Alois Nebel, de Tomáš Lunák (2011)

Alois Nebel es un largometraje de animación checo dirigido por Tomáš Lunák, que adapta la novela gráfica homónima escrita por Jaroslav Rudiš con dibujos de Jaromír Švejdíka. La película está realizada en rotoscopia, técnica que consiste en animar los movimientos del dibujo plano a plano siguiendo una previa puesta en escena real. El resultado en este caso es excelente: los ochenta minutos de duración parecen fluir con asombrosa naturalidad por la pantalla hasta el punto de que el espectador olvida que se trata de una animación. Visualmente, es una delicia absoluta, y el blanco y negro combina perfectamente con el tono atmosférico de la historia.

Claramente influenciada por el cine negro clásico, y evocando también alguna de las películas checas más famosas de los años setenta (Trenes rigurosamente vigilados), Lunák teje un auténtico hechizo en torno a Alois, un empleado ferroviario de mediana edad que trabaja en una estación de tren en la región montañosa de la República Checa fronteriza con Polonia. Corre el año 1989, la radio da constantemente noticias sobre checos que intentan huir a través de los pasos fronterizos y el muro de Berlín está a punto de caer. Alois, con su monótona vida y su rostro sombrío parece estar de vuelta de todo. Pero los aires de cambio político evocan obsesivamente fantasmas del pasado al final de la Segunda Guerra Mundial. La niebla y la lluvia acompasan su tortura hasta terminar en un sanatorio. Cuando sale de allí, el mundo ha cambiado: el muro que divide Europa ha desaparecido, la revolución de terciopelo ha mandado al traste el régimen comunista y la vieja estación de Bílý Potok ha encontrado quien le sustituye.

Alois Nebel evoca cuentos clásicos e historias ancestrales: el bosque oscuro, las casas aisladas en las colinas, los trenes y las estaciones solitarias, las tormentas, la incesante lluvia, pero es absolutamente moderna en todo lo demás. La película repasa momentos cruciales de la historia europea resonantes todavía en la memoria de muchos, pero también es la historia de un hombre, de su vida cotidiana y la insidiosa realidad que le rodea. Alois se ve envuelto en una maraña de traiciones, historias de contrabando, fugitivos que huyen en la noche y el  recuerdo de una mujer de su pasado. Alois se muestra casi siempre estoico y pasivo frente al mundo exterior. A pesar de ello, la historia resulta conmovedora y hay una gran sensibilidad y empatía bajo cada escena de esta joya, destinada probablemente a convertirse en un clásico de la animación europea. Al tiempo.

Surviving life (theory and practice) / Sobreviviendo a la vida (teoría y práctica), de Jan Svankmajer (2011)

El pasado miércoles 18 de abril se estrenaba en la Filmoteca de València la última película realizada por el artista checo Jan Svankmajer. Svankmjer define Sobreviviendo a la vida (teoría y práctica) como una comedia psicoanalítica, pero el título podría bien ser el de un compendio del conjunto del trabajo de este artista, todo un superviviente a un mundo donde la técnica ha dejado arrinconado el cine como experiencia de los sentidos.

La película trata sobre los sueños y su protagonista es Evzen, un hombre  atrapado en un monótono trabajo de oficina que sueña de manera recurrente con una exótica mujer vestida de rojo. Cuando le confía a su médico estar perdidamente enamorado de la mujer que invade su sueño, éste le manda directo al psiquiatra. El hombre se horroriza al descubrir que la psiquiatra está tratando de ayudarle a deshacerse de su obsesión, ya que su único deseo es continuar viviendo la fantasía, y su mayor temor, que cualquier día pueda desaparecer de su inconsciente mientras duerme. En la consulta aparecen colgadas, tras el diván, las fotos de Sigmun Freud y Carl Gustav Jung, cada cual bien atento a las sesiones y reaccionando de manera diversa cuando sus teorías o las de su rival son empleadas por la psiquiatra. Personalmente, me encantaron las escenas en que los retratos de Freud y Jung se pelean. En general se trata de un film divertido y muy creativo, con un montón de gags visuales y, por otro lado, es también una de las películas más accesibles de Svankmajer, para todo tipo de público.

Svankmajer trabaja todas sus películas a base de una mezcla entre personajes reales y recortes de animación de diversos objetos como herramientas, animales, dentaduras postizas, órganos corporales o alimentos varios que cobran vida propia entre los protagonistas reales. Con todos ellos logra crear un complejo de estructuras nada convencionales, construyendo la película como si se tratara de un collage donde se superponen técnicas de acción real y animación stop-motion que tratan de aportar planos de significado distintos a lo que está viendo el espectador. De esta forma, a la vez que transcurre el argumento, los objetos que el propio director crea y anima aportan una fuerte carga metafórica sobre el mundo de los sueños y la realidad, la infancia, el erotismo y hasta la teología. Por encima de todo, el cine de Svankmajer es enormemente sensorial. La imagen resulta ser siempre más elocuente que la palabra.

Renegado de la animación por ordenador, a la que acusa de crear objetos artificiales, sin sustancia, y probablemente el único surrealista europeo militante que queda en activo, su trabajo, a pesar de haberse mantenido casi siempre fuera de los círculos comerciales, ha marcado (y es reconocido así) a directores como Terry Guilliam, los hermanos Quay o Tim Burton. Cuando el año pasado terminó el rodaje de Sobrevivir a la vida, declaraba que esta iba a ser su última película. Sin embargo, nos llegan noticias de que está trabajando en un nuevo proyecto, Hmyz (Insectos), un largometraje que quiere poder estrenar en 2015. Teniendo en cuenta que a fecha de hoy tiene 82 años cumplidos, el auténtico superviviente de la vida y del Cine será el propio Svankmajer.

El estreno de esta película abre un ciclo dedicado a la figura del director que ha preparado la Universitat Politècnica de València en colaboración con el Centro Checo de Madrid. Y, a pesar, atentos todavía a recortes presupuestarios de última hora -es lo que hay-, el ciclo tiene la intención de proyectar los seis largometrajes del director y un buen número de sus cortos en la Sala Berlanga de la Filmoteca de Valencia. La sesión inaugural incluyó también la presentación del libro recientemente publicado por Svankmajer, Para ver, cierra los ojos, editado por Pepitas de Calabaza. La retrospectiva se completa con  una exposición de los Collages de la película Sobreviviendo a la vida a cargo del Centro Checo, en la que se muestran los diversos objetos y maquetas creadas por el propio Svankmajer, así como las técnicas empleadas en el montaje de las distintas escenas. La muestra permanecerá abierta hasta el 30 de junio en la sala de exposiciones Josep Renau de la Facultat de Belles Arts Sant Carles, en la Universitat Politècnica de València.

Otros artículos sobre Jan Svankmajer en este blog:

Sileni. 2005. Largometraje

Food. 1970. Cortometraje

Kafka en el Cine (5): Amerika

Amerika se publicó una vez fallecido Kafka, en 1927. Originalmente, se cree que comenzó con un cuento corto llamado El Fogonero, que apareció como libro independiente en 1913, y que relata las aventuras de Karl Rossman, un muchacho de dieciséis años que embarca para el Nuevo Continente en busca de fortuna. Para algunos, Amerika es una de las piezas magistrales del escritor. Otros, sin embargo, son más escépticos sobre si verdaderamente Kafka escribió una novela o simplemente se trata de una serie de relatos breves (siete), inconclusos algunos y otros desechados para la publicación por el propio Kafka, que su amigo Max Brod aunó una vez desaparecido el autor y al que, incluso, le atribuyen la autoría del último capítulo. Kafka utiliza el término novela americana para referirse al libro que no llegó a concluir y del que expresó su deseo de que fuese destruido. El título Amerika fue elegido por Brod, quien reunió el manuscrito inacabado y lo donó a la Universidad de Oxford. La novela se podría decir que es la más realista de las obras de Kafka, a excepción del último capítulo. También hace gala de un humor más explícito que otros de sus trabajos, aunque persisten los motivos de un sistema opresivo e intangible presente en el conjunto de su obra que lleva al protagonista a esas situaciones tan extrañas y características. Kafka gustaba de leer libros de viajes y memorias. En varios de sus escritos reconoce su admiración por la biografía de Benjamin Franklin o las novelas de Charles Dickens, de las que disfrutaba con la lectura de pasajes en voz alta. Su anhelo por los espacios desconocidos y las tierras lejanas también es patente en cartas y conversaciones. Aunque, en realidad, nunca lograría viajar más allá de Francia o el norte de Italia Sigue leyendo

Una noche en una ciudad, de Jan Balej (2007)

«Jedné noci v jednom městě«, título original de este largo de animación dirigido a adultos, fue el resultado de seis años de dedicación casi exclusiva del checo Jan Balej a su proyecto. Praga es algo así como la Alejandría de la animación Stop Motion, última depositaria de una técnica heredera de grandes artistas como Jiri Trnka o Jan Svankmajer, que vive en la actualidad su declive. Porque en la era de la digitalización y el 3D, no son demasiados los animadores que invierten su tiempo en algo que requiera tanta paciencia como este tipo de trabajos. Para la elaboración es preciso construir una a una todas las marionetas, crear los fondos manualmente y hacer las miles de tomas que unidas darán lugar a los movimientos de los personajes. Seis años para unos 70 minutos reales filmados: se puede decir que la determinación de Jan Balej es poco menos que infinita. En Praga, sólo queda un taller que se dedica a fabricar muñecos manipulables para este tipo de películas; ahora, el propietario está a punto de jubilarse y su trabajo tiene tan poca solicitud que está condenado irremediablemente a desaparecer. La película parece recoger a través de sus historias el tono melancólico que invade hoy a los amantes de esta técnica artesanal. Y como si el sentimiento quisiese ser transmitido al margen del idioma del posible espectador, carece de diálogo y los personajes se comunican mediante gestos, miradas u onomatopeyas. Su atmósfera se construye lentamente, entretejiendo diferentes historias cuyo nexo común es la omnipresencia de la noche. Historias que no llegan a conectarse unas con otras, cuyos personajes entran y salen del escenario del film sin el convencionalismo estricto de un guión que los una.

Todo comienza una noche con una invasión de hormigas en un edificio de viviendas, a las que acompañamos para asistir como espectadores de la extraña vida de sus habitantes. La suerte de fenómenos que se oculta detrás de las puertas es impredecible; historias plagadas de horror y humor negro que son un prodigio de la insana imaginación del autor. Todas tienen como lugar común la noche de Praga y el barrio de Zizkov, que Jaleb plaga de personajes y situaciones a cual más surrealista y extraño: hombres con cabezas deformes, uno complace su tiempo construyendo un circo de insectos muertos, otro tiene en la cocina su propio crematorio para perros, hay un cazador de osos urbanos, un ama de casa dedica su amor a un burro culto en detrimento de su familia o un pez y un árbol comparten las vacaciones navideñas… Acompañan este desconcertante festín otras historias en una ciudad, en el escenario de la calle, cuyo hilo argumentativo resulta menos agrio que las que tienen el edificio como telón de fondo, pero sin alejarse demasiado de su tono decrépito. Historias aparentemente inconexas que en conjunto ofrecen un trabajo originalísimo, cargadas de referentes literarios y plásticos (en el cine y en la pintura), que tienen como denominador común alejarse de toda amabilidad hacia el espectador, quien puede llegar a sentirse por igual fascinado e incómodo ante lo que va pasando por su retina. La historia de amor a la sombra de un café, en el que las pinturas de la pared adquieren vida en la imaginación de un hombre solitario y el modo en que mezcla deseos, recuerdos y pesadillas, evocan la angustia de los relatos de Poe, al tiempo que los escenarios rozan la decadencia de Wilde. En otro, una oreja lynchiana es hallada por un frustrado acordeonista envuelta en una hoja de periódico; oreja que, una vez pegada a su propia cabeza (automutilación incluida a lo «Lust for life» de Minnelli), le hace capaz de pintar como Van Gogh. Y alguna posee cierto aire moralizante, como la de los dos borrachos y la misteriosa botella, que no es sino una transposición del cuento de la lámpara de Aladino, cuyo genio tendrá como misión cumplir los deseos de ambos beodos. Todo conducirá a una feliniana propulsión de alimentos, alcohol, cigarrillos y fotos sexuales cuyo exceso viene a decirnos produce la disminución del apetito y de la libido, materializado como un carnaval de grandes pechos en un prostíbulo que, a modo de «tren de la bruja» se transforma en laberinto del que sólo cabe escapar por una extraña puerta…

Navegando entre el surrealismo, el absurdo, lo onírico, la acidez y lo bizarro, la película intenta hablar sobre la soledad y los sueños escondidos, sobre la amistad y sobre encontrar un lugar en el mundo y, en su combinación de poética, fantasía, humor y nostalgia, nos ofrece historias diferentes sin una trama aparente y sin que nunca lleguen a resolverse, dejando entreabierto cierto espacio para la fantasía individual de cada espectador. Personalmente, mientras unas partes de la película me parecen realmente fascinantes, otras en cambio se me antojaron poco acertadas en su contenido e incluso algunas rozan, a mi modo de ver, el límite de lo agradable. Algunas de las historias que se desarrollan dentro del edificio, que en total ocupan casi la primera media parte del film, están entre lo menos acertado, como la del exhibicionista o la amante del burro. Sin embargo, el hombre-árbol que convive con la carpa, relato que se presenta como alucinación fruto de esa dosis que ilustra el cartel, me resultó grato por lo inusual y bien llevado, a pesar del su tono surrealista, extraño y alejado de cualquier similitud al comportamiento natural en una fábula al uso. Pero son los tres últimos, que bien podrían funcionar como cortometrajes independientes del resto (estoy casi convencida de que con bastante probabilidad esa fuese la intención primera, y que después acabó sumando todos los trabajos) los que poseen una calidad técnica y narrativa incuestionable, con una ambientación entre suaves azules, tenues grises y negros muy acordes al tono del relato, a los que se añaden estudiados guiños al cine, la pintura y la literatura que solo por su disfrute merece la pena visionar la película.

Sílení, de Jan Svankmajer (2005)

Sileni es el largometraje más reciente del infatigable director surrealista checo Jan Svankmajer. La película, de «terror filosófico» (como el mismo director la define), ambientada en Francia, finales del XVIII, es un extraño cuento, una parábola llena de alegorías sobre la libertad y la represión que combina relatos del Marqués de Sade y Edgar Allan Poe con sus lenguas y sesos animados, que constituyen casi una marca registrada del director. Lo cierto es que ambos autores ya habían figurado en obras anteriores de Svankmajer, en cuya trayectoria encontramos cortometrajes basados en relatos como «La caída de la casa Usher» o «El pozo y el péndulo»; incluso obras que rinden claro homenaje a Sade, como sería el caso de «Los conspiradores del placer ( Spiklenci Slasti, 1996) en su descarada y subversiva retórica plagada de fetichismo. En esta ocasión, «El entierro prematuro» y «El Sistema del Dr Tarr y el profesor Fether» son quienes proporciona la base narrativa a gran parte del guión, en el que el protagonista, un joven con numerosos conflictos emocionales tropieza con el inimaginable mundo de un Marqués (figura directamente inspirada en Sade, cita en la película discursos literales de sus obras), amigo de oscuras orgías sadomasoquistas y terapéuticos enterramientos para curar el miedo a la catalepsia en un extraño y grotesco sanatorio en el que el citado marqués ejercerá de guía del joven, al que somete a una perturbadora  terapia purgante para la cura de todos sus temores a cambio de depositar en él su confianza.

Svankmajer deja a un lado en esta ocasión la representación del hombre como títere de la sociedad que le ha tocado vivir (animaciones de marionetas que utiliza simbólicamente en sus anteriores películas) para construir, esta vez, una parábola sobre los mismos pilares en los que se sustentan la ética de la sociedad y las imposiciones del sistema. A modo de microcosmos de esa sociedad, presenta un sanatorio mental donde los pacientes se rigen por la disciplina autoritaria y la violencia, y en la que cualquier anormalidad mental es reprimida a través del castigo físico. El mundo del marqués tiene, como contrapartida, la visión del lado opuesto, el de la condena de la razón y las costumbres de la moral; es el mundo de los deseos reprimidos liberados, la blasfemia, la búsqueda desenfrenada del deseo y las fantasías sexuales. Svankmajer disecciona el totalitarismo y la autocracia, probablemente representando el régimen anterior checo, y el western social que supuso la llegada de la nueva democracia a través de los unos pacientes del sanatorio a los que, de manos del marqués, se les permite absoluta libertad para satisfacer sus deseos. Mientras el film desarrolla su trama, trozos de carne, celebro, ojos y lenguas son liberadas y animan el decorado paseándose por los escenarios, retozándose en el barro o bailando al son de la música. Pero la carne termina como producto de consumo, en bandeja y precintado, respirando a través del plástico en la estantería de un supermercado. Su libertad sacrificada al consumo de la demanda, sugiriendo de forma más que evidente que esa aparente libertad de mercado no tiene necesariamente como consecuencia la libertad real, sino más bien una nueva forma de comercialización de la imaginación y del deseo.

Destaca una sólida labor interpretativa por parte de todo el reparto actoral, en especial la figura del marqués interpretado por Jan Triska, asombroso trabajo que me recordó en numerosas ocasiones pasajes de «La vía Láctea» de Buñuel. Es un film que seguramente, debido a lo grotesco y surrealista de su desarrollo, resultará difícil de ver a mucha gente, pero que contiene muchos matices que, si somos capaces de entrar en su juego, promete un rato muy entretenido no sólo por lo que respecta a su argumento (hay que decir en su contra que el final resulta más que previsible), sino por su diversidad creativa, su punto de vista lúdico y su blasfemo humor negro que logra ese ambiente insano que recorre toda la película y que deja la sensación de haber visto un film único, realmente irrepetible.

Kolya (Jan Svêrák, 1996)

Kolya es, seguramente, una de las películas más interesantes que produjo el cine europeo en la década de los 90, no ya sólo por lo que respecta a su dirección y perfecta construcción, sino por el retrato de una época representado mediante la historia de unas pocas personas y las situaciones que les rodean, narrado todo a través de un relato encantador, lleno de metáforas a la sociedad, a su tiempo y a las relaciones humanas, pero sin perder el tono realista, sencillo y sobrio que evitan que la película caiga en el sentimentalismo facilón. El resultado es un film conmovedor, dulcemente amargo, como lo son los mejores cuentos, esos que casi nunca se olvidan.

 

Esta pequeña historia transcurre en Praga, en 1990, poco antes de la Revolución de Terciopelo contra la ocupación rusa. Frabtisek Louka es un afamado violoncelista, soltero, ya maduro, mujeriego… un hombre que vive el momento, despreocupado de lo afectivo, que ha construido su propio mundo al margen de la sociedad, que no mira demasiado gastar más dinero del que tiene. Relegado por su desafección al régimen, malvive de lo que gana tocando en los funerales del crematorio de la ciudad. Su difícil situación económica le lleva a aceptar, a cambio de dinero, un matrimonio de conveniencia con una mujer rusa a fin de que ésta pueda conseguir la nacionalidad checa. La joven tiene un hijo de cinco años, Kolya, que no entiende una palabra de checo, con el que, debido a circunstancias imprevistas, se habrá de quedar el violoncelista. La narración despliega, con ternura pero también con la suficiente contención sentimental, la capacidad generosa del solterón y el acercamiento cándido y espontáneo a él del niño Kolya. A la vez, el retrato de la época (ostentosa presencia militar rusa en las calles de Praga, manifestaciones que se suceden exigiendo la caída del régimen, la plasmación de la revulsión popular hacia los soviéticos…) es el marco para desarrollar una historia tan sobria como enérgica en los trazos psicológicos y afectivos de sus personajes. La escena en la que Kolya se pierde en el entramado del Metro mientras Frabtisek lo busca, desesperado, resulta una de las más emotivas de la película.

Zdenek Svêrák, que es el padre real del director, Jan Svêrák, es el guionista y protagonista principal del film junto al niño, ambos con una interpretación acertada y convincente de sus respectivos papeles, que se completa con un generoso número de personajes secundarios, todos muy bien dibujados e interpretados. Como telón de fondo, maravillosas secuencias rodadas en la ciudad de Praga, espléndida y monumental, con sus jardines y paisajes idílicos. Por si todo esto fuese poco, la guinda la pone la banda sonora con numerosas piezas de Dvorak, alguna de Mendelssohn, y el fragmento final de Bedrich Smetana que cierra un trabajo sencillo y sin artificios en la realización, pero que rebosa calidad y, sobre todo, da la oportunidad de pensar más allá de la historia que a simple vista está contando. En resumen, una más que interesante película de un director que, con no demasiados trabajos, se ha convertido ya en un maestro del cine europeo actual.

Stestí

Co-producida por la República Checa y Alemania, Stestí (que significa «felicidad») es la segunda película del director checo Bohdan Slama, toda una joven promesa del cine que ya acumulaba varios galardones internacionales de su anterior trabajo «The Wild Bees». Este film, cuyo título en España es «Algo parecido a la felicidad», fue la propuesta de su país a los premios Oscar de 2006 en la categoría de mejor película extranjera, y consiguió la Concha de Oro en el Ferstival de Cine de San Sebastian, y la Concha de Plata a la mejor actriz (Anna Geislerová).
Con guión del propio director, cuenta la historia de tres amigos que viven en un barrio sububial checo: Monika (Tatiana Vihelmova), Dasha (Anna Geislerová) y Tonik (Pavel Liska). Los tres han crecido en la misma ciudad y se conocen desde la infancia. Monika vive con la esperanza de que su novio, emigrado a Estados Unidos en busca de fortuna y éxito, le mande pronto un billete para reunirse con él. Tonik es un rebelde nato huido de un hogar conservador que vive con su excéntrica tía, con quien comparte la defensa de la granja que poseen, su medio de subsistencia y única pertenencia, aunque en lamentable estado, y que ahora se ve amenazada por la construcción de un complejo industrial. Dasha, mujer impredecible y frágil, tiene que hacerse cargo de sus dos hijos pequeños además de enfrentarse a su compleja situación personal, a la que se añade un amante casado que la engaña, hecho que la lleva por momentos de la desesperación a la agresividad como medio de escapar de la realidad.
Con persaonajes muy naturales y sin rodeos, Bohdan Slama dibuja esa vida que a nadie le gustaría vivir, pero que al mismo tiempo gran parte de la gente vive de uno u otro modo. Cada uno de los personajes anhela de alguna manera algo de lo que poseen los otros, aunque ninguno está dispuesto a admitirlo. Esto se traduce en una amistad compleja a la vez que apasionada. Con este panorama, podría deducirse que el título del metraje no es más que una ironía del autor; a ello le acompañaría, además, que el film tiene algo de drama social derivado de las condiciones de vida que muestra en todo momento. Sin embargo, en mi opinión, el director hace una propuesta positiva y honesta del tema que trata: ¿En qué consiste la felicidad? ¿Por qué anhelamos como mejor la forma de vida de otros y nos empeñamos algunas veces en compararla constantemente con la nuestra? ¿Por qué empezamos a valorar las cosas cuando ya no las tenemos?. Y es que muchas veces buscamos algo que no se puede encontrar, algo parecido a la felicidad que seguramente tenemos delante de las narices y nos pasa desapercibido, tanto que a menudo no nos valoramos bien ni a nosotros mismos ni a la propia vida. Una gran película; cine inteligente y serio que quizá requiera de un segundo visionado para no tacharla a priori de decadente, y que recomiendo encarecidamente…

Babi Léto

BABI LÉTO

de Vladimír Michálek
Producción checa del año 2005, narra la historia de Fanda, un actor retirado de 76 años que rehúsa envejecer. Pese a las súplicas de su exasperada esposa Emilie y de su hijo Jara, quienes pretenden hacer que se tome la vida en serio, Fanda pasa su tiempo haciéndose pasar por un cantante de ópera retirado y otras veces por un vendedor de billetes del metro de Praga. Finalmente las cosas se complican cuando Fanda finge su propia muerte para quitarse de encima a sus acreedores y Emilie decide abandonarlo.
Babi Léto, que significa en checo algo así como «por siempre joven», es una divertida comedia negra de sabor agridulce capaz de hacerte pasar de las risas a las lágrimas casi en la misma escena, y eso tiene su mérito. Lo mejor de la cinta es la excelente actuación de Vlastimil Brodsky, actor de teatro que murío al poco tiempo de finalizar el rodaje. Una comedia sobre la ancianidad cuyo mensaje va más allá de la demostración de cómo ésta es una época para la diversión y no para la triteza. Ganadora de cuatro Leones checos (Mejor Actor, Actriz, Guión, Actor de Reparto) y nominada por su país a los premios Oscar (no obtuvo ninguno, faltaría más!!), supone la consolidación como director de Michálek, después de dirigir Angel Exit, un exitoso retrato de la joven generación checa. Un film con una estupenda actuación, que propone disfrutar cada momento de la vida como si fuese el último, y que te deja unos cuantos días con la sonrisa puesta. Para no perdérselo.