La Ola (Die Welle), de Dennis Gansel

die-welleEl director alemán Dennis Gansel (Napola, 2004, o Los muertos vivientes, 1998) acostumbra a dirigir, escribir, incluso participar en el elenco de sus películas. La Ola, sin embargo, está basada en el libro del norteamericano Tod Strasser, que narra los acontecimientos reales que sucedieron en 1968 en un instituto de California, en el que un profesor desarrolla un trágico experimento didáctico con sus alumnos de último curso para explicar a los adolescentes en sus propias carnes cuales son los mecanismos capaces de generar la autocracia. Trasladado a Alemania y a la época actual, el profesor de Educación Física, al que se le encomienda impartir una semana monográfica sobre la autocracia, pondrá en marcha el citado experimento y provocará, mediante una serie de actitudes consistentes en gestos, saludos, vestimenta, disciplina, obediencia al líder, etc… que, en una sola semana, los chavales se transformen en aquello que siempre rechazaban, demostrando cómo la inseguridad, la falta de referentes, la competitividad individualista del mundo que se les avecina o incluso la crisis económica pueden ser o son caldo de cultivo imperecedero del totalitarismo. die-welle-the-wave-german-film1Película muy interesante y atractiva para el público joven, pues resulta inevitable su identificación con los diversos personajes y sus caracteres y, de paso, seguramente algo de la lección quede acerca de cómo se manejan los grupos extremistas (incluso las sectas) para integrar o doblegar las voluntades de los más inexpertos; lo cual siempre es interesante, porque la lección no refiere la historia pasada más inmediata, sino que demuestra en ellos mismos cómo se manejan los pretendidos líderes conduciéndolos a la identificación con un grupo, a la exclusión del que no se une, la anulación de la propia personalidad y, en consecuencia, a la manipulación de voluntades, base que sustenta toda dictadura.

En cuanto a las interpretaciones, todas correctas, destaca el trabajo de Jürgel Vogel en el papel de profesor, hilo conductor in crescendo de las vivencias colectivas del aula en esa especie de semana temática en la que se sumerge el grupo. die-welle-22big1Sin embargo, la película peca en exceso de estereotipos a la hora de dibujar a los personajes, tanto por lo que se refiere a los alumnos (la empollona, el pellero, el contestón, el rockero, el hacker, la tímida, el guaperas….), los profesores (el carcamal, el enrrollao, la exigente, la directora conciliadora y comprensiva de todos…), e incluso a los padres (los pasotas, los progresista, los autoritarios…), hecho que conduce a que resulte más interesante como arma didáctica que como trabajo cinematográfico propiamente dicho, pues su mérito reside en lograr que el público (sobre todo el joven) vaya sintiendo auténtico pavor ante los mecanismos que hacen posible toda dictadura y las consecuencias terribles que conlleva, que no es poco. Habrá que hacerse con el libro, tal vez en él se pueda encontrar lo que aquí falta: el detalle en las contradicciones propias de cada personaje, esa profundización en las razones del protagonista y de su pareja y, sobre todo, una justificación más coherente de porqué en una sola semana se pudieron generar tal como se describen estos acontecimientos que desembocaron en un final tan trágico. Una pena, porque si la película hubiese reparado en estos elementos, además de didáctico podríamos estar hablando de un film maduro y realmente recomendable.

Mongol, de Sergei Bodrov

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Impresionante película épica, rodada en Mongolia y de nacionalidad kazajstana, que nada tiene que envidiar a algunas superproducciones de la industria de Hollywood y sí mucho que resaltar ante estas. La historia de Temudjin (nombre de nacimiento de Gengis Kan) contada desde su infancia, quien sufre la soledad del niño alejado de su tribu (su padre, líder, envenenado por un rival tártaro), supera la adversidad guiado por el Cielo (crueles encarcelamientos para impedir el destino por parte de sus enemigos, entre ellos su ex amigo, Jamukha; o el secuestro de su novia, Borpe), y que, forjado por el fuego de los Dioses (el trueno que todos los demás mongoles temen) unificó a los mongoles y se convirtió en Kan de todos los Kanes para emprender la conquista de medio mundo. Dicen los críticos que la cinta resalta el aspecto más humano del guerrero, su debilidad respecto a su mujer y los valores éticos que profesa para con la tropa y los enemigos. mongolSi bien esto es así, cabe decir que se trata de la primera entrega de un biopic de cerca de 400 horas que, en principio, se servirá al público en tres partes, siendo esta la primera de ellas, en la que nos narra la infancia del héroe y cómo se convierte en líder de su pueblo. Queda por saber qué tratamiento dará el director al resto de la producción; pero centrándonos en esta, lo mejor no es seguramente su argumento, en el que nos presenta un hombre íntegro pero víctima de su propio tiempo, más cerca de un ídolo multicultural que de un despótico emperador. En realidad se trata de un trabajo ajeno a cualquier perspectiva histórica de los conflictos políticos o étnicos que lo definieron, centrando el relato (tal vez en exceso) en cómo los diferentes caracteres o personalidades de los personajes se combinaron para llevar a este hombre al liderazgo. Pero con estas películas siempre sucede lo que con la novela histórica: nos sirven para recrear esos pasajes del tiempo en un contexto que existió, pero adolecen de la credibilidad necesaria para que lo que cuentan sea fidedigno, pues pertenecen, sin duda, a la ficción. large-mongol31Sin embargo, leyendo determinadas críticas da la sensación de que la pretendida humanización del caudillo Gengis kan de la que hace gala la película resulta bastante creíble a más de uno, tal vez porque la historia cuando se ve con la perspectiva de los años pierde su virulencia, y es entonces cuando la leyenda sustituye a los hechos y la idolatría a la denuncia. La realidad del personaje seguramente se acerque más a la de un líder ambicioso que se erige como Kan porque su pueblo está convencido de que así lo habían querido los espíritus, que aniquiló a cuantos se negaban a someterse, desde los Urales a la India, del Mar Caspio hasta Pekín (la muralla más larga del mundo se construye defensivamente por el miedo de sus vecinos chinos), que logró reunir a todos los pueblos mongoles en uno sólo (con no demasiada delicadeza, todo hay que decirlo) para forjar su poderoso imperio, dejando tras sí enormes extensiones de tierras devastadas y montañas de cabezas. Habrá que esperar, pues, al resto de entregas para valorar el acercamiento del director al personaje, aunque tampoco es necesario pedir esa objetividad en el tratamiento de la historia a una película, pero sí lo es partir de la premisa de que estamos ante un producto, como debe ser, para el puro entretenimiento, sin pretender extraer de él más conclusión cultural que esta.mongol21ft7La película es una co-produción de Kazajstán, Rusia, Alemania y Mongolia dirigida por el ruso Sergei Bodrov, quien da la sensación que haber puesto toda la carne en el asador en el proyecto porque es una maravilla en cuanto a dirección y producción se refiere. Las imágenes, auténticas obras de arte fotográficas, juegan con las tonalidades, la luz, los colores, como pocas películas épicas, y la estética en general o el tratamiento de los paisajes abiertos en escenarios naturales son simplemente descomunales. El despliegue de medios, brutal: las escenas de las batallas, cuidadas al extremo, están realizadas con extras de verdad, aquí no hay demasiados trucos informáticos, y no son escenas precisamente sencillas o cortas, pero tienen esa elegancia y a la vez contundencia que sólo el cine asiático sabe darle. La interpretación, a cargo del actor japonés Tadanobu Asano en el papel protagonista roza la perfección y ensombrece al resto, que no es que lo hagan mal (todas están a un gran nivel), pero el trabajo de Asano es simplemente magistral. mongol10tr0El pulso de la cinta, a diferencia de otras producciones occidentales de este corte, es algo lento y se recrea en muchas escenas que tratan de transmitir el contenido humano del personaje, su relación con su mujer y sus dos hijos, con la tropa, sus hermanos de sangre, la tribu, los enemigos… aunque todas bien combinadas con la acción de las batallas, logrando mantener atento al espectador durante los 126 minutos que dura el film. Mongol es, en definitiva, una película de corte épico completamente recomendable, porque no cae en la trampa de rodar un cúmulo de barrabasadas cargadas de efectos a lo «Braveheart» o «300», sino que se centra en la historia del personaje, profundizando en él y en su enfoque humano, y todo ello completado con un buen trabajo general en los demás aspectos. Claro que esto para la industria no ha sido nunca lo más importante, si tenemos en cuenta que Mel Gibson acumuló cinco Oscars y Mongol sólo ha sido nominada como mejor película de habla no inglesa y siquiera se han molestado en doblarla para su presentación en las salas comerciales. Aunque a los que nos gusta el Cine nos resulta mucho más atractivo escuchar el film en mongol (suena estupendamente) con sus correspondientes subtítulos. A mí, personalmente, me ha gustado mucho, no se me han hecho largas las más de dos horas de duración y estoy deseando que salga la segunda parte de la trilogía para verla; y ojalá pueda ser, como esta, en la sala de cine, porque es realmente espectacular. Vedla, merece la pena de verdad.

Gomorra, de Matteo Garrone

Había puesto en el visionado de esta película bastantes expectativas, fundamentalmente porque me gusta el cine europeo con contenidos, que no se limite a una historia de buenos y malos para pasar el rato, buscando un punto de vista diferente o novedoso a lo que ya existe y, también, porque me interesa el tema, aunque el libro no he tenido todavía oportunidad de leerlo. Desnudar los entresijos de la camorra napolitana le ha costado a Roberto Saviano, escritor del libro en el que se basa la película, serios problemas con la mafia, y en la actualidad se encuentra escondido en algún lugar desconocido como consecuencia de las amenazas sobre él y su familia. Lo que es cierto es que 1,5 millones de ejemplares vendidos en 30 idiomas dan para pagar mucha seguridad y probablemente vivir más que bien, hecho que no obvia el admirar su valentía, pues no todos estarían dispuestos a asumir tan terribles consecuencias.

Hay que decir que la película no es una adaptación del contenido completo del libro, pues tan sólo recoge 5 de sus 11  capítulos; los suficientes, sin embargo, para hacerse una idea de la magnitud de poder que en la actualidad poseen estos delincuentes y de cómo su modus vivendi forma ya parte de la idiosincracia de toda una región en el país. Resaltar el buen trabajo de documentación previo al film, del que después de su visionado no cabe la menor duda. La película mueve su argumento entre cinco elementos en los que la camorra es influyente: la guerra entre mafias en el barrio napolitano de Secondigliano, considerado uno de los lugares más peligrosos de Europa; la industria textil de Tersigno, lugar en el que se produce en negro gran parte de la moda italiana que se vende en tiendas de lujo; el barrio dormitorio de Scampia, en el que no hay tiendas, ni bares, ni transporte público, pero sí uno de los mayores mercados de la droga al aire libre donde la policía ni se atreve a entrar; el negocio de los residuos tóxicos en la región de la Campania, competitivo basurero de la industria italiana que ha relanzado la economía de esta región a costa del pánico de la población y la vista gorda de las autoridades; y, finalmente, la historia personal de tres adolescentes, que rondarán los 15 años, aunque podría ser la de muchos otros tempranamente reclutados por la mafia para hacer de palos, historia que el director maneja como telón de fondo de las otras cuatro y a la que trata de dar un carácter más argumental, mostrándonos unos jóvenes tan peligrosos como inexpertos que van a planear el desafío al poder de los capos, lógicamente, con fatales consecuencias para ellos.

Se nota que Garrone apuesta en este film, que como ya he dicho es un trabajo bien documentado, por plasmar con vehemencia y bastante crudeza el mundo de la mafia tal cual, sin adornos que dirijan nuestra mirada a otra parte u a otras historias personales del resto de protagonistas, salvando los adolescentes. Todo el trabajo está concentrado en sacar a relucir la crudeza de esta realidad, sin maniqueísmos, sólo la sordidez de su denuncia. Lo que sucede es que una película es algo más que eso. Incluso, si el director hubiese optado por el documental, no bastaría con coger la cámara y filmar una serie de escenas que por su dureza resulten expresivas. Tampoco se trata de exigir que sea una obra de arte que nos maraville, tan sólo que tenga un argumento conexo y no sea una sucesión de hechos montados uno detrás de otro, que el citado argumento se acompañe de un desarrollo comprensible, que el trabajo actoral esté mínimamente elaborado, sean o no profesionales, que se cuide la iluminación y no sea unas veces insuficiente y otras excesiva, que la fotografía no corte la cabeza de los protagonistas como sucede en numerosas ocasiones, que los planos sean detallados... Gomorra carece, desafortunadamente, de los ingredientes necesarios para ser considerada un trabajo cinematográfico de mínima calidad, porque es una sucesión de escenas descuidadas, inconexas, por momentos poco comprensibles, rodadas con una cámara que se mueve sin sentido de modo constante, con escenas largas en las que no sucede nada (ni argumental ni artístico) y otras demasiado breves para su comprensión, sin ahondar en ninguno de los personajes y con algunas puestas en escena e interpretaciones que rozan lo lamentable. La película se hace larga, agria y cansina, porque en realidad no dice nada que no hayamos podido sospechar alguna vez ni contiene elementos artísticos que la hagan de interés. No sé si definitivamente leeré el libro; lo que es seguro es que, si os interesa el tema, lo mejor será optar por esa lectura, ya que después de visionar un film tan lleno de destinos como este, es bastante probable que cualquier motivación caiga en picado de modo considerable, ya que la única conclusión a extraer de la película es aquello de «qué malo está el mundo» y la sensación de haber perdido dos horas de tiempo y algo más de 6 euros en la taquilla.

El nido vacío, de Daniel Burman (2008)

La nueva propuesta de Daniel Burman para este año es un drama con tintes de comedia que se acerca mucho cine de Allen (no en vano se le ha dado a llamar el Woody Allen argentino); un film intimista y bastante más arriesgado que sus anteriores películas, donde lo que importa no es tanto el desenlace del argumento como el dibujo de la psicología de los personajes y su capacidad de enfrentarse a las nuevas situaciones; un concienzudo ejercicio de observación, por momentos ingenioso, donde lo que destaca son los innumerables diálogos en formato de lenguaje no verbal (miradas, gestos, silencios que constantemente intercambian los protagonistas) y en el que resalta más lo que no se dice pero se intuye o se sugiere, que aquello que es groseramente explícito.
Probablemente la elección de la trama no haya sido del todo acertada y a más de un espectador le haga dudar en decantarse o no por su visionado: Una pareja madura que afronta una nueva etapa de su vida; él, un exitosos dramaturgo en plena crisis creativa que ve pasar sin pena ni gloria los cambios en su vida; ella, una mujer que abandonó sus estudios para dedicarse a él y a sus hijos cuyo proyecto de vida queda desmoronado cuando esos hijos abandonan el hogar familiar y hay que afrontar en soledad la nueva situación que la vida le depara. Reconozco que la trama me hizo dudar si ir o no a verla, temiendo un drama costumbrista sin argumento y, por ende, el más grande de los aburrimientos… pero no fue así, y descubrí una película narrada de modo muy original que va despertando el interés conforme avanza, cargada de significados, bien llevada y concluida y que, para mi sorpresa y a excepción de algunas escenas dilatadas con piezas musicales, no me defraudó en ningún momento.
Sin ser en su argumento a priori excesivamente interesante, Burman sabe plasmar con la suficiente maestría esas complejas relaciones familiares, dotándolas además de un agudo e inteligente sentido del humor, abundancia de primeros planos y una estructura de film muy bien ideada (en el inicio y el cierre de la película) que logra de una historia aparentemente sosa, incluso inconexa en un primer momento, terminar por desarrollarla con buen pulso narrativo y con pocos momentos banales. Los personajes, incluso los secundarios, quedan perfectamente dibujados en sus contradicciones: Oscar Martínez, excelente interpretación de la recóndita interioridad madura masculina y Cecilia Roth, en el papel de personaje fuerte que lleva las riendas de la pareja pero que no llega a adoptar el primer plano en la narración, hecho que hubiese convertido la cinta en un drama al uso y del que Burman se distancia sabiamente, haciendo además que el espectador observe a los personajes con la suficiente distancia para, sin pretender la empatía con ellos, llegar a comprender a ambos. Bien, pues, por Burman que sabe, a partir de dos personajes en principio poco interesantes, elaborar una comedia fluida donde importa más lo que se sugiere que lo que es evidente, a la par que resulta divertida, sencilla, cálida y sensible. Hay que sumar, sin duda, la excelente dirección de actores y las buenas interpretaciones, tanto de Cecilia Roth como de Oscar Martínez, galardonado con la Concha de Plata al Mejor Actor por su trabajo en el último Festival de San Sebastián.

Cristian Nemescu: California Dreamin

Cristian Nemescu nació en Bucarest el 31 de marzo de 1979. En 1999 comienza sus estudios en la Escuela de Cine y Teatro de la capital rumana y se gradúa en 2003. Durante esta época ya apuntaba un prometedor futuro como director: Mihai and Cristina, su primer cortometraje, gana el premio al mejor realizador novel en el Festival de San Petesburgo en 2001; C Block Story, su proyecto fin de carrera, es de nuevo primer premio en el Festival de Berlín de 2003 y premio European Short Films en 2004. Terminados sus estudios, aborda la dirección de su primer proyecto independiente, Marilena de la P7, un drama en formato mediometraje que trata la historia de un adolescente de 13 años que vive en las afueras de Bucarest, y que un día decide robar un autobús para impresionar a Marilena, una prostituta de la que se ha enamorado. La cinta es recibida en Cannes con gran entusiasmo por la crítica y el público.

Estamos a finales de 2005; la guerra en los Balcanes es todavía reciente en la memoria y un viaje a Croacia, en el que al joven director le llama la atenciónla expectativa que crea la presencia de soldados norteamericanos en las muchachas de un pueblo, dan la idea a Nemescu para preparar el guión de su primer largometraje, California Dreamin: El capitán de la marina estadounidense Jones recibe el encargo de escoltar un tren que transporta equipamiento estratégico hacia Yugoslavia, durante la guerra de Kosovo. Doiaru, el jefe de estación de un pequeño pueblo, ordena la detención del convoy por falta de algunos papeles. El capitán al cargo, interpretado por el rocoso Armand Assante, establece una batalla de poder, y de ego, con el reaccionario y corrupto jefe de estación local. El embargo supone el desembarco de una manada de soldados borrachos de testosterona ávidos de juerga con las lugareñas de la región. Mientras, la comunidad se esfuerza de manera ridícula en agasajar a los soldados americanos con la esperanza de que todo ello redunde en mejoras económicas y progreso en sus tristes y monótonas vidas. Los soldados se dejan seducir por los habitantes del pueblo, incluso la hija del propio Doiaru tiene una aventura con el sargento McLaren. Cansado de esperar la ayuda de sus superiores, el capitán Jones decide arreglar el asunto por sus medios. A medida que se relaciona con la gente del pueblo, salen a la luz antiguos problemas y entenderá que la razón por la cual Doiaru retiene su tren es algo personal. Tras cinco intensos días, el tren acaba su viaje dejando atrás corazones rotos, sueños incumplidos y al pequeño pueblo sumido en una guerra civil.

La película es una mezcla de géneros muy equilibrada, cargada de fuertes dosis de humor a pesar del tono dramático del guión, y que muestra una realidad sin caer en el cine explicativo, dogmático o maniqueo. Hay que tener en cuenta que en Rumanía, hasta 1989, el Estado subvenciona el cine como una industria que, amén de su calidad y variedad temática, era utilizada sin tapujos como instrumento propagandístico del régimen. Con la caída de la dictadura, es un hecho cierto que el cine rumano pasa a estar de moda por reflejar diferentes aspectos de la sociedad rumana actual en los que se muestran las consecuencias de décadas de régimen totalitario, las diferencias sociales y las frustraciones. Pero no es menos cierto que muchas de sus películas arrastran ese dogmatismo argumental heredado de la vieja escuela (The rest is silence, de Nae Caranfil), o cierta aplicación si cabe mecánica de algunas técnicas del cine dogma que hoy son referente de los jóvenes cineastas del este (4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu), o un excesivo abuso del un ultrarrealismo social que merma la calidad artística que a toda película, como arte que es, cabe exigirle (12:08 East of Bucarest, de Corneliu Porumboiu). Sin embargo, en Califonia Dreamin, Nemescu se distancia de casi todos estos nuevos vicios (a pesar de que su cámara inquieta no deja de perseguir a los protagonistas) y sabe elaborar un film que, si bien se mueve en ese pozo de amargura que es el paisaje de la nueva Rumanía, lo hace desde la fachada de la comedia, echando toneladas de ácido contra todo lo que se mueve. Por la pantalla van desfilando personajes tratados de modo entrañable: el jefe de estación, su hija, los compañeros de colegio, y el alcalde, un hombre que ha pasado toda su vida esperando la llegada de los norteamericanos (desde pequeño, cuando entran los nazis en Bucarest y se llevan a sus padres, escenas en blanco y negro a modo de flashbacks; americanos que nunca aparecieron, convirtiéndose ésta en su gran oportunidad), hasta el capitán americano resulta tierno en este film, y sus conversaciones con el terco jefe de la estación de tren, lo mejor sin duda de la película.

Con influencias tanto del cine de Berlanga como de Kusturika, Nemescu dibuja el fracaso, el anclaje, la incapacidad de seguir adelante de un pueblo cercado por sus propias barreras culturales y por otras que le vienen impuestas (las económicas) hacia el progreso. Sus gentes ven el mundo a través de un escaparate en el que desfilan los marines como auténticos reyes magos; las chicas los observan como héroes y depositan sus esperanzas para de salir de allí, como en las películas del cine en las que el chico se lleva a la guapa, mientras las gentes del pueblo sueñan con el cambio por la simple presencia de esos soldados que representan el progreso y los sueños a los que jamás accederán y que confían ahora a la quimera americana. Convertir estas tristes historias en una simpática comedia sublime es algo sólo al alcance de los grandes; y no cabe duda, después de este trabajo que Cristian Nemescu lo hubiese sido (o lo es, ya), porque supo encontrar el modo perfecto de transformar estas historias mínimas en una feroz y amarga crítica al aislacionismo producto de la dictadura, al culto a las apariencias y a los falsos sueños que suscitan en las personas del lugar la vana esperanza de la ayuda extranjera.

En verano de 2006 el rodaje de la película había finalizado con tres horas de metraje. Faltaba por concluir el trabajo de montaje, eliminación de escenas e inclusión de la música. La película todavía no tenía título definitivo. Pero el 25 de agosto, Cristian Nemescu fallece en un accidente de tráfico en las calles de Bucarest junto a su técnico de sonido, Andrei Toncu. Se dirigían en un taxi hacia los estudios de producción cuando fueron abordados en el Puente Eroilor de Bucarest por un Porsche Cayenne conducido por un británico borracho que se saltó un semáforo en rojo. Los peritos establecieron que la velocidad a la que iba el Porsche era de 113 Km/h (63 Km/h por encima de la permitida), mientras que el taxi iba tan solo a 42 Km/h. El trágico evento truncó una de las carreras más prometedoras del nuevo cine rumano. Pocos días antes del accidente, Nemescu había realizado unas declaraciones en una emisora de radio contestando a un periodista interesado en saber la fecha de estreno de su película, que estaba causando fuertes expectativas:

«Creo que cuando el rodaje está a punto de finalizar, no puedes estar tranquilo en absoluto, ya que lo que quieres es ver como encajan todas las piezas, y eso resulta todavía más duro para ti que lo que acostumbra a ser antes de empezar

Pero el joven director no pudo ver cómo se hacían encajar todas esas piezas de su primer largometraje. Y la película se presentó con sus casi tres horas de metraje, sin retocar ni cortar demasiado, e introduciendo uno de los temas musicales preferidos y sugerido por Nemescu como parte de la banda sonora del film, California Dreamin, de The Mamas and the Papas, que posteriormente ha dado título internacional a su película, aunque en su versión original el título que le dio el equipo fue Nesfarsit, que significa «Inacabada«, tal como está, sin finalizar. Por ello, quizá resulte larga o se pueda criticar lo innecesario de muchas de las escenas; si bien el hecho de presentarse así no es más que un homenaje póstumo al trabajo del director y guionista que no pudo concluir lo que seguramente se convierta en una película de culto, una parábola política y social que desnuda el choque entre el occidente más fruslero y la Europa  más profunda,  caciquil y conservadora.

The Fall, de Tarsem Singh (2006)

Dicen, las malas lenguas, que en noviembre se estrena, al fin, el último trabajo del director hindú Tarsem Singh, quien sólo ha realizado hasta la fecha dos películas: «La celda» (2000), y «The fall»; esta última, galardonada con el primer premio en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, desde mi punto de vista, con sobrados méritos. Si definitivamente deciden estrenarla, aunque ya la he visto, no pienso perdérmela en la pantalla grande. Se trata de una superproducción rodada en 23 países durante cuatro años, en la que destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru ), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.La historia está ambientada en 1920, en los inicios del mundo del cine de Hollywood. Un extra sufre una caída, por lo que es ingresado en el hospital. Allí conoce a Alexia, una niña de cinco años que estará siempre dispuesta a conseguirle la apreciada morfina a cambio de que le cuente un cuento; una narración increíble de cinco héroes en una cruzada fantástica contra el malvado emperador Odio (español, para más señas). Realidad y ficción van a ir entremezclándose para converger en el final: la realidad es el hospital, los proyectos y los deseos de los protagonistas; la ficción, esa maravillosa historia que rescata la tradición oral de los cuentos fantásticos, narrada con una riqueza simbólica extraordinaria e imágenes preciosistas de paisajes y edificios de diversos países, técnicamente impecables y con unas dosis de imaginería que van más allá de la simple historia narrada. Es una película en la que se dan simultáneamente dos planos narrativos diferenciados, aunque ambos quedan recorridas por la dulzura de la niña en química perfecta con el protagonista, que le va contando la historia por capítulos para tenerla enganchada y hacerla capaz de cualquier cosa con tal de conseguirle la morfina, del mismo modo que engancha al espectador en este alegato al cine silente, en el que no había trucos ni efectos especiales y los extras arriesgaban su físico rodando las escenas más inverosímiles.Hay que destacar, además de la calidad de la fotografía, el cuidado que ha puesto el director en cada plano, planos que son una alta belleza sugestiva y que están rodados como si de una obra pictórica en movimiento se tratase. Los colores saturados recuerdan la estética de los cómics, la iluminación está estudiada para lograr el efecto onírico que corresponde al relato y en la historia encontramos héroes esculturales diseñados como auténticos acróbatas que recuerdan mucho las actuaciones de El Circo del Sol. No en vano, el responsable de la puesta en escena, diseño y vestuario es nada menos que Eiko Ishioka, quien ya ha trabajado para el Circo y, entre otras labores, diseñó el vestuario del Drácula de Francis Ford Coppola. Este derroche de imaginería es utilizado por Tarsem para construir dos planos diferentes en la película: uno es el convencional, el real donde se está desarrollando la historia de los protagonistas; otro es el fantástico, el del cuento a modo de performance en el que se mezclan diferentes artes pictóricas, musicales y de diseño.En definitiva, una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos. Porque lo que destaca en ella, más que la historia en sí misma, es su calidad plástica y narrativa, acorde con las inquietudes del perfil profesional del director, un reputado artista en el mundo de la publicidad, responsable de galardonados spots de marcas como Nike, Pepsi o Mercedes Benz, y también de algún extraordinario videoclip como lo es, por ejemplo, Lost my Religion de R.E.M.,  y que en esta ocasión opta por hacer una película en la que pone de manifiesto su enorme calidad artística en vez de rodar un film para lucimiento de actores como hizo en su fallida «La celda» con Jennifer López. Quizá Tarsem vea en un largometraje unas posibilidades infinitas para el diseño cinematográfico, o quizá un escenario para dejar patente su futura proyección en este arte… Lo cierto es que la película se disfruta, porque sea o no una obra maestra cinematográficamente hablando, su calidad artística es innegable y sólo por ello merece la pena verla. A quienes les guste el género fantástico, seguramente no les defraudará en absoluto. Y a quienes no sean tan amigos de él, disfrutarán de una obra cuidada y meticulosa con pocos precedentes en el cine moderno.

La desconocida (Giuseppe Tornatore, 2006)

Giuseppe Tornatore se dio a conocer hace ya algunos años por su mítica «Cinema Paradiso«, una obra sobre un viejo cine y los recuerdos de la infancia (todavía hoy tengo intacta en mi memoria la sensación que me causó la escena del muelle, o la de la tragedia en la plaza, o el final, uno de los más emotivos que he visto en el cine). Si bien «La Sconosciuta» (título original) nada tiene que ver con sus anteriores producciones, el hecho de estar firmada por el maestro italiano ya es, a priori, toda una garantía de buen cine. Y la verdad es que no decepciona lo más mínimo, porque nada se puede reprochar a esta su última propuesta; una película en la que el director se mueve como pez en el agua por diversos géneros cinematográficos: drama que desemboca en suspense, con algún atisbo de cine social (sin moralina ni maniqueísmo de ningún tipo) y policial para volver de nuevo al suspense y ofrecernos escenas finales sobrecogedoras.

La película trata la historia de Irena, inmigrante ucraniana que llega a algún lugar del norte de Italia huyendo de su reciente y oscuro pasado en busca de una segunda oportunidad en la vida. Allí la protagonista encuentra trabajo como niñera con una familia que tiene una hija pequeña aquejada de una extraña enfermedad neurológica que no le permite tener reflejos, con la que Irena va a establecer un vínculo especial. El director va descubriendo la historia de la protagonista en dos hilos narrativos diferenciados. Por un lado, su misterioso pasado, servido mediante justos y justificados flashbacks que permiten comprender la trama pero sin excesos en su uso; por otro, los verdaderos motivos de la estancia de Irena en la ciudad. Ambos no serán desvelados hasta casi el final del film, garantizando el suspense y la atención del espectador. Así, lo que comienza con atisbos de drama se convierte en un thriller psicológico que va ganando nuestra curiosidad con el paso de los minutos. Porque en esta cinta nada es lo que parece y el director juega hábilmente con el espectador en secuencias que van adquiriendo sentido a medida que la película avanza a través de un guión magníficamente orquestado para llevarnos poco a poco a su terreno. Nada en ella sobra, todas las escenas contienen esa información trascendente ofrecida en pequeñas y magníficas dosis que obligan a no perderse ni un segundo. La carga dramática, medida a la perfección y muy contenida, mantiene la tensión y consigue atmósferas repletas de intriga, al tiempo que nos muestra escenas crudas y frías de violencia sexual explicita para denunciar el infierno que actualmente viven miles de mujeres como Irena, sumidas en la esclavitud sexual.

La desconocida es un film sólido que se sustenta en un guión lúcido y magníficamente elaborado, desplegado con una fuerza poco usual que logra crear una atmósfera digna del mejor thriller europeo. Cuenta con muy buenas actuaciones, entre las que destacan, además de la protagonista (Ksenia Rappoport), la actuación de la niña (Clara Dossena), o la de Michele Plácido, que consigue poner los pelos de punta, e incluso Angela Molina en un papel secundario. La factura se completa con la excelente banda sonora a cargo del maestro Ennio Morricone; banda sonora a la altura de otras compuestas por él como Cinema Paradiso o La leyenda del pianista en el Océano, aunque para este caso ha sabido imprimirle  ese necesario toque más oscuro. La cinta se estrenó ayer viernes 26 de septiembre en España, a pesar de que fue rodada hace un par de años y acumula varios premios europeos. Confieso que la vi con cierto escepticismo, porque los últimos trabajos de Tornatore no estaban, en mi opinión, a la altura de lo que esperaba (es inevitable comparar después de una obra maestra como Cinema Paradiso); pero he de decir que, aún siendo una  trama difícil de seguir y que requiere mucha atención, no sólo no me decepcionó en ningún momento sino que no puedo más que recomendarla porque se trata de una película excelente.

Soy un Cyborg, de Park Chan Wook (2007)

Anoche volví a ver, esta vez en el cine, Soy un Cyborg, la última producción del coreano Park Chan Wook. La había visto en una versión que circula hace algo más de un año por internet y no me dijo demasiado, pero esta vez, en la pantalla grande, me ha causado bastante mejor impresión. Tal vez porque es una película tremendamente surrealista y mi primer visionado no debió producirse en un buen momento anímico; o tal vez porque resulta inevitable comparar unos films con otros cuando ya has visto alguna película del director (Old Boy, Sympathy for Mr. Vengueance, etc), y he de decir que Soy un Cyborg no se parece en nada, al menos argumentalmente, a sus films anteriores y, claro, sin saber, al espectador le puede pillar desprevenido semejante derroche imaginativo cuando espera encontrar una buena dosis de violencia coreana que contagie adrenalina.
La película cuenta la historia de Young-goon, una joven residente de un hospital psiquiátrico que afirma ser un cyborg (especie de robot con misiones de arma nuclear de combate). La chica es ingresada porque se autolesiona (cree que sus venas son en realidad cables de comunicación que ella misma puede conectar) y se niega a comer por temor a estropear sus mecanismos internos, alimentándose sólo de pilas y baterías, con el consiguiente peligro para su integridad física. En el hospital, la protagonista interactúa con el resto de personajes, a cual más insólito: su compañero de viaje, un joven cleptómano convencido que posee el poder de robar las habilidades de otras personas, un hombre que camina al revés, una mujer bulímica preocupada continuamente por su apariencia u otro que vive con una banda elástica imaginaria alrededor de su cuerpo. En definitiva, una “colección” de personajes cada uno con sus debilidades, todos ellos peculiares pero que se atan a un guión que los presenta de modo natural, aunque con la suficiente distancia para no hacerse del todo cercanos.
A pesar de ello, la película no resulta ser un drama, sino más bien una comedia hilarante y fantástica,  un cuento de hadas que transmite constantemente la sensación de irrealidad, de mundo místico pero a la vez visualmente impactante que habla del amor, de la amistad y de la locura.

Park Chan Wook deja de lado esta vez los rasgos más violentos y trágicos de sus anteriores trabajos para ofrecer una comedia imaginativa, surrealista y mucho más amable. Algo así como poner en una coctelera «Alguien voló sobre el nido del cuco», «Amelie» y el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Sólo que el hospital psiquiátrico no es lúgubre y desolador sino un espacio abierto, ajardinado, con grandes habitaciones y vistas espléndidas donde los personajes cohabitan con total libertad, moviéndose como si de un patio de guardería se tratase y ellos fuesen niños que, con sus fantasías más pueriles, pueden ser un androide, un ladrón o un hombre invisible.

Aunque detrás del tono amable, de comedia preciosista y de sus encantadores colores pastel se esconda el cruel relato de la personal locura de cada uno y de la impotencia en la que se encuentran sumidos, reclusos de una sociedad hipócrita para la que ellos poseen el arma tal vez más peligrosa. Ni que decir tiene que técnicamente está a la altura de lo que el director acostumbra: una deslumbrante fotografía, impresionante montaje, buena actuación de los dos protagonistas y unos personajes secundarios cuidados en los detalles, bien dibujados y realmente únicos. A pesar de que no cuenta una historia demasiado original sí lo hace de modo divertido y muy bien llevado, por momentos paranoico, pero siempre sorprendente y capaz de satisfacer y entretener tanto a los que ya conozcan algún trabajo del director como a los que se atrevan con él por primera vez. Porque si bien dista bastante de ser una obra maestra o lo mejor del director, si es una pequeña joya cinematográfica a la que merece la pena echar un vistazo. Dicen por ahí que la próxima del coreano es sobre vampiros… a ver qué nos depara!

Transsiberian (Brad Anderson, 2008)

Resulta complicado hablar de la nueva propuesta de Brad Anderson sin desvelar su argumento, porque en él y en el trabajo de los actores residen los puntos fuertes de Transsiberian; una película que nuevamente se mueve en el género del suspense, aunque propuesta como thriller, tocando también la intriga policial, el drama y algunos atisbos del género de terror. Sin duda alguna, la historia es lo mejor de la película. Un argumento en principio nada complejo pero que a lo largo de los minutos el director sabe manejar con buen pulso para sorprendernos en numerosas ocasiones, a pesar de que el broche sea un final un tanto predecible.

Transsiberian trata de la historia de Jessie (Emily Mortimer -Scream 3, Match Point- en una estupenda acuación) y Roy (Woody Harrelson), una joven pareja norteamericana que, después de pasar un tiempo en Pekín como colaboradores de una organización humanitaria, deciden viajar en el mítico Transiberiano, ferrocarril que une Moscú y la capital China por la extensa estepa rusa y Mongolia. En el tren viajan gentes de diversas nacionalidades de lo más variopintas, amén de la agria y algo tétrica tripulación. Los protagonistas entablan amistad con Carlos (un correcto Eduardo Noriega) y Abby (la americana Kate Mara, de Shooter), otra pareja con la que comparten vagón y con la que vivirán más de una situación de tensión al cruzarse sus caminos con el inspector ruso de policía Ian, fantástico trabajo a cargo de Ben Kingsley, que es sin duda la mejor interpretación en la película.
Como ya nos tiene acostumbrados Anderson en sus anteriores trabajos (El Maquinista, Sessión 9), su capacidad para sorprender al espectador y de enmarañar las situaciones a partir de un guión en principio bastante simple, resulta ser el punto fuerte del film que, a pesar de sus casi dos horas de duración, se desenvuelve con agilidad y sin cansar en ningún momento gracias al cóctel de misterio, asesinatos, tráfico de drogas, traiciones, terror y deseos que con sorprendente habilidad ofrece Anderson en casi todos sus films, en los que sabe transmitir muy bien al espectador esas sensaciones de angustia y misterio cuyo objeto es mantener la intriga y la tensión a lo largo de la película. El resultado es una cinta más que correcta al igual que lo fueron sus anteriores trabajos; trayectoria que va convirtiendo a Anderson en un director muy a tener en cuenta en el panorama cinéfilo actual, y a Transsiberian (sin ser una obra maestra), en una buena película, quizás de lo mejor que se estrenará este no demasiado prolífico año para el cine.
Transsiberian es una coproducción española e inglesa. A pesar de ello, se ha estrenado primero en Estados Unidos, el pasado mes de julio. En España estaba prevista para abril, pero se ha ido postergando como tantas otras y las últimas noticias apuntan a un inminente estreno en octubre, aunque no hay confirmada fecha oficial. Esperemos que así sea, porque a estas alturas ya circulan copias por la red en inglés… Como casi siempre, aquí seguimos en la cola; en este caso, a pesar de tratarse de una película propia. Hace años se oía en boca de muchos eso de «Spain is diferent», ahora ya casi olvidado, aunque todo hace pensar que será por tópico, porque cosas como esta no hacen sino traérmelo a la cabeza. Esperemos pues poder disfrutar pronto la película como merece.

Tropa de élite: Proselitismo fascista

Quiero suponer que el objetivo de Jose Padilha no era otro sino condenar la violencia que se vive en las favelas brasileñas, y que dicha condena abarcara también la violencia policial extrema practicada al amparo de resolver la conflictiva situación.  Pero sucede que nada en este mundo es imparcial y, en ocasiones, restregar la realidad al público de la mano exclusiva de quien sí toma partido puede desembocar en que el tiro salga por la culata. Sea como sea, el resultado de este film es, como yo lo veo, una justificación completa de la barbarie policial que ejerce el Batallón de Operaciones de la Policía Especial (BOPE) en Brasil:

A lo mejor piensan que los narcotraficantes son las grandes multinacionales de la droga, auténticas redes de poder bien organizadas que actúan amparándose en la legalidad para ganar millones y millones de dólares. A tenor del mensaje de la película,  se equivocan ustedes. Los auténticos narcotraficantes están en las favelas, no tienen más de 25 años y no saben leer ni escribir. Bueno, algunos sí, esos jóvenes hijos de papá que lavan sus conciencias en una ONG, aunque en realidad suben a la favela a conseguir droga para sus porros y alguna raya de coca, o incluso un poquito más para hacer de camellos en la facultad.

Temible la visión que tienen estos individuos del BOPE sobre las favelas. Cierto que, como vimos en «Ciudad de Dios» están armados hasta los dientes, se enzarzan cada dos por tres en tiroteos y sus jefes causan el terror entre los habitantes de estos barrios. La pregunta, si acaso, es: ¿De dónde sacan las armas? ¿Quién les suministra la droga?… O ¿tal vez ambas cosas nacen por generación espontánea en las colinas de Río de Janeiro?. Pero de esto no se habla, representando una realidad muy distorsionada y maniquea, en la que la única alternativa son los cuerpos paramilitares sin control de nadie. A ver si van a pensar ustedes que esto se resuelve con democracia y margaritas.

No voy a entrar en valoraciones técnicas de la película tipo si está bien rodada, la calidad fotográfica, el montaje o la interpretación. Porque en este caso me da la sensación que es lo menos relevante. La película es crudísima; he disfrutado con películas de terror gore y hoy, sin embargo, he estado a un tris de levantarme y marcharme de la sala. La voz en off del jefe del comando, martilleando fascistadas durante casi dos horas, justificando la barbarie policial que pasa por delante de nuestras narices en este film, me ha resultado más que espeluznante, vomitiva; porque esto existe, es real, no es ficción para entretener. Y si hay algo que tengo clarísimo es que la única garantía para la libertad en nuestra sociedad es que quien tiene el poder esté, más que nadie, sometido a la Ley y a las instituciones. Cierto, hay policías corruptos, y militares, y gobernantes, y jueces… pero esta premisa es la única que permite atajarlo en baneficio de las libertades colectivas e individuales. Y en los últimos años, da la sensación que mucha de la propaganda que se hace, precisamente desde algunas instituciones estatales, va más en la línea del mensaje de esta película que en fomentar la confianza positiva, abandonando algunas de las bases de cualquier garantía democrática. Se justifica invadir un país en nombre de esa democracia, matar civiles luchando contra el terrorismo, alargar la jornada laboral a 60 horas para ser solidaros con la crisis o proponer a Al Gore para Nobel de la Paz… y luego nos extrañamos de que un chavalín de 2º de la E.S.O. se descuelgue con que los inmigrantes vienen a robarnos!

Lo que tendría que estar claro es que el fin nunca puede justificar los medios, mucho menos si esto se hace desde los aparatos del Estado, y uno de ellos es la policía y sus cuerpos de élite. Porque, si esto se admite, estamos abocados a cualquier política que en nombre de la paz y el orden social se saque de la manga el tirano de turno. De hecho, este tipo de tesis son las que justifican la existencia de dictaduras de corte fascista: la actuación indiscriminada e ilegal de las fuerzas represivas, su justificación en los medios de quienes tienen el poder y la presunta garantía de la convivencia a punta de pistola. Puestos a elegir, prefiero quedarme como estoy antes que personajes portadores de semejante ética venga a arreglar el mundo.

Lo triste es que la mayor parte de la crítica vea en «Tropa de élite» una buena película. Y que haya salido triunfante en un festival como el de Berlín. El mundo cinéfilo intelectual me tenía perpleja cuando, por ejemplo, aplaudía pseudo-críticas sociales tipo Ken Loach (de esas de qué malo está el mundo…). Ahora empiezo a comprender. Porque, efectivamente, es la otra cara de las favelas tal cual… pero, seguramente, esta sea la realmente peligrosa y la cinta anda muy lejos de dejarlo claro. Bueno, se me olvidaba: en la película hay un policía negrito que tiene principios. Estudia en la universidad, quiere ser policía, pero también abogado. Quiere conocer la ley, y quiere aplicarla tanto para acabar con el narcotráfico como con la corrupción policial. Pero el broche de la cinta es, ni más ni menos, el honrado personaje «viendo definitivamente la luz” y su ascensión a jefe de comando; se lo ha ganado exterminando a media favela y metiéndole un balazo entre ceja y ceja al jefe de los peligrosísimos narcos: un desgraciado yonqui analfabeto de no más de 20 años. Indignante.

Escondidos en Brujas (Martin McDonagh, 2008)

Martin McDonagh, director y guionista de esta película, cuyo estreno es inminente en España, es un hombre del teatro, como escritor y como director. En el terreno cinematográfico sólo ha trabajado en dos ocasiones: un cortometraje, Six Shoter, por el que se llevó un Oscar en 2005 y ésta, su primera incursión en el mundo del largometraje. Quizá por ello su film, aunque está lejos de ser una obra teatral llevada a la pantalla, tiende más a ganar la atención del espectador mostrando los sentimientos más primarios de los protagonistas que a dibujar un relato a base de sumar información para llevar al público a sus conclusiones. In Bruges (título original) es un film de violento, crudo y trágico en el que, desde las primeras escenas, en las que la cámara retrata muy de cerca las expresiones de los protagonistas con maravillosas tomas de la ciudad de Brujas como telón de fondo, se nota que no es una película más de las que engordan las listas de la cartelera. Colin Farrell y Brendan Gleeson interpretan a dos sicarios irlandeses, afincados en Londres, que acaban de aterrizar en Brujas. Su jefe (Ralph Fiennes) les ha ordenado esconderse en la ciudad y esperar órdenes tras un «trabajito» que ha salido mal. Ambos poseen caracteres muy opuestos,  por lo que no afrontarán del mismo modo la espera, conduciendo a la pareja de delincuentes a vivir una extraña y surrealista aventura en la que el director introduce tanto elementos de thriller como de comedia negrísima, otras veces de drama con algún toque romántico, para concluir con un final al más puro estilo del género negro, código de honor incluido.
Podría decir que los actores (todos) están impecables en sus papeles, que la dirección es brillante, que la trama se funde en perfecta simbiosis con el paisaje de Brujas, que el dibujo de los personajes es minucioso y no deja nada al azar, logrando que las situaciones más absurdas resulten enteramente verosímiles, que la fotografía es majestuosa, que la narración está fantásticamente llevada para ir descubriendo poco a poco cuál es la verdad de cada personaje y que logra entretener e interesar al espectador (a pesar de su pulso relativamente lento) sin necesidad de recurrir a elementos superfluos ajenos a lo que está contando… Todas estas afirmaciones serían ciertas porque , sin duda, Martin McDonagh se revela en este film como un cineasta muy a tener en cuenta, y su película, seguramente como una de las mejores del cine europeo reciente y del género; una película que puede hablarle de tú a tú a las mejores de Tarantino de quien, por otra parte, deja entrever su influencia.
Pero si hay algún elemento que creo que destaca por encima de todos los mencionados (y no quiero con esto menospreciar ninguno de ellos) es la calidad en la construcción del guión. Y, por supuesto, los diálogos. La trama entera, hasta casi el final, en el que aparece el personaje de Harry (el jefe, excelente actuación a pesar de su brevedad de Farrell) se sustenta en los diálogos entre los dos asesinos. Dentro de ellos se desarrolla toda la narrativa del film, cada una de las escenas y su desenlace. Unos, deliberadamente planeados para provocar los momentos de tensión o los giros narrativos. Otros, preparan el terreno para el conflicto, a pesar de que en un principio puedan parecer divertidos o triviales. Pero aquí ninguna palabra es banal, todas resultan necesarias y son utilizadas con la suficiente maestría para que tengan, además, una buena dosis de humor sin ni siquiera pretender la risa. Solos, los actores y sus conversaciones, sustentan casi todo el film.
En una película corriente, la mayoría hubiesen sido sustituidos por la acción y los efectos especiales. Porque lo cierto es que, en la mayoría de películas, los diálogos están dedicados casi por entero a enfatizar el argumento. Aquí, sin embargo, las palabras aparentemente irrelevantes establecen la personalidad del personaje, son en sí mismas suficientes, van desenvolviendo como un regalo poco a poco la película sin resultar evidentes, están siempre interrelacionados con el lugar donde pretende llegar el director y logran combinar con eficacia la belleza de su prosa con momentos de malintencionada imaginación. La mayoría de directores, sin este talento narrativo, necesitaría recurrir a planos violentos, a la sangre y a efectos añadidos para construir un film de estas características, porque sus conversaciones son pobres y son aburridas. En In Bruges los personajes casi siempre están hablando y casi siempre dicen cosas interesantes, ingeniosas, temibles o divertidas. Casi se podría decir que la película funcionaría del mismo modo tan sólo escuchándola. Id a verla y, después, imaginad tener que escuchar «El incidente», «El increíble Hulk» o a Stallone en «John Rambo»…

Prométeme (Emir Kusturika, 2007)


Cada vez que veo una película de Emir Kusturica me llevo la misma impresión: por un lado, refuerza mi imagen de este director como un personaje muy positivo, capaz de reírse de sí mismo y de su Yugoslavia, a pesar de la situación en la que se encuentra; por otro, un empacho tremendo de folclorismo que no me desagrada, pero que me provoca la misma sensación que cuando, de pequeña, una se atiborraba de pastel de merengue hasta la saciedad (y me encantaba!), llegando a ese punto en que la ingesta es tan grande que quedas extasiada, desbordada por lo grato, y prefieres no oír hablar del susodicho merengue en una larga temporada.

Sus excéntricos relatos sobre las tribulaciones de la vida en los Balcanes, a pesar de haber recogido críticas muy opuestas, han cosechado premios en casi todos los festivales de renombre, habiendo logrado ser de los pocos cineastas que ya poseen dos Palmas de Oro en el Festival de Cannes.

Este último trabajo, «Prométeme», es puro Kusturica: Tsane, un joven pueblerino, viaja a Sarajevo con su vaca Cvetka a fin de cumplir las tres promesas que le ha hecho a su abuelo moribundo: Vender la vaca, comprar un icono y conseguir una esposa. Una cinta excéntrica, pintoresca, divertida, visualmente imponente, audaz en su desarrollo, y a la vez con un trasfondo absolutamente irónico, en el que se ríe descaradamente de los tópicos del capitalismo, de las potencias mundiales, de la Unión Europea y hasta de las controversias futboleras, dando una colleja política en más de una ocasión a la vieja Europa por su papel en la reciente guerra balcánica y, como no, al árbitro mundial, EEUU, cuando (a modo de ejemplo) en una escena entre dos mafiosos uno de ellos le dice al otro: «Hitler invadió Polonia por odio; ahora, las invasiones y las guerras se hacen por compasión».
Durante toda la película está omnipresente la música, mezcla de folclore, ritmos gitanos, punk y jazz; trabajo a cargo de su hijo, Stribor Kusturika, habitual colaborador de su padre en este terreno. La banda sonora martillea al espectador mientras la cinta es un sin parar de personajes a cual mas extravagante, como si estuviesen sacados de un cómic caricaturesco o de una película de Jeunet (algunos recuerdan bastante la estética de «Delicatessen»).
Recomiendo a los que vayáis a verla y no conozcáis nada de Kusturica, lo hagáis cuando estéis de buen humor, con ganas de ver una cinta diferente, colorida, disparatada, procaz y frenética. Porque depende mucho del estado de ánimo del espectador para que resulte una propuesta hilarante y muy original, o dos horas de humor tedioso (por lo excesivo) a los que haya que añadir el torpedeo constante del folclorismo musical. Los que conozcáis ya su cine, no encontraréis mucho de nuevo en este último trabajo: La excentricidad de los personajes de «Gato negro, gato blanco», la acidez humorística de «Underground», el frenesí narrativo de «La vida es un milagro» o la brillante dirección de «El tiempo de los gitanos»: Un compendio de todo Kusturica empaquetado en dos horitas de cuento hermoso con final feliz. Personalmente, no sólo me ha encantado, sino que me parece uno de sus mejores legados; sin embargo, mi acompañante, quien no había visto nada hasta ahora del cineasta, ha prometido venganza…

Funny Games (Michael Haneke 1997-2007)

Funny Games, rodada en 1977 es, sin duda, lo mejor de lo mejor de Haneke, una auténtica obra maestra cinematográfica que consigue que se te encoja cada músculo del cuerpo desde su inicio hasta los títulos de crédito. Es brillante tanto en el aspecto del guión y del mensaje que conlleva, como en su parte estética, interpretativa y en su puesta en escena. En el cine actual, en el que la violencia es tratada como una mera atracción más, Funny Games es el paradigma de esa violencia, no explícita muchas veces, pero terroríficamente angustiosa como sólo esta cinta logra. Dos jóvenes adinerados llaman a la puerta de una familia feliz que pasa sus vacaciones en el campo, en una urbanización de lujo. Sus únicas armas: sus palabras y un palo de golf. Su motivación: pasar un rato divertido. Huevos, necesitan huevos, y ella se dirige a la cocina para prestárselos. A partir de aquí, se desencadena la locura. Cine de terror, de terror con mayúsculas. Jamás vi nada similar, tan duro, tan crudo, tan irónico y tan brutal. La crítica a la violencia agazapada en las sociedades del bienestar es tremenda. Y el realismo mórbido con la que Haneke rueda esta cinta, sobrecogedor. El espectador queda completamente desarmado frente a la vorágine de terror psicológico a la que Tom y Jerry (así se llaman el uno al otro los asaltantes) someten a la desventurada familia al completo. La sensación de impotencia es horrorosa. Haneke mantiene la tensión a base de planos largos y espeluznantes donde, a excepción de alguna escena explícita, sólo hay miradas terroríficas rigurosamente planificadas y encuadradas para dejar al público tan aterrorizado como indefenso. El cinismo con el que actúan los verdugos, los diálogos encajados al milímetro, desembocan en una pretendida identificación del espectador con ellos y no con la familia «víctima», cuando Arno Fisch se dirige al público directamente recordándole que no sólo ellos están pasando un rato divertido. Porque el objetivo del director no es otro que hacernos reconocer en esa violencia un sentimiento tan angustioso como naturalmente humano e intrínseco de nuestra sociedad, violencia que si estamos ahí es porque nos resulta atractiva, pues es la razón de ser de la narración en sí misma. De entrada, su discurso es capaz de captar al cien por cien toda la atención, independientemente de su irracionalidad, en continuas y brutales escenas en las que Haneke juega con el espectador haciéndole identificarse tanto con la víctima como con el verdugo. Sin duda, la película es todo un ensayo realista de la brutalidad humana, elaborado desde el más sobrecogedor cinismo, en el que los asaltantes actúan como si estuvieran en una comedia mientras los asaltados viven su particular drama.

Sobre el remake, realizado 10 años después por el propio director, y expresamente dirigido al público norteamericano, tengo en realidad poco que añadir. Idénticos encuadres, movimientos, diálogos e, incluso, tiempos, hacen de esta nueva versión un calco exacto de su predecesora. Y como sólo hace diez años de la original, siquiera se nota esa diferencia en la ambientación, la música o las referencias sociales. Un copia idéntica de la anterior en la que los actores Ulrih Mühe, Arno Fisch y Susanne Lothar han sido sustituidos por otros de renombre como Tim Roth, Michael Pitt y Naomi Watts enseñando cacha, pero ello no ha suavizado la propuesta de Haneke en absoluto ni ha variado nada sustancialmente. Parece que, de no ser así, el cine europeo no entra en el mercado estadounidense. Esperemos que Haneke, al menos, se embolse una buena suma que le permita deleitarnos con nuevas propuestas en el futuro, y que esta americanización sirva para que el cine europeo llegue a más público. Para los que no la hayáis visto, recomiendo encarecidamente ver la versión austriaca, a ser posible en VO, porque esta película suena en alemán de modo espectacular; en inglés, y doblada al castellano, pierde bastante contundencia en lo que a diálogos se refiere. Además, y seguramente esta opinión sea debida al impacto que me produjo en su día la primera versión, la soberbia interpretación del trío inicial no es superada por la Watts, el Pitt y el Roth, aunque hay que reconocer que tampoco lo hacen nada mal. Para los que podáis haceros con la primera versión, vale la pena ahorrarse el pasar por caja, a menos que tengáis especial interés en descubrir si salen o no las tetas de Naomi, claro. Eso sí, sea en una versión u otra, no os la perdáis, porque estaréis dejando escapar uno de los mejores films que se han rodado en los últimos tiempos.

Aliento, de Kim Ki-duk (2006)

«Los celos, un aliento que nos agota. El perdón, un aliento que nos alivia. La esperanza, un aliento que retenemos. La pasión, un aliento que liberamos».

Con este subtítulo al cartel original, por fin se estrena hoy en España «Aliento», la última producción del coreano Kim Ki-duk, ya reseñada en este blog hace unos meses. Seguramente, tal como ha sucedido con otros estrenos del cineasta, despierte pasiones encontradas. No es fácil hallar opiniones intermedias sobre el cine de Kim Ki-duk: Unos lo disfrutamos con intensidad, con interés, con asombro y emoción de la perdurable; para otros, sus propuestas, recreadoras siempre del dolor de los protagonistas, son perversas y repugnantes. Pero lo que es seguro es que a nadie dejará indiferente, y eso no lo pueden decir todos los directores, ni siquiera muchos de esos que obtienen grandes éxitos de taquilla.
¿Dónde reside su secreto?…
… Puede que, en primer lugar, en que su cine no es un reflejo somero de la realidad, transformándose en una obra más expresiva que representativa de hechos más o menos cotidianos…
.. También en que su violencia está reflejada en imágenes de tremenda belleza, reduciendo siempre los diálogos en favor de esas imágenes, en las que se habla y transmite sin necesidad muchas veces del uso de la palabra…
.. En que la característica de todos sus personajes es la imperfección y nadie se identifica con ellos, pero reflejan sus perversiones con todas sus consecuencias; esa pedagogía de la fealdad tras un entramado, sin duda, tremendamente poético. ..
..Y, seguramente, en que Kim Ki-duk echa toda la carne en el asador en cada película, empeñándose en la perfección de cada imagen, sabiendo crear, a la vez, unos personajes enérgicos y de fuertes sentimientos…
Toda una lección de cómo hacer cine, aunque puede que no sea del gusto de cualquier público. Imprescindible.

La ronda de noche («Nightwatching», Greenaway, 2007)

Greenaway no estudió nunca cine, sino dibujo y pintura, y eso se nota en casi todos sus films, desde los primeros cortometrajes hasta su última película estrenada hace poco, «Nigthwatching«, o «La Ronda de Noche«, título dado en nuestras salas. Su principal objetivo ha sido siempre la creación de la imagen, y eso significa que sus puestas en escena utilizan más la estética de la pintura que la del cine propiamente dicho.
En una ocasión, Greenaway, hablando de sus primeros cortometrajes, llegó a afirmar: «Me siento más a gusto hablando de cine desde la perspectiva de cinco mil años de pintura occidental, que mirándolo a través de unos 100 años de crítica cinematográfica. Al fin y al cabo la pintura perdurará y la estética del cine desaparecerá. De modo que el vocabulario de imágenes cuidadosamente construidas y en su mayor parte estáticas (los mapas de A Walk Through H son esencialmente pequeños cuadros), la tradición de pintura paisajística inglesa (Windows, H is for house, Vertical Features Remake), la pintura en serie de mediados del siglo XX (Intervals, Dear phone, Vertical Features Remake), la representación de la pantalla como pantalla, no como una ventana por la que se puede ver el mundo, (Dear Phone), y los numerosos conceptos, juegos visuales y provocadores artificios, tan contrarios al actual cine de la ilusión, tienen como referencia el legado pictórico». En los primeros films de cualquier director se encuentra, casi siempre, la semilla de su trabajo posterior; en el caso de Greenaway, con su último trabajo, esta afirmación es innegable.

La película de Greenaway se asienta sobre dos pilares de guión básicos: por un lado, los supuestos secretos e intrigas (conspiración de asesinato incluida) en torno a la ejecución del cuadro de Rembrandt; por otro, las experiencias amorosas y sexuales del pintor con las tres mujeres que influyeron en su vida: su esposa Saskia (que le proporcionaba estabilidad familiar), y sus criadas Geertje (su amante) y Hendrickje (quien le cuidó en el final de sus días). Rembrandt pasó de ser una figura admirada y cotizada a la más absoluta miseria en sus últimos años, fruto de la disminución de encargos reales y de los ataques constantes a su persona. Y es que Rembrandt refiere, en más de una ocasión, a través de sus cuadros, una sociedad ultraconservadora pero, a la vez, tremendamente hipócrita, que esconde una extremada codicia por el dinero y unas costumbres (tras su impoluta fachada) más que licenciosas, que incluyen la homosexualidad, la prostitución y la corrupción de menores. La animada vida amorosa del pintor, junto a su carácter impertinente y arrogante, molestaban seriamente a los altos estamentos de la época, dominados por los rigores oficiales del calvinismo, que vieron su ocasión de venganza tras la realización de este lienzo, en el que las sugerencias eróticas, las rivalidades económicas y las intrigas criminales se muestran en clave tras el telón de fondo del retrato de la milicia de arbuceros de Amsterdam.

Greenaway estructura la película con su personalísimo estilo narrativo, y el resultado es una singular obra que poco tiene que ver con los relatos biográficos hollywoodenses que de vez en cuando llegan a nuestras pantallas; relatos cuya característica es la simplicidad argumental y la edulcoración de los personajes para adaptarlos al entretenimiento y al buen hacer de la taquilla. Greenaway, en cambio, opta por una puesta en escena donde lo que prevalece es la imagen en su aspecto estético más que argumental, utilizando (tal vez en exceso) los elementos simbólicos, los contrastes de luz y sombra, la fuerza del color y el barroquismo en la ambientación para hacer llegar el mensaje al espectador. Así, del mismo modo que de si pintar un cuadro en movimiento se tratase, en el que el pincel ha sido sustituido por la cámara, el rodaje se realiza mayoritariamente en interiores de estudio, con iluminación artificial, para lograr encuadres de plasticidad pictórica lo más aproximado posible al cuadro de Rembrandt. La construcción dramática es similar a la del teatro, no sólo por lo que a escenarios se refiere, sino también a la interpretación y dibujo de sus personajes. Porque a diferencia del cine convencional, el director no pretende la identificación del espectador con ninguno de sus protagonistas, sólo se trata de que el público contemple (del mismo modo que lo haría con un cuadro) y saque sus propias conclusiones, utilizando los actores, en varias ocasiones, las frases en tercera persona, mirando fijamente al espectador a través de la cámara, y dando la sensación de que asistimos a una obra teatral rodada más que a una película en el sentido habitual del término.

Destaca la interpretación de Martin Freeman en el papel de Rembrandt, que logra transmitir esa riqueza de matices del personaje, ese ser contradictorio y complejo, un tanto inestable (capaz de pasar en segundos de la más absoluta melancolía a la ira incontenida), bebedor, lujurioso y sin complejos, a pesar de retratarse como un hombre menudo, bastante maltrecho y no demasiado cuidadoso en cuanto a su higiene. En conjunto, una película vanguardista, que rompe con las estructuras habituales en cuanto al modo de contar las cosas, y que aporta, también, otro punto de vista sobre el arte, la pintura y, como no, la historia, de la mano de un director ciertamente polémico y muchas veces incomprendido, pero del que no se puede dudar (guste o no), que posee un gran talento como cineasta, a pesar de que el esfuerzo intelectual que exija ver alguna de sus películas no siempre pueda resultar demasiado cómodo.

Fay Grim (Hal Hartley, 2006)

Después de diez años sin estreno alguno en España, Hal Hartley regresa con una secuela de su alabado film «Henry Fool«(1997), que se proyecta en nuestro país dos años después de su realización. Unas supuestas confesiones en forma de diario escritas por el citado Henry, que constituyen una amenaza para la seguridad de los EEUU, son el hilo conductor que compone el rompecabezas en el que navegan sus personajes. Fay es ahora la atormentada madre del hijo de Henry y pieza clave del film, al ser la única heredera a la que corresponde la propiedad de los cuadernos, hecho que la llevará a verse inmersa en una rocambolesca trama internacional de espionaje por parte de diversos países a la caza y descifre del contenido de lo escrito por Henry.

Sobre estos pilares, Hartley elabora un producto bastante entretenido y a la vez con momentos realmente divertidos, a caballo entre el thriller y la comedia pura, claramente revelador de las contradicciones sociales, y también políticas, que conforman la pérdida de esa seguridad a la que se habían bien acostumbrado los norteamericanos (y que vino marcada por la amenaza que supuso el atentado del 11-S), añadiendo a todo ello su especial toque personal, entre lo indie y lo underground, para dibujar con su acidez crítica la presencia casi omnipresente de los intereses norteamericanos en las diversas partes del mundo, rodeados de un bamboleo de espías, agentes, terroristas e insurgentes de países varios que conforman el espejo de las tensiones y aspiraciones de ese su mundo gobernado por los intereses de sólo unos pocos.

Pero, pero… Si bien Fay Grim nos deja entrever algunos lugares habituales de su anterior filmografía, se echan de menos demasiadas cosas en esta nueva andadura: los diálogos sencillos (a la par sugestivos) y tan geniales que componen el estudio humano de los personajes (muy logrados en «Henry Fool»), las texturas emocionales seductoras y absorbentes… Sobre todo, el retrato concienzudo de la complejidad de unos personajes con la piel pegada a la trama; trama que, por más que en «Fay Grim» trate de ponerle el turbo, desemboca en muchas ocasiones en lo ininteligible y otras en la verborrea fútil; un intento arduo para sorprender al espectador, pero sin lograrlo. La película no está exenta de momentos divertidos (como cuando la protagonista esconde en sus bragas el móvil en modo vibración… aunque a mí me recordó alguna peli de Lina Morgan!), originales (el múltiple uso de la cajita contenedora de la orgía), ingeniosos (la multiplicación de los cuadernos falsos, llegándose a dudar, incluso, de que existan los verdaderos) o magistrales (la actuación estupenda de Saffron Burrows como agente del Mossad). Pero, amén de estos momentos, la acción se pierde entre lo embrollado y lo desmedido, quedando el conjunto en un buen ejercicio de estilo, que adolece del magnetismo al que acostumbra Hartley y, lamentablemente, vacio.

Aleksandra

No tengo demasiado que añadir, en cuanto a mi opinión se refiere, al comentario que escribí sobre esta soberbia película dirigida por el ruso Alexandr Sokurov en 2007. Finalmente, el día 30 de mayo, un año después de su presentación en el festival de Cannes, se ha estrenado en España; gesto que es de agradecer, porque son muchas las producciones europeas de cine independiente que no llegan a las salas comerciales y que sólo podemos visionar un tiempo después de su lanzamiento acudiendo al videoclub o descargándolas en internet (¡bendito medio!).

Para los que estéis interesados en verla, decir que sólo se proyecta en cinco o seis de las principales ciudades de España, y que no andan demasiado pródigos en cuanto a intención de pases se refiere. En concreto, en la ciudad donde vivo (Valencia), tan sólo se ha proyectado en una sala que habitualmente emite cine de autor (la única), y hay previstos en principio sólo los dos pases nocturnos realizados el sábado día 31 de mayo. Es de suponer que esperarán a echar cuentas y decidir. Menos es nada…

Podéis leer en este enlace el comentario que publiqué en el blog hace unos meses, donde encontraréis también un trailer de la película.
Un saludo.

Una chica cortada en dos

Confieso que esta película no me atraía en absoluto: la historia de una chica (monísima presentadora del tiempo en la TV) entre dos amores, el de un escritor entrado en los 50 y un joven rico, millonario y caprichoso, no está entre los argumentos que potencialmente me interesen demasiado. Si la he visto, ha sido tan sólo porque a veces, cuando vas al cine con más gente, se impone el criterio de la mayoría y frente a la opción de regresar a casa prefieres pasar el rato en la sala bien acompañada aventurándote a lo que venga después. Bendita mayoría pues, porque la película me ha sorprendido muy gratamente ya que, lejos de ser una comedia ligera y mojigata sobre amoríos entre ricachones y chicas a la caza de Visa, me encuentro con una historia retorcida, maliciosa y encantadoramente perversa, plagada de obsesiones y sutilezas; una mirada corrosiva e inteligente a la sociedad actual, a sus juegos de poder y al egoísmo e interés que mueven sus apuestas emocionales.

Claude Chabrol recrea, retrata cínicamente y a la vez con elegancia, la burguesía adinerada a través del microcosmos de los tres personajes, dibujando desde una perspectiva ciertamente mordaz y grosera su universo interior, su pesada moral, su sexualidad (distinguiendo la externa y la interna), su laberíntica interioridad sentimental de atracciones y odios, fiel reflejo de cierta esquizofrenia individual y colectiva de una sector social movido por la apariencia y el acecho de la libertad, el placer y, como no, el dinero. Y lo hace con un pulso lento al comienzo, pero que va in crescendo en su desarrollo, haciendo paladear al espectador la negrura de cada una de las situaciones, sin implicarse, a modo de espejo que refleja irónicamente esa realidad de tramas sociales y mentiras que lejos de ser una moralina es el retrato audaz de un sector social que, desde mi punto de vista, logra sobradamente. La película tiene, además, algunas escenas encomiables: la entrevista al escritor por el crítico de televisión, el encuentro entre la madre del millonario y la protagonista, y la escena final del espectáculo circense, auténtica recreación de cómo esa realidad anda dominada por la teatralidad y la farsa. Recomendable.

Antes que el diablo sepa que has muerto

A sus 83 años, Sidney Lumet es un consagrado director que lleva a sus espaldas 46 películas. Hablar de Lumet es traer a la memoria títulos como Doce hombres sin piedad, Veredicto final, Sérpico, Tarde de perros, El príncipe de la ciudad, etc. La última, Antes que el diablo sepa que has muerto, se estrena con un excepcional reparto a cuya cabeza se sitúa Philip Seymour Hoffman, acompañándole Ethan Hawke, Albert Finney y Marisa Tomei. Lumet continua dando guerra, esta vez con un drama criminal; sobrecogedor retrato familiar en el que dos hermanos con problemas financieros y también emocionales planean atracar la joyería que sus padres poseen en Nueva York (cría cuervos!): éstos cobrarán el seguro, y ellos se repartirán el botín. Nada de pistolas, nada de violencia, nada de problemas sobrevenidos… pero, por diversas circunstancias, las cosas no resultan según lo planeado y la familia se verá envuelta en una vorágine de trágicos y fatales sucesos.

Los cuatro personajes principales, sin excepción, interpretan magistralmente su papel. Sin embargo, Hoffman destaca entre lo destacable, ya que se come la pantalla y deja en segundo plano cualquier otra interpretación que coincida con él en escena. El papel le viene como anillo al dedo y, sin duda, sabe aprovecharlo suficientemente. Otra muy buena actuación es la del padre (Albert Finney), que pasa de la inicial resignación por los inesperados acontecimientos, a la meditada y fria venganza hacia el final de la película, y lo hace de modo absolutamente creíble, a pesar que su papel es mucho más escueto y no tiene demasiados diálogos con los que lucirse; pero logra, a base de lenguaje no verbal, otorgar el dramatismo que requiere el guión hasta emocionar.

Ejemplar dirección de actores, soberbia construcción de todos y cada uno de los personajes y una trama que se desarrolla como una sucesión de flasbacks en la que la historia avanza y retrocede en el tiempo, ofreciendo piezas de un puzle que va hilando con originales vueltas de tuerca, situaciones extremas, suspense y medidos juegos de espacio-tiempo que harán seguramente recordar esta película entre las mejores de Lumet.

Hay un aspecto que me parece interesantísimo del film: la puesta en escena y los enfoques de cámara con los que se recrea y nos deleita Lumet, y que se pueden observar en otras de sus películas además de en esta. Los mismos actores y el mismo guión conseguirían un efecto distinto, incluso podrían cambiar de significado con otros planos secuenciales, seguro. Los flasbacks reproducen en ocasiones las mismas escenas desde distintas perspectivas, no sólo temporales, también espaciales (hay escenas tomadas desde tres y hasta cuatro ángulos). Para el tratamiento de otros personajes o situaciones convenientemente elegidos, utiliza simplemente un determinado enfoque e iluminación, al tiempo que se ayuda de la música para completar el efecto. El personaje del padre es una muestra clara de uso (abusivo!) de este tipo de técnica: En realidad su expresión, de intenso dolor o de crudo deseo de venganza, no varía demasiado; sin embargo la sensación para el espectador es bien distinta y, como si de una ilusión óptica se tratase, nos parecerá que llora o rabia a merced, en muchas ocasiones, sólo de la cámara. Se podría afirmar que Lumet hace uso de determinados elementos del cine actual para, una vez aplicada su técnica, dar un buen repaso a más de un director del género. En definitiva, película altamente recomendable, que engancha fácilmente a la butaca a pesar de sus dos horas de duración, y que con mucha probabilidad quedará en la memoria del cine como, sin ser la mejor, sí de entre los films memorables del octogenario director. Sin desperdicio.

La Antena (Esteban Sapir, 2007)

«Había una vez una ciudad sin voz. Alguien se había llevado las voces de todos sus habitantes. Pasaron muchísimos años y a nadie parecía preocuparle el Silencio«

Con estas palabras comienza la nueva propuesta del director argentino Esteban Sapir, un arriesgado film diferente a las producciones mayoritarias, minucioso, experimental, cargado de crítica social y al que hay que reconocerle, además, el esforzado ejercicio cinéfilo de recuperación (en algunos momentos hasta el plagio) del cine expresionista de los primeros veinte años del pasado siglo.

Narrada a modo de cuento, sin apenas diálogos y filmada en riguroso blanco y negro, la película es una crítica a la excesiva influencia de los medios de comunicación, en especial la televisión, y al consumismo desaforado fruto de la propaganda mediática. El film nos transporta a una ciudad ficticia en la que siempre nieva, porque vive sumida bajo un crudo y permanente invierno. El cruel y perverso señor TV, dueño absoluto de todos los productos que se consumen y monopolizador de cada una de las imágenes que adornan esta ciudad, maquina un malvado plan para someter eternamente todas las almas que habitan el lugar y así preservar su poder: construir una peligrosa máquina que transmite hipnóticas imágenes a través de la pantalla del televisor para inducir al consumo compulsivo de productos de su sello. Pero la máquina funciona con la voz, y sólo queda una mujer que misteriosamente ha conservado el don del habla, a la que pretende someter chantajeándola con el secuestro de su hijo ciego, del que sospecha ha heredado el don de su madre.

Esmerada puesta en escena, impresionante ejercicio fotográfico, y pequeñas historias relatadas en torno al guión principal son quizá lo mejor de este intrépido film, en el que espectáculo visual, música y argumento se hallan perfectamente armonizados y, como si de una coreografía se tratase, ningún elemento destaca sobre otro pero a la vez cada uno de ellos es imprescindible para completar el conjunto. Por otra parte, en el lado negativo, tal vez su duración resulte algo dilatada, y las fuentes de las que se alimeta sean excesivamente explícitas: la alineación de los personajes, el simbolismo, el control ejercido por la máquina que todo lo domina, recuerdan demasiado «Metrópolis» de Fritz Lang. Las cápsulas en las que viajan los habitantes de la ciudad, la estética con la que acentúa la perversidad de los «malos», los decorados, los encuadres y hasta las citas evocan sin descanso a Méliès en su legendario «Viaje a la Luna». Una variada y eficaz partitura musical acompaña a los actores en las distintas situaciones y los diálogos están sustituidos por rótulos que narran la acción dentro de los encuadres; evocador diseño de la escuela de Einsestein, con la variación de que Sapir construye con estos carteles originales composiciones, bien dotándolos de movimiento en algunas escenas, bien integrándolos en la acción de los personajes. Incluso, algunos elementos estéticos (la cicatriz que muestran en la mano tanto el padre como la niña) son un claro guiño a «El perro andaluz» de Buñuel. Y el retrato del niño ciego (sin ojos), así como la estética de cómic oscuro utilizada para dibujar algunos personajes, la iluminación y la paciente manipulación de determinadas escenas, traen a la memoria la técnica de los hermanos Quay en sus impactantes cortometrajes.

Con todo, el trabajo resulta digno de elogio, no ya sólo por su cuidada producción y montaje que me parecen evidentes, sino porque Sapir ha sabido encontrar el modo de acercar el cine experimental al público, elaborando un conjunto artístico integrado en una historia con sentido, desde el principio hasta el final del film. El mecanismo surrealista utilizado no es vano o caprichoso del director, sino que juega su papel en el contexto del guión y aporta belleza a la vez que comprensión al espectador; y las licencias artísticas siempre suman elementos al mensaje que se pretende y no constituyen un recreo en sí mismas. En definitiva: es una obra de arte poética y coreográfica en la que prima el lenguaje audiovisual transformado en película, y no una película que sirve de excusa para exponer una obra que, por artística que se pretenda, carezca de coherencia y argumentación. Por este camino, quizá el cine experimental pueda llegar algún día a calar en el gran público; por el otro, necesaria y tristemente, continuará vagando por el oscuro mundo del elitismo cinematográfico. Bravo, pues, por Esteban Sapir.

El baño del Papa

Los hechos de esta historia son en esencia reales, y sólo el azar impidió que sucedieran como en la película se cuentan. Melo; pequeño pueblo del Uruguay rural y profundo, a escasos kilómetros de la frontera brasileña. 1988; un acontecimiento trastorna la vida de sus habitantes: el Papa visitará Melo. Según dicen, vendrán al menos 50.000 personas de Brasil. Sus gentes empeñan cuanto poseen para montar unos tenderetes con los que ofrecer comida, empanadas, tortas, souvenirs.. que les permitirá salir de su mala racha. Como si del cuento de la lechera se tratase, Beto construirá un baño público, esperando le reporte los pesos necesarios para comprar la moto que a la vez duplicará su capacidad para el contrabando (gracias al cual sobreviven la mayoría de los lugareños ).
El Papa llegó. Se estima que aquel 8 de mayo estuvieron en el acto algo menos de 8.000 personas, la mayoría de Melo. Se construyeron 387 puestos de venta de comida, y mucha gente había hipotecado sus casas. Hubo dos o tres que se suicidaron porque perdieron todo lo que tenían en el fallido negocio. De la masiva afluencia del país vecino, en realidad sólo llegaron cerca de 400 brasileños. Y casi 300 eran periodistas acreditados.Realizada en 2006, es la opera prima de los directores uruguayos Enrique Fernández y Cesar Charlones. La película se mueve entre la comedia social y el drama, y lo hace de modo inteligente, cercano, pegado a la vida misma, convirtiéndose en una seductora muestra de honestidad mediante una transparente narración del día a día de los protagonistas tal cual, sin demasiados artificios.Es una obra modesta, ajena a pretensiones moralizantes, en la que no hay héroes ni víctimas, en la que nadie es mejor ni peor que el vecino, sólo muestra a sus protagonistas, sin entrar a juzgar comportamientos ni tampoco justificarlos. Sin embargo, está repleta de matices y de expresividad, de emociones puras que se transmiten con sencillez. Una carga de profundidad sobre la capacidad humana para inmunizarse ante las situaciones más adversas, la batalla por mantener la integridad a fuerza de tropiezos, del esfuerzo por salir adelante a base de golpes muchas veces cómicos y, sin embargo, tiernos. Y de como se pueden medir con distinto rasero determinados comportamientos según de quien vengan; el eterno juicio moral, esta vez sin maniqueismo ni propaganda mediática.No es una obra maestra; tampoco es necesario que lo sea para resultar talentosa, necesaria. El elenco está integrado por actores profesionales y no profesionales de Montevideo y Cerro Largo, entre ellos, César Troncoso, Virginia Méndez, Mario Silva y Virginia Ruiz. Troncoso, quien interpreta a Beto, tiene una destacada trayectoria en el cine y el teatro en Uruguay. Desde 1992 ha trabajado en más de 20 obras teatrales y cuatro largometrajes, obteniendo un premio y cuatro nominaciones, aunque «El baño del Papa» es el primero donde encarna el rol protagónico. En 2003 fue elegido mejor actor cinematográfico por la Asociación de Críticos del Uruguay por su labor en «El viaje hacia el mar». La fotografía tiene destellos de brillantez y de enorme calidad, intercalados con otros que no los son tanto. Esto se nota al final del film, donde mezcla imágenes reales de la televisión con tomas del pueblo. Tal vez aquí naufraga la calidad del montaje y las escenas resultan menos reales y más inconexas. Con todo, estamos ante una pequeña gran película, tan sencilla como conmovedora, cruda pero empapada de poesía por momentos, tragicómica pero cercana y, tal vez lo más importante, logra desnudar sin manipulaciones una realidad que existe a la vuelta de la esquina de las grandes ciudades, a pesar de que en muchas ocasiones no sepamos verla.El cine uruguayo no es especialmente pródigo, ni reputadas son sus escasas producciones. Esperemos poder deleitarnos pronto con más creaciones que, si poseen algo de la magia y la humanidad de esta, tendrán mucho que decir y que aportar al cine contemporáneo. Vaya por delante esta pequeña muestra fotográfica de un film que, a pesar de sus carencias, realmente merece la pena.


Todos estamos invitados

Definitivamente, el cine español no atraviesa un buen momento. Por mucho que se impongan cuotas de pantalla y subvenciones ministeriales no parece sacar cabeza. Pero viendo esta película se pueden sospechar algunos de los motivos. Supongo que resulta necesario el agradecimiento a Manuel Gutiérrez Aragón por atreverse, dadas las circunstancias, con un proyecto sobre el miedo en el País Vasco; ese miedo que viven muchas personas sólo por el hecho de criticar públicamente a la organización terrorista ETA, negarse a su financiación o pertenecer a determinada fuerza política; situación tan real como intolerable para cualquier demócrata, sea del signo que sea. La propuesta es, de entrada, valiente; porque no son muchos los films hasta ahora que han abordado la cuestión, y ninguno -que recuerde- ha tratado directamente la denuncia del silencio cómplice que mira hacia otro lado y la tragedia de las personas amenazadas en Euskadi.

Pero al margen de sanas intencionalidades, la película como lo que es, o mejor dicho como lo que debería ser, cine, resulta bastante decepcionante. Tratándose de un tema tan extremadamente delicado, aporta poco o nada a lo que ya sabemos todos, a lo que podemos oír en cualquier conversación de sobremesa después de un telediario, o en el bar de la esquina charlando con los amigos. Porque tiene un guión muy poco elaborado, lleno de frases tópicas que recurren en exceso al efectismo; porque es una historia con demasiadas casualidades que resulta a ratos confusa y, en su final, poco creible. Además, las actuaciones y el tratamiento de los personajes dejan bastante que desear y hacen agua por todos lados: el etarra, mas que amnésico, parece preso durante todo el film de un ataque de idiotez aguda; sus compinches, gente con muy malas pulgas, se asemejan más a pandilleros de instituto que juegan con pistolas que a miembros peligrosos de una banda terrorista organizada; y el profesor universitario, que es el amenazado, carece de diálogos y actitudes coherentes a la situación que está viviendo. Un claro ejemplo podría se que, a pesar de verse obligado a cambiar de casa y a llevar escolta las 24 horas, se le ve salir solo y perderse entre el gentío durante las fiestas de San Sebastián esperando que le peguen un tiro.

Luego está el aspecto estético, el de la cámara, el que hace que el cine sea arte y no una mera suma de fotogramas. Amén de la muestra gastronómica ofrecida, que de verdad dan ganas de esa sopa de rape y esas cocotxas, la película carece de imágenes sugerentes que cuenten cosas, por sí solas, de miradas, de rostros, de cambios de luz, todo eso que te mantiene pegado a la butaca, que invita a descubrir sensaciones, que sorprende y te transporta al mundo de los personajes, que es capaz de seducir por su estética, que te hace pagar a gusto la entrada y no esperar unos meses a que esté en un videoclub, porque quieres disfrutarla en la pantalla grande. Pero nada de esto ocurre con «Todos estamos invitados», donde lo único que se pretende dejar claro es la constante angustia y miedo del protagonista, insitiendo hasta el límite de lo cansino por su reiteración, pero sin ir más allá de la repetición de una idea.

Sin embargo, ha sido bien acogida por la crítica y por el reciente Festival de Málaga, en el que ha obtenido el Premio del Jurado. No deja de ser significativo que se otorguen premios por razones puramente extra-cinematográficas. Y vete la casualidad de que una de las guionistas sea Ángeles González Sinde, actual presidenta de la Academia de Cine, muy dada en advertir sobre el peligro de la fuga de talentos hacia EEUU si no se valora la cinematografía nacional (aunque ello suponga un apoyo artificial y no sea el público quien lo otorgue) y, dicho sea de paso, bastante pródiga en discursos a favor del canon digital. Y no sé porqué presiento que esos motivos extra-cinematográficos para alabar los méritos del film van más allá de la honesta pretensión de difundir su mensaje, más allá de denunciar la situación de terror en Euskadi; porque si la cosa quedase ahí me parecería justificable, a pesar de la lamentable calidad de la película. Pero sucede que, cuando la estás viendo, da la sensación constante de estar recortada, de que faltan escenas, de que no encajan bien todos sus elementos, de que algo más falla, no ya sólo en cuanto a profundidad de los personajes.. hay determinadas situaciones que no vienen a cuento, inconexas, sobrepuestas. No quiero ni sospechar que el impulso mediático que se le ofrece tenga otro fin que el apoyo a la intención del metraje en sí mismo… porque la sóla idea de que la difusión del mensaje haya sido un mero pretexto para elaborar un producto cuyo único objeto sea su comercialización, algo que llegue al público patrio, que «venda» a base de tocarle la fibra al españolito de a pie, respaldado por el beneplácito académico y ministerial.. en ese hipotético caso, además de repulsivo, sería francamente indignante.

Joe Strummer: The future is unwritten

Julien Temple, dirige esta retrospectiva, a la vez homenaje y documental, dedicada a Joe Strummer, quien fuera cantante, guitarra y lider de la mítica banda de punk rock británica The Clash, que tuvo su momento álgido hacia mitad de los setenta y hasta el primer lustro de los ochenta, en pleno apogeo tacheriano de la bienpensante Britania.

El film es un trabajo elaborado y minucioso de recopilación de material, que recoge conversaciones, entrevistas, actuaciones inéditas, directos en película de super 8, o la recuperación de grabaciones originales de programas de radio para la BBC. Julien Temple, amigo personal de Strummer, elabora un completísimo documento sobre su figura, que comienza con unas imágenes en blanco y negro de Joe colocándose unos cascos en la grabación de White Riot, para recorrer desde su infancia hasta la fecha de su muerte en 2002, mostrando sus tempranas experiencias en la época hippie o durante la marea okupa de los setenta, antes de convertirse en figura legendaria con su banda, y hasta su final, en su propio programa de radio de la BB World Service. Recurre, además, a significativos testimonios de artistas que trabajaron en alguna ocasión con él o que simplemente eran sus amigos, con entrevistas hechas por el propio Strummer, muchas veces alrededor de una hoguera, a personajes como Bono, Scorsese, Matt Dillon, Jim Jaramusch (que dirigió a Strummer en «Mistery Train»), John Cusack, Mick Jagger… También recurre a películas como «Straith to hell»(1985) «Mistery Train» (1989), «Walker»(1987), «Raging Bull» (1980).. o a series de dibujos animados como «Animal Farm»(1954), capítulos de «Shouth Park»(1998)…

La cinta no es un documnetal al uso. La condición del director de amigo del lider de The Clash lo convierte en una obra emotiva, tierna y muy personal, que revela facetas por muchos desconocidas del personaje: la muerte de sus padres, el nacimiento de su hijo, su momento como dibujante en la escuela de Bellas Artes londinense, el artista que adora a Buddy Holly, o un período especialmente triste e influyente como lo fue el suicidio de su hermano mayor. A pesar de ello, no cae en el sentimentalismo facilón, utilizando estos aspectos para componer un intimista y valioso trabajo, que consigue sobradamente transmitir al espectador la fuerza y el magnetismo de uno de los músicos más eclécticos y con mayores influencias de la época (rockabilly, ska, reggae, etc…), cuya obra destaca por encima de otras formaciones, y que logró un alcance social muy claro en letras de temas como «Spanish Bombs» (un canto a la Guerra Civil española), «White Riot»(subversivo texto que aboga por una revuelta blanca), la misma «London Calling» o discos dedicados a Mandela o a la Nicaragua sandinista, por citar algunos.

Un bello e imprescindible documento, no tan sólo a modo ilustrativo de la vida de este icono de toda una generación, sino para conocer mejor una época importante de nuestra historia reciente que ha influenciado en mucho más de lo que parece los actuales roles sociales; y también, dicho sea de paso, una lección de cómo el sistema tiene esa asombrosa capacidad de engullir para su beneficio todas esas actitudes o rebeldías que, en un principio, parecían encaminadas a dinamitarle: El ex-punk-rock trabajando en la BBC y el título de su mítica canción «Rock the Casbah» grabado en el alerón de una de las bombas norteamericanas que cayeron sobre Irak.

El documental se ha estrenado recientemente en las salas españolas. Mención apare merece el traductor de títulos, personaje que no estaría de más saber quién es, porque en un lamentable ejercicio de iluminación prosaica, ha convenido que su traducción quede en el plano patetismo de «Joe Strummer: vida y muerte de un cantante».. ¿Será el mismo que tradujo «Della morte della amore» por «mi novia es una Zombie», o «Some Like It Hot» por «Con faldas y a lo loco»?.. Ah!, me viene a la mente ahora una de las más escandalosas: «Drunken master», traducida como «El mono en el ojo del tigre»!!… Ver para creer.

La zona de Tarkovsky

 

El documental, dirigido por Salomón Shang, nos acerca a la figura de un Tarkovsky obsesionado por comprender el mundo a través de su cámara en obras palgadas de metáforas sobre la naturaleza y sus elementos, con muchas referencias a su pefil psicológico y a su particular visión del mundo. Para ello utiliza como medio la entrevista a distintas personas que trabajaron en el rodaje de «Solaris»(1972) y un variado elenco de imágenes de archivo y fragmentos de películas, dando como resultado un film a caballo entre el homenaje y la aproximación a grandes rasgos a la personalidad de este maestro del cine moderno.

Se nota que Shang se esfuerza en transmitir al espectador la profundidad filosófica a la que parece sucumbir el cine de Tarkovsky, mostrándonos un hombre empeñado en dejar patente en cada fotograma su particular visión del mundo, cuyas películas son el resultado de un conjunto de elencos y vivencias personales que desembocan en una obra tan profunda y compleja que, como lógica consecuencia, su análisis requeriría de cierto esfuerzo intelectual al alcance de mentes cultivadas. Afortunadamente, no lo logra (y digo afortunadamente porque la visión es tan oscura como temeraria). La película «Solaris», más allá de que haya sido tildada como el equivalente ruso de «2001: una odisea en el espacio», su parte de ciencia ficción no puede ser entendida en términos de efectos visuales que mecánicamente desembocan en aspectos filosófico-intelectuales abruptos y complejos. El ritmo, la atmósfera, los diálogos, las pausas, las sensaciones que produce su claustrofóbico mundo son ingredientes importantes que logran su inusual belleza y su gran poder expresivo. Detenerse en ellos hubiese sido un buen ejercicio para poner de manifiesto no sólo los rasgos distintivos de su estética, sino también los de su ética. Porque no se trata de descubrir que hay debajo de pretendidos mensajes cifrados, más bien de contemplar, igual que contemplamos un paisaje o leemos un poema, de hacerse cómplice de su lenguaje dejando que fluya la imaginación y las sensaciones que transmite, que no son pocas, y que conforman el propio disfrute de su cine. Nadie mejor que Tarkovsky para expresarlo, tal como lo hace en su libro «Esculpir en el tiempo», en el que reflexiona sobre su concepto del cine:
«Tender hacia la sencillez supone tender a la profundidad de la vida representada. Pero encontrar el camino más breve entre lo que se quiere decir y lo realmente representado en la imagen finita es una de las metas más arduas en un proceso de creación.»

Por otra parte, tratando de hacer patente la complejidad tarkovskiana, el documental resulta ser bastante aséptico (contradictorio, pero es el mal de los eruditos), ya que la utilización de las entrevistas al fotógrafo, la actriz o el director artístico de «Solaris» están trabajadas muchas veces desde el terreno del recuerdo de la vaga anécdota, dando como resultado un producto que en ocasiones se parece más a un «cómo se rodó» que a un intento de profundización en el cine del director. El retrato del perfil personal, psicológico y artístico, si bien está suficientemente documentado, no deja de ser un mero análisis biográfico pseudocrítico, en un intento de trazar a grandes rasgos algo parecido a un croquis de la visión que tenía de la vida y el cine Tarkovsky. Y, por otro lado, la intención de abordar la obra y la figura del ruso al margen de su compromiso social desfigura necesariamente la misma esencia del espíritu de su cine: Tarkovsky no sólo es la plasmación de la naturaleza y sus elementos, su arte, su filosofía, o un curioso perfil psicológico,… también es compromiso sobre la sociedad en la que le tocó vivir, posicionamiento sobre la guerra y la violencia (la infancia de Ivan, Andrei Rubliov, El Espejo, Sacrificio..), sobre la fé (Nostalgia, sacrificio..), y sobre su insobornable discurso, que nunca se plegó ni a la maquinaria del cine oficialista soviético ni a las ofertas del otro lado del gran charco, tanto en el aspecto temático como en los meros requerimientos formales o técnicos.

My blueberry nights

Cuando el cine es poesía, enmarcado entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y la legendaria Ruta 66, cuando la cámara hace magia y extrae la belleza visual de todos y cada uno de los rincones, cuando las palabras son las justas para emocionar al espectador, cuando los actores son capaces de erizar el vello de la piel con la única arma de su expresión, cuando la fotografía y sus colores bailan acompañando a una expectacular banda sonora, y cuando el director logra que se disfrute a cámara lenta cada segundo del film y enamorarnos de sus imágenes en cada fotograma, se puede hablar de cine con mayúsculas, de toda una obra maestra.

Nora Jones está sobresaliente, nadie diría que no es una profesional de la interpretación. Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz y David Strathairn son los otros protagonistas de esta historia, muy propia del cine de kar-Wai: personajes torturados por sus sentimientos, que se alejan, se necesitan y vuelven unos sobre otros adictos a su propio círculo vital. Pero lo que más impresiona de este magistral film no es la trama en sí misma, sino el sobresaliente e innegable poder visual de cada fotograma, las tomas con la cámara casi pegada a la piel de los personajes y muchas veces a través de cristales o espejos, el gusto exquisito de cada uno de los encuadres y el acertado ritmo de todo el metraje en su conjunto que lo convierte en un film perfecto, un hechizo desde el primer minuto hasta el último, una película imprescindible.

Otro de los puntos fuertes es la banda sonora: Norah Jones (The Story), Cat Power (Living Proof), Ry Cooder (Ely Nevada), Otis Redding (Try A Little Tenderness), Ruth Brown (Looking Back), Ry Cooder (Long Ride), Mavis Staples (Eyes on the Prize), Chikara Tsuzukii (Yumeji’s Theme), Amos Lee (Skipping Stone), Ry Cooder (Busride), Cassandra Wilson (Harvest Moon), Hello Stranger (The Devil’s Highway), Gustavo Santaolalla (Pajaros) y Cat Power (The Greatest). El tema que cierra el film es el compuesto por la Propia Norah Jones.

Fotografía, guión, actores, música, tono, montaje… una obra de arte, todo encaja perfectamente y hacen de esta una película excelente y que destaca sobradamente entre los films estrenados en el último año.