el miedo, el existencialismo, la mentalidad provinciana y hasta el futuro de Turquía como parte integrante de una Europa en constante construcción y deconstrucción. Y funciona, porque Ceylan ofrece una simbiosis perfecta entre forma y contenido: el cadáver significa cosas diferentes para cada uno de ellos y Ceylan es el forense que nos muestra la autopsia existencial de sus personajes y de su Anatolia natal.

En la segunda mitad, cuando la noche deja abrir el día, la película inevitablemente pierde algo de su mística. Los caminos se dirigen entonces a  revelaciones que cuestionan el valor de conocer la verdad. El día descubre los relatos que el director dibuja con un trazo casi impresionista: unas cuantas pinceladas, un puñado de frases dejadas caer le bastan para sugerir e insinuar un crisol de sentimientos. No en todos los momentos logra la genialidad, pero en cada uno de ellos consigue, al menos, capturar un retazo de vida. Hacernos participar de la fatiga del equipo, de las impresiones de cada uno, de su particular drama. Solo unas pocas líneas de diálogo y primeros planos increíbles de sus caras bastan para desplegar el mundo particular de cada cual entre conversaciones banales acerca del yogur de búfala, males de próstata o leyendas urbanas. Un abanico de historias para todos los gustos: las hay ingenuas, sucias, viscerales, desafortunadas y hasta estúpidas. Todo lo muestra el director mediante una ensalada de colores tenue servida por la fotografía de Gökhan Tiryaki, supervisada por el propio Ceylan, con una elegancia en sus miradas capaz de hacer de un caserío perdido en medio de la estepa de Anatolia el lugar más acogedor sobre la tierra. El cine es como los sueños, una gran mentira, pero también una gran gozada. Puede que con el tiempo merezca la etiqueta crítica de obra maestra, de momento va por delante el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes. De lo que no cabe duda es que no me importaría ver las dos horas más que Ceylan cortó en el montaje para dejarla servida en 157 minutos. Excelente, sin más.

J´ai tué ma mère (He matado a mi madre), de Xavier Dolan

Hubert tiene 17 años y vive con su madre, a la que no quiere. O al menos eso cree. Ha llegado a la conclusión de que odia a su madre y odia todo lo que hace. De repente se le antoja que viste con pésimo gusto, le agobia la decoración kitsch de su casa y le irrita cualquiera de sus gestos, como las migas de pan que asoman por la comisura de su boca cada vez que habla mientras come. Más allá de esta mera superficialidad, se siente manipulado por la educación impuesta y culpa a la madre de la tediosa cotidianidad que le rodea. Entre ambos, las peleas son constantes y la incomprensión, total. Absolutamente confundido, se siente superado por una complicada relación y los sentimientos de amor/odio le persiguen de manera obsesiva. Cuando su madre decide enviarlo a un internado, se siente traicionado y quiere ir a vivir con su amigo, cuya madre se muestra mucho más moderna y tolerante hacia que los jóvenes cohabiten en la casa. Al margen del conflicto particular que pueda suponer declararse gay con unos progenitores que piensa no le aceptarán, los problemas de la siempre compleja adolescencia son en gran medida muy reconocibles en Hubert, sin llegar a ser un cliché. La amistad, la orientación sexual, la rebeldía en los descubrimientos artísticos, las experiencias ilícitas, el ostracismo, el sexo, tomar las propias decisiones, son retos a los que se enfrenta invadido por el resentimiento que siente hacia una mujer a la que, sin embargo, una vez quiso e idealizó.


Xavier Dolan ha declarado que escribió el guión cuando contaba solo 16 años y que está basado en muchos elementos autobiográficos, aunque otros son mera ficción, prestados de diversos relatos leídos sobre matricidios. Sea como sea, el punto de vista del adolescente se ve muy bien reflejado en cómo cuenta su historia la película, que si bien parte de un guión sencillo, contiene claves muy interesantes en la manera de narrar, tratando de romper cualquier norma con la que habitualmente se enmarca un film de personajes como es este.

Por un lado las actuaciones, en especial la de Anne Dorval en el papel de madre, que es impecable -la conversación telefónica con el director de la escuela, de las mejores secuencias-, y la tensión constante: la brecha entre madre e hijo queda reflejada con maestría absoluta.

Por otro, para Dolan el uso de la imagen adquiere la dimensión de elemento narrativo de primer orden. Los personajes aparecen siempre muy cerca unos de otros, y aunque no hace uso de la cámara subjetiva, la sensación de opresión que experimenta el adolescente es perturbadora para el espectador, hasta conseguir nuestra empatía con un personaje que en realidad es un caprichoso insoportable. Casi llegamos a participar de su exagerado rechazo hacia la buena mujer cuando enfoca de cerca los defectos del maquillaje de su rostro, el peinado retro a lo Audrey Hepburn, un armario dominado por abundancia y variedad en estampados animales, la cargante estética vintage que invade toda la casa, el marco de canciones que la acompañan, pero siempre hecho con una estética preciosista cuidada hasta el último detalle y una cámara lenta que actúa en los momentos precisos para que las distintas emociones se vean reforzadas.

El objetivo es contar su historia desde el punto de vista subjetivísimo del adolescente que se rebela contra peso de cuanto le rodea, el asesinato de la infancia como única manera de encontrarse a sí mismo. La pregunta es, sin embargo, si tanto la historia como la estética de la película no son sino el espejo de una generación que hace primar las formas frente a la esencia, fascinada demasiadas veces por una extravagancia que repite modelos y contradicciones de tantas otras generaciones anteriores -ojo al peinado a lo James Dean del propio Dolan- que en realidad solo viene a confirmar lo infinitamente frágiles que somos los seres humanos.

Xabier Dolan nació en Quebec en 1989, actualmente tiene 21 años. J´ai tué ma mère es su primera película y dos años después se encuentra trabajando en su tercer largometraje. Hijo de actores, a los cuatro años debutó en el escenario. J´ai tué ma mère se presentó en Cannes en 2009, un film que además de escribir, dirige y protagoniza. Con él se erigió ganador de tres premios durante la Quincena de realizadores. En 2010 ya tenía listo su segundo film, Les amours imaginaires, en el que además de dirigir, escribir e interpretar, se encarga de hacer la edición y el diseño de arte. Esta última se estrenó el año pasado en la sección oficial Un Certain Regard del mismo festival, ovación en pie, cabe mencionar.  Tomen pues buena nota de este nombre, Xavier Dolan, porque seguramente en los próximos años dé mucho cine del que hablar.

Midnight in Paris (Woody Allen, 2011)

Pureta, es el calificativo que te ganas cuando se te ocurre afirmar que ya no se hacen películas como antaño. El Cine clásico ha quedado para eso, para los clásicos que añoran el tiempo pasado. Hoy, el cine, la literatura y la cultura en general triunfan como medio exclusivo de entretenimiento, merchandising para las diversas y variadas industrias propulsoras. Cine que ya no deja huella, libros que han de contener una trama trepidante para ser vendibles, la cultura ha de parecerse cada vez más a un videojuego, pasa pantalla, sé el más rápido, mira y olvida. Algo parecido a los puretas de hoy le sucede a Gil, el protagonista de Midnight un Paris, no se siente a gusto en su mundo cotidiano, ni intelectual ni personal, entre una clase media de mirada chata para la que prima la hipocresía del compromiso social, de la pantalla de plasma, de la boda organizada a golpe de reloj y apariencia, del negocio inmediato, del éxito fácil y pragmático, la vaciedad cotidiana tantas veces imitada precisamente por el cine, hasta el punto de perderse con ella.

La suerte de Gil (Owen Wilson), esa especie de alter ego del propio Woody Allen, es ser un personaje de ficción, y dentro de una película se puede navegar en el túnel del tiempo cual Cenicienta y así, cuando suenan las campanas en la media noche de Paris, subirse al carruaje que le conduce a ese otro mundo no tan lejano desde una perspectiva histórica, donde aparecen personajes como Dalí o Buñuel, Picasso o Tolouse-Lautrec, Gaudin o Modigliani, escritores como Hemingway o Scott Fitzgerald o músicos como Josephine Baker o Cole Porter. Personajes que le inspiran, que le ayudan a escribir frente a la condena a la que le somete ser un escritor de éxito de Hollywood carente por completo de imaginación

¿Una mirada nostálgica al pasado? ¿Ida de pinza del bueno de Allen, quien ya anciano abriga la tesis de que cualquier tiempo pasado fue mejor? Mas bien no, más bien una lúcida mirada llena de humor al presente que nos rodea, a la mediocre ubicación de buena parte de la intelectualidad, al conformismo recalcitrante de la clase media, a las mezquinas ambiciones a la que nos abocan los medios, a la pedantería con la que demasiadas veces se usa la cultura (impagable papel,  el amante-rival) y a la condena cotidiana de todo cuanto se aparte del éxito inmediato y su correspondiente evaluación en beneficios económicos. Si esa mirada hacia lo que se está convirtiendo la sociedad se hace, además, desde la comedia y el oficio de Allen, hilvanando diálogos ingeniosos desde su especial habilidad, observando como muy pocos cineastas hoy son capaces los sentimientos y los avisperos amorosos a partir de un determinado contexto, pues estamos ante una de las mejores películas de la cartelera y uno de los films más brillantes de Allen de los últimos años, que nos recuerdan, no creo que Frank Capra se molestase por la licencia, Qué bello es el Cine y qué bonita está Paris cuando llueve.

Carlos (Olivier Assayas, 2010)

El 15 de agosto de 1994, cuando Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, el Chacal, el terrorista más peligroso y buscado de la década de los 70, dormía profundamente junto a su mujer y su hija pequeña, fuerzas de seguridad sudanesas irrumpían en su apartamento suministrándole una fuerte dosis de sedantes de la que despertaría en un avión rumbo a Paris: «Está usted detenido, está usted en territorio francés».

Es la última escena de la película, versión reducida de la serie para TV de 330 minutos, que se adentra a través de este personaje en el fenómeno del terrorismo de los años 70 y 80, poco antes de la caída del muro de Berlín. A pesar de la abundante investigación histórica y periodística, sigue habiendo controversias y zonas grises en la vida del Chacal, un fantasma, un mito, un asesino y uno de los actores más enigmáticos de la Guerra Fría. La película es para verla como un trabajo de ficción que recorre dos décadas en la carrera del sanguinario terrorista. Poco que ver con un biopic o un documental, las relaciones entre los personajes son imaginarias -como advierten los créditos iniciales- y el guión está basado únicamente en antiguos testimonios no corroborados y registros policiales que permiten establecer fechas y condenas. Sin embargo, resulta perfecta y muy detallada la caracterización de la época, han sido 100 días de rodaje, 120 actores y localizaciones en diez países (Trípoli, Bagdad, Argel, Damasco, Budapest, Berlin, hasta Jartum), a lo que cabe añadir un muy buen ritmo narrativo, interpretaciones más que aceptables, constantes cambios de idioma (ni se les ocurra verla doblada) y el necesario uso de los saltos temporales que obligan al espectador a resituarse, solo por breves momentos, fruto de la compresión de la larga serie en una sola película.

La cronología del terror comienza en Paris, en 1973. En veinte años, el joven venezolano Ilich Ramírez pasa de abogado marxista que trabaja clandestinamente para el Frente Popular para la Liberación de Palestina y balbucea consignas sobre la  revolución mundial y la guerra de los oprimidos, a mercenario sin escrúpulos, pupilo a sueldo del mejor postor, todo sin embargo sin abandonar el paraguas revolucionario, que deja de tener sentido global tras el fracaso del piloto soviético. La red de apoyos que va tejiendo Carlos a lo largo de los años, con la que consigue crear su propia organización en Siria, Yemen, Libia o Irak, y también en Hungría, Rumanía, Bulgaria o Alemania Oriental -hablar seis idiomas es útil en estos casos-, es un tejido de alianzas que en última instancia pone de manifiesto la locura de la historia contemporánea, los enredos de la diplomacia, la política exterior y el terrorismo, mientras asoma el paternalismo de algún servicio secreto -larga, la mano de la KGB-. Todo ello sustentado y alegado en  base a unos fines idealistas teóricos que, sin embargo, no parecen tan alejados, en cuanto a honestidad de principios prácticos, de los del pretendido enemigo a combatir. Tal vez por ello, tras la reconfiguración de fuerzas mundiales que supuso la caída del muro, Carlos pierde su sentido existencial, los servicios secretos ya no pueden apoyarlo y comienza entonces la larga agonía del líder en solitario, dispuesto ahora a convertirse al islam, si fuese necesario, con tal de obtener asilo político donde cobijarse.  El tránsito desde el idealismo de un terrorista anticapitalista, convencido de que la lucha armada es el único medio para alcanzar el objetivo y él mismo su más digno representante, a mercenario a sueldo, asesino pragmático que se autojustifica por la premura económica revolucionaria, medida -como no- en petrodólares que se ingresan directamente en su cuenta bancaria. Paralelamente, vemos discurrir la evolución personal, la transformación de su cuerpo hacia la madurez y su turbia y casi siempre fracasada relación con las mujeres.

A pesar de la longitud (160 minutos), Assayas ofrece un interesante recorrido por la política internacional de la última parte del siglo XX, narrado a modo de thriller de espionaje en su versión más clásica, y construido a partir de un personaje carismático, violento y frio, pero a la vez tremendamente magnético. El ritmo es trepidante, con abundantes escenas de acción, la reconstrucción histórica lo suficientemente esmerada, mientras el discurso crítico y social, en el que no falta el ingrediente romántico, ofrece un retrato bastante fidedigno del momento predecesor del actual panorama mundial. Entretenida, bastante didáctica y digna de ver por la autenticidad en todos y cada una de los planos y secuencias, aunque hay que advertir del rechazo de su protagonista, que la ha tildado -desde la cárcel en la que actualmente cumple condena por asesinato- de burda manipulación de su personaje.

Plano secuencia (y 20): Tarkovsky, Offret (Sacrificio)

La última escena de la última película que rodó Tarkovsky necesitaba hacerse a la primera, porque el incendio de la casa escenario de Sacrificio es real y no disponían de más oportunidades. El montaje de rieles sobre los que se desplazaría la cámara, los ensayos con los elementos, la planificación milimétrica de dónde colocar a cada uno de los personajes, el momento del día a la que debía rodarse para absorber mejor los efectos naturales de la luz, todo estaba preparado para rodar una de las secuencias más costosas de realizar e intensas de la filmografía de Tarkovsky. Pero falló la cámara y la desesperanza se adueñó del equipo. Unas semanas después retomaron el trabajo, se reconstruyó la casa y se volvió sobre el rodaje. No es complicado hacer el ejercicio de imaginar la tensión que vivirían durante los seis minutos del segundo y definitivo intento.

Toda una filigrana cinematográfica que no es la única presente en la película, porque Sacrificio es un continuo derroche de cine coreográfico y milimétrico donde los personajes van evolucionando escena a escena sin necesidad de cambiar de plano, en un entorno que permanece estable pero que progresa al unísono que esos personajes mediante una compleja técnica de utilización de luz, color y cámara que confluyen en planos secuencia en los que casi nada se mueve en la estancia familiar, pero a la vez todo se transforma en un crescendo que culmina en la escena final. La amenaza de destrucción masiva, una guerra inminente que está por venir, es el motivo del sacrificio de Alexander quien, después de pasar una noche con María, sirvienta con fama de bruja, condición necesaria para que la amenaza desaparezca, lleva a cabo su promesa y quema la casa aprovechando que toda su familia está fuera. Cuanto constituye la vida de Alexander desaparece con la casa pasto de las llamas como gesto de verdadero amor hacia su familia, por la que acaba sacrificando todo.

La película fue filmada en la isla de Gotland, en Suecia, como homenaje a Bergman y contó con el cámara favorito del cineasta sueco, Sven Nykvist, y con el actor Erland Josephson, otro habitual de Bergman, en el papel protagonista, quien ya había colaborado con Tarkovsky en Nostalgia. Sacrificio ganó cuatro premios en el Festival de Cannes, hecho sin precedentes en el cine ruso. Tarkovsky no pudo asistir porque durante aquellos días se encontraba ya seriamente enfermo de cáncer, y fue su hijo Andriushka quien recibiría en su nombre una de las ovaciones más emotivas que se han dado en el Festival. Ivan, el árbol y el niño en la infancia de su cine; Alexander, un árbol, un niño y esa casa cerraban su carrera. Después murió.

Puedes ver aquí la serie completa Plano secuencia

Plano secuencia (19): Kusturica, El tiempo de los gitanos

Hay películas que cambian nuestro modo de entender el cine, que suponen un antes y un después en la forma de observar una obra cinematográfica. El tiempo de Gitanos es para mi una de ellas. La película narra la pérdida de la inocencia de un muchacho gitano que progresivamente cae en la degradación al verse envuelto, para sobrevivir al eterno presente, en un abismo criminal. El amor, la culpa, la muerte o la venganza están relatados sin subrayar la evidencia, en un tono realista pero a la vez rebosante de lirismo, a pesar de contener numerosos momentos que, por su dureza, puedan ser difíciles de digerir por la sensibilidad del espectador.

A grandes rasgos, asistimos al viacrucis de un chaval romaní que vive en un suburbio chabolista de Sarajevo. Su madre murió en el parto y de su padre solo se sabe que fue soldado. Perhan, que así se llama el protagonista, vive con su abuela, de la que ha heredado poderes telequinésicos, con un tío medio loco y jugador,  y con su hermana Danira, enferma de osteomielitis. Enamorado de Azra, se ve despreciado por la madre de la chica a causa de su pobreza y su origen bastardo, ya que su padre fue un esloveno no gitano. La trama comienza cuando llega al poblado Ahmed, nómada mafioso que requiere los poderes de la abuela para sanar a su hijo. La mujer acepta, pero en compensación Ahmed deberá llevar a Danira a un lugar donde puedan atender su enfermedad. Perhan se embarca en el viaje en compañía de ambos y, tras dejar a Danira en el hospital, llega a Italia, donde se verá atrapado sin salida en una vida de mentiras y delincuencia dentro del negocio de prostitución y niños mendigo que mueve Ahmed.

Emir Kusturica quedó impresionado por la lectura de un artículo en la prensa sobre el tráfico con niños gitanos en la frontera italiana. Tanto que, tras ponerse en contacto con el autor (Rajko Djuric) y visitar varias comunidades gitanas, se decide por escribir el guión de la película y sustentar el elenco en personas de estos poblados. La impresionante banda sonora (que posteriormente se convertiría en musical basado en la película y sería estrenado en algunos teatros europeos) es de Goran Bregović y consiste en gran parte en versiones de composiciones folclóricas gitanas. En cuanto al guión, con una comunidad marginal y las historias de estas gentes, lo más sencillo hubiese sido cargar el film de un tono muy dramático, quizás cercano al documental, para poner de manifiesto una realidad social que, quienes vivimos en grandes ciudades, demasiadas veces no vemos o no queremos ver. Sin embargo, Kusturica opta por otro camino, seguramente sea esa la magia de la película. El retrato del personaje, con el que crecemos escena tras escena, tiene una progresión formidable, desde la inocencia infantil hasta los abismos de la fatalidad. Cada uno de sus actos nos transmite la transformación paulatina de su alegría vital inicial en el profundo cinismo que conlleva su degradación personal. Una escena impresionante es cuando el chaval baila y bebe junto a una improvisada orquesta zíngara en la que casi se puede palpar su inmenso dolor, y sin embargo solo le vemos reír y emborracharse. Otra genial, cuando su tío vuelve a casa en calzoncillos, en medio de una noche de lluvia torrencial, después de haberlo perdido todo jugando,  o el pavo mascota de Perhan, o la escena del horno, dando una lección de geología mientras carga madera para la chimenea. Hay además una simbiosis mágica entre la música y la imagen, y una inaudita capacidad de Kusturica para representar el sufrimiento humano mediante el trabajo de cámara, sobre todo el moral. Poético patetismo, como si flotase en el ambiente y se fuese depositando en cada encuadre de esta película. A la vez, posee un humor absurdo, cercano a lo bizarro, que como premisa fantástica hace, de alguna manera, que todo el conjunto resulte aún más hilarante. Elementos narrativos y estéticos realmente renovadores en el cine de la época, que servirían como punto de partida para ese barroquismo y desmesura presente en posteriores films de Kusturica y que hoy se han convertido en el rasgo más característico de su cine.

El tiempo de los gitanos abre con un fenomenal plano secuencia que me he reservado convenientemente para casi el final de estas entregas. Se inicia alrededor del primer minuto, mientras presenciamos una boda gitana. La escena sirve de contextualización del ambiente cotidiano  y las costumbres en una comunidad romaní. El mendigo gritando su enfermedad o el tío  rezando mientras  apuesta en plena calle dan cuenta del tono venidero de la película. Además  de introducirnos en el ambiente, también funciona como premisa de la elocuencia de la cámara en esta obra de arte, donde los sueños, la tragedia y las esperanzas se mueven en paralelo a la frescura y el entusiasmo que Kusturica imprime en cada secuencia. Realismo, pero realismo mágico, que presagiaba a Kusturica, ya en 1988, como uno de los directores más prominentes de la Europa actual.

Solo me queda desear a quienes leéis este espacio una feliz entrada en el año 2011 que personalmente comienzo tomándome quince días de vacaciones, durante los que este blog permanecerá sin actualizaciones (aunque pasará por aquí, de vez en cuando, el encargado de regar las plantas). Saludos y feliz nuevo año a todos!

Plano secuencia (14): Angelopoulos, La mirada de Ulises

Como esta semana no hay ningún estreno que haya llamado especialmente mi atención, parece un buen momento para retomar el monográfico sobre planos secuencia, iniciado hace unos meses en este blog e interrumpido por las vacaciones veraniegas. No podía faltar en esta colección alguna referencia al cineasta griego Theo Angelopoulos, uno de los directores europeos proclives a la utilización de la técnica sin cortes, entre otras. Por lo que se deduce de declaraciones y entrevistas varias, Angelopoulos considera La mirada de Ulises una de sus obras más prominentes, a pesar de no compartir este punto de vista la crítica en general, ya que gran parte vio en la película un ejercicio supremo de pedantería intelectual y cinematográfica, mientras el griego estallaba en explícito berrinche en aquel Festival de Cannes donde se llevaba el gato al agua Underground, de su colega serbio Emir Kusturica, mientras Ulises tenía que conformarse con el Premio Especial del Jurado, que no es otra cosa que el segundo puesto.

El argumento básico sigue a un hombre, el cineasta griego exiliado en los Estados Unidos (Harvey Keitel) conocido como «A» en los créditos del DVD, aunque en ninguna parte de la película se menciona el nombre del personaje que, después de treinta y cinco años, regresa a los Balcanes en busca de tres bobinas perdidas de material cinematográfico que datan de 1905, filmadas por los primeros cineastas griegos conocidos, los hermanos Yannakis y Miltos Manakis. Keitel se embarca en un viaje, como Ulises, a través de diversos países balcánicos en el que vamos descubriendo las razones personales que le mueven en la búsqueda. El itinerario hace atravesar al protagonista por los lugares que a final del siglo XX representan de manera emblemática el desmantelamiento de las utopías, y el comienzo del viaje y su final se encuentran inmersos en un punto de vista que invita a revisar el rol del artista como mirada del momento histórico que le ha tocado vivir. Angelopoulos deja claro también cómo la técnica, por simple (los movimientos de la cámara son lentos y generalmente en horizontal), puede mostrar en cambio una compleja historia, y que ni siquiera se necesitan grandes diálogos (muchas veces en manos de una voz en off, la del propio Angelopoulos, imprescindible la versión original) como elemento necesario para la conexión y coherencia de cuanto se quiere transmitir.

La escena que hay a continuación es la que da comienzo a la película. Se trata de un plano secuencia que empieza tras unas imágenes de la cinta griega «Las hilanderas«, rodada en 1905, para después iniciarnos con el protagonista en la búsqueda de los originales del film y alguno de los motivos que le acompañarán en el largo viaje, motivos que irá desvelando el guión a lo largo de las tres horas que dura la película. Hay que reconocerle a Angelopoulos una capacidad enorme para la poesía cinematográfica, que se plasma en esta secuencia y en otras tantas, pero también la exquisita fotografía a cargo de Yorgos Arvanitis y una banda sonora majestuosa, obra de Eleni Karaindrou. En realidad el film es una sinopsis de la historia de Grecia, su propia historia, que abarca todo un siglo a través de este drama, sutil en miradas furtivas, de largos silencios cuando no hay nada que decir, de esquinas de la pantalla o excelsos planos que acompañan las sesenta escenas con las que está montada, muchas de ellas planos secuencia quizás demasiadas veces injustificados.

A pesar de que la película se hace por momentos bastante larga, de que hay numerosos espacios vacios que carecen de valor argumental y solo están ahí como elemento contemplativo de la riqueza visual del educado ojo del cineasta, estamos en condiciones de afirmar, quince años después de su estreno que, si no es de sus mejores películas, sí conviene rescatar por ser un excelente trabajo en el que los elementos tiempo, símbolos e Historia nos invitan a un mirada hacia ese lado de Europa que hoy trata de abrazar el carro de la modernidad pero en la que todavía tiene un peso importante el pasado reciente. La mirada que nos ofrece Angelopoulos es la del observador instrospectivo que contempla el curso histórico a través de sus gentes, como en 1905 lo hicieran los hermanos Manakis, que pasan a ser en tiempo presente objeto de otra mirada. Junto a la locura de la guerra (impecable momento: los enfermos mentales huyendo del hospital tras el bombardeo, uno de las más logrados de la película), el apogeo y fin del comunismo (la secuencia de la estatua de Lenin postrada en el remolcador paseando por el Danubio para ser trasladada, mientras las gentes se arrodillan y santiguan todavía a su paso), el viaje al pasado de «A» (cuando encuentra a su madre en el tren y revive varios momentos históricos desde su punto de vista siendo niño, a modo de flashback que transcurre en una única fiesta de fin de año), el interminable brindis con el amigo o esa escena cercana al final, un enorme fuera de campo, porque la secuencia está envuelta casi por completo en la niebla y solo podemos oír los sonidos que se cierran con la misteriosa música que proviene de una orquesta de muchachos, de varias nacionalidades balcánicas, mientras intuimos el paso sigiloso de la muerte.

«Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con el nombre de otro. Nadie me esperará«. Son las palabras finales de «A» tras llegar a su meta y convencerse de que el peor exilio es cargar con su propia máscara, de la que nunca podrá liberarse. El viaje, pues, no ha terminado, porque la vida es el propio camino y es imprescindible continuar.  La vida, dice Angelopoulos, es un concurso visto desde la distancia, donde podemos discernir sus contornos, su significado mayor, su patetismo insoportable y heroico.

Fish Tank, de Andrea Arnold (2009)

Últimamente parece que, sin premeditación, cae cada dramón en mis manos que casi se le quitan a una las ganas de escribir sobre ellos. No trato de poner en duda aspectos de calidad indudable en Precious, Nacidas para sufrir o Fish Tank, que he visto  seguiditas, una detrás de otra con el paréntesis entre las dos últimas de Pájaros de papel, otra originalísima revisión de la postguerra, solo apta para incondicionales de Amar en tiempos revueltos o Cuéntame… Con sus innumerables diferencias, y obviando el aterrizaje de Aragón en el mundo del largometraje, historias todas intencionadas para revolver los ánimos del sufrido espectador, a pesar de tratar temáticas muy diferentes.

Pues bien, la película británica de moda, Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, entre otros galardones, y que ha visto aplazado su estreno en España para finales de abril (ya está en DVD tras los Pirineos) trata de nuevo el tema de la adolescencia, el retrato de la sexualidad y la vulnerabilidad en los años más jóvenes desde un punto de vista, en mi opinión, nada novedoso, aunque esta vez nuestra protagonista no esté inmersa en la oscuridad de las drogas o la prostitución (me vino a la cabeza recurrentemente Thirteen, fíjate) sino que, por el contrario, la muchacha huye del desatento mundo que la circunscribe a través de lo único que tiene sentido para ella: bailar hip hop. El escenario: el extrarradio de una ciudad británica moderna, con sus deteriorados edificios iguales y sus ventanas rectangulares, hábitat típico y tópico del semi-proletariado urbano europeo que da al film un aire mucho más social. Cómo no podía ser de otro modo, la pobre muchacha se halla sin el cariño de nadie, pues su madre, mujer negligente consigo misma y con sus hijas, para más inri alcohólica (Kierston Wareing, la de En un mundo libre), organiza fiestas en casa con cuarentones aspirantes a clase media cachondos y frustrados, listos a lanzarse con avidez a cualquier posible vía de escape mientras muestra un total desafecto hacia ella, a quien regala frases tan maternales y tiernas como ¿Sabías que estuve a punto de abortarte? Con semejantes perspectivas (no he dicho nada de la hermana menor, unos siete años, adicta a la sidra y a sustancias fumables) nuestra protagonista logra encontrar un referente del que acaba enamorándose (como era previsible y como lo hace una adolescente, claro): el varonil y reciente novio de su madre, un magnífico Michael Fassbender que se mueve a lo largo de la película entre instintos paternales y sexuales. Su primera indiferencia se convierte para ella en un poderoso objeto de atracción, y comienza a visitarle en su trabajo y a escuchar ocasionalmente sus consejos. El culebrón se desata por completo cuando una noche, él borracho y ella, tras una sensual escena bailando a lo Nueve semanas y media pero sin streap-tease y con California Dreamin de fondo, caen en brazos uno del otro (esto también se veía venir) y todo tiende a complicarse. Da, a partir de aquí, la sensación de no existir un guión definido, un final claro en torno al que giren los acontecimientos, cuando ella le sigue, o descubre que es padre de una criatura, pues los hechos se desarrollan mientras nada parece tener sentido lógico ni coherencia con el final de la película, que hubiese sido seguramente el mismo sin todo el proceso rocambolesco que la envuelve desde el meridiano. El título se supone simboliza esos años en los que uno se encuentra atrapado en un sinfín de angustias y contradicciones. Esos años en que como peces en acuario desconocemos que el océano existe fuera de cuatro paredes de cristal. Lo que no sabemos es qué mundo nos espera cuando salimos al exterior y nos enfrentamos a la vida. Y la conclusión de la película, que bien podría haber firmado papá Loach, es que todo cuanto hay por descubrir supone una amenaza para nosotros mismos. Un estudio social típico, tópico y bastante, muy desolador, en el que cabe destacar la buena actuación de la protagonista y, por supuesto, el trabajo de sacar de donde no hay realizado por la directora; teniendo en cuenta el presupuesto y que la chica, una excelente Katie Jarvis, pocas veces se había puesto tras una cámara y fue seleccionada por su fuerte carácter cuando peleaba a voces y puñetazo limpio con su novio a la espera del casting, según dicen las entrevistas. La banda sonora tampoco mata; esto lo dice mi amiga, que entiende hip hop. Y yo la creo.

Cine británico

Zoom In: Krzysztof Kieslowski, La doble vida de Verónica

Solo oímos el sonido del piano, la pieza es de Preisner.

Simbiosis perfecta con cada detalle de la escena.

Otro tanto sucede a nivel visulal,  la marioneta condensa el sentido completo del personaje, Verónica (Irène Jacob), y el mensaje de toda la película.

Aunque es Philippe Volter el actor que interpreta al personaje de Alexandre, quien construyó las marionetas que aparecen en el filme y quien mueve sus hilos es Bruce Schwartz, excepcional marionetista que fascinó a Kieslowski y al que ofreció la posibilidad de participar en la película. Una joya, imprescindible, de las que hacen amar el cine.

Zoom In Cine polaco

Thirst (Bakjwi), de Park Chan-wook -2009-

Park Chan-wook se aventura esta vez en el terreno de los vampiros, aunque lo hace de modo realmente pintoresco. Por supuesto nada que ver con la saga Crepúsculo, pero lejos también del rigor y trascendencia de la sueca Déjame entrar. Thirst es una película de vampiros inclasificable dentro de lo que la que escribe ha podido ver sobre el género (no demasiado, pero tampoco neófita en la materia). El  protagonista es nada menos que un cura católico en Corea, quien deviene en vampiro al prestarse voluntario en un experimento cuyo fin es encontrar una vacuna para un virus mortal que afecta únicamente a los hombres, matándolos con lo que parece ser un acné que destruye su fisonomía y sus órganos. Nuestro sacerdote, único superviviente de entre 500, pasará a ser venerado por los pobladores locales, uno de ellos un amigo de la infancia, quien vive con su madre y su esposa Tae-joo, una auténtica loba con piel de cordero.

Mientras el  curita va descubriendo la sed de líquido rojo y de su libido, la chica se presenta como víctima de los abusos del marido y de la suegra, quienes la humillan constantemente tratándola como una esclava. No transcurre mucho tiempo para que el sacerdote y la esposa se pongan a esas cosas que los curas y las mujeres casadas no deben hacer, incluyendo el asesinato de vez en cuando. Claro que, mientras él está poseído por un gran sentimiento de culpabilidad y resuelve sus necesidades de hemoglobina chupando del catéter de algún enfermo en coma del hospital donde presta sus servicios, ella carece de cargo de conciencia alguno y su nueva vida le permitirá sacar a la luz sus instintos asesinos más primarios, también sexuales.

Park Chan-wook siempre sorprende por el manejo narrativo que imprime a  las secuencias en sus películas, independientemente del tema tratado, y esta no es una excepción: es posible a veces contar más con la cámara que con los propios diálogos. Otra constante es el tratamiento de los elementos costumbristas de la sociedad coreana (familia, tradiciones, creencias, sexo)  siempre con fragrante ironía, rozando lo grotesco, sin que la acidez le reste elegancia  y caiga en la vulgaridad. Una horda de enfermos espera ser tocado por las manos del padre Sang-Hyun, quien es incapaz de asesinar a nadie para sobrevivir, pero que al tiempo niega unas gotas de sangre a su padre ciego para que recupere la vista: menos de dos minutos y ya sabemos como se las gasta el bueno del protagonista. A destacar también la habilidad -esta es una constante en todas sus películas- con la que retrata las contradicciones y conflictos morales, la metáfora matrimonial y el dibujo de la concubina, abiertamente demoníaca, frente a las bondades de él, justificado permanentemente en la fe: ambos son monstruos de la naturaleza, pero al menos ella no lo disimula en absoluto. Los adornos procedentes de la mitología de vampiros (dormir en un ataúd, capacidad para volar o la mortal exposición a la luz solar) están presentes en la película como referencia explícita a la naturaleza monstruosa de ambos seres.

Originalidad, buenas actuaciones en general, secuencias de rigor formal notorio y grandes dosis de mala leche son los pilares en los que se asienta este interesante trabajo. Con todo, la película no solo no llega al nivel de Oldboy o Sympathy for Lady Vengeance, sino que en mi opinión está en un tramo inferior a Soy un Cyborg, con la que descendió algún que otro peldaño en el listón de lo ofrecido en las anteriores. Hay que reconocer que Park Chan-wook es un maestro cámara en mano, que cada uno de sus movimientos imprime a la película planos extraordinarios y que probablemente el mismo guión de la mano de otro director mucho menos hábil la relegaría directamente a la serie B. Pero no basta con eso, hay que contar una historia que enganche por su contenido, independientemente del modo en que se haga o de que elemento narrativo tenga más peso, ahí es cada autor. Y Thirst es una película alargada innecesariamente, con muchas más escenas superfluas de las deseadas, de esas que no cuentan ni aportan ningún elemento interesante al espectador y cuya única justificación son con toda probabilidad el propio recreo del director: la parte inicial de cómo contrae la enfermedad -milagros incluidos, y hasta que es consciente de ella-, la casi media hora intermedia de relaciones sexuales (para lucimiento del desnudo de Kim Ok-bin, juzguen ustedes los hombres) e incluso la última parte, a la que imprime mayor ritmo pero sobrecarga de paja hasta el momento final. Dos horas de película que sin 45 minutos sobrantes hubiese funcionado mucho mejor y el ritmo narrativo no se vería mermado en favor de que saquemos la conclusión que Park es un virtuoso de la cámara, pero que puede llegar a cargar en muchos momentos.

La cinta blanca (Das weiße Band, Eine Deutsche Kindergeschichte) – Michael Haneke, 2009

Una cinta blanca en el brazo de un niño, recordatorio de la pureza requerida por el bunker  espiritual del lugar, el calvinismo, previo a ceremoniar la fe en la confirmación. Niños que son la cara amable de la crueldad humana en este relato subtitulado «Eine Deutsche Kindergeschichte» (Una historia de niños alemanes), escrito en los créditos con los que se abre la película, en letra cursiva Sütterlin, ortografía con la que se enseñaba a los escolares en Alemania hasta 1941.

Un hombre voz en off comienza a contar la historia de un pequeño pueblo alemán, probablemente con posterioridad a la toma del poder por los nazis y de su caída, después de la guerra. Nos remite al verano de 1913. La voz es la del joven maestro que enseña los rudimentos del conocimiento al hijo del médico, del pastor protestante, al hijo del barón y a los de los campesinos de la aldea. Pequeños delitos se suceden: el médico sufre un grave accidente en su hacienda, abusos al hijo del terrateniente, vejaciones a un retrasado, la ceguera de la partera… El bisturí de Haneke disecciona los personajes y la cámara es el terrible laboratorio donde los lanza unos contra otros para mostrarnos una vez más el lado oscuro del alma humana. El guión es exacto, preciso, denso, venenoso. Pocas palabras, las justas, pero no hay tregua ni lugar para el sosiego. La nueva generación da una vuelta de tuerca a los terribles rigores del calvinismo, a la dependencia feudal, y son los críos más peligrosos si cabe que los adultos. Es el retrato social del cambio inminente, el germen del fascismo. Años de represión y rencor grabado a fuego en su sangre, no hay paz en sus conciencias llenas de secretos, el miedo es palpable. Sin una sola escena explícita de violencia (a excepción de la conversación del médico y la partera, que solo con palabras es escalofriante), Haneke deja que la cámara llene el vacío de los silencios y el horror se hace insoportable. Los diálogos son precisos, contundentes, de todos ellos, el del tutor con el hijo de barón sobre la masturbación y la pureza banal es desgarrador. Los niños quedan impunes de sus maldades, la culpabilidad de los delitos y la cuestión de un delincuente que aparezca al final de la película es aquí trivial: la guerra siempre viene de fuera en las películas de Haneke. Aunque tal vez este hecho carece de importancia porque sabemos que muchos de los integrantes de este microcosmos en blanco y negro morirán años después, en la guerra. Los que no, son el prólogo a los horrores que depararía la primera mitad de ese recién comenzado siglo XX.

Galardonada con la Palma de Oro en el último festival de Cannes, merecidísima a mi juicio, he tenido oportunidad de verla durante las vacaciones navideñas y casi me atrevería con la afirmación de que se trata de la mejor película de Haneke hasta la fecha, quien demuestra una sólida madurez como cineasta sobre todo a la hora de retratar la violencia y la ambivalencia del ser humano y de ser capaz de ofrecer un plato terrorífico sobre hechos lamentables de nuestra historia reciente, penoso espectáculo que Haneke retrata con belleza austera, pero con imágenes de esas que quedan para siempre grabadas en la mente. Esperemos que la distribuidora cumpla su compromiso y podamos verla estrenada en España el próximo 15 de enero, sin retrasos ni dilaciones, pues ya se ha exhibido en la mayoría de países europeos, a excepción del nuestro y creo que Finlandia. De otro modo no nos quedará más remedio, con permiso de la señora ministra, que pedir prestado el DVD -a punto de salir- a algún internauta vecino, o cruzar los Pirineos para verla en pantalla grande -suena práctica de  tiempos lejanos, o quizás no tanto-.

Barton Fink, de Joel y Ethan Coen (1991)

Nueva York, 1941. Barton Fink (John Turturro), autor teatral socialmente comprometido triunfa en Broadway.  Su reconocido éxito y prestigio  como escritor deviene en el gran salto, al ser  conntratado por Hollywood como guionista en una película de lucha libre. Sacrificará el humo de la ciudad y su ascendente carrera teatral por el estrellado cielo del mundo del celuloide.

Barton se muda a L.A. y decide hospedarse en un hotel lúgubre en lugar de hacerlo en los bungalows preparados para guionistas, pues su visión intelectual de la escritura le dicta sumergirse entre gente normal y corriente para obtener la inspiración que necesita. Sin embargo, en Hollywood parecen contar poco las aspiraciones intelectuales de nuestro amigo, pues los escritores no son sino meros junta-clichés que vomitan guiones pare el consumo masivo y la taquilla inmediata. Allí conocerá a Charlie Meadows (John Goodman), un vendedor de seguros que vive en el hotel y que jugará un papel determinante en el devenir de Barton. Barton parece bloqueado para la escritura, sufre el miedo a la página en blanco, hasta que conoce a Audrey (Judy Davis), con quien encontrará la inspiración necesaria en las fuentes más siniestras. Esa ambientación noir que los Coen saben tan bien representar, los lugares opresivos, asfixiantes, el hedor que casi puede respirarse a través de la pantalla y la sensación de calor palpable gracias a la virtuosidad de la cámara recorre toda la película, que hace gala, además, de un agudo sentido crítico a la hora de atacar la industria cinematográfica, las ingenuas aspiraciones del protagonista e incluso a la crítica especializada, amén de las  referencias literarias a escritores Faulkner, Keats u O´Connor o al ambiente socio-político imperante en Estados Unidos en plena Guerra Mundial. Una impactante y nada convencional comedia negra que cuenta, con grandes dosis de sarcasmo, la historia de las penas de Hollywood, de los magnates que sostienen la industria del cine y de sus muchos cadáveres sin rostro.

Joel Coen y Ethan Coen en uno de sus mejores logros; una historia compleja, sugerente, magníficamente narrada y recorrida de un ambiente claustrofóbico y delirante que en 1991, como no podía ser de otro modo, arrasó en Cannes. John Turturro se llevó el premio al mejor actor, el mejor director para Joel Coen y la Palma de Oro a la mejor película. ¿Volverán los Coen a hacer cine como este?

  • Dedicado a Sergio, quien me regaló el DVD

Adoration, de Atom Egoyan (2008)

Entretenerse con el cine de Atom Egoyan es como jugar con muñecas rusas: sus historias permanecen envueltas una dentro de otra y al hilo de un tema principal que continúa encerrado en la última escala del juego, tenemos que recomponer todas las piezas como si de un puzle entre comedia pesimista  e  inquietante drama se tratase. No es esta su mejor película, ni tampoco la más ambiciosa, de hecho en Adoration los campos abarcados en el tiempo, en los temas y en sus personajes son sustancialmente más reducidos que en films como Ararat, Exótica, El dulce porvenir, El viaje de Felicia o una de mis preferidas, El Liquidador (The Adjuster). Sin embargo conserva esa característica perversa de su cine que es el coqueteo a la hora de jugar con temáticas muy actuales y manejar sus personajes como sólo él sabe hacerlo.

Adoration está inspirada en una noticia publicada en 1986,  cuando un terrorista jordano embarcó  en un avión a su novia irlandesa embarazada con una bomba oculta en el equipaje de mano, con tal suerte que el artefacto no llegó a explotar y fue hallado al registrar a la chica a su llegada a Tel Aviv . El protagonista, Simón, se identifica con el niño todavía no nacido que viaja en el vientre de su madre para presentar un ensayo en el aula de francés del instituto al que asiste. Su implicación es tan grande y lo hace con tal verosimilitud que se les escapa de las manos, tanto al alumno como a la profesora, y el texto se filtra en internet como si fuese cierto, provocando una avalancha de respuestas desde ópticas muy diversas. El punto de partida es cómo se siente un niño al crecer con el conocimiento de que su padre quería matarle. Pero la identificación de Simón con ese niño no es el único tema. La película explora hasta qué punto la red es capaz de invadir nuestra privacidad y nuestra vida cotidiana. La relación de los individuos con los medios de comunicación ha cambiado radicalmente en los últimos años, ya que cualquier persona con una línea y un ordenador tiene la capacidad no sólo de acceder a multitud de información sino de comunicarse para ofertar su punto de vista e incidir en el de otros, a pesar de que el chat en grupo no esté todavía (como se da en la película) al orden del día y para ello aún tengan que pasar unos años. Adoration es también una historia sobre la edad y la búsqueda de la verdad. Simón perdió a sus padres en un accidente y vive a cargo de su tío. Se enfrenta, además, a algunas revelaciones hechas por su abuelo en el lecho de muerte que todavía no comprende. El juego entre esa verdad y lo posible, entre la ficción y la simple imaginación son las armas de Egoyan para explorar el mundo interno del personaje. Todas estas piezas convierten a Adoration en un film complejo que aborda la temática de la comunicación en el mundo actual, las caras que adoptan las limitaciones a la libertad académica en la enseñanza moderna, las múltiples posturas ante una realidad de primer orden como es el terrorismo suicida y los entresijos de una familia sumida en la tarea de resolver sus mitos y misterios, al menos en parte. Recuerdos reales, otros imaginarios, se mezclan para hallar su punto de inflexión y ofrecer un final a mi modo de ver fascinante, a pesar de no abordar los temas con la resolución estética de muchos de sus anteriores films y de tratar algunos asuntos de soslayo sin detenerse demasiado en ellos. Pero no deja de ser interesante tanto por lo que aborda como por cómo lo hace, sin maniqueísmo y dejando absoluta libertad al espectador de tomar aquello que le interese. Si ese espectador está dispuesto a hacer el esfuerzo que no se exige en los estrenos de multisala, merece la pena adentrarse un poco en la genial locura que Egoyan propone con la película,  pues mientras resuelve el enigma de Simón, deja abiertas muchas preguntas que estimulan el debate y el pensamiento.

El Inadaptado, de Jens Lien (2006)

cartel argentino«Den Brysomme Mannen» es el título original de este film del cineasta noruego Jens Lien; película que describe la soledad en un mundo ideal, aparentemente equipado con todo lo deseable, y que no es sino una magnífica sátira sobre la fantasía consumista de la sociedad del primer mundo. Imaginad por un momento un mundo donde los problemas cotidianos han sido eliminados, las relaciones entre las personas son sencillas, sin sobresaltos, esforzadamente armónicas, el trabajo está garantizado, los jefes se muestran siempre solícitos y agradables, las ciudades están cuidadas, no hay demasiado ruido y nada resulta molesto ni exasperante, las calles están eternamente limpias, todo ha sido construido a la medida para que simplemente podamos disfrutarlo cuando queramos y hasta la pobreza ha sido erradicada. Andreas (Trond Fausa Aurvag) llega a esta ciudad modelo, que parece directamente sacada de un catálogo de IKEA, sin saber cómo ni porqué, un lugar donde todo está hecho a la medida para él: un puesto de trabajo, una vivienda, una esposa que le quiere y a su disposición toda clase de entretenimiento prefabricado a la espera para su disfrute. Sin embargo, el precio es alto. Debajo de esa perfección y fachada de continuas y forzadas sonrisas, las personas parecen no tener emociones, se comunican a través de una cortesía artificial y sus relaciones se antojan puro plástico. Escapar, atraído por el olor que ya no existe de un plato de comida caliente o una simple melodía lejana que martiriza su recuerdo, pasará a convertirse en una necesidad. La otra alternativa no es sino el suicidio…vlcsnap-2803009Brillante y muy entretenida fábula que se pregunta sobre la naturaleza de nuestra cultura posindustrial, consumista, obsesionada con la belleza mediática y las apariencias. Las actuaciones son exageradamente teatrales, con personajes definidos desde un principio que asumen un rol posmoderno en su máxima expresión. La iluminación es fría, los colores grises y azulados, poco saturados, logran el efecto de estar filmada dentro de un congelador. El aspecto visual de la película y su factura técnica es lo más logrado, con encuadres casi perfectos y una fotografía realmente extraordinaria. Y la música acompaña el tono de la película dándole el tinte pretendido de experiencia surrealista a vez que horrorosa.vlcsnap-2759935

vlcsnap-2805354Sin ser una historia demasiado original, la película transmite un constante fluir de ideas sobre nuestro presente, hacia dónde vamos en un mundo tendente cada vez más a lo aséptico y también sobre los deseos de las personas en el contexto en que vivimos. Un film alegórico que, sin embargo, huye de maniqueísmos y no pretende ser instructivo o revelador de otro tipo de sociedad, quedando sólo en una sátira a modo de comedia negra acerca de eso que durante mucho tiempo se nos ha vendido como pretendido bienestar. En este sentido, tiene cierto aire metafórico que recuerda mucho a «Brazil» de Gilliam, aunque comparte las referencias al cine con algunas ideas evocadoras a Milton o Kafka, junto a cierto aire fílmico mezcla entre Tarkovsky (Stalker), en el aspecto dramático, y la soledad del hombre al modo que lo hiciera Jacques Tatí en su faceta de comedia, con aquellos personajes que nos hablaban sobre los sencillos placeres humanos, el deseo de escapar de lo cotidiano y su lúdico afecto por la naturaleza humana.

Grzegorz Jonkajtys: Arka

087-arkaEl nombre del animador polaco Grzegorz Jonkajtys no es demasiado conocido, pues en toda su carrera profesional sólo ha realizado dos cortometrajes. Sin embargo, todos recordamos películas como El laberinto del fauno, Sin City, Hellboy, Gothica o La liga de los hombres extraodinarios; películas que no serían lo que son sin la intervención de Jonkajtys como animador gráfico o responsable de sus efectos visuales. Parece que trabajo no le falta, y viendo el corto animado Arka, realizado en 2007, se comprende la circunstancia, porque la animación es de una calidad superior, muy bueno gráficamente, con una ambientación fantástica que, unida a un argumento igual de bueno hace que se pasen los 8 minutos de duración en un plis, a pesar de su ritmo lento, reservando, además, un final inesperado pero, a mi juicio, realmente acertado.

El argumento recuerda la leyenda de El arca de Noé trasladada al futuro. Esta hermosa, aunque triste historia, trata sobre un virus desconocido que ha destruido la práctica totalidad de la población humana. El título hace referencia al intento de escapar de los pocos supervivientes, ajenos a la verdadera naturaleza de la enfermedad, en una flotilla de barcos, en busca de tierras deshabitadas y no contaminadas. En su éxodo para la supervivencia, encontrarán algunas sorpresas.

El corto ha obtenido diversos premios, entre ellos a la Mejor Animación en el festival de cortometrajes de Budapest, la Mención Especial en el Prix Ars Electrónica en 2007, el premio a la Mejor Película animada en el Siggraph o el Hobby-Horse de plata y premio a la Mejor Animación en el Festival de Cracovia. Fue presentado, además, en la selección oficial del Festival de Cannes el mismo año.

Título original: Ark/ País: Polonia/ Año: 2007/ Animación: Grzegorz Jonkajtys/ Guión: Grzegorz Jonkajtys/ Música: Pawel Blaszak y Tomas Mayer/ Productor ejecutivo: Marcin Kobylecki/ Duración: 8 minutos. Sin diálogos.

Tres Monos, de Nuri Bilge Ceylan (2008)

three-monkeys-cartelPocos son los cineastas capaces de expresar tantas cosas sólo con su cámara, con las mínimas palabras. En «Tres Monos» casi no hay diálogo, sólo un puñado de frases, sobrias, las necesarias para conformar el guión. Todo lo demás lo hace Nuri Bilge Ceylan con su objetivo y una dirección de actores excepcional, con sus largos y estudiados planos fijos,  asombrosos encuadres, expresivos silencios y esos gestos y miradas siempre sugerentes. Escenas en las que se dice lo justo y evitan lo superfluo pero que logran adentrarse poderosamente en la mente de cada uno de los personajes para explorar la complejidad del alma humana.

«Tres monos» es la historia de una familia turca de tres miembros, en la que el padre, chofer y hombre de confianza de un reconocido político, acepta una suma importante de dinero a cambio de declararse culpable por la muerte de un hombre atropellado por su jefe en un accidente automovilístico. 2519940462_f30c05d16eSu familia seguirá cobrando el salario mientras cumple su condena, pero la nueva situación sacará a la luz viejas contradicciones y mentiras que harán resquebrajar las relaciones entre ellos,  viendo como sus planes comienzan a derrumbarse. Pero ante la perspectiva del fracaso económico y personal, prefieren ignorar la verdad actuando como los conocidos tres simios que se cubren los oídos, los ojos y la boca: no ver, no oír y no decir nada para protegerse cada cual del propio sufrimiento.2519131797_b31b73edb2Una película dura, intensa y profundamente emotiva, en la que no hay cabida para episodios descriptivos y sólo se centra en los personajes, dibujando perfectamente la tormentosa relación y su evolución. Sus puntos fuertes son la buena interpretación de los actores, la profundidad y energía de la fotografía y, sobre todo, una dirección ejemplar.vlcsnap-13650194El director otomano se ocupa, además, del guión de la película, del montaje, la realización y la fotografía, esta última, profesión de la que procede. El tema de las relaciones familiares como espejo de la vida social ya había sido tratado con anterioridad por Ceylan en la película «Los climas»; película que fue presentada en el festival de Cannes en 2006, aunque en este caso se basaba en las relaciones entre una pareja.2519124793_3a0f581318Es autor, además, de «Kasaba» (1997) y «Nubes de mayo» (1999), ambas seleccionadas en el festival de Berlín, y de «Uzak», galardonada en Cannes en 2003 con el Gran Premio del Jurado y el premio a la mejor interpretación masculina. «Tres monos» obtuvo el premio al Mejor Director en el pasado Festival de Cannes y es la película seleccionada por Turquía como candidata al Oscar como mejor película extranjera, aunque no ha logrado colarse entre la lista de nominadas para este premio.2519948914_84d699c4a4Con Tres monos, Nuri Bilge Ceylan muestra una gran madurez como director y una armonía casi perfecta en la utilización de los medios técnicos, sobre todo en lo que a imágenes se refiere, y también en la realización, a pesar de que su equipo habitual es casi artesanal y se limita a un estudio creado en el ámbito familiar en el que su mujer, la escritora Ebru Ceylan, participa en la confección de los guiones (aunque, al igual que el propio director,  a veces ha participado en el elenco) o él mismo digitaliza la fotografía.vlcsnap-13660944A pesar de que en la cinta sólo actúan cuatro personajes, la ambientación de muchas escenas deja entrever sutilmente situaciones cotidianas de su país, como las contradicciones entre un estado laico y el mundo islamista, la persecución del pueblo kurdo o la presencia casi constante de los militares en la vida cotidiana en una especie de estado de excepción ya habiual, que se corresponde a modo de metáfora con el comportamiento de los personajes, el pulso lento pero intenso de la película, la fotografía sombría, el escaso estetismo visual y el desenlace  tormentoso de la vida familiar presente en casi toda su filmografía. Recomendable, a pesar de que figura fuera de los círculos comerciales en España y, como no, sin fecha de estreno prevista.