Pa Negre, seleccionada para los Oscar

     Pa negre es un retrato de la pobreza económica y la miseria humana que conformaron una sociedad, la nuestra, más allá de vencedores o vencidos.

     Pa negre no habla de guerra ni de política en sentido estricto, Pa negre habla de las reglas del juego para sobrevivir impuestas entonces a todos, pobres y ricos, envanecidos fascistas o perseguidos de izquierda, policías o ladrones, hombres o mujeres, adultos o niños, en una sociedad mezquina, donde la ocultación, la apariencia y las traiciones a las propias convicciones conformaron un universo de horror que supera, seguramente, el planteamiento ficticio en la mente más elocuente e imaginativa de cualquier guionista.

     Si este retrato costumbrista se hace además con el valor añadido de un cine eminentemente poético, a pesar de la dureza de cuanto se narra, un cine que no pierde el recurso de lo simbólico ni los momentos intimistas, un cine cargado de escenas memorables, de tremenda cotidianeidad y ternura que contrastan con la tragedia y la brillantez de otras, como la que abre la película, pues el resultado es que estamos ante una de las mejores producciones del cine español actual, ese que evoca otras obras como El espíritu de la colmena y a un puñado de cineastas empeñados en que esto del cine vaya un poquito más allá del taquillazo inmediato precursor de alguna nominación al Goya del próximo año. Cine a contracorriente, cine para pensar, al que solo el tiempo pone, de vez en cuando, en su merecido sitio.

El texto es parte del post que dedicaba hace ahora un año este blog al estreno comercial de Pa Negre, de Agustí Villaronga. Felicidades a todo el equipo de la película por la mención, reconocimiento que ya comenzaba en los Goya -nueve premios en las principales categorías-, aunque no será hasta el 24 de enero cuando sabremos si Hollywood considera su film como finalista. En el camino les espera una dura competencia,  porque tendrán que medirse nada menos que con Kaurismaki o Wim Wenders. Desde aquí queremos darles la enhorabuena y desearles mucha suerte!

Pa negre (Pan negro), de Agustí Villaronga

Muchas personas de las que lean la sinopsis de Pa negre, ambientada en la posguerra española, en la Cataluña profunda, que retrata las dificultades económicas y sociales propias de la situación, probablemente descarten acudir a verla por pensar que se trata de la enésima película sobre los desastres ocasionados por la Guerra Civil, tan manidos ya en el cine español. Craso error, porque se perderán una excelente película de un director que, a pesar de llevar algo más de nueve años en el dique seco, demuestra ser capaz de contar una historia más allá de convencionalismos y tener unas dotes formidables para manejarse detrás de la cámara para plasmar la complejidad tanto de situaciones como de personajes.

Pa negre es un retrato de la pobreza económica y la miseria humana que conformaron una sociedad, la nuestra, más allá de vencedores o vencidos. Una sociedad que un día estuvo casi a la vanguardia política europea para cambiar después, solo unos cuantos años después, casi todos los registros. Una sociedad a la que los muertos le pesaban, todavía hoy pesan, como una losa, y los exilios se convertían en tabla de salvación no solo económica, sino también de la violencia impuesta en el día a día, de la desesperación, del odio, de la frustración, los abusos a los más débiles y hasta la castración de algunos, todas ellas consecuencias de una guerra con las que una generación al completo forjó su identidad y sentó las bases de lo que es hoy la nuestra, de nuestro presente. Es posible, ojalá así sea, que en este tiempo presente logremos, mediante leyes y la indoblegable voluntad de algunos, sacar a la luz todos los horrores físicos de los años más negros del pasado siglo, que se reconozcan víctimas y verdugos con nombres y apellidos, sería lo justo, y que la sociedad logre de una vez pasar página a la Historia. Si una cosa está clara es que para pasar esta página primero será necesario haberla leído, en voz bien alta para que no quede la duda del despistado generacional que no sepa de donde ha venido. Sin embargo, Pa negre no habla de guerra ni de política en sentido estricto, Pa negre habla de las reglas del juego para sobrevivir impuestas entonces a todos, pobres y ricos, envanecidos fascistas o perseguidos de izquierda, policías o ladrones, hombres o mujeres, adultos o niños, en una sociedad mezquina, donde la ocultación, la apariencia y las traiciones a las propias convicciones conformaron un universo de horror que supera, seguramente, el planteamiento ficticio en la mente más elocuente e imaginativa de cualquier guionista. De esa realidad social que forjó, guste o no, nuestra identidad actual, de esa será más difícil pasar la página, a pesar de que la situación económica haya cambiado notablemente y seamos hoy nosotros los que recibimos de buena o mala gana a los emigrados de otras guerras del planeta. La España profunda, esa que no está situada en ningún punto de la geografía pero a la vez está en todos ellos, esa costará algunas generaciones y bastantes años superarla. Por eso, Pa negre es una película necesaria, aunque seguramente moleste a muchos y a otros incomode bastante, en una época donde la negación de cuanto huela a raíces o a memoria se superpone al autoconocimiento de nosotros mismos bajo parapetos modernistas y comerciales.

Si este retrato costumbrista se hace además con el valor añadido de un cine eminentemente poético, a pesar de la dureza de cuanto se narra, un cine que no pierde el recurso de lo simbólico ni los momentos intimistas, un cine cargado de escenas memorables, de tremenda cotidianeidad y ternura que contrastan con la tragedia y la brillantez de otras, como la que abre la película, pues el resultado es que estamos ante una de las mejores producciones del cine español actual, ese que evoca otras obras como El espíritu de la colmena y a un puñado de cineastas empeñados en que esto del cine vaya un poquito más allá del taquillazo inmediato precursor de alguna nominación al Goya del próximo año. Cine a contracorriente, cine para pensar, al que solo el tiempo pone, de vez en cuando, en su merecido sitio.

Harry, un amigo que os quiere (Dominik Moll, 2000)

harry-cartelDominik Moll, director de origen alemán afincado en Francia, apostó en este film por Sergi López para el papel protagonista, actor que goza de gran prestigio en el país vecino. Compleja y excelente la interpretación del catalán, en un personaje que parece venirle como anillo al dedo porque cautiva desde el principio, y que le valió el Premio 2000 del Cine Europeo como mejor actor. Con el gesto siempre agradable, su personalidad aporta mucho al personaje de Harry, pues esa sempiterna expresión bondadosa, adorable,   combinada con su mirada extraña y perturbadora, logra de quien observa la sonrisa y la inquietud  casi a partes iguales.

El guión está construido con precisión esmerada, plagado de pequeños detalles que se van sumando, uno tras otro, para crear una atmósfera inquietante. La película comienza cuando Michael (Laurent Lucas) y Claire (Mathilde Seigner) se disponen a pasar sus vacaciones en una granja, propiedad de la familia, que llevan restaurando cinco años. Viajan en coche con sus dos hijas pequeñas. El estrés va haciendo mella: hay una ola de calor, las niñas están desatadas y la granja es una fuente continua de problemas. La tensión que se produce a medida que la situación se deteriora está tratada de modo visual y con bastante sentido del humor: vemos el coche a vista de pájaro y de repente estamos dentro de él, con la música a todo volumen, las niñas gritando, pidiendo agua, dando patadas en el asiento, y a la pareja intentando hablar sobre sus asuntos. Una situación en la que más de uno nos habremos visto involucrados que no puede sino arrancarnos una sonrisa, a pesar de no tener ninguna connotación cómica. De repente, aparece Harry, un amigo dispuesto a cualquier cosa para hacer feliz a Michael. Se conocieron hace 20 años, en el instituto. Michael casi ni recuerda a Harry. Sin embargo, Harry parece sentir auténtica fascinación por Michael y le obsesiona ver a su amigo incapaz de resolver sus problemas cotidianos, por lo que decide ayudarle.

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En pocos minutos queda establecido todo el tono de la película. Michael es un hombre normal, que trabaja para su familia y oculta sus frustraciones con gran sentido práctico. Controla su vida (o eso cree) y siempre evita los conflictos (con sus padres, su mujer o su vecino). Sin embargo, Harry nunca ha logrado nada por sí mismo, debe su riqueza a su padre, quien murió dejándole una fortuna. Carece de sentimiento de culpa, es impulsivo, caprichoso, obsesivo y vive tan sólo para el placer. La filosofía de Harry es pura lógica, y a la vez resulta extremadamente drástica. Si hay un problema, hay una solución; eso sí, la solución suele eliminar completamente el problema, nada de arreglillos sobre la marcha: Si se rompe el coche, te compro otro; si necesitas tapar un pozo, contrato para ti una máquina excavadora; si alguien te molesta…

Harry crea situaciones asfixiantes para las que ofrece soluciones que dan auténtico pavor, pero es un miedo que se disfruta porque para Michael son, en cierto sentido, liberadoras de la esclavitud de lo cotidiano.  El tratamiento del suspense, que logra que la tensión se palpe en cada escena, y cierto tono metafórico en las relaciones entre los personajes, hace pensar en la probable admiración de Moll por la obra de Hitchcock. Y como buen alumno, la película ofrece variedad en cuanto a posibles interpretaciones. Michael podría ser cualquiera de nosotros: todos hemos abandonado muchas aspiraciones que albergábamos siendo adolescentes, pero para Michael esas frustraciones se hacen ahora posibles a través de Harry. O tal vez Harry podría ser la representación de su propio subconsciente, encarnando alternativas a su vida adulta, como la independencia o la riqueza pero, sobre todo, la posibilidad de hacer realidad sus impulsos guiados únicamente por el sentido del placer. Una película bastante acertada, que combina con éxito drama realista, comedia negra costumbrista y thriller psicológico, huyendo de los tópicos habituales hoy en el género y acercándose más a elementos propios del cine clásico, cuyas claves se presentan de modo inesperado para el espectador. Sin duda, una apuesta arriesgada, pero que tiene como resultado que se siga con interés desde el inicio y decaiga en muy pocos momentos, cerrada con el broche de un final para nada sospechado.