Plano secuencia (13): Alexandr Sokurov, Rusian Ark

El arca rusa es una película realizada en 2002 por el cineasta ruso Alexandr Sokurov que nos invita a un recorrido por la historia, en particular a 300 años de la de Rusia, muy interesante y recomendable, tanto por su alcance artístico y plástico como político, esto último de manera muy sutil, y también por su contenido experimental, combinando medios técnicos vanguardistas sin perder las referencias al lenguaje cinematográfico de los grandes clásicos del cine. Sokurov convierte el Museo del Hermitage en el arca rusa, como si del arca bíblica se tratara, contenedor celoso de la historia, el arte y el testimonio de supervivencia de un pueblo que ha atravesado momentos de explosión artística y glorias reconocidas, pero también  grandes tragedias humanas a lo largo de los tiempos.

Rodada en un único plano secuencia durante 96 minutos, el escenario es el interior del Palacio de Invierno (hoy convertido en Museo Hermitage) de San Petesburgo. Comienza cuando un marqués decimonónico, francés para más señas, despierta de su sueño trasladado a la actualidad, un lugar y tiempo para él desconocidos. Como si se tratase de un fantasma, nadie puede percatarse de su presencia excepto el narrador, a quienes acompañamos  con su cámara subjetiva y voz en off en este recorrido por la historia rusa a través de las distintas salas del museo. Un paseo por el tiempo a lo largo de 300 años narrados de modo alterno, nunca  cronológico, donde los pasajes cobran vida a la vez que personajes tan variados como Catalina la Grande o Pushkin invaden los espacios, donde de pronto nos topamos una recepción a la embajada persa o una visita a los lienzos confinados al sótano del museo, que recrean los 900 días de asedio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Sokurov pretende, sin duda, una reflexión política y artística en constante relación con Europa, representada por el marqués (interpretado por Sergei Dontsov), quien a través de su diálogo con el narrador exhibe una constante relación que va del amor al odio para con Rusia. El climax es la escena del baile real, acompañado de la música de Mikhail Glinka, en la que cientos de participantes ataviados con trajes de época interpretan una excelente coreografía junto a la orquesta que dirige Valery Gergiev, a lo que sigue la salida, lentamente recreada, del público por la escalera de palacio, escena en la que la cámara deja de observar para pasar a mezclarse entre la multitud de manera muy simbólica. Al final, el narrador abandona el museo por una salida lateral, representando el edificio a modo de gran arca flotando en el mar.

Al margen de la temática, de indudable interés, la película supone un logro técnico importante. Rodar un film completo en una sola toma ya lo había llevado acabo Hitchcock en «La soga» quien, sin embargo, tuvo que introducir algunos disimulados cortes para cambiar el rollo de la película, pues el desarrollo tecnológico por aquel entonces no daba para más fiesta. Sokurov recurre a la tecnología digital usando el mismo tipo de cámara que utilizara George Lucas para rodar la Star Wars, ya que con una cámara convencional de 35mm no es posible rodar más allá de 10 o 12 minutos ininterrumpidos, tal como lo haría Brian de Palma en Snake Eyes. Pero el mérito de Sokurov, además de la innegable calidad artística, reside en planificar una espectacular coreografía sin cortes de más de 90 minutos de duración en la que intervienen 350 actores y cerca de 900 extras moviéndose a lo largo de 33 salas, a lo que se suma la diversidad de ambientes y caracterizaciones logradas, además de coordinar a un gran número de técnicos y todo esto organizado para que salga de una sola vez vez. No hay montaje posterior, ni postproducción, ni recompresión técnica de la imagen. En cuanto a recursos narrativos, el rodaje continuo obliga a la supresión de primeros planos y contraplanos,  escaseando el enfoque de detalles, recursos tan habituales y efectistas en el cine moderno. En este sentido, se podría afirmar que Sokurov utiliza una técnica de vanguardia para devolvernos el lenguaje tradicional del cine clásico hoy prácticamente extinguido de la producción cinematográfica, salvo en contados casos en los que se encontraría, como no, el cine de Andrei Tarkovsky, maestro e inspirador de Sokurov.

El personaje del marqués que vemos en la película, que acompaña al narrador a través de la visita al Hermitage, y al que éste se refiere como «el europeo», está basado en el Marqués de Custine,  quien tras visitar Rusia en 1839, escribe un libro manifestando sus impresiones. De este personaje se muestran, además, algunos elementos autobiográficos, como la amistad de la familia con el escultor italiano Canova. La fortuna del Marqués provenía de la fabricación de porcelana, de ahí que se resalte la vajilla de  Sèvres en la escena de la espera de la recepción diplomática. En el libro, Custine se da a la burla de la cultura rusa mostrándola como una civilización de raíces asiáticas que se pretende europea, tachando a la nobleza rusa de meros actores teatrales en el escenario de la Europa del siglo XIX. En realidad la película no deja de ser una representación teatral del zarismo ruso, pero la utilización del personaje por Sokurov tiene un sentido absolutamente político y no exento de cinismo respecto a la aceptación europea de Rusia, al menos históricamente.

Algo muy curioso es el manejo que hace Sokurov del factor tiempo. Partimos de que una sola toma se daría en tiempo real, sin embargo Sokurov juega con numerosos saltos temporales para recorrer 300 años de historia rusa, que van desde la actualidad (por momentos vemos salas con visitantes reales observando obras de arte), pasando por las épocas anteriormente mencionadas e, incluso, una incursión en la etapa socialista, en la que se hace bastante patente un punto de vista relativamente conservador, que diríase destila cierta añoranza de Sokurov por la grandeza anterior de Rusia como imperio frente al tono monocromático con el que representa el período socialista. Todo ello siempre hecho de manera muy sutil, se podría decir que casi susurrante, como cuando sugiere determinadas obras encerradas en el sótano donde hace corresponder el asedio del nazismo con retratos de situación de la Revolución Rusa.

También cabe señalar que, si bien se representan figuras y momentos históricos reales, lo hace en muchas ocasiones a través de situaciones en realidad irrelevantes. Así, personajes relevantes aparecen, sin embargo, en actos  muchas veces intrascendentes. Como cuando vemos a Catalina la Grande retratada en su búsqueda desesperada de un urinario, al zar Nicolás II recreado cenando con su familia, ignorante de la revolución que se fragua en el país, o a Pushkin en una fugaz aparición persiguiendo a una moza entrada en carnes. Otro tanto sucede con la leve mención a Glinka, responsable del desarrollo de la Escuela Musical Rusa en la segunda mitad del siglo XIX y a quien se ha atribuido la mazurka, baile que se utiliza en la escena más importante de la película. Hay que suponer que tampoco es el motivo del film un enfoque global histórico del zarismo, sino unas pinceladas no exentas de ironía y, también, de implícita pero manifiesta añoranza.

El director de fotografía Tilman Büttner fue quien realizó la toma durante hora y media con steadycam, que se hizo el 23 de diciembre de 2001. A día de hoy, El arca rusa continúa siendo la toma sin cortes más larga de la Historia del Cine. La iluminación, muy importante al estar rodada por completo en interiores, así como los efectos de sonido, corrieron a cargo de Bernd Fischer. Debido a que era necesario cerrar el Hermitage al público para el rodaje, solo se disponía de una jornada para filmar la película. Se hicieron tres intentos fallidos y se logró completar en la cuarta toma. Fueron necesarios cerca de 22 meses de ensayos y preparación para que todo saliese ese día tal como estaba planeado. Uno de los problemas importantes fue el idioma, pues Sokurov solo hablaba ruso y Büttner alemán, de manera que un traductor estaba permanentemente trabajando con ambos, además de con los siete técnicos de Büttner. Se utilizaron tres orquestas distintas para la toma y 22 asistentes de dirección, encargados de marcar la salida y entrada de actores a cada escenario. La voz en off es la del propio director, Alexandr Sokurov. (Fuente: Revista Zinema.com)