Tokio Blues (Norwegian Wood), de Tran Anh Hung (2010)

Fuera de su país, Haruki Murakami es el escritor japonés más leído de su generación. Considerado hoy como figura de culto en el mundo literario, se podría decir que ha ganado popularidad en base a dos pilares fundamentales: su particular mundo, descrito con sencillez pero a la vez con extremada sensibilidad, y su adhesión a la cultura occidental, ya que contrariamente a la mayoría de escritores japoneses actuales, que han logrado prestigio en el extranjero por su japonesidad, Murakami ha confesado en numerables ocasiones una admiración clara por escritores como Scott Fitzgerald, Raymond Chandler o Kurt Vonnegut, a los que considera sus maestros. Pero si muchas de sus novelas están recorridas por un estilo post-modernista y plagadas de elementos surrealistas, ciencia-ficción y paisajes de ensueño, Noruwei no Mori es probablemente uno de los trabajos que más se distancia de cierto aire pop para adoptar un enfoque deliberadamente realista.

La novela es la historia de un estudiante introvertido, Toru Watanabe, que ha perdido a su mejor amigo y que se ve envuelto en una compleja relación con su ex-novia, en ese momento de efervescencia vital que transita entre los dieciocho y los veintitantos, marcado por la pureza de sentimientos que el tiempo y el transcurso de la vida tarde o temprano disolverán. Muchos son los que opinan que es la novela más autobiográfica del autor, quien como Toru creció en Kobe y fue a la universidad en Tokio, en la que permaneció durante el periodo de agitación estudiantil de finales de los 60. Él lo niega, declarando que no sentía excesivo interés en involucrarse en las protestas estudiantiles, y que en aquella época transitaba entre confrontaciones sociales y políticas como un lobo solitario, pero también esta es una característica de Toru, que navega constantemente en su propio mundo, quedando la situación exterior como telón de fondo, y las revueltas son el mero paisaje donde se desarrolla su particular batalla interior.

Noruwei no Mori vendió en 1987 dos millones de copias en Japón y otras tantas a nivel internacional. Se convirtió en una novela de culto para muchos, por lo que no es demasiado sorprendente que finalmente alguien haya decidido adaptarla al cine. Cuatro años le ha costado al vietnamita Tran Anh Hung persuadir a Murakami, quien finalmente accedió, dejando cierta libertad de adaptación al cineasta. Lo cierto es que quienes hayan visto alguna de sus películas, como El olor de la papaya verde o Cyclo, conocen el don para la sensualidad de este director y su manera tan especial de crear atmósferas lánguidas y poéticas que parecen venirle como un guante al tema de la novela.

Tokio blues es el título con el que se ha distribuido en España la película, heredando el nombre con el que también se publicaba la novela en su día en castellano. Internacionalmente, sin embargo, se la ha titulado como Norwegian Wood, en alusión al tema de los Beatles que se escucha en una de las escenas de la película y al que también refiere la novela.

Es un film relativamente largo, de 133 minutos, recorrido por el tempo pausado y poético que caracteriza al director, adaptándose perfectamente a una historia atormentada y compleja que, como el libro, va bastante más allá de un simple romance adolescente trágico ambientado en el agitado Japón de los 60. Comienza con una narración en la que Toru Watanabe (interpretado por Kenichi Matsuyama) nos cuenta cómo él, su mejor amigo Kizuki (Kengo Kora) y su novia Naoko (Rinko Kikuchi) crecieron juntos. Inexplicablemente para todos, Kizuki se suicida a los diecisiete años.

Dos años más tarde, Toru se encuentra en Tokio, donde estudia literatura occidental al tiempo que trabaja en una tienda de discos para apoyar económicamente sus estudios. Para su sorpresa, Naoko aparece en la universidad. Forman una relación inicialmente platónica, caminando juntos y hablando de todo menos de lo que más les atormenta: la muerte de Kizuki. Una relación que se irá complicando debido a la inestabilidad emocional de Naoko, que se debate entre salir adelante o quedar atrapada para siempre en el limbo del tormentoso pasado.

Aunque la acción se sitúa a final de los 60, la película está llena de resonancias válidas para cualquier lugar y momento, con personajes muy bien construidos e interpretados y una arquitectura cinematográfica espectacular, de la que se podría estudiar cada escena milimétricamente, a lo que cabe añadir un meticuloso ensamblaje del conjunto. Pero, sobre todo, a pesar de ser una adaptación del texto original con muchas licencias, temporales (la novela se narra como un recuerdo del protagonista maduro, mientras la película elimina el sentido de la nostalgia y nos sitúa directamente en los años de juventud) y de contenido (son abundantes los pasajes del libro que se obvian), pues a pesar de todo ello, Tran Anh Hung consigue lo más difícil, que es trasladar los enérgicos sentimientos del original literario con una impecable habilidad a la hora de plasmarlos en el cinematográfico, haciendo uso de movimientos de cámara, localizaciones, encuadres, diálogos, los silencios o la música como un auténtico maestro de las artes cinematográficas.

Naoko es tal vez el personaje más difícil de construir de toda la película, también es el más complejo de la novela. Aquí, si bien el director sale bastante airoso, es de los pocos aspectos donde no logra la profundidad de Murakami,  porque la magnitud de la angustia y la lucha mental de la joven, recluida en un sanatorio por su complicada estabilidad emocional, solo se llega a apreciar como una sensación descriptiva, mediante recursos como el viento azotando el pelo, nieve o lluvias torrenciales que nos transmiten a través de la pantalla el limbo mental del personaje, enfatizado por los acordes de una banda sonora que se adapta muy bien a cada momento anímico en el film, aportada por el guitarrista de Radiohead, Jonny Greenwood, muy bien utilizada, sin excesos, en su justa medida para destacar los principales puntos de inflexión en las relaciones de los personajes.

En conjunto, Tran Anh Hung logra una película notable de la adaptación de un texto de un autor complejo como Murakami, a pesar de lo obviado, lo añadido y las condensaciones que exige un medio como el cine. Hay algunos pasajes que el director ha eliminado, como incidentes en el pasado de Naoko que hacen su inestabilidad mental más explicable. Hay también ciertos ángulos ásperos, revestidos del particular estilo inquieto de Murakami, que se han suavizado, probablemente debido a los rigores que impone realizar un film más comercial. Pero la película tiene una construcción impecable, momentos excelentes y mucha belleza. Cine imprescindible, y una adaptación de la literatura cuidada y respetuosa, a pesar de que no logra captar esos aspectos que conforman la genialidad de Murakami, que no son sino su manifiesto sentido del humor, incluso en los momentos más tristes o melancólicos que embargan a sus personajes.

Bilbao – New York – Bilbao Kirmen Uribe

Dice Kirmen Uribe que podemos calcular los años que ha vivido un árbol por el número de anillos que contamos en su tronco. Que podemos medir la edad de los peces por la cantidad de escamas, pues no son sino el rastro de leves heridas que laceran su piel en invierno por la falta de alimento. Y que el hombre también acumula heridas. Las heridas del hombre son sus pérdidas y, a diferencia de los peces, las pérdidas humanas son invisibles, pero dejan su particular rastro hasta convertirse en la medida de nuestro tiempo, pudiendo recuperarse de manera simbólica a través de la memoria y la escritura.

Cuando el abuelo, Liborio Uribe, comprendió que le quedaban pocos meses y ya no podía escapar a la muerte segura, pidió a sus familiares que le llevasen a ver por última vez un cuadro del pintor Aurelio Arteta. Años después, su nieto Kirmen esta delante de ese mismo cuadro, dispuesto a reconstruir, durante el trayecto de un viaje a Nueva York, la historia de su familia, una historia con profundas raíces en la tierra, pero también en el traicionero mar. Kirmen Uribe es, al mismo tiempo el narrador y el protagonista de esta novela que transcurre en el tiempo que dura su viaje desde Bilbao al aeropuerto JFK de Nueva York. A través de cartas, diarios, e-mails, poemas, museos, diccionarios y cuadros, el autor hace un ejercicio de memoria que recorre la historia de las ultimas generaciones de su familia: la vida del abuelo nacionalista y un poco franquista al mismo tiempo, la muchas veces dolorosa existencia de los marineros que viven con el mar como hogar la mayor parte de su vida, las aventuras y penalidades de su padre José, patrón del Toki Argia, la relación de Ondarroa con el pintor Aurelio Arteta, Arteta y el arquitecto Bastida, sus comienzos como escritor… trazos de vida que confluyen en la reconstrucción de un cuadro devorado por el tiempo, el de la familia Uribe.

Es el primer libro que leo de Kirmen Uribe. Había oído hablar porque Bilbao-New York-Bilbao ganó el premio Nacional de Narrativa en 2008. La verdad es que no me atraen a priori los libros sobre viajes, pero comencé a leerlo en la misma librería y se vino conmigo. Aunque transcurre durante un viaje, en realidad no es un libro de viajes en sentido estricto, ya que en el trayecto encontramos también cuentos, pequeñas historias que se le van ocurriendo, cartas y hasta alguna poesía escrita al hilo de un recuerdo. La lectura es muy agradable, porque está narrado con una prosa fácil y directa pero a la vez cargada de un tono poético que la hace especial. Uribe nos hace partícipes completamente de sus pensamientos o de su estado de ánimo, consiguiendo una sensación muy cercana y estimulante. Posee una enorme capacidad para transmitir, con un estilo conciso y la mar de sencillo, sin grandes descripciones ni complejos recursos retóricos. Confieso que me ha sorprendido mucho, que tendré en cuenta en adelante cuanto publique Kirmen Uribe y que la recomiendo sin ninguna duda porque es una gozada. Leyendo la sinopsis puede parecer que el tema quedará distante a quienes, como la que escribe, no conoce Euskadi ni sus gentes, pero tengo que reconocer que, a pesar de la distancia existente con la historia, algunos capítulos han llegado a emocionarme.  Bilbao-Nueva York-Bilbao se publicó originalmente en euskera en 2008 y ya existe edición en castellano traducida por Ana Arregui.

Cineclub, de David Gilmour

cine-club-portada1Acabo de terminar la lectura de este libro autobiográfico y os confieso mi entera satisfacción por haberme fijado en él y haberlo adquirido en la reciente Feria del Libro; sin duda alguna, es un texto que merece la recomendación absoluta porque, además de muy entretenido, elegante y ameno en su lectura, se construye como una suerte de ensayo subjetivo sobre cine clásico y moderno que incita a la reflexión, tanto en lo que a la cualidad educacional del séptimo arte se refiere, como al posible uso de determinado material cinematográfico como elemento didáctico que hoy día carece de plasmación en los planes de estudios en cualquiera de los niveles en los que se divide nuestro actual sistema educativo.

Lamentablemente, el cine como arte no es la única materia ausente en la vida escolar de nuestros jóvenes; hay, y probablemente habrán muchas más mientras se tecnifiquen aceleradamente las consideradas necesarias para formar los futuros pilares del sistema. Las matrículas universitarias han descendido un 14% en el último lustro, y son las facultades de Humanidades las que más se vacían. Por eso la salida ha sido (bajo la bandera de Bolonia) reducirlas (de 14 filologías a tan sólo 4) o eliminarlas (como es el caso de Historia del Arte), aunque el proceso se vea afortunadamente frenado, hasta el momento, gracias a las continuas protestas de la comunidad universitaria. Mientras tanto, profesores y padres siguen sin poder explicarse el absentismo escolar, el fracaso, la agresividad del alumnado o el empeoramiento de la calidad de la enseñanza… Quizá se debiera comenzar a atender e investigar los motivos de un sector cada vez más amplio de ese alumnado, pararse a analizar el porqué del no entiendo, no me interesa, es un rollo o simplemente me aburre hacerlo. Pero no: múltiples encuestas, foros, medios de opinión, etc, se encargan, como única respuesta, de formar el clima de opinión de lo que sucede es que los chicos son muy malos. Por lo visto últimamente lo que hay detrás de esta generación no son adolescentes, sino una banda de pseudo-delincuentes de botellón y messenger que le zurran a todo el que se le ponga por delante, profesores o padres incluidos. Quizá lo que suceda es que hayamos aumentado demasiado su pasividad (que no es sino la nuestra) a la hora de enfrentarles a los retos de la propia adolescencia, que no son sino crecer y ser independientes. Dame, cuídame, diviérteme, protégeme… no existe el aprendizaje sin esfuerzo, pero también es imposible sin la implicación del individuo. Esa posición activa para acceder al aprendizaje se encuentra diluida por las necesidades de la vida actual, donde la falta de tiempo, el agobio y la comodidad producen una situación, desde su tierna infancia, en la que se les exige más bien poco en relación a su autonomía y capacidad personal, presentándoles un mundo donde casi todo viene resuelto, nostalgia del «paraíso perdido» en la que no existen preocupaciones ni obligaciones, reflejo natural del ideal social de bienestar que nos coloca, desde niños, en la posición de natural consumidor de todo tipo de objetos y nos aleja convenientemente de tomar más implicación para con el entorno que el necesario para la propia y cómoda individualidad: pagamos nuestros impuestos, respetamos la ley, votamos cada x años, y es el Estado quien decide y se encarga prácticamente de todo lo demás. Y lo más peligroso: la continuidad de ese bienestar, garantía de tan presunta como vacua molicie y prosperidad, sobre todo en tiempos duros y de crisis, reside, ni más ni menos, en la capacidad del sistema para crear un grueso de población culturalmente analfabeta, que trabaje mucho, cobre poco y, sobre todo, opine menos.

david-gilmourEvidentemente (ya sería bonito), un libro no nos va a ofrecer todas las respuestas, aunque sí permita la reflexión y quizás el comienzo de toma de conciencia, por algo se empieza. Cuando Gilmour, crítico de cine y escritor canadiense, permite que su hijo de 15 años abandone la escuela secundaria, dado su constante y evidente desinterés de los temas académicos, lo hace bajo un condición: “Podrás abandonar el instituto, no tienes que trabajar, no tienes que pagar alquiler, puedes dormir hasta las cinco todos los días y nada de drogas”, y lo único que le exigió fue ver juntos tres películas a la semana, elegidas por el padre. “Es la única educación que vas a recibir”, le dijo Gilmour, quien mantuvo esta estratagema durante los siguientes tres años de la vida del joven Jesse. Títulos como Los 400 golpes, La dolce vita, Desayuno con diamantes, El padrino, Annie Hall, Psicosis, Gigante, El último tango en París o Un tranvía llamado deseo, y otros menos relevantes pero interesantes para la conversación como Alerta máxima, Showgirls o Corrupción en Miami (así hasta cien películas que se enumeran al final, en la edición en catalán con indicación de página) le servirán a Gilmour para permitirse un acercamiento a su hijo y a la vez ser parte activa en su educación con el arma que es su profesión, el cine, y le facilitará, sobre todo, implicarse y pasar más tiempo con el joven desencantado. El padre pone su mirada, curiosa y diferente a la del chico, pero a la vez le va pidiendo que se fije en un determinado plano, en un silencio, en un movimiento de las manos o de los ojos, y también aprende a conocer sus inquietudes manifiestas en las diversas reacciones, a hablar con él y a acercarse para ayudarle a resolver sus contradicciones de adolescente. Y aunque en algunas ocasiones esta relación paterno-filial se presente algo idealizada, lo cierto es que parece que sí consigue lo que en principio era su propósito, ni más ni menos que afianzar su relación con él, poder hablar de todas esas cosas que tantas veces suelen, por diversos motivos, silenciarse o eludirse y educar en el cine no sólo por lo que respecta a su faceta artística sino como medio esencial a la hora de interpretar nuestra reciente historia y el mundo en el que vivimos. Confieso que después de la lectura, me entraron unas ganas enormes de volver a ver algunas de estas películas, porque además de haber aprendido bastantes cosas sobre ellas, Cineclub es sin duda una gran memoria de la historia del cine que aborda los últimos 50 años, hecha desde la óptica de un entusiasta del séptimo arte del que no sólo podemos beneficiarnos de su sabiduría en la materia sino de su implicación como padre en la educación de su hijo. Un libro que se lee con gusto, aunque hay que decir que argumentalmente recuerda en algunos pasajes a esas convencionales novelas para adolescentes no exentas de moralina (algunas veces explicita) y ciertamente costumbrista. El final es poco menos que de cuento de hadas, cuando Jesse dice querer volver al instituto y se matricula en un intensivo de tres meses que incluye aquellas horrorosa materias que siempre rechazó aprender, resulta tener además un gran talento musical y sale bien parado de los enredos amorosos que le llevaron a coquetear con las drogas.

Pero provechoso o no, me gustó el relato a la hora de llamar la atención sobre esa dimisión cultural a la que los adultos demasiadas veces abandonamos a los jóvenes, limitándonos a exigirles cómo deben ser, y también desde el punto de vista de la radiografía del sentimiento de paternidad, del que se ha derrochado mucha menos literatura que no del de maternidad, «una época mágica que normalmente un padre y un hijo no tienen ocasión de disfrutar en una fase tan tardía de la vida de un adolescente», afirma Gilmour. No se trata de buscar en el libro una guía para reconducir adolescentes descarriados, pero sí hace posible la necesaria reflexión sobre que la enseñanza de la vida no depende únicamente de un boletín de notas, de la necesidad de la presencia de los padres con su tiempo en la educación de los hijos y de lo irrecuperable de ese tiempo si, como en demasiados casos sucede, se sigue justificando su ausencia bajo el manto de garantizar el bienestar de lo meramente material y, definitivamente, se derrocha.

Taxi, de Khaled Al Khamissi

La editorial andaluza Almuzara ha lanzado al mercado el primer trabajo narrativo del sociólogo, periodista y director de cine egipcio Khaled Al Khamissi, quien causó un auténtico revuelo literario con esta publicación en su país. El libro es un recopilatorio de 58 relatos breves, procedentes de su experiencia directa de viajar en taxi por El Cairo, que funcionan a modo de termómetro sociológico de la calle. Unas veces incluyendo diálogos, otras como mero espectador del monólogo, se ofrece un muestrario representativo del día a día de la mega-polis que, con unos once millones de habitantes, cuenta con más de ochenta mil taxistas legales. El estado constante de griterío, los coches hechos (en su mayoría) polvo, donde los conductores trabajan a destajo como esclavos, el continuo atasco, el regateo del precio de la carrera antes de subir, hombres que compaginan su trabajo con tener que correr (la palabra «correr» ha de ser leída en su sentido más literal) en busca de comida para llevar a casa, son algunos de los aspectos que refleja de modo magnífico el libro con lenguaje sencillo, directo y espontáneo. Una colección de historias sobre sueños, aventuras, filosofía, amores, recuerdos, memoria y política, relatados con buen oído y bastante sensibilidad; un viaje a la sociología urbana del Egipto actual a través de las voces de los taxistas cuyos relatos, unos más interesantes que otros, están cargados de un optimismo extraño que da qué pensar sobre la capacidad de supervivencia de algunas personas en algunos lugares del mundo.

He disfrutado con la lectura porque, al margen de su objetivo pretendidamente didáctico, resulta amena y está hecha con el suficiente sentido del humor (incluso contiene capítulos realmente divertidos), sin dejar de desprender un aura vitalista y positiva a pesar de las circunstancias (sobre todo económicas) en las que parece que hay que sobrevivir en este país. Siempre es mejor el relato contado por el protagonista directo, a la hora de formarse una opinión, que las divagaciones del espectador ocasional por más dotado de registros que se halle. Además, el libro aprovecha para afrontar de modo bastante original las transformaciones políticas y sociales de los últimos años, dando un nada disimulado repaso al gobierno, a la burocracia, la corrupción y el abuso de poder al que se enfrentan en su día a día los cairotas. Y porque, de forma sencilla y sin rodeos, ofrece una radiografía  de la sociedad egipcia que queda bastante lejos de la narrativa árabe habitual en el mundo editorial aquí, reservada a la denuncia de las políticas más radicales (sobre todo para con lo que a la mujer se refiere) que, no por ser tan rechazables como alarmantes, son las únicas consecuencias de determinados regímenes en el mundo árabe.

olett_p1Pero también, a lo largo de estas historias cortas, se entrevé aquí y allá, a modo de sombras que nublan el horizonte, un preocupante ascenso de las posturas islamistas más radicales, y tal vez esta sea la consecuencia más temible que se extrae de la lectura. No se trata sólo de la incapacidad de los distintos gobiernos para resolver la crisis enquistada desde hace muchas décadas en la que viven la inmensa mayoría de ciudadanos muy pobres y con serias dificultades para mantener a sus familias. Se trata también de la existencia de una red de vínculos sociales que facilitan esa emergencia, a lo que se ve, imparable. Muchos de los taxistas protagonistas de estos relatos han vivido en países como Irak o Jordania, tienen familia en Arabia Saudí o están casados con mujeres de países limítrofes; situación que tiende a hacer crecer el vínculo subjetivo que les hace sentirse un pueblo único, a pesar de las fronteras y regímenes diversos que les separan, y que tiene como consecuencia inmediata que la visión sobre la invasión de Irak o la política israelí en el Líbano esté basada en el conocimiento directo de las víctimas, con las que existe un vínculo social y sentimental que hace ver como propio el sufrimiento  y la  impotencia ante las consecuencias sociales de la política occidental padecida por sus vecinos. Todo ello se une a la existencia de  diferencias sociales y económicas mucho mayores que en cualquier país europeo (la mayoría roza los umbrales de la pobreza) y a la base cultural de la población, prácticamente inexistente (a excepción de las familias adineradas, el sistema ha reducido la escuela a clases particulares que consumen buena parte de los sueldos de sus progenitores); hechos y situaciones que, quieran o no verlo así los jefes de gobierno occidentales, constituyen el caldo de cultivo perfecto para el integrismo islamista. Un taxista lo resume a la perfección: «En Egipto se ha probado sin ningún éxito la monarquía, el socialismo (Nasser), el centro, los pactos con Estados Unidos y con Israel, en el marco de una dictadura maquillada (Mubarak). ¿Qué se pierde con probar con el islamismo radical?»

El vampiro de Ropraz

El relato

Ropraz es una pequeña población suiza, en el Haut-Horat valdense. En 1903, la joven Rosa, de 20 años, hija de Émile Guillíeron, juez de paz y diputado del Gran Consejo, muere de meningitis. Sólo unos días después de la exhumación del cadáver, la tapa del ataúd es encontrada abierta, los restos de la virginal criatura profanados y vioilados, y sus miembros, esparcidos por los alrededores, parcialmente devorados. El horror despierta. En Carrrouge y Ferlens, vecinas localidades, se encontrarán más tumbas profanadas, todas de tiernas muchachas de similares características: jóvenes, finas, morenas, vírgenes… Resurgen las supersticiones en estas tierras aferradas al calvinismo más rancio, amanece la obsesión por el vampirismo y la necrofilia, la fascinación asesina, los fantasmas, ancestrales pesadillas supuestamente por siempre ya enterradas. Es la mala conciencia social de la época, la miseria moral, el recelo desatado como una coreografía salvaje animada por el sexo, la sangre, el canibalismo, la brutalidad en su estado más puro.

La necesidad obliga a señalar un culpable, labriegos convertidos en delatores y todos sospechosos, cada cual espía de los demás en el crudo invierno de la Suiza profunda. El elegido es Favez, joven huérfano con un estremecedor pasado, casi analfabeto, hombre huraño de ojos enrojecidos y extraños apetitos sexuales, se presta cómodamente a la acusación colectiva. Blanco perfecto de cierta moral al acecho de chivo expiatorio para enterrar fantasmas colectivos, a él le han sorprendido en el establo violando al ganado. Juzgado por la urgencia popular, es condenado, encarcelado y sometido a un paradigmático estudio psiquiátrico. Pero en 1915, ya comenzada la Primera Guerra Mundial, se pierde su rastro…

El autor

Jacques Chessex es novelista, ensayista y poeta. Nació en Payerne, cantón de Vaud, Suiza, y siempre ha estado fascinado por la literatura de terror y el impacto del reaccionario calvinismo en la sociedad de su país. Su libro más conocido, «El Ogro», fue ganador del premio Goncourt en 1973, aunque su extensa producción en el terreno de la poesía, la novela y el cuento de terror tiene gran impacto en la literatura francesa actual. «El vampiro de Ropraz», publicado en francés por Grasset & Fasquelle en 2007, tuvo una extraordinaria repercusión en Francia y está en vías de traducción en numerosos idiomas. En España ha sido publicado por la editorial Anagrama en octubre de 2008.

Literatura

Amén de su interés por resultar revelador de la estrecha mentalidad reinante en la profundidad del país hace apenas un siglo, el libro es un relato terrible, horroroso por momentos, de una región, una época y el destino de un hombre víctima de la crudeza de las propias condiciones que han conformado su pasado. No es un libro para todos los estómagos; las salvajes descripciones de aspectos recónditos de la mente humana, lo explícito de la narración de algunos detalles del vampirismo necrófilo, la crudeza en la descripción de sádicas y zoófilas prácticas sexuales y la brutalidad con la que hace patente los entresijos de las reacciones humanas más primitivas, hacen de este un relato crudo y con escenas no aptas para los espíritus más sensibles. Sin embargo, se trata de un libro, más que de terror, del horror de esos fantasmas colectivos, magistralmente narrado, en el que la acción se desarrolla sin rodeos y de modo absolutamente directo, pero cuya economía argumental no merma un ápice su estilo narrativo, en el que abunda la prosa lírica, con ritmos muy marcados y frases hilvanadas con gran cadencia, para narrar una historia intensa, reveladora y con cierto aire sarcástico que convierten esta pequeña obra en una exquisitez literaria innegable:

… Mientras tanto corre el vampiro de Ropraz, corre el primo lejano de Drakul y tan parecido a él, maestro lunar de las escarpaduras de Valaquia y de la Transilvania desolada de crímenes. Tiene a su favor el parentesco aterrador de los Cárpatos y las estribaciones valdenses de las selvas negras donde se esconde, vigila, sacia la sed y el hambre, el devorador de la Rosa pura. Podéis estar seguros de que, acurrucado en la maleza, donde se esconde hasta la caída del sol, en la caverna de una pendiente, una falla en el risco sombrío, ha oído traquetear el carro del pastor sobre el camino abrupto. Y de que, más tarde, ha visto apagarse la lámpara de la ventana del castillo de Ussières, la lámpara del Café Cavin, la de las casas de piedra maciza, de las granjas en sus soledades. Ahora, la noche le pertenece…

… El viento se ha levantado en la cañada. Sopla sobre la noche, el viento mojado y frio que ata a los perros en sus cabañas y endurece los caminos helados… Tantas vírgenes jóvenes duermen su sueño de lis en tantos lechos vertiginosamente tibios. Tantas jóvenes muertas van a reposar, en su primera noche de enterradas, bajo la cubierta de su tumba fresca. ¡Es hora de ponerte en marcha, Drácula, maestro de la sombra, por los burgos y campos! ¡Tú que conoces todos nuestros gestos, nuestras pausas, nuestros titubeos, tú que beberás la sangre de nuestras hijas y las registrarás, las devorarás antes de que el alba te obligue a refugiarte en tu guarida inhallable!…»

No abunda en el mundo editorial literatura actual del género que no se parezca a un guión para un film de serie B. Por eso, cuando se encuentra una joya literaria como esta, una cabaletta sublime, oscura, pero condenadamente bien escrita, una no puede sino recomendarla. En mi modesta opinión, se trata de un autor del que seguramente se seguirá hablando pasados los años, capaz de crear pequeñas joyas como esta que destaca, y mucho, entre otras obras vampíricas o de terror actuales cuyo fin único es el argumento y desenlace en sí mismos, pero que carecen de los ingredientes mínimos para ser consideradas auténticas obras literarias. Si, además, os gusta el género, no dejéis de leerla porque resulta una delicia; si no os gusta tanto, tal vez encontréis párrafos demasiado crudos o explícitos, aunque siempre cuidados en su estilo y registro, que os acercarán a la mugre de la mentalidad de una época, narrado todo en clave de ficción a partir de un hecho real que asoló las conciencias centroeuropeas de principios del siglo XX.