My dog Tulip, de Paul y Sandra Fierlinger (2011)

My dog Tulip es un largometraje independiente de animación realizado en 2011, basado en las memorias homónimas de JR Ackerley, editor de la BBC y novelista. El libro cuenta la historia de los quince años que Ackerley  compartió con su pastor alemán Queenie, renombrado Tulip para la ocasión. Destinada al público adulto -nada que ver con las encantadoras mascotas Disney-, ha sido adaptado, dirigido y animado por Paul Fierlinger, con fondos y personajes pintados por su esposa, Sandra Fierlinger.

Christopher Plummer presta su voz a Ackerley,  viejo cascarrabias para quien Tulip, además de su incondicional amigo, es también una forma de mantener la distancia con el mundo que le rodea. El alsaciano, cuyas tres misiones principales en el mundo son comer, reproducirse y marcar su territorio,  gruñe a todo aquel que intenta acercarse demasiado, esa especie de mimetismo animal que los perros adoptan respecto al carácter de su dueño, para quien su amor incondicional le hace percibir el resto de compañía humana como una simple pequeñez. Pero la misantropía no impide un hueco en la vida de Ackerley para Tulip: hombre y bestia enfrentados al resto del mundo, pero llenos de alegría cuando comparten la compañía del otro, dando lugar a reflexiones casi rapsódicas sobre el simple acto de defecar, o un capítulo que es toda una instrospección narrativa sobre el objetivo de lograr una vida plena para Tulip, incluida, claro, la sexual. My dog Tulip funciona un poco como himno personal entre el hombre y el perro, un alegato sobre la cercanía y la distancia entre los animales y las personas, sin dejar de lado el sentido del humor, mientras su estilo visual encantador se encarga de no poner en duda que esto es verdadero arte.

La película está dividida en 14 capítulos y cubre un período de dos años y medio de la vida de los protagonistas. En el apartado técnico se incluyen varios estilos de animación: escenas renderizadas, simples dibujos, ilustraciones en blanco y negro y bocetos rápidos que parecen sacados directamente de un bloc de notas.

Sandra Fierlinger dibujó y pintó los cerca de 60.000 dibujos de la película, que cuenta con 460 escenas y alrededor de 600 pinturas de fondo individual. Incluye un total de 116.640 fotogramas, cada uno de ellos doble, que supone un total de 720 dibujos por minuto. Echando un cálculo rápido, y teniendo en cuenta que la película dura 81 minutos, nos sale la friolera de 58.320 dibujos.

Documetal completo: La doctrina del Shock

Como está disponible en código abierto, hoy traemos on-line y subtitulado el documental completo dirigido por Michael Winterbottom y Mat Whitecross, La doctrina del Shock, que es la adaptación del libro de la periodista canadiense Naomi Klein, una radiografía de la situación económica actual que trata el modo en que la gente es manipulada por los medios a través del miedo al terrorismo para someterles a su voluntad y su óptica sobre la situación.  La película sigue el rastro de las teorías de Milton Friedman y su puesta en práctica por los llamados Chicago boys durante los pasados cuarenta años, poniendo en evidencia las consecuencias de su legado y destapando el lado más oscuro de las tesis que sostiene han conducido a la situación actual y que, por su impopularidad, solo pudieron imponerse en numerosos lugares mediante la tortura y la represión.

La autora desmonta, con argumentos suficientemente convincentes, el mito según el cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas.

Klein demuestra cómo el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad justificándolo con las necesidades para lograr sus objetivos como panacea de la paz mundial. Lejos de ser el camino hacia la libertad, aprovecha las diversas crisis cíclicas para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras formas de shock no tan metafóricas.

El documental es un repaso por la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S y la invasión de Irak al 11-M), para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock.

La película no habla de nada que no sepamos o hayamos podido intuir en algún momento, pero no se puede negar que el análisis es bastante diferente a cuantos nos han venido vendiendo hasta la fecha. Discutible como tantos otros, nadie es poseedor de la verdad absoluta, pero indudablemente  resulta una buena ayuda para reflexionar sobre lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que puede acontecer. El debate está servido, porque si de lo que nadie duda es del desmantelamiento progresivo del estado del bienestar de la mano incluso de quienes antaño lo defendieron, en nombre y salvaguarda de la crisis económica que parece hemos provocado entre todos, lo que no es tan evidente es si en breve la defensa de las migajas que restan del Estado benefactor, baluarte de la timorata batalla que hoy protagoniza la izquierda en nuestro país, no tenga que verse sustituida por otro frente: el de defender los derechos fundamentales y más básicos de los ciudadanos. Es decir, que la crisis deje de ser solo económica y los nubarrones financieros den paso a otras tormentas, como el cuestionamiento de las mínimas libertades democráticas. Esperemos equivocarnos.

Another year, de Mike Leigh

En su nueva película, Mike Leigh cuenta cómo la gente hace frente al envejecimiento. Los protagonistas son Tom y Gerri, interpretados por Jim Broadbent y Ruth Sheen, una pareja de clase media que ronda los 60. Tienen buenos trabajos y llevan juntos varias décadas. Another Year les sigue durante el transcurso de un año: en primavera, entre sus empleos y el pequeño huerto que mantienen a las afueras del siempre lluvioso Londres, en verano dan una barbacoa, en otoño conocen a la novia de su hijo y en invierno llega la pérdida. Alrededor de su acogedora relación se mueven sus amigos, la excéntrica secretaria Mary (Leslie Manville), traicionada por los años, o el excesivo Ken (Peter Wight), que oculta tras el alcohol la tristeza de una vida de la que solo queda un trabajo que odia.

Another year es casi una película muda, un drama familiar sin violencia, donde algunas de las cosas más importantes que suceden se sobreentienden, nunca se dicen. No es por falta de diálogos, es porque aparentemente nada emocionante ocurre a excepción de un cúmulo de pequeñas escenas en las que afloran alegrías y desastres comunes de la vida cotidiana. Sin embargo, las emociones que fluyen son fuertes y profundas porque reflejan cosas que a todos nos importan: los padres y los hijos, la relación de la pareja o una vida vivida sola, la enfermedad y la muerte, preocuparse los unos de los otros.

Las estaciones del año, que Leigh envuelve en escenas melancólicas, son el verdadero generador del ritmo de esta historia, las mensajeras del paso implacable del tiempo. Another Year es un relato brillante, ágil e inteligente, que nos habla sobre la edad y el transcurso del tiempo sin caer en el kitsch o los clichés habituales. Sin subtítulos forzados, sin demasiadas explicaciones, una a una, las experiencias de los personajes impactan en la pantalla. La cámara se mueve poco, no hay panorámicas, no hay fundidos, tan solo cortes entre una composición y la siguiente. La muerte, la soledad, el abandono, los balances existenciales, expuestos con un fino y sutil humor inglés como telón de fondo, nos obligan a observar, a involucrarnos.

Mike Leigh tiene el don de capturar situaciones universales en los detalles de la vida cotidiana. En los pliegues de sus historias, entre las frases incompletas o diálogos aparentemente azarosos, envuelve una maraña de estados de ánimo y sentimientos evitando cualquier atisbo de moralismo o digresión fácil. Amor, complicidad, soledad, aislamiento, comprensión, miedo, dolor, desesperación… traspasan la pantalla a través de unos personajes magníficamente trazados en los que reconocemos, de una manera u otras, a la gente cotidiana. Al final, como en la vida misma, la soledad de unos es el contrapunto de la felicidad de otros, concluye una impresionante escena de cierre donde esa felicidad parece hasta opaca a los ojos de los excluidos. El cine y la vida más cerca. Una película magnífica, llena de sensibilidad y sencillez, tan compleja como tragicómica narrando lo extraordinario de la vida ordinaria, algo de lo que Leigh entiende mucho.

Barry Lyndon, de Stanley Kubrick

No sé si será porque tenía ganas de verla en pantalla grande o porque es mi película favorita de Kubrick, pero ha merecido la pena el paseo hasta la filmoteca para volver sobre un film que ya he visto como tres o cuatro veces, a pesar de que dura algo más de 180 minutos. Kubrick rodó esta, su décima película, entre La naranja mecánica y El resplandor. El director tenía la intención de hacer un film sobre la vida de Napoleón, personaje al que admiraba, pero el proyecto fracasó al topar de lleno con la crisis de la Metro Goldwyng Mayer, productora hasta la fecha de casi todas las películas de Kubrick. Así que decide aprovechar el trabajo de ambientación que tenía avanzado para, una vez asociado a la Warner, buscar una novela que se adaptara al conjunto, y fue de este modo como dio con Memorias y aventuras de Barry Lyndon, publicada por William Makepeace Thackeray en 1844. El libro, que se podría encajar entre la novela picaresca y la histórica, narra la trayectoria de un personaje de ficción, un joven irlandés de origen humilde que durante la primera parte asciende rápidamente en la escala social con métodos no demasiado ortodoxos, del mismo modo que la vida de opulencia le devuelve tiempo después a sus  orígenes, acabando sus días en la miseria, tan arruinado como comenzaba su existencia.

Toda la ambientación, aspecto cuidado hasta el último detalle, está inspirada en obras pictóricas del siglo XVIII. Las tomas parecen calcadas de pinturas de Reynolds, Gainsborough, Hogarth, Stubbs, Watteau y Constable, entre otros, que el director reproduce casi exactamente en la composición de las escenas, a lo que añade el particular uso de la luz para lograr una copia casi exacta. Hay incluso un momento, en la escena de la ceremonia nupcial, en el que el fondo, incluidos algunos asistentes, son un lienzo. El detalle pasa bastante desapercibido por los efectos de cámara, y cabe suponer que la ultimaría de este modo debido a presiones presupuestarias. Para lograr un mayor realismo, Kubrick no se conforma con reproducir los lienzos, y toda la película está rodada con luz natural, utilizando velas para la iluminación nocturna y de interiores, lo que le confiere gran realismo. Barry Lyndon es la primera película de la historia rodada al completo sin luz artificial. Kubrick hizo construir una cámara especial que después sería utilizada por la NASA. La fotografía es de John Alcott, y el aspecto de lienzo que tienen las imágenes se logra a base de usar el zoom,  con el que consigue un resultado realmente espectacular.

Kubrick quería rodar la película en Irlanda,  ya que gran parte de la acción se desarrolla allí. El trabajo comenzó en septiembre de 1974, en los Estudios Ardmore, muy cerca de Dublin, pero aquellos eran años violentos en el Ulster -meses antes los británicos asesinaban a 13 supuestos terroristas en Londonderry, en solo tres años se había llagado a la cifra de 500 muertos de ambos lados-, y las amenazas del IRA, que no estaba por la labor de ver sus verdes praderas repletas de soldados ingleses con casacas rojas disparando contra sublevados irlandeses, hace desistir a Kubrick de continuar el rodaje, que decide regresar en Navidad con todo el equipo a Inglaterra para continuar la película en las cercanías del Castillo de Howard, donde están rodados muchos de los interiores, y en otras localizaciones como Hohenzollern o Ludwigsburg, Alemania. El vestuario del filme y los decorados fueron  creados y diseñados por Ulla-Britt Soderlund y Milena Canonero  –Carros de Fuego, María Antonieta– tomando como referencia los cuadros y lienzos, y recrean a la perfección la sociedad burguesa de la época napoleónica y del reinado del rey Jorge,  una exhaustiva labor de estudio histórico y de análisis de las pinturas del periodo hasta obtener una textura en el vestido lo más veraz posible.

El broche al trabajo de ambientación lo pone la banda sonora, a base de composiciones de autores clásicos como SchubertTrio para piano-, HaendelZarabanda-, BachConcierto para dos claveles y orquesta– o VivaldiConcierto para violonchelo-, adaptadas e interpretadas por el compositor Leonard RosenmanAl este del edén, Rebelde sin causa, Un hombre llamado Caballo– al frente de la National Philarmonic Orchesta. También hay piezas de música tradicional irlandesa, como el tema Women in Ireland, a cargo del conjunto irlandés The Chieftains, todas ellas seleccionadas por Sean O´Riada. Se pueden escuchar también algunas marchas militares, en la parte de la película que transcurre durante la Guerra de los Siete Años: Los granaderos británicos sigue a Barry durante sus borracheras y orgías en el ejército, la Marcha de Hohenfriedberger, o Idomeo, rey de Creta, esta última obra de Mozart.

A Barry Lyndon le da vida Ryan O´Neal, pero la elección del actor principal nunca contó con la aprobación de Kubrick, que quería a Malcom McDowell en el papel. O´Neal acababa de rodar Love Story y era el galán de moda de Hollywod, un verdadero imán para la taquilla, así que Kubrick no tuvo más remedio que aceptar, aunque a regañadientes, las imposiciones de la Warner. Años después, en alguna ocasión, el director había referido las limitaciones de O´Neal como actor, y como anécdota contaba que en ocasiones se puede apreciar en la película su dificultad para atinar a apoyar el pie derecho en el estribo cuando tenía que subir al caballo.

El resto del elenco está compuesto, en su mayoría, por actores con los que Kubrick trabajaba habitualmente. Muchos de ellos son los mismos que aparecen en La naranja mecánica, y a otros se les puede ver en películas posteriores de Kubrick, sin ir más lejos, en la siguiente, El Resplandor. Godfrey Quigley, que interpretaba al capellán de la prisión en La naranja mecánica es quien encarna al Capitán Grogan; Philipe Stone, padre de Alex DeLarge, es el criado Graham y en El Resplandor sería Delbert Grady, el vigilante anterior a Jack Nicholson del hotel Overlook. El jugador amanerado, Lord Ludd, a quien Barry vence en la escena del duelo, es Steven Berkoff, el mismo que interpretó al sargento de policía de la comisaría donde es detenido Alex, de La Naranja Mecánica, y Antony Sharp, aquel Ministro del Interior, ahora hace de Lord Harlan.

Kubrick era tremendamente minucioso, cada escena era rodada al menos 25 veces, según declaraba posteriormente O´Neal, y casi siempre trabajaba saltándose el guión pre-establecido, por lo que el rodaje avanzaba muy despacio y el presupuesto se disparaba con el paso de los meses. Su perfeccionismo era tal que incluso gustaba de encargarse personalmente de la supervisión del doblaje en otras lenguas. En España, sin ir más lejos, impuso los actores que prestaron su voz para la película, y no se conformó con los dobladores habituales: la voz del narrador es la de José Luís López Vázquez y la de Barry recayó en Juan Carlos Naya, actor bastante popular en la España de entonces. La película reventó todos los presupuestos previos, porque los algo menos de tres millones de dólares iniciales pasaron a convertirse en casi once una vez concluido el trabajo. Kubrick jamás consiguió recuperar la inversión, ya que el resultado fue un fracaso estrepitoso en taquilla, a pesar de estar nominada a siete Oscar, de los que logró ganar cuatro: dirección artística, fotografía, vestuario y banda sonora adaptada.

Never let me go (Nunca me abandones)

¿Quién no se ha preguntado alguna vez sobre el significado de la existencia, sobre la utilidad de su vida? ¿Llegará un día en que podamos vivir indefinidamente, o que la muerte no nos llegue a causa de  envejecer  o enfermedades sino por mero accidente? ¿Dónde está el límite entre lo científicamente posible y lo moralmente aceptable? Ciencia ficción entre planteamientos éticos y una historia de amor a trío son los ejes que mueven esta película, que descubrí gracias al blog  Se acerca el invierno, una adaptación de la novela de Kazuo Ishiguro del mismo nombre, con guión de Alex Garlanddel y dirigida por  Mark Romanek, que cuenta el corto camino de tres jóvenes desde la perspectiva de Kathy H. (Carey Mulligan), rememorando el recorrido desde su infancia en el internado de Hailsham, en el centro de Inglaterra, con sus dos mejores amigos, Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley). Hailsham no es una escuela cualquiera. Guardianes, que no docentes, parecen tener como preocupación única la salud de sus alumnos, hacerles seguir una severa dieta y cumplir con la estricta disciplina para preparar a los internos a una vida previamente elegida para ellos. La historia se desarrolla desde mediados de los años 50 hasta los 90, pero lo hace en una realidad alternativa, suponiendo que la ciencia ya cuenta con los medios para clonar humanos y determinados individuos son nacidos y criados con el fin exclusivo de aprovechar sus órganos en cuanto lleguen a la edad adulta: vida corta y truncada en la primera juventud, seres criados en monstruosas escuelas aisladas del mundo exterior, socializados para acepar que su tiempo en la Tierra es limitado, sometidos a la creencia desde la más tierna infancia de ese destino sin otra alternativa. Víctimas indefensas del avance de la ciencia, donde cada uno cumple un papel en pos de la supervivencia de la especie y la ética se deteriora gradualmente en favor de la evolución humana. Seres criados en granjas humanas glorificadas que mantienen en secreto las posibilidades que ofrece el mundo externo, al que sirven sin más remedio,  sin cuestionarse jamás su propia existencia.

La película está estructurada en capítulos (niñez, adolescencia y juventud), con bastante buen ritmo, elegante factura e interpretaciones convincentes. Pero curiosamente las cuestiones de moral que inicia un planteamiento basado en la ciencia ficción y que quizás tememos como posible, se limitan a persistir en el fondo y parece estar más interesada en el debate sobre el temor a la muerte inevitable de los clones y la búsqueda de la identidad, que en el campo ético-científico. A lo que se suma una historia de amor, traiciones y redención que por momentos supone un giro demasiado conciliador hacia el drama romántico al uso.  En la parte central de la película, toda la alegoría inicial desaparece para entrar en escena sentimientos tan humanos como el miedo, los celos o las traiciones, justo cuando comenzamos a preguntarnos porqué no tratan de escapar,  porqué aceptan irremediablemente su destino, clones o no,  que se les presenta trágicamente inevitable. En el otro lado de la balanza, por más dura que pueda parecer esta historia, hay que reconocer que está llevada a la pantalla  con gran sensibilidad. Se agradece, a pesar de ciertas dosis de drama romántico, la casi ausencia de sentimentalismo o de maniqueísmo apocalíptico. Ciencia ficción de la mano de una historia por momentos excesivamente ensimismada, con personajes a veces tiernos, a veces crueles, que pretende abordar de fondo grandes temas que en definitiva quedan en el aire, porque se las arregla para hacerlo a escala muy íntima, aunque creando personajes distintos y siempre atractivos.  Me quedo con su primera hora y un final tan perfecto como devastador. Never let me go es una película intensa y triste, con un personaje principal muy carismático que nos hace rebelarnos minuto a minuto ante su resistencia pasiva y silenciosa. Seguramente sea ese el componente que engancha al espectador hasta el último minuto,  dado el éxito que ha cosechado allá donde se ha estrenado (para variar no hay prevista fecha en España). En conjunto, he disfrutado viéndola,  aunque le sobre algún que otro momento melodramático, sobre todo en  sus capítulos centrales.

«Neds», «Biutiful», «Poesía» y «En el camino»

Unos cuantos días sin actualizar el blog, que no son síntoma de no haber ido al cine sino de que las cuatro películas que he podido ver ninguna en realidad ha acabado de gustarme. Y esto, unido a una falta de tiempo notable en las últimas semanas, es lo que me ha mantenido al margen de comentarios y actualizaciones. Cuesta más sentarse a escribir sobre lo que no nos gusta que sobre lo que nos satisface, pero hoy he encontrado el momento de liberarme de la pereza y dar unas breves pinceladas que solo pretenden ser una opinión relajada sin entrar en excesivos detalles críticos.

Nada más enterarme de su estreno, fui a ver Neds (No educados y delincuentes).  Según declaraciones del director, Peter Mullan, la película tiene tintes autobiográficos. Neds sigue los pasos de John desde su infancia (Gregg Forrest) hasta la adolescencia (soberbia interpretación de Conor McCarron) en el Glasgow de principios de los 70, donde el joven protagonista pasa de niño premiado en un lúgubre y estricto colegio privado a pandillero y navajero adolescente, o de monaguillo a esnifador de pegamento, según el tramo que se escoja. Todo ello justificado, presuntamente, por la violencia social imperante, la desestructuración familiar, los castigos físicos a los que son sometidos los chavales y una falta de expectativas abrumadora que lleva a nuestro protagonista a perderse mientras buscaba su lugar en el mundo desesperadamente.

En los puntos a favor, la película hace gala de buenas interpretaciones (destaca Conor McCarron en el papel del John más crecidito y la caracterización del propio director en el de padre borracho y maltratador), buena composición y puesta en escena a la hora de recrear la vida interior del protagonista o los acontecimientos y personajes que le rodean, y una banda sonora de rock setentero que subraya las calles frías, la rendición interior del niño y los sombríos y turbios anocheceres en los que la violencia impera oscura y amenazante. Conjunto que tiende a poner de manifiesto -y a la vez justificar- el destino de algunos -porque la realidad es para todos la misma y la mayoría sí supieron salir adelante, cabe recordarlo- a la que se le ve demasiado una clara influencia loachiana (Peter Mullan ha trabajado en varias ocasiones como actor con el británico, la más destacada en Mi nombre es Joe) y tal vez sea ese su principal problema, ya que el resultado es una historia de perdedores, de jóvenes que por más que luchen nunca acabarán encontrando la luz al final del túnel que deja una sensación agria, porque esa supuesta predestinación a la que nos somete la sociedad imperante y el sistema se muestra siempre desde el punto de vista más pesimista. Tanto que,  cuando el chaval intenta abordar un futuro, el pasado más reciente pesa de tal manera que inevitablemente le conduce de nuevo a la violencia. Pero para ver que la violencia encuentra su máxima justificación en las carencias del sistema educativo, y que la ignorancia es el caldo de cultivo perfecto para determinada conductas callejeras, todo muy dentro del free cinema británico, mejor revisar films como «La soledad del corredor de fondo«, bastante más didáctico y con un desarrollo narrativo infinitamente más ejemplar de la situación social del momento.

Unos días después de Neds, por si me había sabido a poco, entro en el cine a ver Biutiful. Me gusta el cine realista, ese que muestra verdades que no vienen en los folletos turísticos de las ciudades. Si además al relato se le suman personajes complejos y están espectacularmente interpretados por un rotundo Javier Bardem, pues la película tenía, a priori, todos los ingredientes para dejarme pegada a la butaca. El problema del realismo cinematográfico es traspasar la muchas veces delgada línea que separa la excelencia de la vulgaridad, cayendo incluso en la manipulación. Sale una con una sensación más que desagradable por la tremenda sucesión de desgracias que van aconteciendo a cada uno de los personajes, que si bien comienzan con mal pie, todos, sin excepción, acaban al final mucho peor. Seguramente Iñárritu supera la línea, confundiendo el recreo en la evidencia y el feísmo de lo cotidiano con el realismo maniqueo so pretexto de dejar  profunda huella en el espectador. Tendencia en boga, al fin y al cabo el cine también es un medio de comunicación que ha cumplido históricamente -y cumple- su papel. Y si la prensa y los canales amarillos ganan audiencia, por qué el cine iba a estar al margen de los designios de la moda, por lo que no es de extrañar un aumento de producciones tipo Gomorra o la que nos ocupa, aunque el Cine, como arte (aunque sea séptimo) debería ser otra cosa.

No sé yo que le encuentran de artístico retratar a los olvidados del sistema observando una playa repleta de cadáveres inocentes durante varios minutos para hacernos una idea de la explotación a la que se somete a los inmigrantes, ni recrear el abuso infantil hasta extremos ofensivos, ni ver un enfermo terminal orinando sangre para intuir que juega con la muerte a plazo fijo con demasiadas cuentas todavía por saldar. En defecto de guión pesa más el circo de la miseria a la que nos somete el mexicano que el logrado retrato (aunque poco elegante) del microcosmos en el que se mueve Uxbal, tanto en el terreno de supervivencia económica como personal. El divorcio de su guionista no ha sido una decisión acertada para Iñárritu. Pensando en los tandem director/guionista, habrá que considerar la reivindicación de que una película es tanto de quien la dirige como de quien la escribe, y que incluso en determinados casos podría tener mayor peso y responsabilidad el guión. Iñárritu/Arriaga podían ser buen ejemplo. Cuando a Amenabar le falta Mateo Gil, también.

Poesía, de Lee ChangDong es una película que tenía muchas ganas de ver. Me gusta el cine coreano y no le hago ascos a los tempos lentos y al letargo contemplativo de la imagen, porque generalmente estos recursos vienen asociados por los orientales al guión, sin divorcio que suponga un recreo injustificado o innecesario para cuanto están contando. El cine oriental se caracteriza, entre otras cosas, por una utilización formal de la imagen en el lenguaje narrativo como pocos, que ha hecho escuela en más de un cineasta independiente occidental. La película, premio al mejor guión en Cannes, trata de vincular diversas capas tramáticas en torno a un personaje principal, una anciana que padece alzheimer en su fase inicial y que tiene a cargo un nieto adolescente que acaba de cometer un delito de violación. El trabajo de la protagonista, la actriz Yun Yunghee, es sencillamente magnífico interpretando a esta abuela coraje que nos sitúa en la encrucijada de tener que defender a nuestros hijos (nieto en este caso) aún a sabiendas de su culpabilidad simplemente por el amor que profesamos hacia ellos, a pesar de que vaya a suponer serias contradicciones morales con los principios propios y la ruina económica de la familia. Situaciones inesperadas para las que la vida no suele dar aviso previo.

Hay algunos destellos de grandeza en el film: el encuentro de la anciana con la madre de la chica, la conversación con el policía a la salida de sesión de terapia poética, el momento cuando observa desde fuera la reunión del resto de padres del grupo, e incluso el final, esa especie de tránsito hacia la adolescencia mientras se evoca el cadáver de la chica flotando en el pantano. Es una pena que, a pesar de estos destellos, la evidente falta de ritmo, la excesiva lentitud casi siempre injustificada, y las sesiones de lectura de poesía (que son lo menos poético de la película) hacen de Poesía un film alargado y pesado, casi soporífero, y una sale con la sensación de que todo lo contado podría haber dado para no más de un mediometraje, porque se añaden innumerables escenas y momentos para el sensacionalismo de la taquilla, cabe suponer. Últimamente he visto varias películas protagonizadas por ancianas, parece una tendencia al alza en las miras de los nuevos directores, pero puestos a escoger, ninguna ha superado la polaca Tiempo de morir, reseñada hace unos meses en este blog, y que dada la coincidencia formal con las pretensiones de la que nos ocupa, aprovecho para recomendarla de nuevo, encarecidamente, porque es una delicia como pocas de las que he podido ver en tiempos recientes.

Y la última, En el camino, de la bosnia Jasmila Zbanic, de la que esperaba bastante más y tampoco logró seducirme demasiado. La película explora la relación de una pareja joven, ambos musulmanes, de buena posición social, trabajo estable y proyectos por delante. Un buen día, él se queda sin trabajo y un antiguo compañero de instituto le ofrece dar clases en un campamento para niños. A partir de aquí todo cambia en la relación de la pareja: ella continúa con su trabajo, tratando de animarle y ayudarle a salir adelante, mientras él sufre una inexplicable transformación hacia el radicalismo islámico. Me producía curiosidad la película porque esta tendencia hacia el radicalismo de carácter religioso, que es cierta y parece haberse puesto de moda en algunas sociedades como respuesta a la dura represión que años atrás ejercieran determinados regímenes, se hace por primera vez (que yo sepa) en un film europeo desde un punto de vista interno de los propios musulmanes. Pero en realidad no me ha ofrecido ninguna de las respuestas que buscaba: por qué personas con un nivel cultural suficiente se dejan seducir por discursos tan radicales, en las antípodas del ejercicio de la libertad individual y de pensamiento, o el porqué de esta nueva tendencia -desde un punto de vista social- que va ganando terreno en estos países por mucho que nos quede lejano o giremos la vista hacia otro lado.

La película se limita a mostrar el creciente convencimiento de él en contraposición con la resistencia que ella ofrece, mezclada con el miedo a la manipulación y a las consecuencias que, como mujer, ve venir de seguir la relación con su pareja. Y nada más. Ella sufre a un hombre cada vez más desconocido al que no acaba de darle puerta (¿?), mientras él intenta convencerla de su decisión e ir limando hacia su nueva ideología los comportamientos de ella y su familia. El personaje: la madre poniendo los puntos sobre las íes, a cada uno en su sitio, lo menos insano de la película. Al margen de la trama monotemática, y de que algunos capítulos se hacen excesivamente monótonos, ya sea por desinterés o por aportar poco al argumento, las interpretaciones no pasan de normalitas, mientras en el plano formal se aprecian numerosos defectos que cabe suponer se deben a la escasez de presupuesto. Obviable si no se está interesado en el tema, y en caso contrario, tampoco ofrece demasiadas pistas de cara a extraer conclusiones relevantes.

Concha de Oro para «Neds», de Peter Mullan

El cineasta escocés Peter Mullan ha sido el ganador de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián que concluyó el pasado sábado noche. Neds, que así se llama la película galardonada, es una coproducción británico-franco-italiana que explora de manera intuitiva las manifestaciones de violencia entre la juventud y la adolescencia en el duro ambiente de la década de los 70 en Glasglow, Escocia. Cuenta la historia del joven John McGill (Connor McCarron), un chico inteligente, sensible, con ganas de aprender y forjarse un futuro que, en medio de un ambiente influido por pandillas, delincuencia y escasa educación que incluyen la Neds, trata de encontrar alguna posibilidad para su vida.

Mientras la película llega a nuestras salas (esperemos que así sea), os dejo unas secuencias que he encontrado subtituladas.

Y a quienes estéis interesados en conocer más de este director, en este enlace podéis ver completo el cortometraje «Fridge» que Peter Mullan rodó en 1995, incluido en el recopilatorio de cortos europeos «Cinema 16«, y que hace algún tiempo fue reseñado en este blog.

Zoom: Cache / Blow-Up

Un matrimonio de clase media es intimidado por unos videos que recibe de manera anónima en su casa.

Un fotógrafo descubre fugazmente, al revelar su carrete, un asesinato en el parque.

Georges Laurent regresa a su infancia en busca de cualquier pista sobre el autor de las cintas. No está seguro pero ¿quién sino le sometería a semejante tormento?

Thomas vuelve al parque y ve, efectivamente, al hombre muerto en el suelo. Pero ¿está seguro de haber visto realmente el cuerpo?

Georges Laurent cree haber resuelto el enigma (o no). Pasa página tomando sus somníferos y se echa a dormir tras cerrar todas las ventanas. Se aísla del mundo exterior en un intento de borrar cuanto ha sucedido.

Hacia el final de Blow-up todo va volviendo a la normalidad. El cadáver y las fotografías han desaparecido.

Georges Laurent quiere olvidar, muerto el perro se acabó la rabia. A los seis años ya deseaba borrar a Majid de su vida. A Majid le introducen en el coche a la fuerza, se lo llevan para siempre, al internado.

Jane desaparece en una misteriosa escena frente al club. Se gira, comienza a caminar y… ya no volveremos a saber de ella.

El los escalones, a la salida del colegio, vemos a Pierrot charlar amigablemente con el hijo de Majid. Acabamos de descubrir que los chicos se conocían mientras los padres recibían las cintas. Pierrot había desaparecido misteriosamente unos días antes. El hijo de Majid estaba al corriente de la relación entre su padre y Georges Laurent.

De vuelta al parque, Thomas vuelve a encontrarse con los jóvenes que estaban en la primera secuencia de la película. Juegan al tenis con una pelota imaginaria, el fotógrafo simula ver la bola, hasta podemos oír su sonido. Luego, Thomas se va, caminando sin rumbo por la hierba y desaparece, como el cadáver del parque.

Blow-up consigue enredarnos audazmente en una trama de la que esperamos soluciones, pero en realidad no hay desenlace y los intérpretes se van esfumando de la película, como si despertasen de un sueño y volviesen a la situación inicial.

Caché observa la violencia apoderarse de los personajes en su lucha por seguir manteniendo el orden cotidiano. Al final todo son preguntas: quién grabó los videos, qué relación mantiene Pierrot con el hijo de Majid o la esposa con el presunto amante, que también se llama Pierre, como su hijo. Georges despertará del profundo sueño, quizás vuelva a su aburrida existencia y no le convendrá hacerse ninguna de estas preguntas. Muchas son las conjeturas sobre quien es el autor de las cintas, la más consensuada parece que es la de los chicos. Pero es imposible que ellos grabasen las escenas del granero y… harto improbable que los dos amigos filmasen la escena final en los escalones de la escuela.

Bright Star, de Jane Campion

Brigh Star, la última propuesta de la multipremiada Jane Campion por El Piano, brilla más en su aspecto formal y como retrato del romanticismo literario que en el puramente argumental. La película relata los últimos años del poeta británico John Keats, uno de los exponentes de la literatura romántica inglesa junto a Lord Byron y Shelley. Poeta maldito, murió en 1821 a los 25 años, de tuberculosis, inconsciente de la repercusión de su obra y sin poder ver sus poemas publicados, ya que no sería hasta 1841 cuando su amigo y mentor Charles Brown entregaría copias de los originales y de la correspondencia con Fanny Brawn a Richard Monckton Milnes, días antes de partir para Nueva Zelanda en busca de un futuro más prometedor para él y para su hijo. Brigh Star no es un biopic de la vida del poeta, la película se limita al relato del romance de los últimos tres años de la vida de John Keats (Ben Wishaw) con Fanny Brawn (Abbie Cornish). Él, soñador idealista, y ella, con una visión de la vida mucho más pegada a lo cotidiano, no parecían predestinados a romance de semejante calibre, pero el destino, árbitro impredecible, les condujo del mismo modo que quiso que su felicidad acabara antes de tiempo. Lo cierto es que lo más interesante de la película no reside en la narración del apasionado romance, pues hoy día resulta casi imposible sentir empatía con este tipo de historia, muy pegada a la época victoriana y al modo de entender la poesía por la corriente romántica, casi siempre presa de la desgracia y el dolor, como si el amor no pudiese alcanzar su plenitud sin estar exento de todos estos tormentos. A pesar de ello, Jane Campion exhibe todo un ejercicio de contención narrativa, sin ceder en exceso a las convenciones morales y estéticas asociadas al concepto de existencia de la que hace gala el romanticismo, aunque resulta casi imposible sucumbir a la amorosa entendida como ideal que transciende de lo fugaz del mundo físico para él, pero que inevitablemente termina atrapada en la realidad tangible desde la perspectiva de ella y, por tanto, condenada a todo tipo de sufrimientos.

Pero aunque argumentalmente para muchos resulte un tanto forzada en cuanto a relación extremadamente idealista y ajena a cualquier concepto actual, la película es, sin duda, una de las propuestas más dignas de la cartelera, cuyo interés supera a los personajes para pasar a situarse en la factura formal y cinematográfica a la hora de retratar el romanticismo como corriente revolucionaria inmersa en la época victoriana. El espectador que acuda predispuesto a dejarse llevar por las imágenes, que en este caso expresan por sí solas mucho de cuanto pretende transmitir la película, encontrará en Brigh Star un mundo de sutilezas y sensibilidad difícil de contemplar en el cine actual, la mayoría de veces preso de efectos informáticos que sustituyen a la narración cinematográfica en estado puro como es el caso de esta película. Porque por contra, la película exhibe clasicismo en todas y cada una de sus secuencias, y los efectos son casi siempre fotográficos, desde el comienzo, con la aguja de coser, un extraordinario primer plano, hasta el final, cuando las cartas y notas aparecen y desaparecen de la pantalla entre imágenes de la campiña inglesa. Sentarse a ver Bright Star es asistir a un extraordinario espectáculo de manejo de la cámara como principal baluarte a la hora contarnos esta historia de sentimientos y pasión de los protagonistas. La niña Toots, hermana de Fanny (Edie Martin), es la mayor parte de las veces quien da pie a los cambios sentimentales y a los momentos clave de la película, junto a selectivos desenfoques que son un auténtico placer para la vista.

A todo ello se suman los diálogos, un torrente de metáforas, ironía y muchas veces mala leche, sobre todo entre ella y el mentor del poeta, extraordinario trabajo de  Paul Schneider interpretando al soez Mr Bown, que se contraponen con el tono poético de los amantes en un auténtico ejercicio de imaginería lingüística de la que seguro disfrutarán quienes dominen el inglés a la perfección, el resto nos tenemos que conformar con los subtítulos que demasiadas veces intuimos quedan extremadamente cortos. Como plus añadido, el entorno de la campiña inglesa, paisaje necesario en el retrato de la literatura de la época, y unos secundarios tremendos, absolutamente integrados en cada momento de la narración, como si se tratase de los personajes de una pintura impresionista, que junto al uso de la luz, a la música o los decorados de interiores, hacen de Bright Star una película fascinante en cuanto al uso de elementos y  formas para transmitir ese universo romántico, tan bello y a la vez tan enfermizo, siempre desde una perspectiva muy realista, ingredientes todos que la convierten en una película sensible, emocionante y cargada de significado. Bright Star consigue ser casi como un poema de John Keats, frágil, delicada, etérea, sin dejar por ello de lado el retrato de la sociedad de la época y el papel de la literatura romántica como ejercicio libre de la poesía, en constate contraposición al corsé dictado anteriormente por la Ilustración, pero también como premisa del movimiento esteticista venidero del que Oscar Wilde sería elemento destacado. Tal vez le falta un recorrido más profundo en el personaje del poeta, hasta se podría decir que el personaje principal deja de ser muchas veces Keats y pasa a ser ella el hilo conductor, porque la narración adopta casi siempre el punto de vista realista de la muchacha que no puede alcanzar aquello que ama, pero este dejar de lado el biopic repercute en una buena visión de conjunto del impacto de la sociedad victoriana en la literatura y viceversa. Brigh Star es, versión película, como un poema de John Keats. Se podría decir que es al cine actual lo que el romanticismo de Keats a su época, a lo que cabe añadir que pocas veces una película ha logrado plasmar de manera tan precisa no solo el retrato de una época sino también el de su literatura.

Ridley Scott: Boy and Bicycle (1965)

Boy and bicycle es la primera película escrita y dirigida por Ridley Scott, que rodó mientras estudiaba fotografía en el Royal College of Art de Londres en 1960. Tendrían que pasar 15 años para que Scott dirigiese su primer largometraje, «Los Duelistas«, por lo que se trata de una obra muy temprana en su carrera. A pesar de ello, revisarla hoy supera el límite de la mera curiosidad cinematográfica, pues el buen observador hallará en ella algunos de los elementos visuales e influencias con los que más tarde trabajaría Scott. La película fue rodada en Billingham, cuyas torres  de la Imperial Chemical Industries utilizaría años más tarde en películas como Alien o Blade Runer, así como diversos elementos que se pueden encontrar con posterioridad en algún anuncio de los más de 2000 que ha dirigido hasta la fecha.

El rodaje de Boy and bicycle comenzó en 1960 y duró apenas seis semanas, aunque la película no fue completada hasta 1965, cuando Scott concluyó la post-producción con una subvención concedida por el Fondo de la BFI Experimental film. Durante este período de cinco años, tuvo además la suerte de contar con la ayuda del compositor John Barry, quien a pesar de que Scott no podía pagar los derechos de grabación, accedió a crear y ceder la pieza musical que oímos en la película.

El cortometraje comienza en el propio dormitorio de Ridley Scott, donde mediante cámara subjetiva trata de representar el punto de vista del protagonista,  un adolescente interpretado por su hermano, el también cineasta Tony Scott, cuando se despierta y mira alrededor de su habitación. La película, de marcado carácter experimental, sigue al chico que decide hacer novillos y visitar diferentes lugares de la ciudad con su bicicleta. Durante todo este tiempo, escuchamos sus pensamientos a través de la voz en off del propio Ridley Scott, quien años más tarde declararía que el guión está inspirado en el Ulises de James Joyce. El monólogo revela las frustraciones de un adolescente cualquiera, burlándose de las figuras que representan la autoridad para él, como sus maestros, padres u otros adultos.

Scott incluye diferentes elementos visuales con los que ya se intuye el talento del joven cineasta: la toma del perro muerto, el sol poniéndose entre nubes de rigurosa tormenta o la aridez espeluznante con que retrata una playa, que recuerda bastante a El Séptimo Sello de Bergman. La madre del chico de la bicicleta es la  madre real de Scott y el enigmático pescador que aparece hacia el final sorprendiendo al joven que entra en la casa a fisgonear, también es el propio padre del cineasta.

La película se lanzó digitalmente como extra en el DVD de «Los duelistas», primer largometraje de Scoot para la gran pantalla, quien se había dedicado durante los quince años que separan una y otra producción a trabajar en series de televisión. Y es que, si echamos la vista atrás a  premios Oscar y superproducciones, en realidad casi todos los cineastas tuvieron su comienzo en el mundo del cortometraje. Y Boy and bycicle es el empezar a andar de este director quien, con distintos giros en su carrera, ha dado para el cine joyas cinematográficas tan diversas como Blade Runer, Alien o Thelma & Louise. Aquí tienen pues su primer trabajo, subido en dos partes (porque dura 26 minutos) y convenientemente subtitulado. Que lo disfruten.

Lord of the flies (El señor de las moscas), de Peter Brook, 1963

El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor.

Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco:

—¡Eh! —decía—, ¡aguarda un segundo!

La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.

—Aguarda un segundo —dijo la voz—, estoy atrapado.

El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.

Así empieza El señor de las moscas, de William Golding, escritor inglés y premio nobel de literatura en 1983. Ahora que muchos compañeros blogueros incluyen referencias a la serie «Lost» por haber llegado a su final, se me ocurrió revisar este film clásico británico inspirado en la novela homónima de Golding, apasionante y absolutamente recomendable –tanto el libro como la película- para quienes aún no la conozcan. Respecto a Lost, poco tiene que ver, excepto en sus comienzos o inspiración, cuando un grupo de personas sobreviven en una isla desierta cercana a Australia, cuyos primeros escenarios resultan ser casi idénticos a los que recreara Peter Brook en 1963, porque en el desarrollo de la serie se distancian y modernizan convenientemente. Supongo que muchos de los seguidores de la serie conocen también la película. Los que no, insisto no se la pierdan, a pesar que confieso que este post tiene la doble lectura de mi particular desquite contra el bombardeo en la blogosfera sobre esta producción norteamericana tan en boga últimamente, cuya razón es el hecho de quedarme totalmente fuera de juego respecto a la riada de post que ha sugerido un producto que la que escribe no logró aguantar más allá de la segunda temporada. Tampoco hay que confundirla con el remake norteamericano que en 1990 llevó a la pantalla Harry Hook en forma de largometraje con el mismo título, película que si bien sigue permaneciendo tan fiel a la novela como la de Brook, carece de la articulación, riqueza de matices y profundidad dramática de la que hace gala la película de 1963, a pesar de que los medios empleados, tanto económicos como técnicos, fueron considerablemente mayores por razones obvias, pero Hook solo logra crear una metáfora aleccionadora lejos del trasfondo terrorífico que tan bien supo imprimirle Peter Brook .

Peter Brook era un hombre de teatro, amante de la libertad total a la hora de la creación teatral y cinematográfica, entendidas por él como una forma de expresión artística. Este querer hacer su cine con las manos desatadas de compromisos presupuestarios y comerciales le lleva a  rechazar por aquellos días el asombroso presupuesto que la Columbia Pictures le ofrecía para la película en Hawai, optando por rodar en Puerto Rico, con jovencísimos actores y otros que siquiera habían pisado un plató, y hacerlo además en blanco y negro a fin de suprimir todo exotismo implícito a la idea de isla paradisíaca y que la adaptación fuese lo más parecida posible a la intención de la novela, aunque cabe suponer que también influirían razones de economía. Por otra parte, ni en la novela ni en la película aparece nada que tenga que ver con el referido insecto, la mosca, puesto que el título es un epíteto del mismísimo diablo, en este casó bajo la denominación de Belcebú. Se cree que Belcebú o Beelzebub derivaría etimológicamente de «Ba’al Zvuv» (con muchas ligeras variantes, era el nombre de una divinidad  filistea Baal Sebaoth en hebreo) y significa literalmente traducido «El Señor de las Moscas«.

Tanto la novela como la película son una excepcional alegórica de la condición del hombre. Londres padece la amenaza de bombardeo e invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial y un grupo de niños es evacuado con destino a Australia. Pero el avión que les transporta sufre un accidente en medio del Índico y muchos de los niños van a parar a una isla desierta. Una especie de paraíso tropical con agua caliente, arena, palmeras, árboles frutales y animales a su disposición. La idea es que la civilización no está construida sino bajo la represión del salvajismo humano en cualquiera de sus formas; formas que veremos todas representadas en la isla: autocracia basada en el miedo al monstruo (la religión), o basada en el líder al que todos se someten, o bien pactada democráticamente pero aceptando las reglas impuestas sí o no. Las criaturitas inglesas, que visten cuando arriban uniformes escolares de colegio de pago, recrearán diversas sociedades micro-tribales donde quien se llevará el gato al agua será la más salvaje y sedienta de sangre, cuyo liderazgo se basa en la eliminación de los más débiles y sensibles.

Seremos testigos de como la mayoría, atrapados entre el bien y el mal, entre Ralph (James Aubrey) y Jack (Tom Chapin), se inclinarán hacia los pasos del salvajismo en su estado más puro matando a sus compañeros (no hay necesidad alimenticia, pues está cubierta) y emborrachándose con el fuego y la noche bajo el pretexto de ofrecer al dios-demonio (que no es sino el movimiento de un paracaídas que ha quedado suspendido en la montaña, aunque ellos no pueden saberlo) porque, de alguna manera, el terror que les genera el presunto monstruo les hace al tiempo mantenerse unidos en torno al poder del más fuerte. La demostración de que la parte salvaje del hombre se levanta cuando una suma de factores externos actúan como estímulo es bastante aterradora, parte salvaje lista para despertar en cualquier momento cual volcán que entra en erupción inesperadamente. Solo hace falta un líder que determine un enemigo común en torno al que unir a las masas y en base al que justificarse -el paracaídas llamado aquí «el monstruo» al que brindan sacrificios de caza- para poner en marcha el mecanismo. Ejemplos en la historia los hay, demasiados quizás. Ahora debería tocarnos ir aprendiendo de nosotros mismos. Pero la tarea no parece demasiado fácil…

Para terminar, este video de unos cinco minutos con algunas de las imágenes de esta fantástica película. No hay nada en el tube con subtítulos, así que he elegido este que está acompañado del tema con el mismo título de los míticos Iron Maiden, que le va como anillo al dedo y, de paso, aporta un plus de cultura musical que la que escribe disfrutará en directo el próximo 21 de agosto en Valencia.

Plano secuencia (11): Joe Wright, Expiación

435 páginas tiene el libro de Ian McEwan que Joe Wright (el mismo de Orgullo y prejuicio) llevó a la pantalla en 2007. Debe ser dificil adaptar una novela tan extensa a guión cinematográfico. Solo por eso, me hubiese gustado poder leerla antes de ponerme a escribir esta entrada, del mismo modo que me gusta revisar las películas completas para comentar un plano secuencia que voy a publicar. No ha sido posible, en este caso, ni una cosa ni otra. De hecho me encuentro escribiendo mientras hago una pausa para ingerir el segundo chute de cafeína de la tarde, quinto del día, que probablemente no sea el último. Así se presenta mi queridísimo mes de junio: faltan horas de sueño y cero tiempo para dedicar a este espacio con el que disfruto y me gusta mimar, aunque sea a base de retales de lo que una va escribiendo en huecos de un tiempo que en este momento no da mucho más de sí. No me extenderé pues en comentar la película, que hace ya tres años vi, pero les dejo estos cinco minutos, allá por el final de la primera de las más de dos horas de Expiación, que bastarían para justificar, recomendar si cabe, el segundo largometraje del joven director londinense. La playa francesa de Dunkerque es el escenario de esta magnífica escena rodada cámara en mano de manera circular, en el que vemos al ejército inglés perdido en su evacuación hacia Gran Bretaña tras la retirada por la invasión alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. El resto de la película, si bien tiene una estética y montaje impecables, no alcanza la cima artística de estos cinco minutos sobresalientes; una estética, cabe decirlo, que se asemeja bastante a un larguísimo anuncio de perfume navideño, en un claro intento de ser para la posteridad algo así como un Lo que el viento se llevo versión moderna y británica, materializado en un retrato demoledor sobre el azar y la culpa: los celos de una aventajada y riquísima adolescente, su pequeña mentira, traición banal que desemboca en malentendido cuyas consecuencias serán cambiar para siempre el destino de pasión sin límites entre dos personas, su hermana mayor y su amante. Quienes gustaron del anterior film de Wright disfrutarán de estos 130 minutos de melodrama tono pastel y ambiente exquisito donde todos sufren lo suyo subrayado por una poderosa fotografía (Seamus McGarvey) y banda sonora (Dario Marianelli). Los que no, quédense con esta escena, porque aunque sea cierto que si no existiera el guión no se vería afectado en lo más mínimo en cuanto desarrollo, no por superflua deja  de ser digna de resaltar como una de las mejores de toda la película. Joe Wright es sin duda un mago de la imagen y un cineasta a tener en cuenta dado el currículum de su todavía hoy corta carrera cinematográfica.

El escritor (The ghost writer), de Roman Polanski

Cuando un director consagrado como Polanski recibe por su último trabajo un premio como el Oso de Plata en el Festival de Berlín, una se queda con la duda de si en cierto modo no se trata más de un reconocimiento general a su carrera que por la propia película agraciadacon el galardón. En este caso parece justificado, porque la sensación que queda tras ver El escritor es la de un trabajo de factura técnica intachable, sólido en cuanto a guión e interpretaciones y que continua estando a la altura de lo esperado dada su trayectoria cinematográfica. El contenido es de gran actualidad y el paralelismo entre el ex-premier británico Tony Blair, inconfundible. En realidad esta similitud no se la debemos a Polanski sino a Robert Harris, coguionista de la película y autor del libro en la que está basada. Harris fue corresponsal y amigo personal de Blair hasta la intervención activa del Reino Unido en la guerra de Irak, momento en el que Harrris manifiesta su profundo desacuerdo con la política británica y su trabajo se ve apartado de los círculos de poder, teniendo como resultado, entre otros, escribir el libro fruto de cuya adaptación se elabora el guión de la película.

El tema de la conspiración política no es nuevo en el cine, sin embargo a Polanski parece venirle como anillo al dedo, pues se adapta perfectamente a su perfil artístico y logra ganarse a la audiencia con su particular hechizo. Queda demostrada, una vez más, el sentido de la densidad dramática que capacita al cineasta y, sobre todo, la madurez plasmada aquí en la unidad perfecta entre estética y expresión que sabe manejar de modo asombroso a lo largo de la película. Actores de primera clase hacen el resto: Ewan McGregor apunta una extraña mezcla entre humor y  ternura interpretando a un joven escritor que, a modo de aprendiz de brujo, hace de negro para escribir las memorias de un estadista sin patria confinado en algún lugar de los Estados Unidos; un personaje a medio camino entre el Harrison Ford de «Único Testigo» (la escena en la que se mira en el espejo y se dice a si mismo «no es una buena idea») y el propio Polanski de El quimérico inquilino, invadido por una mezcla de miedo y sus propias obsesiones y contradicciones. Y Pierce Brosman dando  vida a Adam Lang, ex-primer ministro de algún país aliado retirado a Martha´s Vineyard (aquí le ubica el libro), encarnación pura del político vaquero machista en uno de sus mejores papeles, o  Olivia Williams (An Education), la mujer calculadora que mueve los hilos desde la retaguardia y quien, a modo de verdadera Lady Machbeth, es en realidad la que durante años ha tomado las principales decisiones en la sombra, acompañados  de Kim Cattrall, Timothy Hutton, y un excelente Tom Wilkinson en un papel secundario como  antiguo profesor agente de la CIA muy bien resuelto.

El estilo narrativo es un homenaje los clásicos de suspense de Hitchcock, pero siempre con el sello de autoría de quien es ya otro clásico, Roman Polanski. Seguimos al protagonista, el escritor que acepta el empleo como negro para reescribir las memorias de Lang en un mundo que le es distante y desconocido y en le que todos los elementos juegan aparentemente una lógica perfecta. A medida que nos involucramos en la historia la situación adquiere tintes de paranoia. El viaje le lleva a una isla de la costa este de los Estados Unidos donde se encuentra el primer ministro en el exilio. El fantasma del anterior escritor que realizaba el mismo trabajo, muerto en extrañas circunstancias, le perseguirá en su andadura americana, dejando cierta estela de aquel inquilino muerto que perseguía al propio Polanski en El quimérico inquilino. La naturalidad con la que se desarrolla, la elegancia en los giros dramáticos y las atmosferas creadas por Polanski (el clima lluvioso, fio, gris, amenazante…) denotan la madurez y meticulosidad narrativa que el director alcanza en estos momentos. No necesita de giros forzados ni manipulaciones del espectador para lograr esa capacidad de sorpresa y eficacia con la que se desarrolla la historia. Y también podemos observar, como en buena parte de su filmografía, el propio microcosmos del autor al que se suman numerosos detalles de medio siglo de tendencias cinematográficas. Conociendo su actual situación personal, no resulta difícil establecer la conexión entre el escritor, secuestrado en la playa de Martha’s Vineyard, en pleno invierno y  perseguido por el fantasma de su predecesor y la eventualidad que ha rodeado el rodaje de la película, en circunstancias especialmente difíciles, completada desde su casa en  Gstaad, Suiza, donde permanece en arresto domiciliario desde noviembre. El humor y la fina ironía, marca y sello de la casa Polanski, es el otro ingrediente que recorre muchas secuencias del film, visible a la hora de retratar el desasosiego del extranjero y la ubicuidad del mal en los confines de la política. Uno de los mejores fuera de campo rodados en los últimos tiempos, apoyado por la fotografía de Pawel Edelman, pone el broche de oro a este thriller cargado de tensión sobre el poder y la corrupción, cuya conclusión podría ser que las carrereas políticas a menudo tienen bastante de tragedia.

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Plano secuencia 6: Alfonso Cuarón, Children of men (2006)

Conocida en España como Hijos de los hombres, Children of men es una de las películas de ciencia ficción que más reconocimiento obtuvieron en su día, pues a pesar del moderado éxito económico, atrajo muchas críticas positivas y el beneplácito del público. Adaptación un tanto libre de la novela homónima de 1992 de la británica Phyllis Dorothy James, fue dirigida por  Alfonso Cuarón quien también intervino en la adaptación del guión junto al mexicano Timothy J. Sexton. La película está protagonizada por Clive Owen, Julianne Moore, Pam Ferris, Claire-Hope Ashitey, Michael Caine y Chiwetel Ejiofor,  y nos sitúa en 2027, momento en que la humanidad se ha vuelto estéril y su extinción comienza a ser inminente. 18 años han pasado sin que ningún ser humano haya nacido y el más joven acaba de morir: el destino parece sellado, y el colapso y la crisis social se desatan en todo el planeta. Todas las naciones han sido devastadas por el terrorismo y el caos. La única excepción, el Reino Unido, gobernada por un tiránico régimen neo-fascista, impone el orden con mano de hierro, ensañándose duramente con los millones de inmigrantes que creen encontrar en territorio británico algún paliativo a un mundo inevitablemente en ruinas. Un kit de suicido se comercializa en carteleras, anuncios de prensa y televisión. El precio de la libertad es muy alto.

Sin embargo, Children of men se aleja del planteamiento futurista de algunas películas del género y, lejos de trasladar al público a una realidad venidera que todavía desconoce, está ambientada de modo hiperrealista, manteniendo siempre el equilibrio entre el tiempo que narra, 2027, y escenarios muy contemporáneos. La recreación de los ambientes coincide casi siempre con escenarios actuales, así como las vallas publicitarias, tipo de programas de televisión, automóviles, e incluso la indumentaria y modus operandi del ejército. Semejante puesta en escena contribuye a la identificación del público con una situación posible a corto plazo. Con el futuro en mente, invita a explorar temas como la esperanza y la desesperación,  contiene alusiones a la fe religiosa y a episodios recientes de la historia del siglo XX -el Holocausto-. Desde la ficción, aborda temas de actualidad como la inmigración, la manipulación de los temores de la ciudadanía por parte de los gobiernos o los campamentos de refugiados donde van a parar los de la película, que son cazados como cucarachas, evocan intencionadamente prisiones como la de Guantánamo o Abu Ghraib.

Técnicamente, contiene varios planos secuencia, escenas de complejidad asombrosa, hasta el punto de que Cuarón tuvo que enfrentarse en más de una ocasión con la productora porque el rodaje de determinadas partes de estos planos consumía demasiado tiempo con la consiguiente preocupación por parte de los estudios. Los dos que hay a continuación son los más famosos, aunque no los únicos. El primero de ellos, la escena de la emboscada en la carretera, se logró modificando el vehículo para permitir su inclinación y que los asientos estuvieran más bajos, pudiendo así la cámara rodar desde el techo. Lo mismo se hizo con el parabrisas, que tuvo que ser inclinado convenientemente para que la cámara pudiese salir a través de él desplazándolo desde un lado. Cuatro personas, incluido el operador, viajaron en el techo para el rodaje. Los efectos de las dos escenas son asombrosos, a pesar de que se ha sabido que en realidad no son tomas continuas y para lograr que lo parezcan se echó mano de un buen trabajo de postproducción. La segunda, a base de una combinación de steadycam y cámara directamente al hombro, y al margen del realismo que imprimen las salpicaduras de sangre en el objetivo, es una magnífica coreografía medida al milímetro, en la que fotografía, escenarios y sonido crean una atmósfera asfixiante que le dan el dramatismo, tensión y realismo que merece la narración de esta batalla campal en plena ciudad. Guste o no el género de ficción apocalíptico, solo por sus monumentales planos secuencia vale la pena el visionado. La valoración del contenido global del film, quizás mejor dejarla para pasados unos años…

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Fish Tank, de Andrea Arnold (2009)

Últimamente parece que, sin premeditación, cae cada dramón en mis manos que casi se le quitan a una las ganas de escribir sobre ellos. No trato de poner en duda aspectos de calidad indudable en Precious, Nacidas para sufrir o Fish Tank, que he visto  seguiditas, una detrás de otra con el paréntesis entre las dos últimas de Pájaros de papel, otra originalísima revisión de la postguerra, solo apta para incondicionales de Amar en tiempos revueltos o Cuéntame… Con sus innumerables diferencias, y obviando el aterrizaje de Aragón en el mundo del largometraje, historias todas intencionadas para revolver los ánimos del sufrido espectador, a pesar de tratar temáticas muy diferentes.

Pues bien, la película británica de moda, Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, entre otros galardones, y que ha visto aplazado su estreno en España para finales de abril (ya está en DVD tras los Pirineos) trata de nuevo el tema de la adolescencia, el retrato de la sexualidad y la vulnerabilidad en los años más jóvenes desde un punto de vista, en mi opinión, nada novedoso, aunque esta vez nuestra protagonista no esté inmersa en la oscuridad de las drogas o la prostitución (me vino a la cabeza recurrentemente Thirteen, fíjate) sino que, por el contrario, la muchacha huye del desatento mundo que la circunscribe a través de lo único que tiene sentido para ella: bailar hip hop. El escenario: el extrarradio de una ciudad británica moderna, con sus deteriorados edificios iguales y sus ventanas rectangulares, hábitat típico y tópico del semi-proletariado urbano europeo que da al film un aire mucho más social. Cómo no podía ser de otro modo, la pobre muchacha se halla sin el cariño de nadie, pues su madre, mujer negligente consigo misma y con sus hijas, para más inri alcohólica (Kierston Wareing, la de En un mundo libre), organiza fiestas en casa con cuarentones aspirantes a clase media cachondos y frustrados, listos a lanzarse con avidez a cualquier posible vía de escape mientras muestra un total desafecto hacia ella, a quien regala frases tan maternales y tiernas como ¿Sabías que estuve a punto de abortarte? Con semejantes perspectivas (no he dicho nada de la hermana menor, unos siete años, adicta a la sidra y a sustancias fumables) nuestra protagonista logra encontrar un referente del que acaba enamorándose (como era previsible y como lo hace una adolescente, claro): el varonil y reciente novio de su madre, un magnífico Michael Fassbender que se mueve a lo largo de la película entre instintos paternales y sexuales. Su primera indiferencia se convierte para ella en un poderoso objeto de atracción, y comienza a visitarle en su trabajo y a escuchar ocasionalmente sus consejos. El culebrón se desata por completo cuando una noche, él borracho y ella, tras una sensual escena bailando a lo Nueve semanas y media pero sin streap-tease y con California Dreamin de fondo, caen en brazos uno del otro (esto también se veía venir) y todo tiende a complicarse. Da, a partir de aquí, la sensación de no existir un guión definido, un final claro en torno al que giren los acontecimientos, cuando ella le sigue, o descubre que es padre de una criatura, pues los hechos se desarrollan mientras nada parece tener sentido lógico ni coherencia con el final de la película, que hubiese sido seguramente el mismo sin todo el proceso rocambolesco que la envuelve desde el meridiano. El título se supone simboliza esos años en los que uno se encuentra atrapado en un sinfín de angustias y contradicciones. Esos años en que como peces en acuario desconocemos que el océano existe fuera de cuatro paredes de cristal. Lo que no sabemos es qué mundo nos espera cuando salimos al exterior y nos enfrentamos a la vida. Y la conclusión de la película, que bien podría haber firmado papá Loach, es que todo cuanto hay por descubrir supone una amenaza para nosotros mismos. Un estudio social típico, tópico y bastante, muy desolador, en el que cabe destacar la buena actuación de la protagonista y, por supuesto, el trabajo de sacar de donde no hay realizado por la directora; teniendo en cuenta el presupuesto y que la chica, una excelente Katie Jarvis, pocas veces se había puesto tras una cámara y fue seleccionada por su fuerte carácter cuando peleaba a voces y puñetazo limpio con su novio a la espera del casting, según dicen las entrevistas. La banda sonora tampoco mata; esto lo dice mi amiga, que entiende hip hop. Y yo la creo.

Cine británico

Fridge, de Peter Mullan (1995)

vlcsnap-4519293-1Como durante los próximos días no voy a poder actualizar el blog en la medida que me gustaría, por razones laborales, he subido (añadiendo subtítulos) este perturbador y conmovedor cortometraje escrito y dirigido por el británico Peter Mullan en 1955. «Fridge» se desarrolla en Londres, en un sórdido conjunto de edificios de un barrio marginal del extrarradio. Un niño se esconde dentro de un frigorífico abandonado que accidentalmente queda atascado, y una pareja –Gary Lewis (Billy Elliot, Gangs of New York) y Vicky Mansson– intentarán ayudarle. A partir de aquí, Peter Mullan desarrolla un drama psicológico que recuerda mucho el estilo de Elia Kazan tanto en el tratamiento de la imagen como en lo que al retrato perfecto de las clases sociales más abandonadas se refiere.vlcsnap-4517820-2 Esta pequeña fábula, rodada en blanco y negro con magistral realismo, nos sumerge hábilmente en el corazón del odio y la miseria cotidiana que no solo pertenece a los suburbios y que, desafortunadamente, es cada vez menos infrecuente en las grandes ciudades.

El primer contacto con el mundo del cine de Peter Mullan fue como actor con el film «Riff-Raff«· de Ken Loach, al que le siguieron Braveheart y Trainspotting. Antes del reconocimiento en Venecia con el polémico trabajo de guión y dirección «Las hermanas de la Magdalena«, galardonada con el Leon de Oro y la contundente condena del Vaticano, había debutado dirigiendo la elogiada «Orphans«, película que recomiendo sin duda alguna y de la que tengo pendiente hablar algún día aquí, que le valió cuatro premios menores en el Festival de Venecia en 1998.

vlcsnap-4519139«Fridge» (El Frigorífico) se incluyó en el trabajo recopilatorio «Cinema 16«, homenaje al arte del cortometraje que incluye 16 cortos seleccionados entre algunos de los mejores y más galardonados de Von Trier, Moretti, Godard, Kieslowsky, Leconte, Svankmajer o Moodysson, entre otros. Hasta tres horas y media de los fascinantes primeros trabajos de algunos de los mejores directores europeos actuales, imprescindible para cualquier amante del séptimo arte, del que ya publiqué en este blog el título «Talk» de Lukas Moodysson, y del que os dejo ahora esta segunda entrega. A disfrutarla!

Mickybo and me (Terry Loane, 2005)

Mickybo-and-me cartelBelfast, verano de 1970. Micky Boyle (John Joe McNeill), inquieto, vitalista e imaginativo, es el más pequeño de una numerosa familia católica. Su mejor amigo, Johnjo (Niall Wright), el único hijo de una protestante que vive al otro lado del puente, cuyos padres se encuentran inmersos en plena desintegración matrimonial. Las bombas detonan a ambos lados de la ciudad y un puente separa los dos bandos del conflicto. La situación política del país es algo más que un mero telón de fondo para narrar lo difícil que es crecer en Irlanda del Norte. Los chicos son amigos, pasan juntos gran parte de su tiempo libre, protegiéndose del acoso de bandas juveniles o simplemente jugando, imaginando aventuras que les lleven a escapar de un medio y un tiempo que no terminan de aceptar. Una noche se cuelan en un cine donde se proyecta «Dos hombres y un destino«. Fascinados por Robert Redford y Paul Newman, pretenden vivirla al máximo, trasladándola a su día a día cual Butch Cassidy y Sundance Kid.

Y deciden iniciar su viaje a tierras australianas, imitando el tipo de vida de rebeldes renegados de sus héroes favoritos del cine, revolucionando Belfast más allá de las fronteras irlandesas. En su fuga, perseguidos por la ley y los medios de comunicación, los críos viven su particular «al margen de la ley«, ignorantes del sentido real de su amistad en una sociedad que les convierte en forajidos que en realidad sólo pretenden escapar de las cadenas que encarcelan su infancia.vlcsnap-1860460

vlcsnap-1875803Terry Loane explota el potencial cómico de la película, basada en una popular obra de teatro de Owen McCafferty, retratando el dramatismo de la época en Irlanda desde la comedia más desenfadada, por momentos muy divertida (los críos consiguen liarla más allá de los límites de su propia imaginación), basando el relato en las dos encantadoras y convincentes actuaciones de los protagonistas. El resultado es una comedia inteligente, en la que las vivencias de los chavales están siempre integradas en el trasfondo de una época difícil y sombría que se retrata con honestidad y credibilidad suficiente, hasta en los mínimos detalles, entre los que cabe destacar el trabajo de escenografía a cargo de Tom McCullagh en cuanto a ropa, peinados, muebles, decorados… que evocan el período de la década de los 70 de modo muy realista.vlcsnap-1867150

vlcsnap-1867531Mickybo and me no llegó a estrenarse en España, aunque se puede encontrar en DVD subtitulada. El director irlandés construye un producto generoso y esforzado que, sin ser una gran película, resulta agradable y por momentos, imaginativa y divertida. Su estilo realista y directo, alejado de las sutilezas y complejidades con el que suele etiquetarse el cine europeo, hace del film un producto fresco y muy entretenido que, sin embargo, no permite demasiada profundización en los personajes y sus conflictos más allá de sus resortes melodramáticos. Una película bienintencionada y honesta, buen retrato de una sociedad y una época, recomendable para pasar un rato muy entretenido, aunque con claras limitaciones en cuanto a aprovechamiento de contenido.vlcsnap-1911005

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Génova, de Michael Winterbottom

genovaUna de las cosas que estoy decidida a hacer es conseguir la filmografía completa de Winterbottom. Sólo he visto de este director «In this World» (gracias, Jorge, por la recomendación) y «Génova», que acabo de verla. Llego tarde pues, al que parece es un cineasta consagrado; «In this world» es una pelicula extraordinaria, con una temática compleja que se prestaría complaciente al drama social fácil y maniqueo, pero de la que Winterbottom saca, casi de la nada, sentimientos delicados y hermosos transformándola en una obra reflexiva y de estética radical como pocas. Confieso que he asistido con cierto recelo a «Génova», porque conocía su temática de antemano y probablemente porque esperaba bastante de ella, y tengo que decir que no me ha decepcionado en absoluto, aunque sea muy distinta a la anterior, mucho más intimista, menos radical en cuanto a temas sociales, pero en la que también se recurre a esas metáforas visuales de la desesperación en la que viven sus personajes  e igualmente hace gala de un manejo ejemplar de la cámara y del sonido que tan buenos resultados le dio en el anterior trabajo. “Génova” es el viaje a la ciudad italiana de lo que queda de una familia que accidentalmente ha perdido una pieza angular: la madre. Es la búsqueda de la reconciliación con el mundo de un hombre, también con él mismo, el remontar de tres personas que, de distinto modo, viven el drama de la pérdida. Toda ella es una concienzuda descripción psicológica de esos personajes que carece del esperado guión con trama y desenlace, porque “Génova” es como asomarnos a través de una pequeña ventana a la vida cotidiana de las personas, tal cual, sin demasiados artificios, enfatizada no tanto por los diálogos o construcciones del guión ausente como por los pequeños detalles que hay en sus gestos, en las miradas y en los silencios que intercambian de manera constante. “Genova” es algo así como un desgarrador grito de socorro, en el que la ciudad se convierte en terapia ante el hundimiento anímico de ese hombre para el que el mundo tal y como lo concebía hasta entonces desaparece: una mujer a la que ama, dos hijas que se pelean constantemente pero se quieren, un trabajo que le gusta, las vacaciones… la burbuja de la felicidad que le  proporcionaba bienestar y seguridad se desmorona de repente, estalla en mil pedazos, y el espectador es el invitado de piedra que asiste  a la tragedia, al cambio de rumbo en sus vidas cuando deciden reconstruir su futuro en otra ciudad, asomarse al nuevo entorno que les permita comenzar desde cero. Y cada uno lo hace a su manera: él, mediante su nuevo trabajo, su vieja amiga y sus recientes pupilos; la joven, con el despertar a la adolescencia y la niña llevando a cuestas el espectro recurrente de su madre desaparecida. Es la manera de capturar y retratar los sentimientos y  las actitudes, la culpa y el dolor tras la ausencia, sin necesidad de ser explícitos ni de recurrir al drama lacrimógeno de mal gusto, con una naturalidad y veracidad fuera de cualquier duda aunque la mayoría de veces se haga mediante los gestos o unas contadas miradas. El bellísimo paisaje de Génova, su casco antiguo, sus playas, su historia o su arte se funden con las vivencias en un muestrario alejado de cualquier prejuicio, abierto, para que observemos y extraigamos nuestras propias reflexiones, nunca exentas de tristeza y de, en alguna medida, frustraciones siempre llenas de esperanzas. Valientes o temerosos, íntegros o cobardes, conformistas o rebeldes, los personajes no son sino un puñado de seres humanos haciendo frente a lo que les toca vivir. Y sorprende, mucho, el acercamiento a esa humanidad exento de hilo argumental que nos conduzca a ninguna parte, sólo con su cámara en mano, su intuitiva estética y un soberbio montaje a modo de collage de esos pequeños retazos de vida aquí retratados. Para mí, una película enorme, pocas veces me he podido identificar con un contenido sin sentirme en alguna medida invadida o atropellada. A lo mejor, si la vuelvo a ver le encuentro hasta defectos, pero recién vista y en caliente, la palabra más acertada que me sale para calificarla es… impresionante.

Slumdog Millionaire, de Danny Boyle (2008)

posterSlumdog Millionaire es una adaptación guionizada por Simon Beautoy del libro del escritor y diplomático indio Vikas Swarup titulado «Q & A», que pasa por ser una lúcida y dramática visión de la vida y valores en la India, un recorrido por momentos realista, por otros romántico, de gentes que no disponen de casi nada para construir su vida pero que el autor, lejos de someterlo al drama lacrimógeno pesimista al uso, lo ofrece al espectador con extrema naturalidad y sin atisbo alguno de maniqueísmo.

Tomando como hilo conductor el desarrollo de un concurso televisivo, en el que el éxito del concursante excede mucho de las expectativas normales tanto de sus organizadores como del público hasta generar las sospechas de su presentador y de la policía, la película recorre la vida de un joven chico de las barriadas más pobres de Mumbai que irá justificando, mediante la presentación al espectador de los avatares de su existencia, el hecho de cómo es capaz de conocer todas las respuestas que se le proponen en el citado concurso. Danny Boyle, como ya lo hiciera en «Trainsporting» o «“28 days later”», vuelve a dejar constancia de su profesionalidad y elegancia en la puesta en escena a la hora de retratar la pobreza, la violencia, la explotación infantil o la arbitrariedad policial imperante en la India; pero también de su dependencia de algunas fórmulas prestadas que termina limando algo el fino cuchillo con el que disecciona la realidad  del país y de sus gentes.slumdogEn el recorrido por la vida del protagonista encontramos una primera parte brillante y espectacular, a la vez que trágicamente realista en la que describe con asombrosa naturalidad la India más brutal a través de los dos niños magníficamente interpretados en su lucha diaria por conseguir algo que comer o simplemente llegar con vida a la noche. Esta primera parte, que logra ser lo mejor de la película, con una narración muy dinámica y cargada de crítica alejada de cualquier sensiblería, se ve un tanto limitada cuando introduce a los personajes en la adolescencia, momento en el que la cinta adquiere unos tintes un tanto condescendientes con ese cine pseudo-documental ciertamente trágico que, si bien nos muestra la realidad del mundo más marginal y doloroso, carece de la frescura y dinamismo que nos mostró en un principio, desembocando en la edad adulta de esos protagonistas en un cambio de tornas casi radical, en el que la película gira hacia una narrativa que busca la complicidad con el cine de Bollywood en estado más puro, presentando una historia entre bandas mafiosas con buenos y malos, junto al actor principal concienzudamente enamorado y salvador de la chica que conoció en su miseria infantil, ahora en manos de los criminales, objetivo que naturalmente consigue con su extremada bondad, inocencia y valentía.slum_dance2Pequeñas sombras que no impiden que nos hallemos frente a una estimable película que cuenta con un guión, interpretaciones y puesta en escena muy bien atendidos, proporcionándonos una agridulce visión de otro formato de vida y valores que, visto el preámbulo, se cierra con un final más que previsible, típico de musical rosa, en un claro homenaje al cine de Bollywood donde la dura realidad queda enmascarada por el bonito espectáculo. Eso sí, lo hace con una factura técnica muy cuidada y con una sabia utilización de todos y cada uno de los recursos narrativos (fotografía, planificación, montaje o música) que ha conseguido el beneplácito del público más sensible, abducido por la dulce superación de la miseria y la colorida estética de Bollywood.

Man on wire (James Marsh, 2008)

Una de las cosas que he tenido oportunidad de hacer durante las vacaciones navideñas es ver este excelente documental que, aunque ya está en la cartelera de otros países y viene cosechado laureles allá donde es presentado, todavía no tiene fecha de estreno en España. Producido por la BBC, y dirigido por el británico James Marsh, narra la apasionante aventura del funámbulo francés Philippe Petit quien, el 7 de agosto de 1974, cruzó los 60 metros que separaban las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York a través de un cable suspendido entre ambas azoteas. Algo más de 400 metros de altura, 104 pisos para ser exactos, que añaden a la dificultad de la hazaña las propias de la física, dadas las circunstancias en que se realiza: ráfagas de viento impredecibles, movimiento de vaivén (debido a la altura) de los edificios no calculable con exactitud o la probable tendencia a la rotación del cable por su excesiva longitud, y lo hizo sin más apoyo que su pértiga y el cable anclado entre las vigas del extremo más alto de cada torre. Dos problemas parecían tan sólo preocupar a Petit: jugarse la vida conllevaba ser detenido por la policía, problema que para él sólo era un mal menor; el otro, realizar todo el montaje, colarse en las torres sin autorización y subir todo el equipo necesario (mucho más voluminoso y pesado de lo que a priori parece) a ambos edificios sin que nadie se percatara de ello.

Es un documental sorprendente y muy bien narrado por el propio Petit y sus colaboradores, quienes 30 años después, explican a cámara cómo se las ingeniaron, qué motivos les impulsaban y qué otros, a pesar de todo, les hicieron no desistir en el intento. La narración viene intercalada con abundante material fotográfico de archivo y con secuencias, a modo de flashbacks en el tiempo, interpretadas por actores. A pesar de que el evento no se grabó en video, y que el documental sólo cuenta con fotografías para ilustrarlo, el montaje está tan bien realizado que da, en ocasiones, la sensación de estar viendo a este aventurero caminar por el cable (lo hizo durante 45 minutos) mientras suena la Gnossiene nº 5 de Erik Satie, magnífica secuencia que se rompe con la llegada de la policía que desde las azoteas trata de hacerle bajar. Confieso que, a pesar de comenzar a ver este trabajo sin excesiva convicción, la historia me resultó sobrecogedora y logró dejarme pegada a la butaca al cabo de pocos minutos del inicio. Es increíble cómo supo mantener la confianza de sus amigos en el proyecto para llevar a cabo la mayor pericia imaginable en esta especialidad, y es una muestra de hasta dónde puede llegar el espíritu de un hombre cuando se lo propone que consiguió conmoverme. Planificaron la hazaña durante seis años, como si se tratase del atraco del siglo, hicieron innumerables viajes para estudiar sobre el terreno la seguridad de los edificios, como entrar, subir y ocultar un equipo de más de una tonelada de peso (sólo el cable hacía más de 200 kg), cómo lanzar el cable y anclarlo de una torre a la otra, consiguieron pases como electricistas, trabajadores o visitantes, falsificaron otros, hicieron contactos dentro del edificio, estudiaron cuidadosamente su vigilancia, escaleras, ascensores… Planificaron al detalle su aventura altruista en estos gigantes de hormigón que acababan de ser construidos y, a pesar de que en numerosas ocasiones parecía que todo el proyecto se iba a ir al traste, lograron lo que posteriormente fue considerado por algunos como «crimen artístico del siglo». Os recomiendo estéis atentos a su estreno y no os lo perdáis porque, además de estar muy bien realizado, resulta prodigioso ver como narra la aventura el propio Philippe Petit, con su tono de voz, sus gestos, su energía, su idealismo y su capacidad de convicción. Con semejante perfil no es extraño que lograra mantener a sus colaboradores a pies juntillas durante todos esos años en su proyecto. Hay un momento, al principio del documental, en que Petit comenta con su amigo y posterior colaborador la noticia en la prensa sobre la construcción de las torres del World Trade Center, en el que sugiere que la única justificación para la existencia de esta obra arquitectónica es que él caminara sobre ella y ninguna más… Ahora que ya no existen parece que la historia quiso, de modo macabro, darle la razón.

The Fall, de Tarsem Singh (2006)

Dicen, las malas lenguas, que en noviembre se estrena, al fin, el último trabajo del director hindú Tarsem Singh, quien sólo ha realizado hasta la fecha dos películas: «La celda» (2000), y «The fall»; esta última, galardonada con el primer premio en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, desde mi punto de vista, con sobrados méritos. Si definitivamente deciden estrenarla, aunque ya la he visto, no pienso perdérmela en la pantalla grande. Se trata de una superproducción rodada en 23 países durante cuatro años, en la que destaca la enorme calidad de las imágenes, la cuidadísima producción y montaje (David Fisher y Spike Jonze tienen la culpa), el buen hacer del elenco (con actores poco conocidos, entre los que sobresale la actuación de la niña, Catinca Untaru ), y una soberbia ambientación, vestuario y puesta en escena a cargo de un artista que tiene mucho que hacer en este mundo porque es un prodigio: Eiko Ishioka.La historia está ambientada en 1920, en los inicios del mundo del cine de Hollywood. Un extra sufre una caída, por lo que es ingresado en el hospital. Allí conoce a Alexia, una niña de cinco años que estará siempre dispuesta a conseguirle la apreciada morfina a cambio de que le cuente un cuento; una narración increíble de cinco héroes en una cruzada fantástica contra el malvado emperador Odio (español, para más señas). Realidad y ficción van a ir entremezclándose para converger en el final: la realidad es el hospital, los proyectos y los deseos de los protagonistas; la ficción, esa maravillosa historia que rescata la tradición oral de los cuentos fantásticos, narrada con una riqueza simbólica extraordinaria e imágenes preciosistas de paisajes y edificios de diversos países, técnicamente impecables y con unas dosis de imaginería que van más allá de la simple historia narrada. Es una película en la que se dan simultáneamente dos planos narrativos diferenciados, aunque ambos quedan recorridas por la dulzura de la niña en química perfecta con el protagonista, que le va contando la historia por capítulos para tenerla enganchada y hacerla capaz de cualquier cosa con tal de conseguirle la morfina, del mismo modo que engancha al espectador en este alegato al cine silente, en el que no había trucos ni efectos especiales y los extras arriesgaban su físico rodando las escenas más inverosímiles.Hay que destacar, además de la calidad de la fotografía, el cuidado que ha puesto el director en cada plano, planos que son una alta belleza sugestiva y que están rodados como si de una obra pictórica en movimiento se tratase. Los colores saturados recuerdan la estética de los cómics, la iluminación está estudiada para lograr el efecto onírico que corresponde al relato y en la historia encontramos héroes esculturales diseñados como auténticos acróbatas que recuerdan mucho las actuaciones de El Circo del Sol. No en vano, el responsable de la puesta en escena, diseño y vestuario es nada menos que Eiko Ishioka, quien ya ha trabajado para el Circo y, entre otras labores, diseñó el vestuario del Drácula de Francis Ford Coppola. Este derroche de imaginería es utilizado por Tarsem para construir dos planos diferentes en la película: uno es el convencional, el real donde se está desarrollando la historia de los protagonistas; otro es el fantástico, el del cuento a modo de performance en el que se mezclan diferentes artes pictóricas, musicales y de diseño.En definitiva, una película fantástica, emotiva y tierna que es un placer visionar porque es un festín para los sentidos. Porque lo que destaca en ella, más que la historia en sí misma, es su calidad plástica y narrativa, acorde con las inquietudes del perfil profesional del director, un reputado artista en el mundo de la publicidad, responsable de galardonados spots de marcas como Nike, Pepsi o Mercedes Benz, y también de algún extraordinario videoclip como lo es, por ejemplo, Lost my Religion de R.E.M.,  y que en esta ocasión opta por hacer una película en la que pone de manifiesto su enorme calidad artística en vez de rodar un film para lucimiento de actores como hizo en su fallida «La celda» con Jennifer López. Quizá Tarsem vea en un largometraje unas posibilidades infinitas para el diseño cinematográfico, o quizá un escenario para dejar patente su futura proyección en este arte… Lo cierto es que la película se disfruta, porque sea o no una obra maestra cinematográficamente hablando, su calidad artística es innegable y sólo por ello merece la pena verla. A quienes les guste el género fantástico, seguramente no les defraudará en absoluto. Y a quienes no sean tan amigos de él, disfrutarán de una obra cuidada y meticulosa con pocos precedentes en el cine moderno.

Transsiberian (Brad Anderson, 2008)

Resulta complicado hablar de la nueva propuesta de Brad Anderson sin desvelar su argumento, porque en él y en el trabajo de los actores residen los puntos fuertes de Transsiberian; una película que nuevamente se mueve en el género del suspense, aunque propuesta como thriller, tocando también la intriga policial, el drama y algunos atisbos del género de terror. Sin duda alguna, la historia es lo mejor de la película. Un argumento en principio nada complejo pero que a lo largo de los minutos el director sabe manejar con buen pulso para sorprendernos en numerosas ocasiones, a pesar de que el broche sea un final un tanto predecible.

Transsiberian trata de la historia de Jessie (Emily Mortimer -Scream 3, Match Point- en una estupenda acuación) y Roy (Woody Harrelson), una joven pareja norteamericana que, después de pasar un tiempo en Pekín como colaboradores de una organización humanitaria, deciden viajar en el mítico Transiberiano, ferrocarril que une Moscú y la capital China por la extensa estepa rusa y Mongolia. En el tren viajan gentes de diversas nacionalidades de lo más variopintas, amén de la agria y algo tétrica tripulación. Los protagonistas entablan amistad con Carlos (un correcto Eduardo Noriega) y Abby (la americana Kate Mara, de Shooter), otra pareja con la que comparten vagón y con la que vivirán más de una situación de tensión al cruzarse sus caminos con el inspector ruso de policía Ian, fantástico trabajo a cargo de Ben Kingsley, que es sin duda la mejor interpretación en la película.
Como ya nos tiene acostumbrados Anderson en sus anteriores trabajos (El Maquinista, Sessión 9), su capacidad para sorprender al espectador y de enmarañar las situaciones a partir de un guión en principio bastante simple, resulta ser el punto fuerte del film que, a pesar de sus casi dos horas de duración, se desenvuelve con agilidad y sin cansar en ningún momento gracias al cóctel de misterio, asesinatos, tráfico de drogas, traiciones, terror y deseos que con sorprendente habilidad ofrece Anderson en casi todos sus films, en los que sabe transmitir muy bien al espectador esas sensaciones de angustia y misterio cuyo objeto es mantener la intriga y la tensión a lo largo de la película. El resultado es una cinta más que correcta al igual que lo fueron sus anteriores trabajos; trayectoria que va convirtiendo a Anderson en un director muy a tener en cuenta en el panorama cinéfilo actual, y a Transsiberian (sin ser una obra maestra), en una buena película, quizás de lo mejor que se estrenará este no demasiado prolífico año para el cine.
Transsiberian es una coproducción española e inglesa. A pesar de ello, se ha estrenado primero en Estados Unidos, el pasado mes de julio. En España estaba prevista para abril, pero se ha ido postergando como tantas otras y las últimas noticias apuntan a un inminente estreno en octubre, aunque no hay confirmada fecha oficial. Esperemos que así sea, porque a estas alturas ya circulan copias por la red en inglés… Como casi siempre, aquí seguimos en la cola; en este caso, a pesar de tratarse de una película propia. Hace años se oía en boca de muchos eso de «Spain is diferent», ahora ya casi olvidado, aunque todo hace pensar que será por tópico, porque cosas como esta no hacen sino traérmelo a la cabeza. Esperemos pues poder disfrutar pronto la película como merece.

Peeping Tom (El fotógrafo del pánico, de Michael Powell)

Se han hecho muchas películas sobre cine dentro del cine. Pero pocas en las que también se hable del espectador. En realidad, el cine nos convierte en mirones. Estamos ahí, sentados en la butaca, en la oscuridad de la sala, mirando las vidas de otras personas. Peeping Tom, dirigida por Michael Powell en 1960, es una obra sobre ese mirar. Vouyerismo y… autovouyerismo, también. Mark Lewis (Karlheinz Böhm) trabaja en el control de focos de un estudio cinematográfico, desplazando, inclinando la cámara para obtener el mejor encuadre. En su vida privada, filma a mujeres mientras se están muriendo. Su cámara tiene un cuchillo disimulado bajo el trípode. Filma sus rostros aterrados y contempla, solo, en la oscuridad de su apartamento, los macabros metrajes una y otra vez.
Una de sus mayores obsesiones son las películas que filmaba su padre, en las que él es el protagonista: películas de cuando era niño despertado súbitamente en mitad de la noche con linternas alumbrando directamente a sus ojos, con su padre soltando lagartos en la cama mientras él dormía, o filmado siendo aún muy pequeño junto al cadáver de su madre. Pocas semanas después, el padre vuelve a casarse y le regala su primera cámara, con la que el pequeño Mark filma la boda, su primera película. Sus traumáticas experiencias le han convertido en un monstruo sin piedad. Para él, todo lo referido al sexo, al dolor, al miedo y a la dirección cinematográfica esta necesariamente conectado al objetivo de su cámara, que le acompaña a todas partes y de la que no se desprende ni un segundo. Tal es su identificación que, cuando su amiga Helen (Anna Stephens) le besa, él responde rozando con sus labios la lente de la cámara.

Además del protagonista, uno de los personajes más interesantes y fascinantes es el de la madre de su amiga Helen (Maxine Audley). Una mujer ciega que intuye, cual pesadilla para Mark, todos sus secretos: «No me fio de un hombre que camina tan silenciosamente», le dice a Helen; «Vengo a esta habitación todas las noches, los ciegos siempre conocen las habitaciones que están por encima de donde viven»… Mientras, Mark visiona una de sus depravadas cintas y se ve la silueta de la mujer ocupando gran parte de la pantalla al tiempo que dice «¿Qué estoy viendo, Mark?»
Otra de las mejores secuencias de le película, que debió ser la envidia de más de un director de la época, sucede cuando Mark convence a una extra del plató donde trabaja (Moira Shearer) para filmarla sola bailando, brindándole así oportunidad de grabar una escena donde ella sea la protagonista. Deseosa de ser filmada, baila por todo el decorado del estudio introduciéndose varias veces en un baúl. A la mañana siguiente, su cuerpo es descubierto dentro del baúl, mientras Mark, desde el piso superior, graba sigilosamente el hallazgo.
Las estrategias visuales que logra Powell, implican al espectador en el vouyerismo del protagonista. La película comienza con un plano grabado a través del visor de la cámara de Mark. . Minutos después, el mismo plano en la sala de proyección del apartamento, plano filmado desde detrás de la cabeza del protagonista. Entonces, la cámara se retira y la imagen proyectada pasa a primer plano, y es del mismo tamaño que Mark. Casi todas las escenas importantes de la película están filmadas desde la perspectiva de la cámara y trasladadas lentamente a plano completo, haciéndonos cómplices de las situaciones; porque estamos ahí, mirando, curioseando y disfrutando de las perversidades de la mente de un perturbado. Lo realmente logrado de Peeping Tom es que esta sensación la obtiene exclusivamente con el uso de la imagen, de los planos que lentamente se van abriendo al espectador y de magistrales tomas en las que juega tan sólo con la luz y el encuadre.

Pero, aún hay más: El padre de Mark está interpretado por el mismo Michael Powell, la casa en la que se ubican las escenas de la infancia de Mark es la misma en la que se crió el director y el personaje que interpreta a Mark de niño es el propio hijo de Powell (Columba Powell). Con este film, Powell fue más allá de lo soportable por las productoras británicas. La película fue despreciada públicamente en su estreno, retirándose de los cines, y supuso el fin de la carrera cinematográfica de Powell, pues nadie se arriesgaba con su cine y no encontraba financiación para sus películas. Fue estrenada unas semanas antes que Psicosis (que sí obtuvo el esperado éxito de crítica y público). Scorsese, gran admirador de Powell, declaró en una ocasión que Peeping Tom y 8 y 1/2 de Fellini contenían todo lo que se puede decir sobre dirigir cine. Hoy es una película de culto.
Lo cierto es que, viéndola, lo menos que se puede afirmar es que Powell es un auténtico maestro de la cámara, con la que siempre sugiere lo que estamos viendo sin necesidad muchas veces de ser del todo explícito. Colores saturados, planos de víctimas sobre capas rojas (en lugar de sangre) con el bellísimo fondo gris de las calles de Londres de los años 60 convergen en su buen hacer detrás de esa cámara para no dejar que nos libremos en ningún momento de su gancho. Una obra maestra en la que casi no hay distancia entre el protagonista y el espectador, al que atrapa con su objetivo desde la primera escena hasta la última: ahí estamos, querámoslo o no, atónitos en el sofá contemplando tan admirados como horrorizados cada minuto de su cinta.

Escondidos en Brujas (Martin McDonagh, 2008)

Martin McDonagh, director y guionista de esta película, cuyo estreno es inminente en España, es un hombre del teatro, como escritor y como director. En el terreno cinematográfico sólo ha trabajado en dos ocasiones: un cortometraje, Six Shoter, por el que se llevó un Oscar en 2005 y ésta, su primera incursión en el mundo del largometraje. Quizá por ello su film, aunque está lejos de ser una obra teatral llevada a la pantalla, tiende más a ganar la atención del espectador mostrando los sentimientos más primarios de los protagonistas que a dibujar un relato a base de sumar información para llevar al público a sus conclusiones. In Bruges (título original) es un film de violento, crudo y trágico en el que, desde las primeras escenas, en las que la cámara retrata muy de cerca las expresiones de los protagonistas con maravillosas tomas de la ciudad de Brujas como telón de fondo, se nota que no es una película más de las que engordan las listas de la cartelera. Colin Farrell y Brendan Gleeson interpretan a dos sicarios irlandeses, afincados en Londres, que acaban de aterrizar en Brujas. Su jefe (Ralph Fiennes) les ha ordenado esconderse en la ciudad y esperar órdenes tras un «trabajito» que ha salido mal. Ambos poseen caracteres muy opuestos,  por lo que no afrontarán del mismo modo la espera, conduciendo a la pareja de delincuentes a vivir una extraña y surrealista aventura en la que el director introduce tanto elementos de thriller como de comedia negrísima, otras veces de drama con algún toque romántico, para concluir con un final al más puro estilo del género negro, código de honor incluido.
Podría decir que los actores (todos) están impecables en sus papeles, que la dirección es brillante, que la trama se funde en perfecta simbiosis con el paisaje de Brujas, que el dibujo de los personajes es minucioso y no deja nada al azar, logrando que las situaciones más absurdas resulten enteramente verosímiles, que la fotografía es majestuosa, que la narración está fantásticamente llevada para ir descubriendo poco a poco cuál es la verdad de cada personaje y que logra entretener e interesar al espectador (a pesar de su pulso relativamente lento) sin necesidad de recurrir a elementos superfluos ajenos a lo que está contando… Todas estas afirmaciones serían ciertas porque , sin duda, Martin McDonagh se revela en este film como un cineasta muy a tener en cuenta, y su película, seguramente como una de las mejores del cine europeo reciente y del género; una película que puede hablarle de tú a tú a las mejores de Tarantino de quien, por otra parte, deja entrever su influencia.
Pero si hay algún elemento que creo que destaca por encima de todos los mencionados (y no quiero con esto menospreciar ninguno de ellos) es la calidad en la construcción del guión. Y, por supuesto, los diálogos. La trama entera, hasta casi el final, en el que aparece el personaje de Harry (el jefe, excelente actuación a pesar de su brevedad de Farrell) se sustenta en los diálogos entre los dos asesinos. Dentro de ellos se desarrolla toda la narrativa del film, cada una de las escenas y su desenlace. Unos, deliberadamente planeados para provocar los momentos de tensión o los giros narrativos. Otros, preparan el terreno para el conflicto, a pesar de que en un principio puedan parecer divertidos o triviales. Pero aquí ninguna palabra es banal, todas resultan necesarias y son utilizadas con la suficiente maestría para que tengan, además, una buena dosis de humor sin ni siquiera pretender la risa. Solos, los actores y sus conversaciones, sustentan casi todo el film.
En una película corriente, la mayoría hubiesen sido sustituidos por la acción y los efectos especiales. Porque lo cierto es que, en la mayoría de películas, los diálogos están dedicados casi por entero a enfatizar el argumento. Aquí, sin embargo, las palabras aparentemente irrelevantes establecen la personalidad del personaje, son en sí mismas suficientes, van desenvolviendo como un regalo poco a poco la película sin resultar evidentes, están siempre interrelacionados con el lugar donde pretende llegar el director y logran combinar con eficacia la belleza de su prosa con momentos de malintencionada imaginación. La mayoría de directores, sin este talento narrativo, necesitaría recurrir a planos violentos, a la sangre y a efectos añadidos para construir un film de estas características, porque sus conversaciones son pobres y son aburridas. En In Bruges los personajes casi siempre están hablando y casi siempre dicen cosas interesantes, ingeniosas, temibles o divertidas. Casi se podría decir que la película funcionaría del mismo modo tan sólo escuchándola. Id a verla y, después, imaginad tener que escuchar «El incidente», «El increíble Hulk» o a Stallone en «John Rambo»…

La ronda de noche («Nightwatching», Greenaway, 2007)

Greenaway no estudió nunca cine, sino dibujo y pintura, y eso se nota en casi todos sus films, desde los primeros cortometrajes hasta su última película estrenada hace poco, «Nigthwatching«, o «La Ronda de Noche«, título dado en nuestras salas. Su principal objetivo ha sido siempre la creación de la imagen, y eso significa que sus puestas en escena utilizan más la estética de la pintura que la del cine propiamente dicho.
En una ocasión, Greenaway, hablando de sus primeros cortometrajes, llegó a afirmar: «Me siento más a gusto hablando de cine desde la perspectiva de cinco mil años de pintura occidental, que mirándolo a través de unos 100 años de crítica cinematográfica. Al fin y al cabo la pintura perdurará y la estética del cine desaparecerá. De modo que el vocabulario de imágenes cuidadosamente construidas y en su mayor parte estáticas (los mapas de A Walk Through H son esencialmente pequeños cuadros), la tradición de pintura paisajística inglesa (Windows, H is for house, Vertical Features Remake), la pintura en serie de mediados del siglo XX (Intervals, Dear phone, Vertical Features Remake), la representación de la pantalla como pantalla, no como una ventana por la que se puede ver el mundo, (Dear Phone), y los numerosos conceptos, juegos visuales y provocadores artificios, tan contrarios al actual cine de la ilusión, tienen como referencia el legado pictórico». En los primeros films de cualquier director se encuentra, casi siempre, la semilla de su trabajo posterior; en el caso de Greenaway, con su último trabajo, esta afirmación es innegable.

La película de Greenaway se asienta sobre dos pilares de guión básicos: por un lado, los supuestos secretos e intrigas (conspiración de asesinato incluida) en torno a la ejecución del cuadro de Rembrandt; por otro, las experiencias amorosas y sexuales del pintor con las tres mujeres que influyeron en su vida: su esposa Saskia (que le proporcionaba estabilidad familiar), y sus criadas Geertje (su amante) y Hendrickje (quien le cuidó en el final de sus días). Rembrandt pasó de ser una figura admirada y cotizada a la más absoluta miseria en sus últimos años, fruto de la disminución de encargos reales y de los ataques constantes a su persona. Y es que Rembrandt refiere, en más de una ocasión, a través de sus cuadros, una sociedad ultraconservadora pero, a la vez, tremendamente hipócrita, que esconde una extremada codicia por el dinero y unas costumbres (tras su impoluta fachada) más que licenciosas, que incluyen la homosexualidad, la prostitución y la corrupción de menores. La animada vida amorosa del pintor, junto a su carácter impertinente y arrogante, molestaban seriamente a los altos estamentos de la época, dominados por los rigores oficiales del calvinismo, que vieron su ocasión de venganza tras la realización de este lienzo, en el que las sugerencias eróticas, las rivalidades económicas y las intrigas criminales se muestran en clave tras el telón de fondo del retrato de la milicia de arbuceros de Amsterdam.

Greenaway estructura la película con su personalísimo estilo narrativo, y el resultado es una singular obra que poco tiene que ver con los relatos biográficos hollywoodenses que de vez en cuando llegan a nuestras pantallas; relatos cuya característica es la simplicidad argumental y la edulcoración de los personajes para adaptarlos al entretenimiento y al buen hacer de la taquilla. Greenaway, en cambio, opta por una puesta en escena donde lo que prevalece es la imagen en su aspecto estético más que argumental, utilizando (tal vez en exceso) los elementos simbólicos, los contrastes de luz y sombra, la fuerza del color y el barroquismo en la ambientación para hacer llegar el mensaje al espectador. Así, del mismo modo que de si pintar un cuadro en movimiento se tratase, en el que el pincel ha sido sustituido por la cámara, el rodaje se realiza mayoritariamente en interiores de estudio, con iluminación artificial, para lograr encuadres de plasticidad pictórica lo más aproximado posible al cuadro de Rembrandt. La construcción dramática es similar a la del teatro, no sólo por lo que a escenarios se refiere, sino también a la interpretación y dibujo de sus personajes. Porque a diferencia del cine convencional, el director no pretende la identificación del espectador con ninguno de sus protagonistas, sólo se trata de que el público contemple (del mismo modo que lo haría con un cuadro) y saque sus propias conclusiones, utilizando los actores, en varias ocasiones, las frases en tercera persona, mirando fijamente al espectador a través de la cámara, y dando la sensación de que asistimos a una obra teatral rodada más que a una película en el sentido habitual del término.

Destaca la interpretación de Martin Freeman en el papel de Rembrandt, que logra transmitir esa riqueza de matices del personaje, ese ser contradictorio y complejo, un tanto inestable (capaz de pasar en segundos de la más absoluta melancolía a la ira incontenida), bebedor, lujurioso y sin complejos, a pesar de retratarse como un hombre menudo, bastante maltrecho y no demasiado cuidadoso en cuanto a su higiene. En conjunto, una película vanguardista, que rompe con las estructuras habituales en cuanto al modo de contar las cosas, y que aporta, también, otro punto de vista sobre el arte, la pintura y, como no, la historia, de la mano de un director ciertamente polémico y muchas veces incomprendido, pero del que no se puede dudar (guste o no), que posee un gran talento como cineasta, a pesar de que el esfuerzo intelectual que exija ver alguna de sus películas no siempre pueda resultar demasiado cómodo.