Los mejores títulos de crédito (2): The Fall (Tarsem Singh, 2006)

Las producciones de Tarsem son de una calidad plástica fuera de serie, y estos de lo mejorcito en títulos de crédito del cine actual. Los distintos elementos están introducidos por la Sinfonía n º 7 de Beethoven en La mayor, Op.92 –Allegretto 2-, y cada plano, cada movimiento, se conjuga con tal perfección que da la sensación de estar viendo un cuadro fluyendo a través de la pantalla. Toda su riqueza simbólica se aprecia mejor una vez conocemos la historia, porque es entonces cuando lo que vemos en este preámbulo cobra sentido.  En The Fall, incluidos sus créditos, se utilizaron imágenes reales, ya que la dirección artística se limitó a los escenarios y al diseño de vestuario, y casi todos los trucos visuales se realizaron a base de cámara, sin apenas efectos de ordenador, que solo se utilizó para eliminar ciertos objetos o limpiar la imagen. Una virguería artesanal a tono con lo que viene después, una de esas películas que trasciende el cine como espectáculo para convertirse en obra de arte.

The Fall: El sueño de Alexandria, On-Line

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Dirigida por Tarsem Singh y filmada en 23 países durante un período de casi cuatro años, la película es una fantasía visual deslumbrante, así como un recorrido sobre el arte de la narración de cuentos, a la vez que un homenaje al cine clásico y al mundo de los extras cinematográficos, visto a través de los ojos de una niña, que gira alrededor de cinco exóticos bandoleros a la caza de un tesoro.

Destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.

Una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos, que podéis  disfrutar completa en versión original subtitulada en castellano, en la pestaña On-line de este blog.

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La trilogía de Apu, de Satyajit Ray

«No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el Sol o la luna« (Akira Kurosawa).

Hace no mucho se publicó en España, en DVD, la trilogía completa de Apu, unánimemente aclamada como una de las obras maestras del cine mundial y que permanecía inédita en España por más que desde su estreno en 1955 no haya dejado de aparecer entre las mejores películas de la historia del cine. En realidad, las cintas cayeron tristemente en el olvido durante una serie de años ya que, tras un incendio en la década de los 70 en el que desaparecieron los negativos originales, sólo se conservaban algunas copias en mal estado, hasta que fue recuperada a final de los 90, razón probable por la que muchas personas desconocen  este trabajo de Satyajit Ray. Las tres películas fueron realizadas en la India entre 1950 y 1959, ganaron el Premio Documento Humano en Cannes (1956), el León de Oro en el festival de Venecia (1957), el Trofeo Sutheland en Londres (1960), y abrieron sin duda un nuevo camino para el cine indio, que hasta entonces había permanecido en los confines del musical romántico de héroes valientes. Tal vez la razón de su importancia reside en que, a pesar de que las películas hablan sobre un tiempo, un lugar y una cultura muy lejos de la nuestra, Ray es capaz de conectar y transmitir con una naturalidad asombrosa sentimientos y calor humano en cada una de ellas. Dicho de otro modo, hacer del cine un medio universal, más allá de las fronteras, una forma de arte y comunicación entre las personas.

El guión, también de Satyajit Ray, está basado en dos novelas casi autobiográficas del escritor bengalí Bibhutibhushan Bandyopadhyay que relatan la vida de Apu, comenzando por su pobre infancia en Benarés a principios del siglo XX hasta su resurgimiento desde la desesperación en la que se verá inmerso, gracias al amor de su hijo y a su reconocimiento como escritor.

La trilogía comienza con Pather Pachali (La canción del camino), filmada entre 1950 y 1954. Apu es un chaval que vive con sus padres, su hermana mayor y una vieja tía en un ancestral pueblo al que su padre, sacerdote seglar, curandero, soñador y poeta, ha vuelto a pesar de los recelos de la madre, mujer pragmática. Ella trabaja para alimentar a la familia, que recibe con alegría y esperanza la llegada del un nuevo hijo varón.

La segunda película, Aparajito (El invencible) data de 1956 y sigue a la familia en su traslado a la ciudad de Benarés, donde el padre se gana la vida con los peregrinos que vienen a bañarse al rio santo, el Ganges. La juventud de Apu, su deseo de independizarse y estudiar en Calcuta para poder llevar una vida diferente a la que han conocido sus padres, son el eje central de esta segunda entrega, quizás la única que necesitaría una previa puesta en situación para su visionado.

La tercera, Apu Sansar (El mundo de Apu), de 1959, nos muestra a la madre y a Apu viviendo en el campo con un tío. El chico ha sacado buenas notas y obtiene una beca para ir a Calcuta. Allí contrae matrimonio, finaliza sus estudios y lucha por ser reconocido como escritor. Años después, preso de su terrible mala suerte, abandona sus sueños y pasa algún tiempo como vagabundo, aunque termina asumiendo las responsabilidades que tiene para con su hijo y retomando su trabajo.

Podría extenderme en el argumento de estas tres películas, pero de ningún modo esto lograría reflejar la belleza y el misterio que encierra la trilogía; para eso, hay que verla. Los personajes emanan una autenticidad sorprendente; no hay excesos en cuanto a sus caracteres, ninguno es demasiado duro, o cínico, o ingenuo, ni destaca de los otros, pero todos son sinceros, acogedores y, a pesar de sus circunstancias, desprenden un gran optimismo. El padre es un personaje siempre ilusionado, a la espera de que sus planes obtengan los debidos frutos. La madre, constantemente preocupada por los medios materiales con los que sobrevivir, imprime el aspecto realista y la soledad de la mujer que ve como su marido y su hijo marchan a la gran ciudad y la dejan esperando y sin demasiadas respuestas. Aparna (Sharmila Tagore), la novia de Apu, interpreta su papel con sólo catorce años, pero proyecta una ternura y una timidez exquisitas. Casi ninguno de los intérpretes son actores profesionales. En los años 50 está de moda el neorrealismo italiano y Ray es un fiel seguidor en todos sus aspectos, defendiendo a ultranza que todos pueden interpretar mejor que nadie un único papel: a ellos mismos. Un ejemplo extraordinario de ello es el papel de la anciana tía de Apu, mujer encorvada y arrugadísima que interpreta Chunibala Devi. Ella había sido actriz décadas antes, pero Ray la localizó y grabó para la película en un burdel, donde la mujer pensó que había ido a buscar a una chica. En la película interpreta una mujer vencida, que acepta con resignación total cualquier circunstancia de la vida, papel que tal vez otra actriz más experimentada no hubiese logrado con la magnífica naturalidad de esta señora.

Las tres películas fueron fotografiadas por Subrata Mitra con una cámara de 16 mm, un fotógrafo de estudio que había trabajado muy poco con imágenes en movimiento, al que Ray convenció para que trabajara con él. Los efectos logrados son de una belleza extraordinaria: los senderos de los bosques, nubes monzónicas que danzan y se juntan, ríos que bajan con grandes corrientes, escarabajos de agua nadando en la superficie de un estanque… Y una escena que da auténtico miedo, en la que la madre observa a su hija enferma con una fiebre altísima al tiempo que la lluvia y el viento golpea la casa, transmitiendo a golpe de cámara como único medio su temor, mientras el fotógrafo se mueve entre el reducido espacio de las paredes de la casa amenazada. Cuando la niña muere, la escena se interrumpe mostrando el vuelo repentino de los pájaros, sin más explicación, pero perfectamente comprensible en su significado.

En realidad, la sensación con el visionado de esta trilogía es la trasladarnos a un tipo muy diferente de vida a la que estamos habituados; una vida hace 100 años en una zona rural pobre y tradicional y, por descontado, tremendamente dura. La descripción de las relaciones vecinales  es impresionante a la vez que extraordinariamente natural, las imágenes del paso del tren representan la promesa del futuro en la ciudad, cómo el tren conecta y separa al mismo tiempo a las personas, físicamente, pero también en cuanto a sus proyectos o deseos. La relación entre Apu y su madre no es tan distinta a la que se da en todas las culturas: los padres se sacrifican durante años, hasta que el hijo es adulto; el hijo que vuelve a visitarles en las vacaciones escolares y responde únicamente con monosílabos a sus preguntas, dando la sensación de tener siempre prisa por irse, aunque es impagable esa secuencia en la que, estando ya en la estación de tren, se lo piensa y regresa para quedarse por un día más. Lo más interesante es que casi toda la escena carece de diálogo que la explique, al menos en lo que a esta relación se refiere, pero el modo en el que está grabada su estancia, su partida, y su regreso, reflejan cómo no es tan diferente a la que se da en la actualidad y en nuestra cultura, a miles de kilómetros y cien años después. Es esa clase de películas cuyas imágenes se repiten en la mente como lo hace una canción favorita, de la que recuerdas las sensaciones de esa primera vez y cómo te hizo sentir. Pocas películas son tan profundamente poéticas y conmovedoras como este trabajo, que incomprensiblemente jamás se estrenó en España. Viendo la primera de las tres, se siente la necesidad de continuar con la trilogía, es como querer conocer más de alguien muy cercano. Como un remanso cinematográfico tranquilo y sin más efectos que el de los personajes en estado puro que nos acerca más a lo esencial de la vida, sin trampas, sin artificios. Como un manifiesto que afirma rotundamente qué puede llegar a ser el cine, sin importar lo lejos (en el espacio o el tiempo) que podamos estar los unos de los otros.

Y con este post, un año de blog…

The Fall, de Tarsem Singh (2006)

Dicen, las malas lenguas, que en noviembre se estrena, al fin, el último trabajo del director hindú Tarsem Singh, quien sólo ha realizado hasta la fecha dos películas: «La celda» (2000), y «The fall»; esta última, galardonada con el primer premio en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, desde mi punto de vista, con sobrados méritos. Si definitivamente deciden estrenarla, aunque ya la he visto, no pienso perdérmela en la pantalla grande. Se trata de una superproducción rodada en 23 países durante cuatro años, en la que destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru ), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.La historia está ambientada en 1920, en los inicios del mundo del cine de Hollywood. Un extra sufre una caída, por lo que es ingresado en el hospital. Allí conoce a Alexia, una niña de cinco años que estará siempre dispuesta a conseguirle la apreciada morfina a cambio de que le cuente un cuento; una narración increíble de cinco héroes en una cruzada fantástica contra el malvado emperador Odio (español, para más señas). Realidad y ficción van a ir entremezclándose para converger en el final: la realidad es el hospital, los proyectos y los deseos de los protagonistas; la ficción, esa maravillosa historia que rescata la tradición oral de los cuentos fantásticos, narrada con una riqueza simbólica extraordinaria e imágenes preciosistas de paisajes y edificios de diversos países, técnicamente impecables y con unas dosis de imaginería que van más allá de la simple historia narrada. Es una película en la que se dan simultáneamente dos planos narrativos diferenciados, aunque ambos quedan recorridas por la dulzura de la niña en química perfecta con el protagonista, que le va contando la historia por capítulos para tenerla enganchada y hacerla capaz de cualquier cosa con tal de conseguirle la morfina, del mismo modo que engancha al espectador en este alegato al cine silente, en el que no había trucos ni efectos especiales y los extras arriesgaban su físico rodando las escenas más inverosímiles.Hay que destacar, además de la calidad de la fotografía, el cuidado que ha puesto el director en cada plano, planos que son una alta belleza sugestiva y que están rodados como si de una obra pictórica en movimiento se tratase. Los colores saturados recuerdan la estética de los cómics, la iluminación está estudiada para lograr el efecto onírico que corresponde al relato y en la historia encontramos héroes esculturales diseñados como auténticos acróbatas que recuerdan mucho las actuaciones de El Circo del Sol. No en vano, el responsable de la puesta en escena, diseño y vestuario es nada menos que Eiko Ishioka, quien ya ha trabajado para el Circo y, entre otras labores, diseñó el vestuario del Drácula de Francis Ford Coppola. Este derroche de imaginería es utilizado por Tarsem para construir dos planos diferentes en la película: uno es el convencional, el real donde se está desarrollando la historia de los protagonistas; otro es el fantástico, el del cuento a modo de performance en el que se mezclan diferentes artes pictóricas, musicales y de diseño.En definitiva, una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos. Porque lo que destaca en ella, más que la historia en sí misma, es su calidad plástica y narrativa, acorde con las inquietudes del perfil profesional del director, un reputado artista en el mundo de la publicidad, responsable de galardonados spots de marcas como Nike, Pepsi o Mercedes Benz, y también de algún extraordinario videoclip como lo es, por ejemplo, Lost my Religion de R.E.M.,  y que en esta ocasión opta por hacer una película en la que pone de manifiesto su enorme calidad artística en vez de rodar un film para lucimiento de actores como hizo en su fallida «La celda» con Jennifer López. Quizá Tarsem vea en un largometraje unas posibilidades infinitas para el diseño cinematográfico, o quizá un escenario para dejar patente su futura proyección en este arte… Lo cierto es que la película se disfruta, porque sea o no una obra maestra cinematográficamente hablando, su calidad artística es innegable y sólo por ello merece la pena verla. A quienes les guste el género fantástico, seguramente no les defraudará en absoluto. Y a quienes no sean tan amigos de él, disfrutarán de una obra cuidada y meticulosa con pocos precedentes en el cine moderno.