Animal Kingdom, de David Michôd

Animal Kingdom es el primer largometraje del escritor australiano David Michôd, quien hasta la fecha trabajaba como editor en su país. Se trata de un drama criminal de combustión lenta ambientado en los bajos fondos de Melbourne, protagonizado por Guy Pearce (L.A. Confidencial, Memento), Ben Mendelsohn, Jacki Weaver y Joel Edgerton. La película fue la ganadora del Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance en la pasada edición. Con su melena teñida de rubio, brillante mirada de ojos azules y una sonrisa feroz, lady Smurf es la matriarca de una camada que se dedica al robo a mano armada, la extorsión y el narcotráfico, en cuyas redes acaba cayendo Josh Cody,  joven cachorro de 17 años cuyo único delito es acabar de quedar huérfano mientras veía la televisión junto a su madre que, aparentemente dormida a su lado, acaba de sufrir una sobredosis de heroína. Bajo la custodia de esta especie de Lady Mackbeth que tiene como abuela, el chaval descubrirá el turbulento mundo del hampa donde se mueven sus cuatro tíos. Será entonces cuando aparezca Nathan Leckie, un policía que promete protegerle de su familia y de los agentes corruptos si actúa como informador.

Siendo un thriller criminal de acción, Animal Kingdom es la antítesis de cualquier film hollywoodense actual al uso. No hay héroes que se salven del fuego de ametralladoras, ni coches haciendo increíbles piruetas al aire ni personajes que se suman en un tiroteo final. Animal Kingdom es una película de acción que construye la tensión a través de una escritura inteligente, buenas actuaciones y un ritmo calculado. El planteamiento no dista demasiado del género norteamericano, sin embargo el australiano se aleja suficientemente de la morbosa espectacularidad y ajusticiamientos inherentes al mundo del hampa más habitual y aporta una visión seca, brutal y despiadada de cómo se construye el microcosmos de estos personajes. La figura materna ejerce como superestructura canalizadora de los delirios de sus miembros sin importar tanto las consecuencias como que la unidad interna del clan sea garantizado. A través de la experiencia del joven J Cody, nos va introduciendo en su submundo criminal y en los dilemas que se le presentan en su camino hacia una madurez incierta.

Elegancia sin artificios sería la descripción más acertada sobre cómo están filmadas las escenas de acción, que con una naturalidad pasmosa nos muestran toda su crudeza como un aspecto más de la rutina familiar. Las actuaciones, sin excepciones aportan una carga de expresividad y sinceridad realmente asombrosas, desde el joven y frio protagonista hasta el maquiavélico hermano mayor, pasando por el mencionado Guy Pearce, interpretando a un detective con pocos escrúpulos. Sus expresiones son a menudo ralentizadas por la cámara como recurso visual para enfatizar la profundidad emocional del momento. El ritmo es más bien lento, lo que lejos de restar interés o distraer la atención, repercute en elevar la tensión y la ansiedad en los momentos precisos. El modelo de anti-héroe recuerda bastante a los primeros films de los hermanos Coen, pero la brutalidad inherente y una rotunda elusión del sentimentalismo estándar la acerca tal vez al modelo iniciático de Anthony Mann. David Michôd se apoya en los códigos del género negro para imponer sus propios patrones: violencia casi siempre implícita soportada por imágenes austeras, hasta ásperas, cuyo resultado no es otro que una brutalidad salvaje que permanece latente  y silenciosa a lo largo de dos horas que pasan como si fuesen minutos. Una auténtica lección de cine de género, que a pesar de haberse elaborado con un presupuesto ridículo, ha sabido introducirse en el monolítico mercado internacional de manera sorprendente.

 

Bright Star, de Jane Campion

Brigh Star, la última propuesta de la multipremiada Jane Campion por El Piano, brilla más en su aspecto formal y como retrato del romanticismo literario que en el puramente argumental. La película relata los últimos años del poeta británico John Keats, uno de los exponentes de la literatura romántica inglesa junto a Lord Byron y Shelley. Poeta maldito, murió en 1821 a los 25 años, de tuberculosis, inconsciente de la repercusión de su obra y sin poder ver sus poemas publicados, ya que no sería hasta 1841 cuando su amigo y mentor Charles Brown entregaría copias de los originales y de la correspondencia con Fanny Brawn a Richard Monckton Milnes, días antes de partir para Nueva Zelanda en busca de un futuro más prometedor para él y para su hijo. Brigh Star no es un biopic de la vida del poeta, la película se limita al relato del romance de los últimos tres años de la vida de John Keats (Ben Wishaw) con Fanny Brawn (Abbie Cornish). Él, soñador idealista, y ella, con una visión de la vida mucho más pegada a lo cotidiano, no parecían predestinados a romance de semejante calibre, pero el destino, árbitro impredecible, les condujo del mismo modo que quiso que su felicidad acabara antes de tiempo. Lo cierto es que lo más interesante de la película no reside en la narración del apasionado romance, pues hoy día resulta casi imposible sentir empatía con este tipo de historia, muy pegada a la época victoriana y al modo de entender la poesía por la corriente romántica, casi siempre presa de la desgracia y el dolor, como si el amor no pudiese alcanzar su plenitud sin estar exento de todos estos tormentos. A pesar de ello, Jane Campion exhibe todo un ejercicio de contención narrativa, sin ceder en exceso a las convenciones morales y estéticas asociadas al concepto de existencia de la que hace gala el romanticismo, aunque resulta casi imposible sucumbir a la amorosa entendida como ideal que transciende de lo fugaz del mundo físico para él, pero que inevitablemente termina atrapada en la realidad tangible desde la perspectiva de ella y, por tanto, condenada a todo tipo de sufrimientos.

Pero aunque argumentalmente para muchos resulte un tanto forzada en cuanto a relación extremadamente idealista y ajena a cualquier concepto actual, la película es, sin duda, una de las propuestas más dignas de la cartelera, cuyo interés supera a los personajes para pasar a situarse en la factura formal y cinematográfica a la hora de retratar el romanticismo como corriente revolucionaria inmersa en la época victoriana. El espectador que acuda predispuesto a dejarse llevar por las imágenes, que en este caso expresan por sí solas mucho de cuanto pretende transmitir la película, encontrará en Brigh Star un mundo de sutilezas y sensibilidad difícil de contemplar en el cine actual, la mayoría de veces preso de efectos informáticos que sustituyen a la narración cinematográfica en estado puro como es el caso de esta película. Porque por contra, la película exhibe clasicismo en todas y cada una de sus secuencias, y los efectos son casi siempre fotográficos, desde el comienzo, con la aguja de coser, un extraordinario primer plano, hasta el final, cuando las cartas y notas aparecen y desaparecen de la pantalla entre imágenes de la campiña inglesa. Sentarse a ver Bright Star es asistir a un extraordinario espectáculo de manejo de la cámara como principal baluarte a la hora contarnos esta historia de sentimientos y pasión de los protagonistas. La niña Toots, hermana de Fanny (Edie Martin), es la mayor parte de las veces quien da pie a los cambios sentimentales y a los momentos clave de la película, junto a selectivos desenfoques que son un auténtico placer para la vista.

A todo ello se suman los diálogos, un torrente de metáforas, ironía y muchas veces mala leche, sobre todo entre ella y el mentor del poeta, extraordinario trabajo de  Paul Schneider interpretando al soez Mr Bown, que se contraponen con el tono poético de los amantes en un auténtico ejercicio de imaginería lingüística de la que seguro disfrutarán quienes dominen el inglés a la perfección, el resto nos tenemos que conformar con los subtítulos que demasiadas veces intuimos quedan extremadamente cortos. Como plus añadido, el entorno de la campiña inglesa, paisaje necesario en el retrato de la literatura de la época, y unos secundarios tremendos, absolutamente integrados en cada momento de la narración, como si se tratase de los personajes de una pintura impresionista, que junto al uso de la luz, a la música o los decorados de interiores, hacen de Bright Star una película fascinante en cuanto al uso de elementos y  formas para transmitir ese universo romántico, tan bello y a la vez tan enfermizo, siempre desde una perspectiva muy realista, ingredientes todos que la convierten en una película sensible, emocionante y cargada de significado. Bright Star consigue ser casi como un poema de John Keats, frágil, delicada, etérea, sin dejar por ello de lado el retrato de la sociedad de la época y el papel de la literatura romántica como ejercicio libre de la poesía, en constate contraposición al corsé dictado anteriormente por la Ilustración, pero también como premisa del movimiento esteticista venidero del que Oscar Wilde sería elemento destacado. Tal vez le falta un recorrido más profundo en el personaje del poeta, hasta se podría decir que el personaje principal deja de ser muchas veces Keats y pasa a ser ella el hilo conductor, porque la narración adopta casi siempre el punto de vista realista de la muchacha que no puede alcanzar aquello que ama, pero este dejar de lado el biopic repercute en una buena visión de conjunto del impacto de la sociedad victoriana en la literatura y viceversa. Brigh Star es, versión película, como un poema de John Keats. Se podría decir que es al cine actual lo que el romanticismo de Keats a su época, a lo que cabe añadir que pocas veces una película ha logrado plasmar de manera tan precisa no solo el retrato de una época sino también el de su literatura.

Mary and Max, de Adam Elliot (2009)

Adam Elliot, director australiano de animación premiado en diversos festivales por su corto Harvie Krumpet , regresa con sus figuras de arcilla esta vez con un largometraje, su primera película. Mérito no le falta pues son muy pocas las productoras que se animan en la actualidad con el laborioso stop-motion,  corren tiempos donde los trabajos de animación sucumben a novedosos placeres informáticos y los colocan en clara extinción, así que no se puede sino aplaudir  y reconocer el trabajo personalísimo que implica y las grandes dosis de  cariño y horas de trabajo necesarias para crear y dar vida a cada una de estas figurillas y escenarios. Personalísimo porque la verdadera estrella de todo esto es Adam Elliot, su maravillosa imaginación y su casi infinita paciencia: los personajes se hicieron uno a uno, los interiores y paisajes de Australia y Nueva York son maquetas de escenarios reales y la película cuenta con alrededor de 132.480 meticulosos fotogramas montados secuencialmente.

Mary and Max nos cuenta la historia de una niña de 8 años que vive en Australia. Para escapar de su soledad inicia una amistad por correspondencia con un desconocido de Nueva York que padece síndrome de Asperger. Entre ambos surge gradualmente una fuerte y sincera amistad que se consolida a lo largo de los años. Al hilo de esta relación vemos cómo ambos van evolucionando y hacen frente de manera muy distinta cada uno a su propia realidad. Hay que decir que, al igual que sus anteriores trabajos, es una animación orientada para adultos. El rechazo social, el suicidio, la depresión, el alcoholismo, la agorafobia, distintas patologías psicóticas, la orientación sexual o las creencias religiosas son algunos de los temas que aborda la película.

De particular interés es la estética,  utilizada aquí por Elliot como elemento narrativo de primer orden. Es un trabajo casi monocromático, en el que como contraposición al mundo de la niña, al que dota siempre de una paleta de tonos marrones, encontramos los grises de la ciudad donde vive el adulto y el color rojo, que aparece circunstancialmente para poner de relieve los elementos más importantes y simbólicos. Todo utilizado siempre sin abuso de estridencias  y manteniendo una estética lo más minimalista posible, acompañando y enfatizando a los personajes de modo absolutamente eficaz. En cambio la música es utilizada con mayor moderación y sirve más como cambio de ubicación entre las distintas escenas que para representar un estado de ánimo  o enfatizar el guión. La narración se desarrolla por acumulación de distintos matices y rarezas de cada uno de los personajes más que por la propia acción. Prestan su voz destacados actores como Philip S. Hoffman, Toni Collette o Eric Bana, hecho que rompe la tónica de los trabajos anteriores de Elliot en los que no existía el diálogo y la voz en off del narrador era el vehículo de conexión entre la imagen y el espectador. Hoffman me gustó especialmente, en mi opinión el más convincente con su peculiar voz interpretando a ese hombre deprimido y sin esperanza, y aunque sólo podemos escucharlo, su aportación al papel es innegable.

La película se presentó en Sundance con muy buena acogida. Desconozco si algún día será posible verla en España o habrá edición en DVD en nuestro idioma, pero merece la pena conseguirla (se ponga como se ponga nuestra señora Ministra) porque es una de esas joyas imperdibles de esta técnica en extinción de modo lamentable. Es un placer visual que recomiendo no perderse, porque además de ser encantadora, irónica y conmovedora casi a partes iguales, cada uno de los personajes, con sus imperfecciones y casi siempre al borde de la autodestrucción, están tratados con esa inspiración y cariño especiales que se palpa en todas las escenas, y seguramente sea esto y no sus particularidades lo que hace que la película resulte realmente conmovedora.

Signs (Patrick Hughes, 2008)

Este cortometraje australiano, que para variar he encontrado buscando otro, cuenta la historia de un hombre solitario y algo depresivo que halla en la aburrida rutina cotidiana el cambio que necesitaba en su vida gris y monótona. Realizado por Patrick Hughes para el Schweppes Film Festival,  su contenido está narrado visualmente y con grean sencillez. Sin apenas diálogos ni demasiadas pretensiones o trascendentalismos,  Signs (señales) comunica un punto de vista positivo sobre la vida, quizás algo inocente,  decididamente romántico, y con las dosis justas de ternura.

Buen fin de semana…

Jack be nimble (Garth Maxwell, 1993)

jackbenimblecartelPocas noticias llegan por estos pagos sobre el cine que se hace en nuestras antípodas, aunque a poco que uno se informe, casi siempre que se habla de cine neozelandés encontraremos referencias a su diversidad, independencia y originalidad. En pocas películas son tan evidentes estas tres características como en «Jack be nimble», un extraño thriller psicológico realizado con escasísimo presupuesto en 1993, escrito y dirigido por Garth Maxwell (autor de series como Xena o Hércules), convertido por aquellas tierras en una película de culto y que viene a demostrar que el género de terror más bizarro puede albergar tanto un buen guión como una implícita crítica social. El título hace referencia a una famosa canción de cuna en inglés, porque nuestro protagonista, Jack (Alexis Arquette) es una especie de Hansel o Tom Thumb (Pulgarcito) que, antes de poder regresar con su hermana Dora (Sarah Smuts-Kennedy), de la que fue separado siendo muy pequeño en el orfanato, se ve obligado a vivir con una familia adoptiva que son algo así como la élite extrema de la casa de los horrores, donde crecerá a base de inimaginables abusos y humillaciones (la típica biografía de un asesino en serie) hasta que logra escapar y poder decidir sobre su vida. El tema que subyace es la denuncia del abuso infantil y el vínculo entre hermanos, incombustible a pesar de los años: él nunca la olvidará y ella, poseedora de poderes extrasensoriales y marginada por sus compañeras de escuela, allanará el camino para que el hermano se acerque a pesar de la distancia kilométrica que les separa; relación fraternal que acaba convirtiéndose en una delirante (aunque oculta) historia de amor incestuoso. Terrorífica, explícita y bastante gótica, se presenta a modo de cuento de hadas inspirado en el mundo de los hermanos Grimm, pero a medida que se desarrolla la trama se vislumbra el homenaje indirecto a alguna de las mejores películas de De Palma o Peter Jackson. La película entreteje la denuncia del maltrato infantil (en la familia, abuso o indiferencia; en la calle, la alineación con lo que es popular o el bullying escolar), aunque lo hace en un ambiente de terror psíquico cargado de simbolismos y con un estilo visual que recuerda en numerosas ocasiones el mundo onírico de Lynch o la brutalidad extravagante de Cronenberg.
nibleIncatalogable, rarísima, brutal e inolvidable, es una de esas curiosidades cinematográficas, muy bizarra, en la que se aúnan situaciones que pocas veces se ven juntas en un film, y sin duda una de las películas más extrañas que he visto en mucho tiempo. Ganadora en Fantasporto’94 de los premios Mejor Actriz (Sarah S. Kennedy) y Mejor Guión (Garth Maxwell), así como candidata a Mejor Film, la cinta es recomendable para aquellos que busquen curiosidades dentro del género fantástico de terror, porque además de divertida y siniestra, es el antídoto perfecto para los desencantados que crean que ya está todo visto en este género.

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The last confession of Alexander Pearce (Michael James Rowland, 2008)

97308024Premiada en diversos festivales, casi todos de carácter alternativo, The last confession of Alexader Pearce es una película anómala, irregular y por momentos desaliñada que contiene, sin embargo, diversos puntos de interés, fundamentalmente por su aproximación a un mito histórico de la Corona Inglesa, desde una óptica más cercana a denunciar el horror de las torturas a las que eran sometidos sus presos, que a recrear una de las leyendas del canibalismo.

Producción australiana, dirigida por Michael James Rowland y con guión del mismo director, en colaboración con el productor (escritor australiano de origen irlandés) Nial Fulton, la historia de Alexander Pearce, un convicto irlandés que llegó a alimentarse de hombres, es una propuesta que ha despertado el debate en Australia, Irlanda y Gran Bretaña tras su reciente pase por televisión; un episodio histórico del que nunca se había hablado demasiado, protagonizado por dos actores irlandeses, Ciarán McMenamin y Daniel Wyllie, grabada en inglés y gaélico, y rodada íntegramente en Tasmania y Sidney, escenarios reales de los hechos que se narran, lo que repercute en dar autenticidad a la historia.

vlcsnap-5977815Alexander Pearce fue un granjero irlandés deportado a Australia en 1819 acusado del robo de una docena de zapatos. Terminó en la isla de Sarah, una de las colonias penales más duras frente a la costa occidental de Tasmania. Brutal y repetidamente torturado por la más mínima falta, decide escapar junto a siete de sus compañeros presos. Atravesarán desiertos, junglas con nativos, cadenas de montañas y extensas llanuras sin encontrar nada que comer, hasta que el hambre y el cansancio se apoderará de su razón. Pearce será el único superviviente quien, capturado finalmente y condenado a la horca, confiesa a las autoridades sus horrendos crímenes y narra a Philip Conolly (sacerdote católico irlandés interpretado por Adrian Dunbar) los motivos por los que hizo algo tan inimaginable para un hombre, en una situación inconcebible, mientras espera su ejecución encadenado a la pared del calabozo de la Cárcel de Hobart.

vlcsnap-5980228Interesante como documento histórico no exento de polémica, pues se trata de esa clase de antepasados que los australianos prefieren no recordar por un lado, y de barbaries cometidas por la Corona inglesa con sus presos que no demasiadas veces salen a la luz. Como película, cabe destacar la fotografía y la ambientación, bastante logradas, y el montaje (las interpretaciones lo dejaremos en «aceptables»), que cargan con el peso de una historia que no se entretiene en imágenes gore cuando fácilmente podría haber recurrido a ellas (lo que se agradece, dado su contenido). Todo ello dentro de una mezcla de estilos que recurren tanto al documental como a recursos del más puro género de terror, logrando vlcsnap-5982200en sólo 60 minutos contar, no sin alguna que otra ruptura narrativa, el horror vivido por los presos, dejando a la vez en el aire la pregunta de quién fue peor, si estos prisioneros que tuvieron que darse al canibalismo para sobrevivir en su huida o la exagerada impunidad legal de la que gozaba la barbarie a la sombra de la Corona Inglesa. El mismo Pearce, en su confesión, utiliza la frase «Ningún hombre puede afirmar que no haría ante el horror y el inmenso dolor del hambre«.

Tras ser ejecutado públicamente, el cuerpo de Alexander Pearce fue disecado para su estudio científico. Hoy, todavía se conserva su cráneo en el Museo de Pensilvania. Este es el vídeo con el que se promocionó la película en la cadena ABC irlandesa: